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ESPIRITUALIDAD MISIONERA
Dignidad del enfermo
Hablar de dignidad del enfermo es hablar de la dignidad del ser humano, ya que es un valor inherente a él, simplemente por el hecho de serlo, no es una condición otorgada ni está en relación al sexo, raza, condición económica ni ninguna otra situación, se manifiesta a través de conductas de respeto a uno mismo y a los demás, y tiene su origen en el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Dios, libres y responsables de sus actos, como se menciona en Gaudium et spes: «la dignidad humana es inalienable, porque ha sido creada a imagen de Dios».
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Cuando el individuo se enferma, esta libertad se ve limitada y ante esta vulnerabilidad, el ser humano doliente, debe ser tratado con dignidad, respetando la toma de decisiones y el ejercicio de su libertad. La dignidad del paciente es más exigible, cuánto más frágil es y puede verse influida en la percepción de cómo se ve nuestro paciente a sí mismo y cómo cree que otros lo ven.
La dignidad en el trato debe ser con un respeto sutil y exquisito según las condiciones, capacidades y necesidades de cada paciente, ya que, aunque dos pacientes tengan la misma enfermedad, pero con idioma, cultura o condición social diferentes, o simplemente por ser dos individuos distintos, el trato y la atención ameritarán tiempos y formas distintas para manejar a cada uno.
Es también indispensable para el profesional de la salud comprender lo que significa

para el enfermo no solo tener una enfermedad, sino «ser» enfermo; lamentablemente muchas veces la percepción, es diferente y esto dificulta y afecta la relación con el paciente. El enfermo necesita que su familia, amigos y prestadores de salud le vean como persona y como la persona que es, capaz de hacer cosas, de dar consejos, de mantener los vínculos significativos. Necesita ayuda para encontrar el sentido y valor de su vida, el sentido de su enfermedad, perdonarse y perdonar.
El problema con relación a la dignidad del enfermo es cuando el profesional de la salud hace su trabajo de forma mecánica y actúa con frialdad ante el dolor y sufrimiento del paciente y muchas veces ni siquiera se toma en cuenta su dignidad. Para que el médico pueda indicar y conducir adecuadamente el tratamiento de cada enfermo es necesario conocer bien a la persona enferma, a su entorno familiar, sus esperanzas y valores. Yo tengo bien claro que, si no dedico tiempo a mis pacientes para explicar de forma clara y paciente lo que es su enfermedad, pronóstico, opciones de tratamiento y escuchar sus dudas y miedos, no me servirá de nada todo el conocimiento médico habido en torno al padecimiento, son dos cosas que deben ir de la mano, conocimiento y humanidad.
Por eso Harvey Chochinov recomienda el ABC y D en el trato al paciente (attitudebehavoir- compassion-dialogue): A de «actitud» cercana y sin juicios previos de parte del profesional, B de «conductas» concretas que expresen bondad al paciente, prestarle atención y sin prisas, C «compasión» implica en ver al paciente como un igual y sentir empatía por el enfermo y D de diálogo como elemento básico y de empatía para conocer al enfermo, escuchando lo que él expresa, ayudando y animarlo a reconciliar las relaciones significativas y a tomar decisiones.

Algunas sugerencias para respetar y promover la dignidad del enfermo son las siguientes:
• Manejo esmerado en los signos y síntomas.
• Procurar el confort del enfermo, manteniendo en lo posible su autonomía.
• Tratar a los pacientes con amabilidad, humanidad, respeto, compasión y cuidando siempre mi expresión corporal. Como adultos, como individuos, como nos gustaría ser tratados. • Mirar más allá del cuerpo enfermo, de la silla de ruedas, del tanque de oxígeno, para ver al paciente y conocer cuerpo, mente y espíritu, e incorporar conscientemente este conocimiento en la prestación de cuidados.
• Cuidar la intimidad y privacidad del paciente.
• Incluir al paciente en las conversaciones y las decisiones, las importantes y las banales.
• Otra idea sencilla es plantear la «poderosa» pregunta: ¿qué más puedo hacer para ayudarlo?
La Iglesia misma como movimiento, nacida del amor eterno del Padre, a través de la misión del Hijo y del Espíritu, está inscrita en la historia del hombre y de las comunidades humanas.

La dignidad del paciente es la dignidad del profesional de la salud y esta última se puede ver afectada por la falta de comunicación, la mala relación entre los colegas, la falta de apoyo social y las malas condiciones laborales, y, por ende, repercuten en la calidad de atención del paciente.
La calidad en la atención del profesional de la salud, no solo implica conocimientos sino también un trato humano y digno, dedicando el tiempo y los medios necesarios para alcanzar el bienestar del paciente, quien debe de ser tratado como persona, no como cosa o medio para alcanzar un fin como exhortaba el Papa Benedicto XVI en su mensaje con motivo de la Jornada Mundial del Enfermo en 2011, diciendo: «Por eso exhorto a todos los operadores sanitarios a que reconozcan en el enfermo no solo un cuerpo marcado por la fragilidad, sino primero que nada a una persona, a la que se debe dar toda la solidaridad y ofrecer respuestas adecuadas y competentes».
El Papa Francisco en su mensaje de la Jornada Mundial del Enfermo 2021 nos propone a ejemplo de Jesús, a «detenerse, escuchar, establecer una relación directa y personal con el otro, sentir empatía y conmoción por él o por ella, dejarse involucrar en su sufrimiento hasta llegar a hacerse cargo de él por medio del servicio» (cf. Lc 10,30-35). Permitiendo ser a esta cercanía, un bálsamo valioso, que brinda apoyo y consuelo a quien sufre en la enfermedad. Por eso, nosotros como cristianos, debemos de acercarnos con respeto y reverencia ante quien sufre, tratando de consolarlo y hacer cuanto esté en nuestras manos para aliviarlo y/o solucionarlos, siendo generosos como el Buen Samaritano, quien no solo se compadeció del dolor del enfermo, sino que actuó e hizo cuanto estuvo en sus manos para satisfacer sus necesidades, socorrerle y ayudarle en su enfermedad (Lc 10,30-37).
En conclusión, todo enfermo tiene derecho a ser tratado con dignidad por todos los profesionales de la salud y sus cuidadores. Debemos de hacer todo lo que está en nuestras posibilidades para ayudarle a alcanzar la salud o sobrellevar su enfermedad, esta cercanía nuestra es una motivación al enfermo para esforzarse a seguir su tratamiento y vivir lo mejor posible su enfermedad. Sigamos el ejemplo de Jesús, haciendo de la atención al enfermo, una donación de servicio cristiano, realizándolo con empatía, compadeciéndonos de él y acompañándole en todo el proceso de su enfermedad.