La maestra más mala del mundo Ella era alta, rubia, con ojos claros, muy pulcra siempre arreglada y con una sonrisa. Caracterizada por ser tierna y muy simpática. Me exigía llegar temprano a la escuela, quizá ella no tenía que hacer, pues siempre llegaba antes que todos nosotros. Además era muy estricta al pretender que todos fuésemos a la escuela muy pulcros, como si esto fuera fácil después de jugar todo el día. Lo peor es que pretendía que todo lo que nos enseñaba y que además era mucho, lo aprenderíamos bien y rápido. Ella sabía mucho porque era inteligente y dedicada pues no tenía otra cosa que hacer más que leer y estudiar. Era muy impositiva, nos imponía tareas que para cumplirlas debíamos dedicarle mucho tiempo, que se nos restaba en nuestros juegos y diversiones. Además era chismosa, todo lo que hacíamos de travesuras se lo contaba a la directora y aun se atrevía a comentarlo con nuestros padres. Tampoco nos permitía jugar dentro del salón de clases, decía que para eso estaba el recreo, pero solo nos concedía como veinte minutos a lo máximo y quería que jugásemos sin golpear a los compañeros, que no jalásemos el pelo a las niñas y que no nos burlásemos de ellas. Que no ensuciáramos nuestra ropa y que no escandalizáramos; además que nos formásemos de inmediato al escuchar la campana que ponía fin a nuestro descanso. Nunca nos dio el gusto de faltar un día a su labor, pensaba que como ella, nosotros queríamos estar siempre en la escuela. Muy seguido nos asustaba con que si no estudiábamos, nos iba a reprobar Nunca nos pegó, pero siempre nos tenía amenazados con una regla o con una vara con las que preteztaba que señalaba en el pizarrón lo que quería que atendiéramos. También era metiche y curiosa, pues nos revisaba la cabeza, los ojos, los oídos, las uñas, los dientes, los zapatos. Siempre nos estaba vigilando, que no molestáramos a nuestros compañeros, que no les robáramos o escondiéramos sus útiles y que no los distrajéramos. Que no silbásemos dentro del salón y muchos menos que peleáramos. En cambio nos hacía cantar el Himno Nacional y unas canciones insulzas que quien sabe en donde aprendió. Pasó el tiempo, terminó mi niñez, fui joven y adulta y terminé siendo profesora, pensé que la mejor manera de llegar a ser una verdadera maestra era imitar al que califiqué como "maestra mala", pues reconocí que por el contrario ella si era una verdadera maestra y acepté con pena que yo solo era una humilde profesora, no como una gran maestra como la que tuve y que ahora reconozco y admiro.