Revista fedeErratas # 7

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Pasión, devoción y un horario estelar

Por Luis Enrique Almonacid

3 Homenaje a mi “gente bien”

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Por Edwin Camacho

Test ¿Eres un emergente? Por fedeErratas

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“Los muros de la infamia” Ciudadanía, emociones y ley

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Por Gabriel Arjona

La fábrica de estrellas

Por Juan Camilo Maldonado

14 Quédate en América. América es buena.

Por Ben Alexandrovich Guez

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Diatriba (no amorosa) de un hombre sentado. 20 Por Sergio Roncallo

¡Aché pa’ ti!

Por Marcela Riomalo

Frente al poeta.Conversación con Darío Jaramillo Agudelo 28

Para preguntas que no necesitan para respuestas

Por Melissa Serrato.

Por Juliana Vergara

De pájaros a paramilitares. Tierra y poder en el Sumapaz Por Lucía Murcia

Director

Óscar Moreno Martínez

Editora General

septiembre 2007- febrero 2008 No. 7

fedeErratas es una publicación producida por estudiantes de la Pontificia Universidad Javeriana.

Contraportada

Comité Editorial

Agradecimientos

Óscar Moreno Martínez

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Portada

“Calle de la Habana” Benjamin A. guez

Ilustración y Diagramación

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“Thing-Better-Fly” Mauricio Carvajal

Verónica Murcia Gómez Ailín Martínez Edwin Camacho Luis Almonacid Verónica Murcia Óscar Moreno

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Carmen Sánchez Néstor Vanegas Richard Tamayo

Impresión

Javegraf. 3000 ejemplares

Apoya

Vicerrectoría del Medio Universitario Facultad de Comunicación y Lenguaje

Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Comunicación y Lenguaje Ed. José Rafael Arboleda (Ed. 67) Trans 4 No 42-00 Piso 6 Tel 3208320 Ext 4595 fedeerratas@javeriana.edu.co comiteeditorial@gmail.com

ISSN 1794 - 9874


análisis

Pasión, devoción e

Por: Luis Enrique Almonacid Estudiante de Comunicación Social.

y un horario estelar

Para algunos, el padre Chucho es un santo, digno de una pronta canonización en vida; para otros, no es más que un ‘Jota Mario’ que canta villancicos ¿Cómo analizar este fenómeno mediático sin caer en la obvia crítica ni en la fervorosa alabanza? Mi abuela se regocijó cuando los rayos del televisor proyectaron la bendición para ese día, muy temprano en la mañana, a eso de las seis. Su ídolo le hablaba a los ojos, con una sonrisita escondida que le inspiraba confianza. “La otra semana se va para México”, me dijo. Éramos dos compartiendo sus santas confidencias y recibiendo sus tele-bendiciones. Lo que yo no entendí fue ese impacto a escala devocional que el padre ‘Chucho’ ejercía en la forma de pensar y en las creencias de mi abuela. Ella ya me había explicado sobre él y sobre todo lo que hacía en televisión. La leyen-

da que en su vida cobraba el padre Jesús Hernán Orjuela adquiría propiedades de cercanía y de vivencia religiosa. Al verlo, pensé en la figura amada del padre de barrio, el confidente, el amigo de todos llevado a la pantalla chica.

¡Él es un santo!

Enmarcada en un panorama tan fervoroso y televisivo surge la pregunta: ¿quién es el padre ‘Chucho’? “¡Él es un santo!”, mi abuela no dudó en declararme la importancia que tenía el personaje para ella. Recordó de inmediato la alegría y el gozo cuando cada

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mañana, como miles de personas, ella presencia las llamadas y testimonios de voces que claman por un milagro o una salvación. “Yo no soy el que hace los milagros. Es nuestro señor Dios, por medio de mi persona” dice ‘Chucho’. De este modo, hay una voz (y un oído) que responde al clamor de un país devoto que busca sanación, consolación, aliento y esperanza. Momentos como éste son característicos del “fenómeno ‘Chucho’”. Un fenómeno que ha cultivado una forma de producir fe desde la televisión, aportando su cuota innovadora en el medio desde hace algún tiempo, cuando lo conocimos compartiendo escenario con Mabel Kremer en Los ojos de mi calle; ahora, dos de los cuatro programas estelares de RCN en la mañana (Cura para el alma y el talk show Cura para el alma foros) son dirigidos por él. Esta conquista hacia la cima de los espacios matutinos empezó con su salto a la pantalla chica hace algunos años, cuando trabajó para CM& con Los ojos de mi calle (2004), programa pionero en su carrera como ídolo matutino; actualmente lo encontramos en RCN dirigiendo un ‘talk show’, un espacio en vivo y la misa dominical; antes centraba sus esfuerzos en la parroquia María Reina del Carmelo, ubicada en la localidad de Kennedy. Su carrera profesional se resume en un título en Filosofía y Ciencias Religiosas del Seminario Mayor San José de Bogotá (1993), y en una licenciatura en Teología en la Pontificia Universidad Javeriana (1999).

Una voz, un mensaje y un discurso mañanero

El silencio incómodo dio paso a un testimonio especialmente triste: una mujer que padecía leucemia terminal deseaba contar con los servicios religiosos del padre Jesús para el bautizo de su hijo ¿Qué podría estar pensando la teleaudiencia? “Pobre mujer”, se lamentó mi abuela Carmelita. Con el final del relato, ‘Chucho’ ordenó a su equipo de producción tener la llamada en espera hasta el final del programa. Regocijo y dádivas era todo lo que se podía escuchar a través del teléfono, y el padre, guitarra en mano, se alegró e improvisó María la Guadalupana. Mi abuela se persignó. Mi abuela Carmen, en su comunión entre religión y experiencias mediáticas (el milagro vía telefónica, la oración por la persona enferma) pudo encontrar otro espacio para alimentar su fe y su espiritualidad: un espacio propicio para vivir su credo desde los medios, es decir, se hizo a la idea de salvarse siguiendo el sendero del showbusiness. Cerca de las 10:30 de la mañana reaparece el padre ‘Chucho’ para dirigir un talk show con enfoque y estilo particulares: Cura para el alma foros. Se trata de un programa diferente a la figura peruanizada del talk show clásico que se nos viene a la mente (festival de actores, historias trilladas, blasfemias, y sillas voladoras, al mejor estilo de

Laura en América). Para ver Cura para el alma foros hay que estar despojado de cualquier prejuicio, porque la función del programa, a primera vista, no es precisamente entretener con burdos conflictos, pues se trata de casos reales con soluciones reales que dan ‘Chucho’ y su equipo: Cusi Morales, la sicóloga encargada, y Marta Rita Gómez, la asesora en derecho de familia. Pero para poder entrar a ver este programa debemos pensarlo como un formato de buena producción, como ese rinconcito al mejor estilo de un confesionario que provee consuelo, perdón y una luz desde Dios. El programa alcanza un sentimiento uno- a -uno con el pecador, que desde la ciencia y la ley encuentra soluciones, pero que sólo desde la religión encuentra el perdón y la tranquilidad que tanto necesita. En el capítulo de hoy, una mamá arrepentida quiere dejar de maltratar a su hija. Después de los testimonios dramatizados de las implicadas, interrumpidos por una tanda generosa de comerciales, el consejero ‘Chucho’ entra a mediar muy a su estilo, preguntando y reprochando. Cusi y Marta Rita hacen lo propio, pero a leguas se ve que el asunto no es por ese lado. Mayra, la pequeña víctima, presume ante las cámaras su pinta emo1. “¿Tú sabes el origen de esa moda?” pregunta el padre abordando a la mamá de la niña. Acto seguido, se lanza contra esta “cultura de la muerte”, acentuando la total ignorancia y permisividad de la mamá que, en últimas, lleva todas las de perder. Se ve más angustiada que al comienzo. El valor pedagógico de espacios como éste, en los que la moral tradicional del catolicismo choca contra nuevas las percepciones de mundo, puede ser visto como una estrategia para ganar audiencias cercanas a la familia y a su vivir cotidiano. La mañana en RCN está creciendo en este enfoque de `buena amiga’ y ‘asesora’. Muy buenos días, para citar un ejemplo, es un espacio plagado de truquitos de cocina, consejos para la buena vibra, soluciones a en-

La telefé representa el creciente vacío en las bancas de la iglesia, inversamente proporcional al aumento de los devotos de sofá...

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tresijos legales y más. Y es una identidad de canal, poco a poco, definida. En contraste, Caracol prefiere el programa light de variedades en vivo (bailes, juegos, rifas, chismes), las inmortales series norteamericanas de los 70’s y Los Simpsons.

Telefé

Y es que en el país del Sagrado Corazón siempre será importante tener cerca a Dios. Sabemos que la presencia de formatos religiosos en la televisión colombiana no es nueva, ni mucho menos escasa: es preciso recordar la Santa Misa transmitida en vivo los domingos; al padre Rafael García Herreros y su minuto de Dios (el programa con más años al aire en la historia); entre otros. Dentro del boom de la religión como elemento mediá-


tico, vale la pena analizar para dónde se dirigen las creencias populares y los ritos de este nuevo tipo de fe, especialmente en Colombia, en donde, según el Almanaque mundial 2007, un 95% de su población se profesa católica. No se puede dejar de pensar en las diversas visiones que tienen los fieles de la fe (cristianos, católicos, protestantes, mormones, etc.) para entender la salvación. El camino de la telefé, que por tener una cantidad de adeptos en crecimiento, no puede ser apropiado para la vida eterna, pues, en palabras del académico Germán Rey, “despoja el ritual de su elemento más denso y lo acerca a su elemento más frívolo: el espectáculo”. La telefé encarna la paradoja de la fe moderna y sus adeptos, representada en el creciente vacío en las bancas de las iglesias, inversamente proporcional al aumento de los devotos de sofá (con un escapulario en una mano, y el control en la otra); las misas latinas con oficiante de espaldas son cosa del pasado; ‘Pay per view’ y sanaciones vía satélite son los milagros que nos depara el tercer milenio. Personajes como el padre Jesús Orjuela o el padre costeño Alberto José Linero en Caracol, y formatos como los teledevocionales brasileros, son versiones bastante criollas de una fuerte influencia que se ha venido gestando desde los ‘preachers’ sureños y el ‘Club 700’, en los Estados Unidos. Tales formatos pueden definirse dentro de la paradoja de la fe televisiva: una tendencia que comenzó con la intención de ampliar el alcance del mensaje bíblico a quienes no podían acudir a las iglesias, se convirtió en el esfuerzo central del mensaje, entendido como una estrategia de salvación dotada con una estética más fresca y atractiva, directa al meollo del asunto. Cuando la telefé llega así a los hogares, nuestros hogares, la propuesta del ritual mediatizado intenta modificar la lógica establecida del ritual tradicional (la misa dominical en el templo, ya no es en el templo), replanteando la relación creyente-religión. Los discursos televisivos, desde lo comercial, trabajan en función de comunicar el sentido light de sus propuestas (como en la franja matutina de Caracol), teniendo en cuenta audiencias determinantes y el impacto de la competencia (el caso de las amas de casa aprendiendo truquitos de cocina y demás en RCN, también por las mañanas). ‘Chucho’ funciona como un contenido superestelar, más que como un padre, pues su mensaje desde los programas que dirige funciona desde la propuesta de la lógica comercial. Lo inquietante es encontrar feligresía que responde al llamado de la misma forma: ya no se ora, por ejemplo, en la intimidad del templo o de la habitación, sino que se hace una llamada al aire, pidiendo ayuda en vivo a todo el país. La misa es la convocatoria máxima para seguir al personaje que interactúa dentro y fuera de las pantallas y que es la voz de Dios y de la nueva fe. Doña Carmelita me llamó pidiéndome que la acompañe a misa el próximo domingo, “a ver si el padre ‘Chucho’ me hace el milagrito esta vez”. Ya tengo el VHS listo para ese día, por si no nos dejan entrar. e

1 Género musical nacido a finales de los años 80. Del género musical se deriva una cultura urbana importante y muy popular hoy en día.


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homenaje a mi ‘gente bien’ e

Los argentinos somos derechos y humanos Popular leyenda de una calcomanía de automóvil en la la dictadura argentina (1976-1983).

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Este es mi homenaje a esos personajes ignorados, a esos sujetos que en el paroxismo de su narcisismo no dudan en llamarse a sí mismos ‘gente bien’, o ‘gente de bien’, o ‘gente PARA-bien’, o ‘fuerzas vivas de la nación’, o ‘reserva moral de la patria’, como se autodenominan los permeados por el ideal expresivo ‘greco-quimbaya’ que encuentra su más alto exponente en Fernando Londoño Hoyos. A ellos, a los que saturan los foros de Eltiempo.com y Semana.com, dueños de una infinita y patriótica paciencia para esperar en la línea horas enteras por los dos segundos de gloria para decir al aire en La W el ya clásico “julito no me cuelgue”, seguido del preciso y entusiasta “adelante Presidente”. A ellos, que ante cada crimen no dudan en exclamar “los buenos somos más”. A los que compran la ropa de

Por: Edwin Camacho Politólogo. PUJ

“Colombia es pasión” y lo hacen convencidos de que “el colombiano es apasionado”. A los que viajan fuera del país con carriel y sombrero vueltiao por aquello de “darle importancia a lo nuestro”. A los que admiran a Juanes porque “hace quedar bien al país” y son capaces de cantar alguna de sus canciones con los ojos cerrados. A ellos este homenaje de un ‘colombiano mal’ que gracias al desempleo (porque eso sí, Colombia es un país hermoso donde la ‘gente bien’ siempre tiene trabajo) tuvo tiempo de seguirlos, como Baudelaire (un parisino ‘gente mal’) y encontrarlos tan dignos de encomio que este pequeño homenaje es apenas la introducción de un trabajo que poetas, cantantes (ya confirmaron su futura colaboración Juanes y todos los grupos de ‘tropipop’) y científicos sociales están llamados a completar.


La ‘gente bien’ piensa que la guerra contra el terrorismo es de todos los colombianos, pero “hay gente que nace para mandar (nosotros) y otros para pelear (los hijos de los otros)” (Piensen por un momento: el presidente más guerrerista de la historia no fue al Ejército ni mandó a sus hijos, que sólo desfilan por las revistas de farándula)

La ‘gente bien’ está informada, pero en diez años dirá “éramos uribistas pero no sabíamos lo que pasaba” (al mejor estilo de la clase media alemana de la posguerra) La ‘gente PARAbien’ se escandalizó con el Proceso 8000, pero “ese cuentito de la parapolítica es de envidiosos y guerrilleros vestidos de civil que no dejan trabajar a nuestro Presidente”

La ‘gente bien’ es cristiana y antiabortista, pero “esta vagabundería se soluciona el día que haya pena de muerte” La ‘gente bien’ no soportaría a un primo de ‘Tirofijo’ en el Ministerio de Agricultura, pero “José Obdulio no tiene la culpa de ser primo de Pablo Escobar, él sí es un gran intelectual” La ‘gente PARAbien’ odia el narcotráfico, pero “mucho tigre para los negocios mi vecino que se hizo rico en dos meses” La ‘gente PARAbien’ rechaza la violencia, pero “esos muertos de la masacre eran porque en algo andaban” La ‘gente PARAbien’ está en contra de los grupos armados, pero “mucho berraco Carlos Castaño para defender a la patria del terrorismo”

La ‘gente bien’ es demócrata-republicana y celebra el 20 de julio, pero “que viva su Majestad por haber mandado a callar al indio de Chávez”

opinión

La ‘gente bien’ no es racista, pero “me mato si la niña se casa con un negro”

La ‘gente bien’ es tolerante con los homosexuales, pero “tenaz si un hijo me sale así”

La ‘gente bien’ apoya la mano dura, pero “ni en sueños el niño va al Ejercito. Eso mejor le compramos la libreta o hablamos con el General amigo a ver si nos lo mandan al Sinaí” La ‘gente bien’ es tiernísima para comprar artesanías indígenas, pero “qué le pasa a este indio igualado” La ‘gente bien’ sabe de política, pero “sólo lee Semana por los profundos análisis de Rafael Nieto Loaiza y María Isabel Rueda”

La ‘gente PARAbien’ es respetuosa de los Derechos Humanos, pero “ese cuentito de respetarlos es un invento del terrorismo que se disfraza de campesinos”

La ‘gente bien’ es agradecida con los homenajes, pero “desgraciado ese tal Edwin Camacho, debe ser un guerrillero vestido de civil, o un nieto oculto de ‘Tirofijo’, ¡antipatriota!, debe ser un seudónimo de Gustavo Petro que ataca a nuestra patria de bellos ríos y diversos climas. Que se vaya entonces a vivir a Venezuela o a Cuba, que allá a los vagos sí les regalan todo. Que más bien busque trabajo el granuja ese, pero con esos artículos quién le va dar trabajo; pobre la mamá, criar a semejante delincuente en potencia, si fuera hijo mío le hubiera dado correa que eso fue lo que le faltó, o tal vez lo hubiera mandado a prestar servicio militar para que aprenda a respetar a nuestras sagradas Fuerzas Armadas y a nuestro Presidente. Que aprenda de Jerónimo y Tomas, que ellos sí crean empresa, tan lindas las mochilas que venden; en vez de estar critique y critique, y ofendiendo a la ‘gente de bien’, que somos más. e

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Por Gabriel Arjona Politólogo y estudiante de la maestría en Filosofía, PUJ.

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Fotos Ignacio Prieto*.

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Una tutela, instaurada por un condenado por violación a menores, que consideraba que los “muros de la infamia” ponían en riesgo a su familia e infringían sus derechos a la intimidad y al buen trato, terminó por tumbar este proyecto que ya había sido aprobado por el Concejo de Bogotá.

Andrea era una niña de 4 años. Era, porque La asesinaron después de que su padrastro la maltrató y la violó junto a otros “hombres” […] Les pregunto a los lectores si la sola descripción del drama de Andrea no es suficiente ilustración para soportar legal y socialmente los Muros de la Infamia y la Prisión Perpetua como castigo para los criminales […] ¿No les parece que la sola discusión y las dudas sobre lo que el sentido común indica hacer, son el reflejo de una sociedad incoherente y con graves problemas morales y éticos?”(1) Estos son algunos de los argumentos empleados por la concejal de Bogotá Gilma Jiménez para explicar por qué fue ponente del Acuerdo 280 de 2007, que instituyó

intrínseca de todo saber humano y de la necesidad concomitante de los demás para aprender, refinar la mirada y, en últimas, contribuir en la creación de un mundo más humano, libre e incluyente. Es importante señalar, en primer lugar, que la relación entre emociones y ley presenta un panorama bastante complejo. Algunas posturas desestiman el rol que juegan las emociones, sosteniendo que el derecho es un asunto de razón, y que ésta es la única capaz de garantizar justicia y neutralidad. Las emociones, en esta perspectiva, son irracionales, pues no nos permiten “ver con claridad” una situación, pueden ser símbolo de debilidad y decisiones erradas. Otro tipo de posturas, entre las que se encuentra

dichos muros, en los cuales se exhiben públicamente las fotos de quienes han sido condenados por abuso sexual contra menores de edad. Jiménez también considera que los muros son un homenaje a los niños víctima, una muestra de rechazo a la indiferencia ante estos crímenes, una estrategia de disuasión y un mecanismo de reparación. ¿Cómo es posible si quiera pensar en discrepar con esta postura?, ¿disentir no sería acaso legitimar o incluso ser cómplice del horror de las violaciones, o carecer de todo sentido moral y ético? No es sencillo tratar estos temas en un país en el que los asuntos de la esfera pública suelen leerse desde posturas maniqueas en las que, como en muchas películas de acción, se cree saber de antemano quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Pero la vigencia social de un imaginario no invalida el ejercicio público de la razón ni la responsabilidad ética y política de señalar lo que se cree más razonable, siendo conscientes, eso sí, de la falibilidad

la de Jiménez, y que son aquí el tema de análisis, entrañan una aceptación (implícita o explícita) del vínculo entre emociones y ley pero, como veremos a continuación, no hay una sola forma de entender esta relación. El tipo de argumentos esgrimidos por la Concejal para apoyar los muros de la infamia apelan a cierto sentido radical de desaprobación por las violaciones, que llega a la repugnancia contra los agresores (bastaría reconstruir imaginativamente la escena de la violación) y que legitima, dada la aberración de la falta cometida, castigos vergonzosos como los mencionados muros (como mínimo dos por cada localidad, según el Art. 2 del Acuerdo 280 de 2007) y todo tipo de escarnio público en los medios de comunicación (Art. 5 del Acuerdo 280). Este tipo de sanciones no son exclusivos de Colombia; en Estados Unidos, por ejemplo, son usuales penalidades como usar camisas con la leyenda “ladrón en libertad condicional” o pegar calcomanías en los carros que dicen “condenado por conducir

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murió.

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La respuesta a los crímenes es reconocer nuestra común humanidad y no darle la espalda...

nen problemas mentales, pero lo cierto es que cada caso es diferente y para los enfermos mentales “lo que debe hacer el Estado es tomar otras medidas, como darle asistencia psiquiátrica y trasladarlo a un sitio especial para su tratamiento”. Además de estos argumentos, enfocados tanto en el agresor como en la víctima, el presente artículo se pregunta por el ciudadano colombiano, ¿qué valores y sentimientos deben guiar nuestros juicios y actuaciones en la vida pública? La repugnancia y la vergüenza no son los mejores candidatos para conformar la psicología política de una sociedad que se precie de ser democrática, defender las libertades individuales y garantizar los derechos humanos. Para Martha Nussbaum no existe, como se suele creer, un abismo entre razón y emoción, pues no cree que las emociones deban ser extirpadas para lograr una supuesta invulnerabilidad y autosuficiencia. Lo que se requiere es una educación y refinamiento de las emociones, ya que algunas de ellas son positivas para una sociedad liberal, mientras que otras, pese a ser potencialmente positivas, entrañan riesgos. Así, por ejemplo, la compasión es una emoción esencial en tanto nos lleva a preocuparnos por los otros, nos facilita reconocer una fragilidad común en los hombres y nos permite entender que la realización de otros es importante para mi florecimiento personal. Por otra parte, emociones como la repugnancia y la vergüenza contienen falsas ideas de renuncia a nuestra animalidad y búsqueda de pureza e inmortalidad. La repugnancia, de acuerdo a Nussbaum, “encarna ideas mágicas de contaminación y aspiraciones imposibles de pureza, inmortalidad y no animalidad que simplemente no se condicen con la vida humana tal como la conocemos”. Es cierto que estas emociones pueden jugar un rol importante en ciertos asuntos de la vida cotidiana, pero son muy problemáticas para servir de sustento a las leyes, dado que la repugnancia tiende a favorecer el establecimiento de jerarquías sociales, un nosotros-ellos profundamente excluyente; mientras La concejal Gilma Jiménez, el día del lanzamiento de su propuesta. que la vergüenza viola la intuición li-

bajo la influencia del alcohol”. Los principales argumentos contra los muros de la infamia que han sido presentados en los medios de comunicación, y que han sido expuestos por Florance Thomas, señalan que, primero, éstos son una forma de revictimizar a las víctimas, pues quedarían también sometidas a la mirada inquisidora de sus vecinos y conocidos, y segundo, en el marco de un Estado Social de Derecho no es posible pretender reparar un derecho violando otro, y así no nos guste para nada el criminal también es una persona que tiene derechos. En una postura muy cercana a la de Thomas, Juan Manuel Charry indica la inconstitucionalidad de la medida, pues los muros suponen una segunda sanción a la condena penal (por un mismo delito no puede haber doble condena), y “puede llevar a que una persona que vea la foto pueda llenarse de ira y atentar incluso contra la integridad física del que aparece identificado en el muro”. Al mismo tiempo, señala que no está garantizado ni es claro que los muros contribuyan a la resocialización del agresor. Si se dice, como algunos piensan, que los violadores no modifican nunca su conducta (como Garavito), se está incluyendo en un mismo grupo a todo tipo de criminales, desde los que lo han hecho una sola vez hasta los que tie-

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Así eran los muros de la infamia que alcanzaron a estar en varias partes de la capital antes de que la Corte Suprema de Justicia los “tumbara”.

beral de igual respeto por la dignidad de las personas. Negar la pretensión de validez de castigos como los muros de la infamia no significa estar de acuerdo con crímenes tan horrendos como las violaciones, ni adoptar una posición cínica con respecto a las víctimas (algunos creerán que los que así pensamos es porque ni nosotros ni un familiar cercano hemos sido víctimas de un violador), ni sostener que no deban existir castigos para quienes transgreden la ley. Implica reconocer, como lo hace Nussbaum siguiendo a Séneca, que el mundo en el que crecen y se desarrollan los hombres es un lugar lleno de injusticias y acciones reprobables, muchas de las cuales son generadas por fuertes presiones sociales desde la más temprana niñez: maltratos físicos y psicológicos por parte de los padres; la enseñanza a través de los medios y los círculos de socialización de un esquema de valores centrado en el excesivo amor al dinero, en la búsqueda desenfrenada de sexo; precarias oportunidades reales de estudiar, tener acceso a un sistema de salud y trabajar en condiciones legales, estables y dignas, etc. En este contexto es posible entender cada vida (en este caso se podría agregar de cada criminal) como una compleja narrativa de esfuerzo humano en un mundo lleno de obstáculos. De esta forma se hace patente la naturaleza frágil del bien y la naturaleza contingente, vulnerable y necesitada del hombre. De este modo, la única respuesta posible a los crímenes no es el escarnio y la justicia entendida como ven-

ganza, del mismo modo que la única respuesta al conflicto armado interno no es el aumento del presupuesto militar y la intensificación de los bombardeos en la selva. Precisamos como ciudadanos, siguiendo a Nussbaum, de una imaginación narrativa que nos permita ser sensibles a las contingencias del mundo humano, a las dificultades vitales de cada ser humano (así sea criminal, guerrillero, paramilitar, etc.). La respuesta a los crímenes es reconocer nuestra común humanidad y no darle la espalda, y cultivar las emociones y edificar las instituciones que contribuyan en la defensa de nuestra vulnerabilidad. Al cultivar estos valores como sociedad y juzgar cada caso con la sensibilidad particular que corresponde, podemos interrogarnos de una mejor forma sobre el castigo, que si bien es un aspecto necesario no es el único que hay que tener en cuenta a la hora de hablar de justicia o de pensar en un escenario de posconflicto y negociación política del conflicto. Este sucinto análisis de la relación entre emociones, ciudadanía y ley, debe servir para propiciar la apertura de un ámbito de discusión ciudadana, que a menudo es soslayado por un pensamiento que concibe al Estado como circunscrito a sus funciones punitivas y a la democracia como restringida al periódico ritual de las elecciones. e

(1) Jiménez, Gilma. “Muros de la Infamia ¿Por qué? y ¿Para qué?”. Disponible en: www.semana.com. Diciembre 5 de 2007. *Fotografías de Ignacio Prieto. Cortesía del archivo fotográfico de la oficina de prensa de la Alcaldía Mayor de Bogotá.

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viajeros

La fábrica de estrellas e

Por Juan Camilo Maldonado. Comunicador y estudiante de Ciencias Políticas, PUJ. Fotos Óscar Moreno M.

Los niños de un lejano municipio caqueteño recrean su vida a través del lenguaje del cine. Alirio González es el comunicador que acompaña a este parche de creadores. Cuando Alirio González camina por las calles de Belén de los Andaquíes (Caquetá), los niños lo persiguen como si fuera el líder de un parche de barrio que va rumbo a su guarida, una pequeña casa amarilla en la última cuadra del pueblo, construida a pocos metros de las faldas verdosas del macizo colombiano. Allí funciona, desde hace dos años, la Escuela Audiovisual Infantil de Belén de los Andaquíes. Alirio es su gestor. Un niño de 40 años, de movimientos nerviosos, que habla siempre acelerado, como si sus pensamientos no tuvieran paciencia con sus palabras. “¡Vamos chinos, vamos a la escuela y luego al río!”, los exhorta. Y los niños salen de

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las esquinas y los solares, brincando acelerados. Algunos ya le han cogido ventaja. Antes del llamado ya hay varios trabajando en un diminuto cuarto que les sirve de estudio de edición. Jeison Capera, de siete años, lleva tiempo sentado en uno de los dos trajinados computadores instalados en la Escuela. El cuarto está atestado de películas y libros, y una ventana en el costado sin vidrio le da la luz necesaria para trabajar. A Jeison le dicen Chilca, de cariño, y aunque aún no sabe leer, edita concentrado la imagen de un billete que camina en la pantalla, gracias a un programa de animación, Flash Player, que maneja con destreza.


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La historia que edita Chilca es una de las más de 50 películas de dos minutos que estos niños han aprendido a producir gracias al acompañamiento e inventiva de González. Historias cotidianas que hablan de sus padres y amigos, de la escuela y del trabajo, y que Alirio ayuda a estructurar para luego montar animaciones en computador que mezclan fotografías, dibujos, narración y música. “La regla de oro de la Escuela Audiovisual es que no hay cámara sin historia”, explica Alirio. A su lado, Nini Johana Ledesma, quien no supera los doce años, se desenvuelve con pericia alistando el minidisc, el micrófono y los audífonos que va a utilizar en unas horas para entrevistar a un habitante del pueblo que ha tenido la idea de montar un banco de herramientas para los horticultores del lugar. “Es un encargo, como un video institucional”, aclara Alirio. Además de realizar sus películas por pura “recocha”, como repiten, los niños han encontrado la forma de aprovechar lo aprendido para venderles productos a sus vecinos, entre fotos y videos que les encargan. Pero lo más importante son las narraciones de los niños. Chilca trabaja en la historia del papá de una de sus compañeras. Su madre los dejó y “se fue con otro”. En la pantalla del computador, Chilca edita una animación, con muñecos que representan a la familia de su compañera. Hoy, la madre les envía dinero, que Chilca decidió representar con billetes que marchan y vuelan.

La vida a pesar de todo

Las noches de los sábados, son noche de estreno. Esta vez el turno es para Daleiber, El Gordo. La premier es en su casa, donde sus papás y los niños se preparan para ver proyectada en la pared su nueva producción: Las pistolas del gordo.

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“Alirio siempre nos dice que las pistolas están prohibidas en la Escuela, que a uno siempre le va mal cuando anda con gente armada”, cuenta El Gordo. Pero por fuera las pistolas de juguete están de moda, y Daleiber se compró una. Entre juegos y disparos de balines, el Gordo hirió a un amigo. “Alirio me dijo que hiciera una película y entonces nos inventamos una canción, el Corrido del Gordo. Con ella contamos la historia de las pistolas”, cuenta Daleiber. Alirio tiene muy presente el impacto cultural que ha tenido en ellos el narcotráfico: “Les ha heredado la imagen de la opulencia como mecanismo para alcanzar el éxito. Mucha gente acá vive de eso, es lo que hacen para traer comida a la casa”. Esta realidad aparece en sus historias, pero sin la mediación del mundo adulto. La película Los Raspachines, por ejemplo, realizada por los tres hermanos Capera, recrea un día en el que tres raspadores de coca recogen la hoja como parte de su rutina cotidiana. “Es su diario vivir –dice González–, no lo ven como algo malo”. Para Alirio es importante que sean los niños quienes propongan no sólo el argumento de los cortos, sino la manera como éstos se cuentan. Ellos deciden a qué apuntarle, qué marco darles a las fotos, qué textos van en los libretos, quiénes son los personajes de sus historias y la mejor manera de dibujar las ilustraciones que alternan con las fotografías. Y así, en medio de una zona donde los relatos de la guerra y la droga son la norma, Alirio los deja contar lo que ellos quieran, con la paradoja de que el conflicto nunca es el protagonista de su narrativa. “Ellos no están escondiendo su realidad, pero tampoco están contando un mundo de guerra. Sus formas de contar nos enseñan a no quedarnos dando vueltas en la guerra. Hay guerra, pero la


vida sigue”, escribió González recientemente en el libro Ya no es posible el silencio, editado por la organización alemana Friedrich Ebert Stiftung.

Territorio Andaquí

Al lado de Belén hay una modesta colina. En su cima, junto a un santuario construido para la Virgen de Las Lajas, un montón de “construcciones ecológicas”, como llama Alirio a los búnkeres del Ejército, resguardan este punto estratégico. “Este es mi pueblo”, explica Alirio, mientras observa la llanura sin fondo que une al Caquetá con el Putumayo, “seis mil personas rodeadas por sólo tres fincas”. Durante once años, Alirio ha sido promotor de Radio Andaquí, una exitosa iniciativa de comunicación ciudadana, ubicada a las afueras del pueblo, desde donde niños y adultos voluntarios en Belén hacen sus propios programas. El proyecto, que tiene como eslogan “El territorio Andaquí”, ha fortalecido muchos vínculos sociales del municipio y es hoy fuente de orgullo y cohesión social. “Antes la gente vivía achantada, les daba pena decir que eran de Belén, gracias a la emisora la gente está contenta, nos llaman los Argentinos del Caquetá”, cuenta Mariana García, de 23 años, directora de la emisora.

Cuando se le pregunta a Alirio por el efecto que ha tenido el proyecto en la comunidad, tiende a responder exaltado: “La mejor arma contra la guerra es la esperanza”. Por eso anima a los niños para que ahorren parte de lo que ganan en la Escuela haciendo fotografías de documentos o vendiendo videoclips a organizaciones como la Unesco. Nini Johana, por ejemplo, está ahorrando para la universidad. “Yo quiero con esto estudiar Derecho –dice con seriedad la niña– y luego combinarlo con periodismo”. Ya tienen varios pedidos, cosa que no sorprende, por el hipnótico carácter de su propuesta. Son historias sencillas que Alirio aprendió a narrar escuchando a los niños y viendo obsesivamente las películas de Tim Burton y Hayao Miyasaki (El viaje de Chihiro). Historias que quiere convertir en series de televisión e incluso en una película realizada cuando crezcan los niños. No resulta difícil imaginarlo cuando se les ve trabajar en su modesto estudio. Alirio ha logrado con ellos lo que muchas escuelas públicas ni siquiera imaginan. Y, como el personaje de su película favorita, del italiano Giuseppe Tornatore, se ha convertido en un auténtico Fabricante de Estrellas. e

*Este artículo fue publicado en el periódico El Espectador.

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artefacto

Diatriba (no amorosa) de un hombre sentado e

Por Sergio Roncallo Dow Estudiante doctorado en Filosofía, PUJ No hace mucho recordé unas palabras de mi abuela: “Lo que no sirve que no estorbe”. Sé que no eran una creación original suya, pero para efectos de este escrito debemos asumir que sí. Las recordé y, a la vez, vi una profunda incongruencia lógica dentro de la estructura misma de la afirmación, no porque allí pudieren encontrar problemas semánticos o sintácticos (como oración está perfectamente construida) sino porque se trata de una máxima que no somos capaces de seguir. Las palabras de mi abuela vinieron a mi cabeza precisamente al iniciar la Semana Mayor, época de recogimiento y reflexión, en particular aquel día que decidí asear mi estudio. Un sinfín de exámenes con fecha del 2005 y una profusa cantidad de tres con y cinco y dos con ocho salieron a la luz. Yacían en mi casa hace poco más de tres años. ¿Para qué?, ¿por qué los conservé? Comprendí, entonces, que ese instinto de conservación no es algo consciente, que estamos acostumbrados a guardar, a atesorar y a hacer parte de nuestras vidas un sinfín de objetos y artilugios que poco o nada hacen en nosotros. Intimidado por la profusión de papeles inútiles y por alguna resaca propia de los inicios de cualquier periodo vacacional, decidí hacer un inventario de las cosas más inútiles que pueblan mi vida. He de confesar que la lista fue bastante larga, de hecho, aún hoy trato de hacer un balance más fino y una enumeración de mis inutilidades sería aquí poco provechosa; sin embargo, logré llegar a un punto clave: logré entrever la máxima inutilidad de vida, el objeto del que debía deshacerme, el artilugio a prescindir, el objeto que no era un objeto, por demás: facebook. Durante algunos meses concurrí varias veces al día a esta red social. Debo admitir que en un principio fue divertido encontrar a sujetos de quienes no tenía noticia alguna desde 1984. Me topé con un grupo lleno de ex alumnos del colegio del que me gradué (sea esta la oportunidad para advertir lo ridículo que resulta decir “mi colegio”). Me divertí viendo los grupos más rebuscados y ridículos del universo; incluso creé uno. Tiempo después, en medio de los papeles inútiles que se apoderaban de mi estudio, tuve que reflexionar sobre estos puntos.

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En primer lugar, poco me interesaba reencontrar a mis compañeros de jardín infantil. Veintitrés años después era difícil reconocerlos en la foto y me di cuenta de que la relación se reestablecía con frases tan fuertes como “¡cuánto tiempo!” o “¡qué bueno verlo!”. La verdad resultaba más el tiempo que se gastaba en aceptar las solicitudes de aquellos viejos “amigos” que lo que realmente hacía esta red social. Allí el no estorbe presente en las palabras de mi abuela hacía eco. El facebook empezaba a estorbar, era inútil, consumía tiempo y era profundamente innecesario. En segundo término, me pregunté por qué me había unido a un grupo del colegio del que me gradué: poco o nada me une hoy por hoy a dicha institución, no conservo los mejores recuerdos de mis años escolares y no soy amigo de ninguno de los miembros de ese grupo. De hecho, veo regularmente o hablo por teléfono con los pocos amigos que conservo del colegio. La inutilidad y la extrema estulticia del facebook eran entonces cada vez más evidentes; sin embargo continué visitando la red durante mucho tiempo, al menos una vez al día. De a poco, debo confesar, empecé a darme cuenta de

puesto a los entornos virtuales, no fui impermeable y yo mismo creé un grupo rebuscado e inútil “Fans de El Lento Rodríguez, el ratón más lento de todo México”, creo que es un deber confesarlo aquí. Así, entre la crema de la galleta, el Kleenex y El Lento, tuve que ver llegar cosas que creía imposibles como los muchos grupos que proponen al insulso Juan Esteban Aristizábal para el premio Nobel de la Paz. Quizá sea mi impura y poco progresista mirada, pero creo que este tipo de cosas son, de entrada, un despropósito; con todo, no critico aquí la libertad de decir lo que se piensa (aunque sea lo del señor Aristizábal, su ridículo concierto y el Nobel), sino lo incómoda que se hacía para mí la existencia en medio de esta red. Podría extenderme en páginas enteras relantando el tiempo que perdí en no aceptar la invitación a múltiples grupos o confirmando mi asistencia a eventos como un eclipse de luna. Podría quedarme aquí por horas enumerando los diversos test que hice o los innumerables regalos de remitentes anónimos que recibí y que me obligaron a instalar mil y un aplicaciones innecesarias, que hicieron de la página de mi perfil poco menos que un pesebre en-

la oscura realidad que yace tras el facebook: el galanteo barato, la seducción ramplona, las aplicaciones cada vez más ridículas y rebuscadas, el control social, el proselitismo político de dos pesos. Sobre el galanteo, tuve que comprender que es algo inevitable dentro de Internet: allí donde puede hacerse una insinuación de corte eróticoamoroso-sexual sin poner la cara, ésta tendrá lugar. Pero aplicaciones como “los amigos más sexy” o “los amigos más inteligentes” no dejaron de asombrarme ¿Cuál es su sentido? Pensará en este punto el lector que quien escribe es un viejo amargado que no es capaz de entender la grandeza de la tecnología, se equivoca. Lo que no logro advertir es la utilidad de lo inútil. Creo que pasará mucho tiempo antes de que alguien logre convencerme de que tiene algo para decirle al mundo un grupo como “los que se comen primero el relleno y luego la galleta”, por mencionar sólo uno. Durante mis días de estancia y recorrido por la red social vi grupos tan ‘interesantes’ como “yo también he cogido el contra flujo del túnel de la Javeriana” o “me encanta sonarme con Kleenex color verde loro” que hicieron que cuestionara mi propia presencia dentro de ese mundillo virtual. Evidentemente, como todo sujeto ex-

gallado. He de reconocer, eso sí, que el facebook hizo que se llenaran los últimos conciertos de la banda en la que toco, eso lo agradezco y hace aún más evidente la incongruencia lógica que hallé en las palabras de mi abuela. Si bien hoy ya no visito el facebook, reconozco que no he desactivado mi cuenta pues sé que en algún momento la usaré de nuevo con fines promocionales. La última vez que entré había mucha gente que solicitaba ser mi amiga a pesar de lo aburrido de mi perfil, aunque ya no estoy allí, no formo parte de esa dinámica, la gente parece no advertirlo y me tienen como un amigo virtual: un amigo que no contesta, que no escribe en sus muros, que no envía ositos o cervezas, que no sugiere todos los días que “tu eres (o no) mi amigo más inteligente”. Al fin de cuentas el problema parece ser más de cantidad que de interacción, más de popularidad que de comunicación. Y allí, a pesar de mis críticas, a pesar de que ha adquirido plena conciencia de su inutilidad sigue estando un perfil mío, con una tímida foto y un fondo desnudo (tanto que hace poco una amiga me reclamó por la pobreza de “mi” facebook), pues, repito, en las palabras de mi abuela hay una incongruencia lógica. Después de todo, el hombre aquí sentado, soy yo. e

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viajeros

¡ACHÉ e

PA’ TI!

Por: Marcela Ríomalo Comunicadora Social. PUJ

I

ncreíblemente, el hombre negro continuó bailando.

Hacía más de tres horas que el sudor le escurría sin tregua desde las sienes, y ahora, dando vueltas sobre sí mismo, empapaba a los demás hombres, que lo miraban absortos. Sus ojos se habían volcado para atrás y escasamente podían adivinarse las pupilas en medio de dos esferas blancas. Sostenía entre los dientes un tabaco rollizo que fumaba sin sacárselo nunca de la boca, ni siquiera para emitir los gritos que salían de su estómago como un balazo. Traía puestos unos tennis blancos y unos jeans que no le iban al calor de agosto, y un montón de collares colgaban de su cuello bamboleándose sin rumbo sobre la piel descubierta. Los tambores se detuvieron y el hombre negro abandonó la sala sin decir una palabra. Se llamaba David y era un santero que había conocido meses atrás cuando subí a su taxi en un callejón de Centro Habana, tratando de escapar de un aguacero que duró toda la noche. Ahora estábamos muy lejos de ahí, en una casa de Regla donde alguien ofrecía un toque de tambor para pagarle una promesa a Yemayá, diosa yoruba del mar y la luna. Había en el salón algo más de veinte personas, cuatro tambores batá y un altar cuya deidad era difícil reconocer entre tantas flores, globos, telas rojas, pedazos de cerdo, cakes, plumas de gallina y demás ofrendas.

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Foto ‘La Habana’ por Benjamin A. Guez


David volvió a aparecer en la sala. Esta vez traía puestos una capa y un sombrero verdes con caracoles pegados por todas partes. Nos saludó uno por uno, chocando suavemente su frente contra la nuestra. “Aché pa’ ti, mi hermano, aché” (suerte pa’ ti, mi hermano, suerte), nos iba bendiciendo. Serían las cinco y media de la tarde cuando todo terminó, y el mismo hombre que hasta hace un momento estaba en trance, poseído -según la creencia- por algún orisha (dios yoruba), volvió a su taxi y a su afán, que por lo pronto era uno: conseguir permiso para viajar a México. La carta de invitación, como se llama el documento con el que muchos cubanos han soñado alguna vez, es en la isla el requisito indispensable para solicitar una visa de cualquier tipo y a cualquier parte del mundo. En él, un extranjero –o algún cubano extranjerizado-, además de exponer las razones por las que quiere invitar al cubano a su país, debe comprometerse a cubrir todos sus gastos -tiquete, estadía, trámites de la visa, etc “No es que los cubanos nos queramos ir de Cuba”, me dijo el santero ya en su terraza, mientras compartíamos un pan con huevo frito. “Lo que sí queremos es viajar, pero después regresar” Es cierto que una de las críticas que se le han hecho al socialismo de Fidel, desde adentro y desde afuera, alega que es inadmisible que a los cubanos no se les permita salir del país, ni siquiera para ir de vacaciones. Pero oyendo a David pensé en la cantidad de gente pobre de América Latina que tampoco puede viajar a ninguna

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parte y no se queja por ello. Días después, Gretel, ingeniera de sistemas del Ministerio de Relaciones Exteriores, intentó explicarme: “La diferencia entre ustedes y nosotros, muchacha, es que a ustedes nunca nadie les ha prohibido irse de viaje”, empezó. “Aquí, en cambio, es algo que ha estado vedado durante muchas generaciones, y por eso se ha convertido en mito”, concluyó. David hacía parte de los que cultivaban ese mito. Llevaba ocho de sus 35 años pidiéndole a Elegguá, el dios abridor de caminos, que le abriera alguno para poder viajar a cualquier parte siquiera por unos días, y finalmente ese año el orisha atendió su súplica: le envió a su casa a una mexicana enferma de cáncer y con tanto dinero, que lo invitó a pasar con ella unos días en el D. F., luego de haberse curado –presuntamente- gracias a sus poderes santeros. Elegguá había abierto el camino, pero David todavía no podía andarlo; nueve meses habían pasado, y la mexicana aún no le enviaba la carta de invitación oficial. El santero no perdía la fe. Otro día me llevó con él a una casa en San Miguel del Padrón donde tres violines tocaban una melodía que reconocí entre los recuerdos de una infancia obligada a ir a misa todos los domingos. “Alabaré, alabaré, alabaré, alabaré, alabaré a mi Señor”, tarareé sin quererlo en mi cabeza. La canción era sin duda ésa, pero el Señor al que alababan en el altar no se parecía ni remotamente al Cristo de mi memoria. Piedras amontonadas unas sobre otras, en una versión demasiado libre de la figura humana, estaban cubiertas por una tela dorada que escasamente dejaba ver lo que, deduje, era la cabeza del cuerpecillo. El conjunto estaba enjaulado entre unas láminas de hierro de las que colgaban collares idénticos a los del santero, y dos billetes de un dólar hacían equilibrio para no caer de los barrotes de la jaula. “Ésa es la Virgen de la Caridad del Cobre”, me dijo David, al tiempo que me extendía una campanilla para pasar al altar y saludarla. “Ochún es su equivalente en la Santería”, aclaró, y me empujó suavemente hacia el altar. Me arrodillé, y la campanilla en mi mano derecha tañó tímidamente ante esos quinientos años de sincretismo bien abonado. Regresamos a la terraza del santero y esta vez comimos del congrí con aguacate que su mamá había preparado. Él tenía sobre la mesa una bolsa transparente con un pasaporte y algunos documentos. Sacó el pasaporte y lo abrió en la primera página. Me enseñó la foto. Su cara negrísima no sonreía sobre el papel blanco, pero me pareció que desde allí también sus ojos santeros podían volver a volcarse hacia atrás en comunión con algún dios africano. Un desvencijado reloj de pared marcaba más de las siete de la noche antes de montarnos en su carro para volver al Vedado, donde me estaba alojando. Era la víspera de mi regreso. Con un poco de suerte, nos volveríamos a ver en La Habana, y con otro poco, David llegaría a conocer el D. F. Me bajé y apresuré el paso ante los goterones de lluvia que empezaron a caer sobre mi cabeza. El santero puso en marcha el taxi y desde adentro gritó “¡Aché pa’ ti, mi hermana, Aché!” e


análisis

‘Para’ preguntas (que no necesitan) ‘para’ respuestas e

Por: Juliana Vergara Historiadora. PUJ

Fotos Benjamin A. Guez

“En Angosta se practica una política de Apartamiento que recluye a cada casta en su propio sector: los dones en Tierra Fría, los segundones en Tierra Templada y los tercerones en la tórrida Boca del Infierno. Además, está sitiada por dos pestes modernas: la exclusión y la violencia.” (Héctor Abad Faciolince, Angosta)

Entre marchas y boletines de última hora, entre el y los asuntos pendientes, a cada uno, a todos, a esta sociedad, le cambian las prioridades tan rápido como el clima de la capital. Muchos opinan, debaten, editorializan; seguramente son menos los que reflexionan y alcanzan alguna conclusión convincente; a otros sólo les queda un montón de preguntas con escasas respuestas y, los menos, hacen algo para que cambie en ‘algo’ la compleja situación nacional. Para los que nos quedamos en el bando de las preguntas, los primeros interrogantes que surgen son ¿de qué sociedad estamos hablando?, ¿de la bogotana?, ¿de la nacional?, ¡¿hay una sociedad nacional?! Hay un país, eso es seguro, pero entre su rica diversidad y su característico aislamiento, cada región, cada ciudad, ha construido nichos de sociedades, escasamente comunicados, que se desconocen parcial o totalmente. Que no se buscan ni se encuentran. día a día

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Y en ese ir y venir diario, en el que importa sólo lo cercano y lo conocido, se nos escapan las razones por las cuales otros, ‘los otros’, marchan, protestan, abandonan el silencio y el miedo al miedo. Creemos o negamos ciegamente lo que nos muestran los noticieros, las imágenes que circulan por Internet, la veracidad de la prensa, todo lo que nos llega en 65 segundos o en dos columnas sobre las realidades que están a kilómetros de distancia, sobre la vida y muerte de campesinos, trabajadores, líderes, estudiantes, que en 15 segundos o un párrafo, con acento ‘calentano’ o simplemente diferente, tratan de decirnos lo que les sucede. ¿Lo sabemos realmente?, ¿le damos la importancia que

debería tener?, ¿superamos ya la concepción provinciana de la provincia? Los acontecimientos de los últimos años, especialmente los relacionados con la desmovilización de las autodefensas, han mostrado que la situación económica, política y social de las regiones colombianas sigue siendo una especie de enigma para quienes, desde Bogotá, toman las decisiones que afectan al conjunto de la nación, así como para la ciudadanía informada que nos preciamos ser. O, ¿qué otra cosa muestran las sedes de las conversaciones de paz con las AUC y con las Farc? Santafé de Ralito y San Vicente del Caguán, al norte y al sur, revelan que el poder de las organizaciones armadas al margen de la ley no se disputa en las grandes ciudades, casi ni en las intermedias, sino en las bastas zonas en las que el Estado es precario, o prácticamente nulo. Sin embargo, con esta sentencia no se trata de reducir el conflicto a un fenómeno netamente rural - argumento que, precisamente, sirve para desconectarlo de lo nacional- sino reconocer que es en la periferia en donde se define ‘el poder’ que ha logrado hacerse con un lugar en el centro, como lo demuestra el tristemente célebre proceso de la ‘parapolítica’. Proceso que algunos quisieron aprovechar para hacer chistes malos de cachacos, paisas y costeños, como si los cuerpos apilados en fosas, los desplazados y el atraso económico y político pudieran resolverse a punta de ‘vainazos’ en la columnas de opinión; como si contra argumentar con ‘todo lo bueno que tal o cual región le ha dado a este país…’, bastara para generar seguridad, bienestar e igualdad de oportunidades para los que no se dan el lujo de escribir columnas y análisis sesudos sobre la ‘personalidad’ paisa, costeña o cachaca.

¿Superamos ya la concepción provinciana de la provincia? 26


En este punto no podemos darnos por satisfechos con órdenes de captura y versiones libres, aunque sean un gran avance en la lucha contra la impunidad; porque mandar a la cárcel por cinco u ocho años a ex paramilitares y ex parapolíticos no soluciona el problema de la ilegalidad rampante, ni genera ingresos, ni construye obras de infraestructura. Y es que, para empezar, este proceso ha sido sólo una representación de la manera como, durante décadas, a partir de prácticas clientelistas e ilegales, se han construido las relaciones entre sectores de las elites regionales, la ciudadanía y la delincuencia. El problema es que la madre de los vicios sigue allí, con los recursos disponibles para unos pocos, con la falta de educación, con la precariedad de los mercados internos, con la carencia de verdaderas representaciones políticas, con la ausencia de una burocracia profesional capaz de poner en funcionamiento un Estado eficiente que brinde seguridad. Todas son cuestiones de fondo, que han sido diagnosticadas una y otra vez desde la sociología, la ciencia política, la economía, etc., etc.; no obstante, hay una que nadie se puede dar el lujo de pasar por alto, no hay manera de excusarse en cuestiones regionales, políticas, o profesionales: se trata de la crisis de los valores, de las prácticas y costumbres cotidianas que influyen en el quehacer de la nación. ¿Puede llamarse la crisis de nuestra ‘cultura civilista’? En últimas, borramos la frontera entre lo legal y lo ilegal; entre lo legítimo y lo ilegítimo. Nos inventamos categorías de malos – malos, que merecen mayor repudio por sus actos que los malos-buenos; simplemente cambiamos de canal cuando nos dicen que tal o cual político gana elecciones con votos pagados con la coerción de los ciudadanos

o con la desaparición de sus rivales. Ya no nos sorprenden las inimaginables formas de la violencia. No podemos cantar la victoria de nuestra democracia, cuando nuestros congresistas ya no hacen quórum en el Capitolio sino en La Picota. Menos aún, cuando desde las regiones se pide atención urgente ante las amenazas de las bandas emergentes -o como se les quiera llamar-, remanentes de los grupos paramilitares que se disputan el tráfico de drogas y los territorios que quedaron ‘vacíos’ luego de la desmovilización. Ellos siguen allí porque no hay un poder superior, el del Estado colombiano, que sea capaz de contener y eliminar su capacidad armada, ni de generar condiciones aptas para el desarrollo de nuevas relaciones de producción a pequeña o gran escala, que provea los servicios de salud y educación básicos a la población. La cuestión es que tampoco podemos quedarnos en las eternas quejas sobre el Estado. La clave, sin embargo, está en que este debate salga de los salones cerrados, que las amas de casa, los estudiantes, los vendedores, los funcionarios públicos y privados de cualquier rango, los artistas, los maestros, los desempleados, todos, nos demos el tiempo de pensar cuáles son los problemas y, ¿por qué no? las soluciones. Habrá cientos de puntos de vista válidos, lo que no podemos seguir permitiéndonos es que vayamos por la calle sin tener al menos un punto de vista de la realidad de la que hacemos parte, para hallar respuestas a tantas preguntas y no insistir en ser la peor versión de nosotros mismos. e

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ConversaciĂłn con

Frente al poeta

DarĂ­o Jaramillo Agudelo

Por Melissa Serrato 28

Comunicadora Social, PUJ Fotos Rafael Baena


ecuerdo que hace algunos años, cuando me dirigí

a Darío Jaramillo Agudelo por primera vez, entre sorprendida y desconcertada, me pregunté qué le podía decir yo, una simple y mortal lectora, al novelista y poeta ya consagrado de Cartas cruzadas y Amores imposibles. Luego, sentarme junto a él, hablarle y preguntarle sobre su vida y motivaciones para escribir fueron permitiendo que descubriera al hombre que se encontraba detrás del escritorio del Subgerente cultural del Banco de la República y de las fotos de las guardas de sus libros. Aquí queda un testimonio de él, pues a través de sus palabras se revela el ser humano que, como él mismo lo dice, “necesita escribir del mismo modo que necesita respirar”.

—Cuando estudió en el colegio San Ignacio, de Medellín, cuenta que muchas de las novelas que llevaba, se las quitaban los curas o lo regañaban por tenerlas —Sí. Cuando el cura Mejía iba al salón, llegaba directo a mi escritorio, a mi pupitre y sabía que ahí había libros y me los quitaba, al final del año me los devolvía, pero durante el año no. Hace poquito conté eso en una conferencia que di en Madrid sobre el hábito de la lectura, y decía que yo no conozco sino dos métodos para fomentar la lectura: uno es sentar a la gente cerquita de los libros, ese me pasó en la casa, y el otro es el contrario: prohibir los libros, y eso me pasó en el colegio San Ignacio, que solo se podían llevar los libros de texto, los otros libros no se podían llevar. Entonces el segundo camino para volverlo a uno apasionado a la lectura es que le prohíban la lectura; así, uno gana por dos lados, primero porque se adhiere más a la lectura por ser prohibida y segundo porque termina uno no creyendo en ninguna prohibición, de tan estúpida que es esta, las demás deben ser igual de estúpidas.

conversación

R e

—Cuando fue profesor de Introducción al derecho, en la Universidad Javeriana, una de las lecturas obligatorias de la clase era Los viajes de Gulliver, ¿por qué? —Pues habría dos porqués, uno formal y oficial y es que Los viajes de Gulliver es una dura crítica a la sociedad y también muestra los absurdos del mundo normativo… Estamos en una clase de introducción al derecho; entonces yo formalmente se lo podía presentar así a la Universidad. Pero, en realidad, de verdad lo que quería era interesarlos en algo distinto a los códigos, que descubrieran que había libros maravillosos y creo que con algunos lo logré. Hace poquito Gustavo Bell, que fue uno de mis alumnos, escribió un recuerdo de esas clases.

—Después de que deja de dictar clases y de litigar, es nombrado en 1985 Subgerente cultural del Banco de la República. Tengo entendido que se encontró con una Subgerencia que gozaba de muy poco reconocimiento en el Banco, ¿cómo hizo para darle credibilidad y ponerla al frente de proyectos de la magnitud del Museo Botero? Como éramos los loquitos y los hippies, fue un propósito perfectamente deliberado demos—Usted dice que se le olvida todo lo que lee. Esa amtrarles a los banqueros que podíamos ser más nesia que experimenta con los libros, ¿está presente en alorganizados que ellos. Porque sí hay mucho logún otro aspecto de su vida? quito, la imagen no es gratis, gente que cree que —A mí me pasa, no es algo que haga con es hacer así —dice mientras chasquea los esfuerzo. Por ejemplo, cuando yo era abodedos y lleva la mano de arriba hacia abajo— Darío Jaramillo gado sabía derecho, me sabía algunas cosas Agudelo (Santa Rosa de y no. Entonces era, por un lado, educar a los Osos, Colombia, 1947). perfectas, ya no me las sé, se me olvidaron loquitos de aquí, que sigue habiendo, y, por poeta antioqueño, por completo, yo ahora no sé nada de dereel otro lado, mostrar resultados. Es como un cho. Tiene desventajas porque se me olvidan considerado el principal doble trabajo, es crear una cultura en la orgarenovador de la poesía muchas cosas; pero en realidad me parece nización y demostrar que no hay una contraamorosa en Colombia. muy sano porque sí me cura de muchos otros dicción entre una mentalidad creativa y una Es uno de los mejores asuntos: de la rutina, del rencor o de creer que poetas de la “generación mentalidad práctica, no se descartan, no son desencantada” y de la sé alguna cosa. También me da más aire para opuestas porque las cosas se pueden hacer segunda mitad del s.XX. vivir la vida como una novedad siempre. muy bien sea lo que sea, ya sea manejar un banco o manejar una colección de arte.

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Cuando nos desenamoramos nos damos cuenta de todos los errores en que estábamos, las mentiras...

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—Durante su gestión en el Banco fue víctima de un accidente que le quita una parte de su cuerpo, ¿por qué cree que su reacción nunca fue de rabia ni de rencor? —No. Yo lo he pensado, por qué yo no reaccioné como tratando de buscar venganza con el mundo o con el que hizo esto o con el que puso la bomba, y yo creo ayudaron varias cosas. Lo primero, es que me ocurrió en un momento de la vida en el que yo tenía 42 años, ahí uno ya está grandecito; me hubiera ocurrido a los 20 quizá me hubiera dado eso… Ya con esta edad, con una profesión definida en que la pierna no era esencial, con un modo de vida en que la pierna si se reemplazaba por una prótesis, pues no influía, eso ayudó. Yo creo que también ayudó la forma en que abordamos la situación, con cierto estoicismo; es decir, no me va a crecer otra pierna, entonces adelante, seguir sin ella y ya. Fue un enfoque que yo le di, con la ayuda de toda la gente que estaba alrededor mío, que era como con humor: no hay nada que hacer pues entonces burlémonos un poco de la situación.

—Entonces, uno se pregunta, ¿cree en el amor? —Yo creo que el amor sí es algo que existe y existen los seres amando y hay muchas formas de amor. Ahora, lo que no creo es que el amor sea eterno, no que sea… pues hay muchas mentiras alrededor del amor y el amor es una enfermedad muy real en la que los seres amando se caracterizan, entre otras muchas cosas, porque se echan, nos echamos, muchas mentiras cuando estamos enamorados y por eso es que bajarse de la nube es tan duro. Pero que existe, existe, pues es evidente. Hay mucha gente enamorada, hay muchas cosas construidas alrededor del amor como para decir que no existe. Existe como una pasión absorbente y total, pero eterna no. Es algo muy concreto, muy situado en el tiempo y en el espacio, es tal el grado de afectación de la conciencia que logra alterar completamente la forma de percibir el mundo y todos también lo hemos vivido, cuando nos desenamoramos nos damos cuenta de todos los errores en que estábamos, las mentiras…

—Por esos días uno de sus poemas fue elegido como el Mejor verso de amor de la poesía colombiana. Usted ha dicho que los poemas que hacen parte del libro Poemas de amor surgieron en un momento en que estaba enamorado, yo no le voy a preguntar de quién porque ha dicho que nunca lo va a contar pero, cuénteme ¿cómo fue estar enamorado? —Yo creo que unos meses de cielo y unos meses de infierno, creo que en general es eso. Es más o menos una ley física el asunto. Tal vez un purgatorio, no sé si antes o después del infierno, pero un purgatorio y ya. Eso es una enfermedad, entonces uno de las enfermedades se cura, como la gripa que le llega un virus y hasta que se va el virus, igualito. El amor en los tiempos del cólera, acuérdate de García Márquez, él lo trata como una enfermedad. Yo lo que hice fue aprovecharlo y tal vez en alguna parte lo conté o lo dije, tal vez fue en Cartas cruzadas, que el estado de enamoramiento acaba hasta con la capacidad verbal del individuo, entonces vienen los poemas de amor y remplazan esa capacidad verbal de la parejita de manito cogida que leía a Neruda, Veinte poemas de amor: Me gustas cuando callas… Es eso.

—Tengo entendido que cuando ya no está enamorado escribe una serie de poemas titulada Te vas volviendo olvido —Sí, cuando se acabó. Pero de esos hay publicados uno o dos.

—¿Qué queda después de estar enamorado? —Nada. Unos poemas —Mientras lo dice se ríe—.

—¿Y qué queda del olvido? —Nada, olvido. Nada. Eso además yo lo noveleo un poco porque creo que en Cartas Cruzadas hay algunos poemas sobre el olvido también.

—Son 14 Poemas de amor y en los 12 primeros uno está como en una nube, en lo que usted mismo llama ‘un feliz disparate’ y llega uno al poema número 13 que comienza: ‘Primero está la soledad’ y luego en el 14: ‘Sé que el amor no existe y sé también que te amo’… —Sí, que es la gran contradicción.

—Y que yo lamento enormemente que estén publicados solo dos —Están en Del ojo a la lengua, en el prólogo hay uno o dos. Es todo lo que hay publicado porque son todos muy malos. —¿Malos? —Sí —y se ríe—. Cuando escribí Poemas de amor escribí muchos, más de cien, y no hay sino 14 publicados, es que cuando uno está enamorado dice muchas pendejadas y entonces escribe muchas bobadas y al final quedan muy poquitos y cuando está en el proceso de desamar, lo mismo, como hay rabia y hay celos y hay resentimiento y todas las cosas que pueden pasar, entonces es muy difícil manejar esas rabias en un poema. Quedan únicamente uno o dos, el resto es basura que no vale la pena. Me sirvieron a mí para desahogarme, pero son bobadas, puras bobadas.

—El poema con que cierra Cantar por cantar, Conjuro, dice: “Que el azar me lleve hasta tu orilla, ola o viento, que tome tu rumbo, que hasta ti llegue y te venza mi ternura”(1), ¿podría

hablarme de ese poema?


—No sé qué fue lo que pasó mientras lo escribí; pero pensando en el poema, en lo que sí creo es que la única forma de persuasión que existe entre seres humanos y de acercamiento es por el afecto, por el cariño, por una proyección de la bondad. A nadie le imponen algo desde el imperativo, desde las órdenes, de: “Usted tiene que sentir así o pensar así”, a nadie lo vencen de esa manera y si lo vencen es que lo doblegan, no que lo vencen. En cambio, entrar por la vía de la persuasión, por la vía del afecto, por la vía del cariño, siempre termina uno venciendo, de eso sí estoy totalmente convencido y la vida me lo ha enseñado cada vez con más evidencia. A uno no le imponen formas de pensar, o de sentir, o una mística, o una disciplina; en cambio, por la vía de lo afectivo sí. —En Historia de una pasión dice que cree que en su caso es cierta la frase: “La vida de un poeta son sus poemas”, ¿hay algún poema en el que pueda decir con más claridad que está ahí? —Yo creo que esas son verdades que se van derogando. Uno dice: “Toda la emoción, o el sentimiento, o el pensamiento, o la percepción que yo tengo en este momento está en este poema”, pero es cosa de un momento, después ya uno lee y dice: “No, este ya no soy yo”. Entonces, como uno va cambiando, la

búsqueda es permanente, no hay algo definitivo en que se pueda decir, “Yo estoy retratado en tal poema o en tal otro”, sino que como uno va cambiando y los textos quedan, pues la necesidad de nuevos textos, de nuevos poemas que le digan a uno quién es uno, pues es permanente en la medida en que uno va cambiando permanentemente. —¿Hay algo específico que le haya dado o mostrado la poesía? —No. Es una deuda permanente, porque la poesía le ayuda a uno a vivir, pero no puede uno decir, volver tangible o concreto lo que la poesía le ha dado sino que a cada instante le da, se deroga y la vida sigue entonces uno sigue buscando y encuentra algo, que cuando lo encuentra, como te decía antes, ya no vale, vale es la búsqueda. Quizá lo que tengo que agradecerle es que haya estado conmigo y me haya servido para eso mismo, sin que pueda hablar de una adquisición concreta, independientemente de tener la misma poesía para poder seguir. e

(1) Jaramillo Agudelo. (2003), “Conjuro”, en Libros de poemas, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, p. 69 [pertenece al libro de poemas Cantar por cantar (2001)]. * Este artículo es un fragmentos del trabajo de grado meritorio A punto de desvanecerse Reportaje biográfico de Darío Jaramillo Agudelo

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vestigium

P E D

S O R A J Á

m a r a pa

tierra y poder en el

s e r a t i l i Sumapaz

e

Por Lucía Murcia Gómez Historiadora y estudiante de Filosofía PUJ La

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aparición del paramilitarismo en la provincia

del Sumapaz

es consecuencia lógica de la eterna lucha por la tierra entre terratenientes y campesinos, que no sólo ha atravesado la historia de esta región, sino la del país mismo. Desde finales del siglo XIX, en el marco de la consolidación de la hacienda como unidad económica, los campesinos independientes comenzaron a mostrar su inconformidad con la manera como los latifundistas de la

zona ampliaban sus propiedades en base a tierras baldías y áreas cultivadas por colonos. Más tarde, entre 1925 y 1936, aproximadamente, las protestas protagonizadas por colonos y arrendatarios también cuestionaron los títulos de propiedad que ostentaban los terratenientes; al tiempo que reivindicaban su derecho a la tenencia de la tierra y mejores condiciones de trabajo en las haciendas. Estas críticas se materializaron con invasiones campesinas a grandes latifundios, a las que los dueños de los predios respon-


s

dieron por medio de lanzamientos, apoyados en muchos casos por las autoridades locales. Este ambiente de inconformidad, invasiones y desalojos fue propicio para la organización del campesinado en un movimiento agrario erigido en torno a las reclamaciones campesinas: tierra, mejores condiciones de trabajo y autoridades imparciales competentes para arbitrar su lucha contra los terratenientes. Desde su surgimiento, el movimiento agrario fue apoyado por organizaciones políticas como el Partido Agrario Nacional, PAN, liderado por Erasmo Valencia; la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria, UNIR, dirigida por Jorge Eliécer Gaitán, y el Partido Comunista, que le dieron un carácter político y de clase a sus reivindicaciones Ante el ascenso en el número de invasiones, apoyadas por el movimiento agrario, varios latifundistas organizaron grupos de trabajadores de confianza para desalojar a los ocupantes de “sus” tierras. Los métodos usados son descritos en el siguiente fragmento citado por Yury Romero y Laura Varela en su libro Surcando amaneceres. Historia de los agrarios de Sumapaz y Oriente del Tolima. Nos quemaban los ranchos, soltaban ganado en las labranzas para que las pisotearan y las destruyeran biches, arrancaban y destrozaban las maiceras y labranzas de toda clase; las lozas las volvían pedazos, los mercados los botaban y los pisoteaban. Nos amenazaban de muerte… Estos grupos de bandidos a sueldo, que defendían intereses de latifundistas y gamonales locales de la amenaza que les significaba la organización de campesinos del Sumapaz, pueden ser entendidos como un primer modelo de agrupación paramilitar, que a lo largo de los diferentes contextos de la historia colombiana del siglo XX se fueron fortaleciendo e fueron adquiriendo una forma mucho más clara de organización paramilitar. Una respuesta al conflicto agrario, que se extendía por las regiones de Sumapaz, Tequendama y Córdoba, se dio durante el gobierno de Alfonso López Pumarejo. La expedición de la Ley 200 o Ley de Tierras, en 1936, dio legitimidad a la gran propiedad de los latifundistas, al mismo tiempo que convirtió al Estado en mediador en la lucha por la tierra e interlocutor de los campesinos. Como resultado de la ley 200 y hasta finales de la década de 1940 varios colonos del Sumapaz lograron acceder a títulos de propiedad que los acreditaban como legítimos poseedores de las tierras que cultivaban, esto

gracias a los programas de adjudicación de baldíos y de parcelación de haciendas liderada por el gobierno López Pumarejo. Sin embargo, la irrupción de La Violencia a partir de 1948 frenó el proceso de adjudicación y titulación de tierras a campesinos e inició la lucha entre liberales y conservadores en la provincia del Sumapaz. La conservatización iniciada por el gobierno de Mariano Ospina Pérez y continuada por la administración de Laureano Gómez, impulsó a campesinos liberales y comunistas a conformar guerrillas que actuaron conjuntamente contra los ataques de ‘chulavitas’. Las migraciones campesinas generadas por la Violencia continuaron durante la presidencia del general Gustavo Rojas Pinilla como consecuencia de “La Guerra de Villarrica”, operación militar contra las guerrillas comunistas de la zona. Los programas de rehabilitación impulsados por la Junta Militar (1957-1958) y por el Frente Nacional (1958-1974) crearon las condiciones necesarias para el regreso de los campesinos a sus tierras. Esta situación reactivó los conflictos agrarios en la provincia del Sumapaz, pues a su regreso muchos campesinos se encontraron con que sus propiedades ya tenían dueño. Se trataba de grandes y pequeños terratenientes que habían logrado mantenerse en la región durante los años de violencia y se habían apropiado de las tierras que habían quedado vacías. Nuevamente, los campesinos se agruparon en el Movimiento Agrario del Sumapaz volvieron a la época de las invasiones y ocupando los terrenos que reclamaban como legítimamente suyos. Los latifundistas reorganizaron sus grupos de bandidos para efectuar los correspondientes desalojos a los ocupantes de ‘sus tierras’. Con esta nueva fase de conflicto entre terratenientes y campesinos, resurgió también la imagen de los grupos pre paramilitares. Tanto el contexto como las nuevas circunstancias le darían a estas agrupaciones nuevas características y nuevos objetivos. A partir de la adhesión de Colombia al polo occidental en la Guerra Fría, en la administración del presidente Mariano Ospina Pérez, el Gobierno Nacional inició la lucha contra el enemigo interno: los movimientos de campesinos, trabajadores y estudiantes, entre otros, que simpatizaran con el comunismo. Cualquier persona o grupo que se distanciara ideológicamente del gobierno de turno era (es) rotulado como comunista, y por tanto, como enemigo de la nación. Durante el Frente Nacional, esta política favoreció la lucha de caciques locales y terratenientes contra el movi-

Con esta fase de conflicto entre terratenientes y campesinos, surgió la imagen de los grupos pre paramilitares.

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económico y social en el marco local. Por el contrario, el apoyo de la población fue pasivo, y los campesinos que colaboraron delatando las posiciones o las acciones del comunismo local, lo hicieron más por temor que por simpatía. Un ejemplo muy diciente de este tipo de cuadrillas durante el Frente Nacional fue el del gamonal y terrateniente liberal del municipio de Pandi, Antonio Vargas, cuya organización conocida como los “Pájaros de Vargas” fue celebre en la región por la manera despiadada como desalojaba a los ocupantes de las tierras de Vargas, y por la furia con que perseguían a los líderes del movimiento agrario campesino del Sumapaz. Esta organización actuó entre 1958 y 1972, y mantuvo conexión con bandas organizadas por terratenientes y gamonales en Villarrica, Venecia, Cabrera e Icononzo. La conjunción de intereses de terratenientes, caudillos locales y grupos contrainsurgentes, y la posterior influencia del narcotráfico dio origen a la organización y generalización de grupos paramilitares a nivel nacional, que en 1997 se unieron en las AUC, Autodefensas Unidas de Colombia. e

(1) Alcaldía Mayor de Bogotá, “Recorriendo Sumapaz. Diagnóstico físico y socioeconómico de las localidades de Bogotá, D.C.”, disponible en http://www.dapd.gov.co/www/resources/ayr_recorriendo_sumapaz.pdf, recuperado 20 de marzo de 2008. * Este artículo es producto del trabajo de grado meritorio Pájaros violencia y conflicto, 1958 - 1972. La violencia en el Sumapaz durante el Frente Nacional. Caricatura 1 “La única solución” Periódico Voz de la Democracia, p. 1, 20 de junio de 1959. Caricatura 2 “Sueño y realidad” Periódico Voz de la Democracia, p. 1, 27 de junio de 1959. Caricatura 3 “Quitando la máscara” Periódico Voz de la Democracia, p. 1, 30 de mayo de 1959.

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miento campesino del Sumapaz, que desde su formación, a principios del siglo XX, había recibido apoyo ideológico del Comunismo. Y no era infundada la preocupación de los señores políticos de la zona, pues para principios del gobierno de Alberto Lleras Camargo, el Movimiento Agrario contó con un amplio apoyo de la población; Sumapaz pasó entonces de ser una zona tradicionalmente liberal a ser partidaria de la política agrarista y de su gran líder Juan de la Cruz Varela. Por esta razón la actuación de los ‘Pájaros’, como fueron conocidos en esta nueva etapa los grupos de bandidos a sueldo de terratenientes, no sólo estuvo dirigida a defender las tierras de sus amos, sino a eliminar la presencia y supremacía de la ideología agraria, de tinte comunista, en la provincia del Sumapaz. Para lograr su objetivo eliminaron a los principales líderes del agrarismo. Una de las principales características de estas cuadrillas fue la movilidad. Los ‘Pájaros’ se desplazaban hasta donde fuera necesario para cumplir con el ‘mandado’ o ‘trabajito’ que les fuera encomendado; se movían con igual facilidad en ciudades, cascos urbanos y áreas rurales. Muchos de los logros de sus acciones se debieron a las conexiones que tenían con cuadrillas de otros municipios y otras regiones, que facilitaban el intercambio de hombres y de ‘favores’ entre grupos. Las acciones de estas agrupaciones gozaron de total impunidad. Según los informes y cartas enviadas por el movimiento de Varela al presidente Lleras Camargo, tanto alcaldes como jueces y sacerdotes legitimaron ‘por debajo de cuerda’ las actividades de los ‘Pájaros’, obedeciendo ordenes de gamonales, únicos detentores del poder político,


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