Revista fedeErratas # 5

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Editorial

8

e

Mil discusiones, sin encontrar una respuesta, se han forjado entorno al origen y las características de la minificción. Para citar una de ellas y tal vez una de las esenciales a la hora de distinguir un género literario es la de su nombre: minicuento, microrrelato, microcuento, minificción, cuento breve, cuento mínimo, cuento brevísimo, ultracuento, píldora o cuento enano son algunos de ellos. Ahora bien, un poco más allá ¿cuáles son los límites del minicuento? ¿Tres páginas, una cuartilla, un párrafo, cuatro renglones, una línea; tres palabras, un signo de puntuación, sólo su título o sólo un trozo de silencio? Lo que sí es cierto y sin lugar a dudas una conquista de la minificción es su penetración en los espacios universitarios. Por esta razón Fe de Erratas crea su nueva sección Cuentoenano. Un obsequio destinado a un lector sagaz, un lector con malicia indígena, un lector de paradojas, un lector de inteligencia fina; pero también un lector inocente, que se deja sorprender, que imagina, que se desconcierta y, sobre todo, que va con el rápido ritmo de la modernidad: un lector sin tiempo, que en breves minutos sólo desea que le narren la más profunda y dolorosa novela de amor.

Arturo Alape 1938 - 2006


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Editorial

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Mil discusiones, sin encontrar una respuesta, se han forjado entorno al origen y las características de la minificción. Para citar una de ellas y tal vez una de las esenciales a la hora de distinguir un género literario es la de su nombre: minicuento, microrrelato, microcuento, minificción, cuento breve, cuento mínimo, cuento brevísimo, ultracuento, píldora o cuento enano son algunos de ellos. Ahora bien, un poco más allá ¿cuáles son los límites del minicuento? ¿Tres páginas, una cuartilla, un párrafo, cuatro renglones, una línea; tres palabras, un signo de puntuación, sólo su título o sólo un trozo de silencio? Lo que sí es cierto y sin lugar a dudas una conquista de la minificción es su penetración en los espacios universitarios. Por esta razón Fe de Erratas crea su nueva sección Cuentoenano. Un obsequio destinado a un lector sagaz, un lector con malicia indígena, un lector de paradojas, un lector de inteligencia fina; pero también un lector inocente, que se deja sorprender, que imagina, que se desconcierta y, sobre todo, que va con el rápido ritmo de la modernidad: un lector sin tiempo, que en breves minutos sólo desea que le narren la más profunda y dolorosa novela de amor.

Arturo Alape 1938 - 2006


vestigium

Un hombre de letras nunca muere

En mi agenda personal, entre mayo y junio de este año, está escrita varias veces la frase ‘Llamar a Alape’. Él era el asesor de mi tesis y para esa época debía entregarle el primer borrador del trabajo completo. Pero pocos días antes, la que parecía ser una molestia muscular empezó a manifestarse. Él decía que era un simple dolor en sus brazos y piernas y que bastaba con algunos masajes, una que otra droga y tal vez un viaje a alguna ciudad calida para que el dolor lo abandonara y le permitiera seguir trabajando a mi lado, al lado de todos los jóvenes de la universidad que lo llenábamos de alegría y a los que nos transmitía no sólo sus conocimientos, sino sus infinitas ganas por recuperar la memoria perdida del país. Ese dolor fue sólo el aviso de lo que se vino luego. A Arturo, como solía decirle, lo conocí a principios del año 2005. Él llegó al salón en el que recibiríamos ese semestre la clase Proyecto Profesional I con su maleta de cuero café -llena de libros por montón- y desde ese día empezamos a planear el tema de mi trabajo de grado. En un principio, pensé realizar una serie de perfiles sobre los ex guerrilleros y ex paramilitares reinsertados que se encontraban viviendo en los albergues que los ministerios del Interior y de Justicia habían adecuado para tal fin en varias zonas de Bogotá. Recuerdo bien que él, un poco en serio y un poco en broma, con sus ojos fijos en mí y con la gestualidad típica de sus manos, me decía que si yo no iba a los albergues y no conseguía los testimonios de esas personas, mi trabajo carecería de sentido. Esa instrucción se repitió a lo largo del semestre hasta que por fin, un

día, llegué a la clase con una crónica sobre la visita que había hecho a uno de los albergues. Arturo se sorprendió. Abrió los ojos y señalando el papel que le había entregado me aseguró que, a pesar de que llevaba varios meses investigando sobre el tema, el haberme involucrado en la vida y la historia de los personajes era lo único que me faltaba. Él me dijo que ese día había empezado mi trabajo. Desafortunadamente, por algunos atentados que se hicieron a los albergues y por su consecuente traslado a otras zonas del país, me fue imposible continuar mi pesquisa sobre el tema. Tenía que buscar uno nuevo. Fue entonces cuando empecé a sostener varias conversaciones con Arturo sobre mis gustos e intereses profesionales. Entonces él, un hombre de muchas amistades, me contó que justo en esa época, varios jóvenes se encontraban organizando el archivo fotográfico de Jorge Silva, gran amigo suyo, y que sería importante rescatar su trabajo para la historia social y artística de Colombia. Arturo me contó que Jorge había sido un documentalista reconocido en los años 60, 70 y 80. Sus trabajos ponían al descubierto situaciones que eran desconocidas por parte de la población y de las clases dirigentes porque ocurrían en el campo, a donde, prácticamente, solo iban Jorge y su esposa, Marta Rodríguez. Las pistas que me dio me entusiasmaron para iniciar una pesquisa que incluyó observar los documentales y la obra fotográfica de Jorge Silva. Con la ayuda de Arturo, no sólo conocí a Marta, sino que pude ponerme en contacto con los amigos y personas que habían trabajado con Jorge. Luego de seis meses de arduo trabajo, pude concluir que el proceso de investigación que inició con una curio-

e Por Viviana Patricia Sánchez Estudiante X semestre Comunicación Social, PUJ

Un día antes fui a su apartamento en La Soledad para ultimar los detalles de mi exposición. En esa asesoría, Arturo se mostró tan lúcido como siempre, con la fuerza de sus argumentos, me enseñó a defenderme de los posibles ‘ataques’ de los jurados. Al final, le dije que al otro día pasaría a recogerlo para que nos fuéramos juntos.

sidad inmensa por conocer la obra de Jorge Silva arrojó varios resultados. Entre ellos, el haber sacado a la luz una creación fotográfica inédita que retrata la historia del país con rigor expresivo y que incluye una multiplicidad de temáticas. La recuperación de tierras por parte de los indígenas en el Cauca, el movimiento hippie, los chircaleros de Tunjuelito, los niños huérfanos que vivían en el Bienestar Familiar y las marchas sindicales hacen parte del grueso de la obra. También hay imágenes que retratan la represión y el ambiente que se vivió en el país durante los años en que se usó la figura del estado de sitio para gobernar, especialmente, en la década del 70. Debía entregar mi tesis a la facultad antes de que acabara julio. Para esa época, Arturo estaba hospitalizado. El dolor que había sentido meses antes era un síntoma de la droga, que ya no estaba funcionando, que tomaba para la leucemia que padecía hace casi siete años. Katia, su esposa, nos contó luego que aun enfermo Arturo se empeñó en leer y revisar mi tesis y la de los otros dos alumnos de los que también era asesor. De esa primera crisis, Arturo se recuperó. Me citaron para sustentar la tesis el 21 de septiembre. Un día antes fui a su apartamento en La Soledad para ultimar los detalles de mi exposición. Él estaba sentado en una silla en el solar, el sol entraba con fuerza a través del techo, el ambiente era cálido. Lo acompañaba su hijo, Manuel, que había llegado del exterior unos días antes al enterarse de la recaída que había tenido su padre. Le llevé un ramo de girasoles. En esa asesoría, Arturo se mostró tan lúcido como siempre, con la fuerza de sus argumentos, me enseñó a defenderme de los posibles ‘ataques’ de los jurados. Al final, le dije que al otro día pasaría a recogerlo para que nos fuéramos juntos. Lo llamé a eso de las diez de la mañana y me contó que en la facultad le habían dicho que no fuera, que descansara, que yo podía sustentar sola, pero, con la terquedad que tantas veces me criticó, me dijo que pasara por él a las dos de la tarde. Según cuentan los que estaban cerca, por esos días, Arturo ya no se paraba de la cama. Pero, a pesar de que la enfermedad menguaba poco a poco sus fuerzas, él decidió acompañarme. La sustentación fue exitosa, tanto como él lo esperaba. Cuando salimos, saludó a uno de sus colegas, bajamos las escaleras, subimos al carro y lo llevé a su casa. Esa fue la última vez que lo vi. Pocos días después supe que estaba hospitalizado nuevamente. El sábado 7 de octubre entré al messenger, el sistema de comunicación moderno que Arturo tanto odiaba, a eso de las 9 de la noche, y Simón, otro de sus alumnos me dijo que había ido a verlo. - No vaya, es muy duro, repetía una y otra vez. Le dije que al otro día me comunicaría para preguntar cómo seguía. A la mañana siguiente timbró mi celular, era uno de los amigos de Jorge Silva, también amigo de Arturo, no alcancé a contestar, pero entonces supe que algo había pasado. Llamé a la casa de Arturo y una voz sosegada al otro lado de la línea me dijo: “El maestro se nos fue anoche”. Ahora cuando Arturo ya no está, hago mías sus palabras y le digo: Mi querido amigo, nunca tendrás rincón propio en la alacena de los olvidos. Por el contrario, siempre estarás presente con el intenso olor que levantan los vientos, con la llegada de la primavera. e

Fotografías: Archivo familiar de Arturo y Katia. 1974. Primera recuperación de tierras. Hacienda Cobaló. Cauca

1938 − 2006 Periodista, investigador, académico, pintor, noveslita, escritor con alma de sociólogo y antropólogo, pero sobre todo, humano conocedor de los dolores del país en el que se anida su natal Cali. A Arturo Alape los hechos sociopolíticos le marcaron la vida; a tal punto, que abandonó su carrera como pintor para militar en el Partido Comunista de la Juventud y para, tiempo después, retornar al camino de las letras convencido que desde allí podía sanar las heridas propias y colectivas. Las luchas campesinas, las muertes insepultas, los sujetos de la guerra, los sobrevivientes y los vencidos; aquellos, por los que nadie dio un peso, fueron los protagonistas de sus historias. El país le dolía; pero en las esperanzas de sus personajes, la resistencia de los cuerpos apesadumbrados y los sueños de las voces que escuchó, vez tras vez antes de convertirlas en libros, dejó entrever una salida. Fue crítico del periodismo efímero y en las aulas de la academia promovió entre sus estudiantes la responsabilidad social de caminar por el país y de atar cada paso a la realidad histórica de Colombia. Entre sus libros más destacados se cuentan El diario de un guerrillero (1970), Las muertes de Tirofijo (1972),

El cadáver de los hombres invisibles (1979), El Bogotazo: Memorias de olvido (1983), Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez −Tirofijo (biografía 1989), Julieta, el sueño de las mariposas (1994), Tirofijo: Los sueños y las montañas (1994), La hoguera de las ilusiones (1995) y Cadáver insepulto (1998), además de numerosas investigaciones. Sus últimos años los dedicó a la pintura y a la escritura de algunos libros que dejó incompletos. FedeErratas rinde un homenaje a nuestro maestro: a sus historias, a su memoria y a su anhelo de alargar cada día los pasos de su vida. Comité editorial fedeErratas


vestigium

Un hombre de letras nunca muere

En mi agenda personal, entre mayo y junio de este año, está escrita varias veces la frase ‘Llamar a Alape’. Él era el asesor de mi tesis y para esa época debía entregarle el primer borrador del trabajo completo. Pero pocos días antes, la que parecía ser una molestia muscular empezó a manifestarse. Él decía que era un simple dolor en sus brazos y piernas y que bastaba con algunos masajes, una que otra droga y tal vez un viaje a alguna ciudad calida para que el dolor lo abandonara y le permitiera seguir trabajando a mi lado, al lado de todos los jóvenes de la universidad que lo llenábamos de alegría y a los que nos transmitía no sólo sus conocimientos, sino sus infinitas ganas por recuperar la memoria perdida del país. Ese dolor fue sólo el aviso de lo que se vino luego. A Arturo, como solía decirle, lo conocí a principios del año 2005. Él llegó al salón en el que recibiríamos ese semestre la clase Proyecto Profesional I con su maleta de cuero café -llena de libros por montón- y desde ese día empezamos a planear el tema de mi trabajo de grado. En un principio, pensé realizar una serie de perfiles sobre los ex guerrilleros y ex paramilitares reinsertados que se encontraban viviendo en los albergues que los ministerios del Interior y de Justicia habían adecuado para tal fin en varias zonas de Bogotá. Recuerdo bien que él, un poco en serio y un poco en broma, con sus ojos fijos en mí y con la gestualidad típica de sus manos, me decía que si yo no iba a los albergues y no conseguía los testimonios de esas personas, mi trabajo carecería de sentido. Esa instrucción se repitió a lo largo del semestre hasta que por fin, un

día, llegué a la clase con una crónica sobre la visita que había hecho a uno de los albergues. Arturo se sorprendió. Abrió los ojos y señalando el papel que le había entregado me aseguró que, a pesar de que llevaba varios meses investigando sobre el tema, el haberme involucrado en la vida y la historia de los personajes era lo único que me faltaba. Él me dijo que ese día había empezado mi trabajo. Desafortunadamente, por algunos atentados que se hicieron a los albergues y por su consecuente traslado a otras zonas del país, me fue imposible continuar mi pesquisa sobre el tema. Tenía que buscar uno nuevo. Fue entonces cuando empecé a sostener varias conversaciones con Arturo sobre mis gustos e intereses profesionales. Entonces él, un hombre de muchas amistades, me contó que justo en esa época, varios jóvenes se encontraban organizando el archivo fotográfico de Jorge Silva, gran amigo suyo, y que sería importante rescatar su trabajo para la historia social y artística de Colombia. Arturo me contó que Jorge había sido un documentalista reconocido en los años 60, 70 y 80. Sus trabajos ponían al descubierto situaciones que eran desconocidas por parte de la población y de las clases dirigentes porque ocurrían en el campo, a donde, prácticamente, solo iban Jorge y su esposa, Marta Rodríguez. Las pistas que me dio me entusiasmaron para iniciar una pesquisa que incluyó observar los documentales y la obra fotográfica de Jorge Silva. Con la ayuda de Arturo, no sólo conocí a Marta, sino que pude ponerme en contacto con los amigos y personas que habían trabajado con Jorge. Luego de seis meses de arduo trabajo, pude concluir que el proceso de investigación que inició con una curio-

e Por Viviana Patricia Sánchez Estudiante X semestre Comunicación Social, PUJ

Un día antes fui a su apartamento en La Soledad para ultimar los detalles de mi exposición. En esa asesoría, Arturo se mostró tan lúcido como siempre, con la fuerza de sus argumentos, me enseñó a defenderme de los posibles ‘ataques’ de los jurados. Al final, le dije que al otro día pasaría a recogerlo para que nos fuéramos juntos.

sidad inmensa por conocer la obra de Jorge Silva arrojó varios resultados. Entre ellos, el haber sacado a la luz una creación fotográfica inédita que retrata la historia del país con rigor expresivo y que incluye una multiplicidad de temáticas. La recuperación de tierras por parte de los indígenas en el Cauca, el movimiento hippie, los chircaleros de Tunjuelito, los niños huérfanos que vivían en el Bienestar Familiar y las marchas sindicales hacen parte del grueso de la obra. También hay imágenes que retratan la represión y el ambiente que se vivió en el país durante los años en que se usó la figura del estado de sitio para gobernar, especialmente, en la década del 70. Debía entregar mi tesis a la facultad antes de que acabara julio. Para esa época, Arturo estaba hospitalizado. El dolor que había sentido meses antes era un síntoma de la droga, que ya no estaba funcionando, que tomaba para la leucemia que padecía hace casi siete años. Katia, su esposa, nos contó luego que aun enfermo Arturo se empeñó en leer y revisar mi tesis y la de los otros dos alumnos de los que también era asesor. De esa primera crisis, Arturo se recuperó. Me citaron para sustentar la tesis el 21 de septiembre. Un día antes fui a su apartamento en La Soledad para ultimar los detalles de mi exposición. Él estaba sentado en una silla en el solar, el sol entraba con fuerza a través del techo, el ambiente era cálido. Lo acompañaba su hijo, Manuel, que había llegado del exterior unos días antes al enterarse de la recaída que había tenido su padre. Le llevé un ramo de girasoles. En esa asesoría, Arturo se mostró tan lúcido como siempre, con la fuerza de sus argumentos, me enseñó a defenderme de los posibles ‘ataques’ de los jurados. Al final, le dije que al otro día pasaría a recogerlo para que nos fuéramos juntos. Lo llamé a eso de las diez de la mañana y me contó que en la facultad le habían dicho que no fuera, que descansara, que yo podía sustentar sola, pero, con la terquedad que tantas veces me criticó, me dijo que pasara por él a las dos de la tarde. Según cuentan los que estaban cerca, por esos días, Arturo ya no se paraba de la cama. Pero, a pesar de que la enfermedad menguaba poco a poco sus fuerzas, él decidió acompañarme. La sustentación fue exitosa, tanto como él lo esperaba. Cuando salimos, saludó a uno de sus colegas, bajamos las escaleras, subimos al carro y lo llevé a su casa. Esa fue la última vez que lo vi. Pocos días después supe que estaba hospitalizado nuevamente. El sábado 7 de octubre entré al messenger, el sistema de comunicación moderno que Arturo tanto odiaba, a eso de las 9 de la noche, y Simón, otro de sus alumnos me dijo que había ido a verlo. - No vaya, es muy duro, repetía una y otra vez. Le dije que al otro día me comunicaría para preguntar cómo seguía. A la mañana siguiente timbró mi celular, era uno de los amigos de Jorge Silva, también amigo de Arturo, no alcancé a contestar, pero entonces supe que algo había pasado. Llamé a la casa de Arturo y una voz sosegada al otro lado de la línea me dijo: “El maestro se nos fue anoche”. Ahora cuando Arturo ya no está, hago mías sus palabras y le digo: Mi querido amigo, nunca tendrás rincón propio en la alacena de los olvidos. Por el contrario, siempre estarás presente con el intenso olor que levantan los vientos, con la llegada de la primavera. e

Fotografías: Archivo familiar de Arturo y Katia. 1974. Primera recuperación de tierras. Hacienda Cobaló. Cauca

1938 − 2006 Periodista, investigador, académico, pintor, noveslita, escritor con alma de sociólogo y antropólogo, pero sobre todo, humano conocedor de los dolores del país en el que se anida su natal Cali. A Arturo Alape los hechos sociopolíticos le marcaron la vida; a tal punto, que abandonó su carrera como pintor para militar en el Partido Comunista de la Juventud y para, tiempo después, retornar al camino de las letras convencido que desde allí podía sanar las heridas propias y colectivas. Las luchas campesinas, las muertes insepultas, los sujetos de la guerra, los sobrevivientes y los vencidos; aquellos, por los que nadie dio un peso, fueron los protagonistas de sus historias. El país le dolía; pero en las esperanzas de sus personajes, la resistencia de los cuerpos apesadumbrados y los sueños de las voces que escuchó, vez tras vez antes de convertirlas en libros, dejó entrever una salida. Fue crítico del periodismo efímero y en las aulas de la academia promovió entre sus estudiantes la responsabilidad social de caminar por el país y de atar cada paso a la realidad histórica de Colombia. Entre sus libros más destacados se cuentan El diario de un guerrillero (1970), Las muertes de Tirofijo (1972),

El cadáver de los hombres invisibles (1979), El Bogotazo: Memorias de olvido (1983), Las vidas de Pedro Antonio Marín, Manuel Marulanda Vélez −Tirofijo (biografía 1989), Julieta, el sueño de las mariposas (1994), Tirofijo: Los sueños y las montañas (1994), La hoguera de las ilusiones (1995) y Cadáver insepulto (1998), además de numerosas investigaciones. Sus últimos años los dedicó a la pintura y a la escritura de algunos libros que dejó incompletos. FedeErratas rinde un homenaje a nuestro maestro: a sus historias, a su memoria y a su anhelo de alargar cada día los pasos de su vida. Comité editorial fedeErratas


político

¿Símbolo Colombia?

A finales de junio de este año la revista Semana publicó una edición especial con un titular muy diciente: “El símbolo Colombia”. En la portada, un niño rubio y ojiazul (ojo, rubio y ojiazul), guiñaba el ojo al lector con un sombrero vueltiao sobre su cabeza. La prenda de Tuchín, Córdoba, había sido elegida como símbolo nacional por 75 mil colombianos. Por debajo de ésta, también habían sacado una alta votación, dentro de 50 opciones, el café, el Carnaval de Barranquilla, la orquídea, la bandera y el patrimonio arqueológico de San Agustín. “Para semejante empresa”, explicaba Semana en la introducción de la edición, “la revista convocó a un grupo de estudiosos del tema que durante un mes hicieron una rigurosa selección de 40 símbolos bajo diferentes criterios: que estos no tuvieran connotaciones negativas y que fuesen más nacionales que regionales”, entre otros. 394 mil colombianos votaron durante un mes por el símbolo que más los representaba. Sin embargo, el ejercicio contaba desde el comienzo con un sesgo contundente: la revista Semana no quería connotaciones negativas. Y connotaciones negativas implicaban guerra, violencia, guerrilla, narcotráfico, sicariato, cocaína y otra suerte de arquetipos colombianos que lamentablemente circulan por el exterior más de lo que lo hacen el sombrero vueltiao, la ruana o el aguardiente. Es totalmente entendible que en un ejercicio como el de la revista Semana se buscara excluir lo negativo. Finalmente, si hay algo que nos falta como país, que debe venderse al extranjero, es sustituir los viejos

y nocivos símbolos de Colombia por la cara positiva de este país que tanto tiene de bueno a lo largo y ancho de su territorio. El hecho de que Colombia es pasión, una estrategia de marketing nacional que busca posicionar al país como marca en el extranjero, fuera uno de los patrocinadores del ejercicio es prueba contundente de que este buscaba explorar estrategias de mercadeo. ¿Qué hubiera pasado donde en este ejercicio se hubiera levantado la censura de lo “negativo”? ¿De qué manera se pueden articular en la actualidad las representaciones colectivas de lo violento, lo conflictivo y lo político? ¿Será que Pablo Escobar, la toalla roja de Tirofijo, la sangre escurriendo como un río por las alcantarillas de Segovia, la sucia osamenta de Castaño, el escapulario de la Virgen del Carmen y el Divino Niño que cuelga de los tobillos y las muñecas preadolescentes de los asesinos a sueldo, habrían aparecido como parte del inventario del símbolo Colombia? En su libro, Violencia y democracia en Colombia, el historiador y columnista Eduardo Posada Carbó exhortaba al lector a “reivindicar valores distintos de la violencia, con la que se ha querido identificar históricamente a la cultura política colombiana1”. Con esto, Carbó elaboraba un discurso con el ánimo de reivindicar las tradiciones republicanas y cívicas que han caracterizado a la democracia más vieja de Latinoamérica, como suelen llamarnos los nostálgicos e ingenuos, y realizar a su vez un “exorcismo de la violencia”, realizando así un sesgo similar al de los directores editoriales de la Revista Semana: “ya estamos cansados de lo malo, hablemos de lo bueno”.

e Por Juan Camilo Maldonado Estudiante IX y IV semestre Comunicación Social y Ciencia Política, PUJ

394 mil colombianos votaron durante un mes por el símbolo que más los representaba. Sin embargo, el ejercicio contaba desde el comienzo con un sesgo contundente: la revista Semana no quería connotaciones negativas. Y connotaciones negativas implicaban guerra, violencia, guerrilla, narcotráfico, sicariato, cocaína y otra suerte de arquetipos colombianos que lamentablemente circulan por el exterior más de lo que lo hacen el sombrero vueltiao, la ruana o el aguardiente.

Sin embargo, negar lo nocivo, olvidarnos de ese lado oscuro que nos envenena, y elaborar una representación nacional, esa “comunidad imaginada”, basada tan sólo en aquellos bienes y servicios que tiene Colombia para exportar -la hormiga culona y las reinas, el machete y el tamal- es no enfrentar de lleno aquellos elementos que incluso en términos de representación han sido violentos y excluyentes. “La violencia como representación precede y acompaña la violencia como manifestación2”, asegura Cristina Rojas en su libro Civilización y violencia. Y bajo esta premisa, la autora examina la manera en la que el discurso de las élites blancas, masculinas y letradas del siglo XIX construyeron un discurso de nación dejando por fuera a negros, indígenas y mujeres. Habría que preguntarse qué tanto ha cambiado esa tendencia un siglo después. De qué manera se están construyendo los imaginarios de nación que nos atraviesan a diario. ¿Qué tanta cabida tienen negros, indígenas, mujeres y minorías sexuales para reafirmarse como sujetos de cambio, como actores con voz propia para contar nuestra historia? Por crudo que suene, estos actores escasamente se aparecen en nuestros relatos mass mediáticos, y cuando lo h acen no son más que víctimas o curiosidades. Son Zenilda Mendoza, la indígena zenú que fabrica los emblemáticos sombreros de caña flecha y que, como la describe Beatriz Diego, periodista de Semana: “sin acceso a las vitrinas del mundo, que hoy exhiben el tejido que su etnia ha elaborado por siglos, (vive) la suerte de los que no están cobijados por los microempresarios de la trenza”. Pero también son los indígenas desplazados y asesinados, los que aparecen y reaparecen, como Nukak Makus lejos de su selva, paeces asediados por las FARC o adolescentes emberas suicidándose sistemáticamente. Y no es que no estén organizados, y no es que no tengan proyectos políticos, sociales, económicos ni culturales. ¿Pero se les deja hablar?, o sufren de esa tradicional invisibilizazción, que caracterizaba Cristina Rojas, asfixiados en los ires y venires de la alta política. “Apartado de presiones y arranques se levanta lo que soy”, escribió Walt Whitman en Canto a mí mismo:

“Contemplando el pasado me veo en tiempos en que me afanaba en medio de la niebla discutiendo con retóricos y antagonistas. No me burlo ni discuto, atestiguo y espero”. ¿Dónde se levanta lo que somos? Si la respuesta se reduce a un inventario de souvenires recolectado por una firma de marketing internacional, estamos condenados. Lamentablemente, aún hoy en día lo que somos no sale a la luz, porque ni siquiera damos campo para que las voces subalternas cuenten otra historia y sueñen otro territorio. En un país donde el discurso editorial de El Tiempo, principal diario del país, criminaliza la protesta social, tal como lo demostró Jorge Iván Bonilla en El discurso del conflicto3; donde las negritudes, los indígenas, los desplazados y las minorías sexuales reciben un cero por ciento de visibilización como sujetos de información activos4; cabe preguntarse qué tipo de construcciones de lo que somos está realizando la “gran prensa”. Da entonces la sensación, que tras el rostro del niño rubio y ojiazul, subyace un complejo entramado de identidades y contradicciones, que no se amoldan a un imaginario monolítico; y que, finalmente, tampoco resiste al exorcismo de la violencia. Un conglomerado social que, como Whitman, atestigua y espera. e

1

Posada Carbó, Eduardo(2001). La nación soñada. Violencia y democracia en Colombia. ED Uniandes P. 90 2 Rojas, Cristina. Civilización y violencia: la búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX. Editorial Norma, Bogotá, 2001, P.77 3 Bonilla, Jorge Iván; Rojas, Maria Eugenia. Los discursos del conflicto: espacio público, paros cívicos y prensa en Colombia. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 1998. 4 ¿Qué es noticia? Agendas, periodistas y ciudadanos. Cátedra Honrad Adenauer de Comunicación y Democracia, 2004 P.42 Fotografía: Portada revista Semanasobre la elección del Sombrero Vueltio como símbolo de Colombia


político

¿Símbolo Colombia?

A finales de junio de este año la revista Semana publicó una edición especial con un titular muy diciente: “El símbolo Colombia”. En la portada, un niño rubio y ojiazul (ojo, rubio y ojiazul), guiñaba el ojo al lector con un sombrero vueltiao sobre su cabeza. La prenda de Tuchín, Córdoba, había sido elegida como símbolo nacional por 75 mil colombianos. Por debajo de ésta, también habían sacado una alta votación, dentro de 50 opciones, el café, el Carnaval de Barranquilla, la orquídea, la bandera y el patrimonio arqueológico de San Agustín. “Para semejante empresa”, explicaba Semana en la introducción de la edición, “la revista convocó a un grupo de estudiosos del tema que durante un mes hicieron una rigurosa selección de 40 símbolos bajo diferentes criterios: que estos no tuvieran connotaciones negativas y que fuesen más nacionales que regionales”, entre otros. 394 mil colombianos votaron durante un mes por el símbolo que más los representaba. Sin embargo, el ejercicio contaba desde el comienzo con un sesgo contundente: la revista Semana no quería connotaciones negativas. Y connotaciones negativas implicaban guerra, violencia, guerrilla, narcotráfico, sicariato, cocaína y otra suerte de arquetipos colombianos que lamentablemente circulan por el exterior más de lo que lo hacen el sombrero vueltiao, la ruana o el aguardiente. Es totalmente entendible que en un ejercicio como el de la revista Semana se buscara excluir lo negativo. Finalmente, si hay algo que nos falta como país, que debe venderse al extranjero, es sustituir los viejos

y nocivos símbolos de Colombia por la cara positiva de este país que tanto tiene de bueno a lo largo y ancho de su territorio. El hecho de que Colombia es pasión, una estrategia de marketing nacional que busca posicionar al país como marca en el extranjero, fuera uno de los patrocinadores del ejercicio es prueba contundente de que este buscaba explorar estrategias de mercadeo. ¿Qué hubiera pasado donde en este ejercicio se hubiera levantado la censura de lo “negativo”? ¿De qué manera se pueden articular en la actualidad las representaciones colectivas de lo violento, lo conflictivo y lo político? ¿Será que Pablo Escobar, la toalla roja de Tirofijo, la sangre escurriendo como un río por las alcantarillas de Segovia, la sucia osamenta de Castaño, el escapulario de la Virgen del Carmen y el Divino Niño que cuelga de los tobillos y las muñecas preadolescentes de los asesinos a sueldo, habrían aparecido como parte del inventario del símbolo Colombia? En su libro, Violencia y democracia en Colombia, el historiador y columnista Eduardo Posada Carbó exhortaba al lector a “reivindicar valores distintos de la violencia, con la que se ha querido identificar históricamente a la cultura política colombiana1”. Con esto, Carbó elaboraba un discurso con el ánimo de reivindicar las tradiciones republicanas y cívicas que han caracterizado a la democracia más vieja de Latinoamérica, como suelen llamarnos los nostálgicos e ingenuos, y realizar a su vez un “exorcismo de la violencia”, realizando así un sesgo similar al de los directores editoriales de la Revista Semana: “ya estamos cansados de lo malo, hablemos de lo bueno”.

e Por Juan Camilo Maldonado Estudiante IX y IV semestre Comunicación Social y Ciencia Política, PUJ

394 mil colombianos votaron durante un mes por el símbolo que más los representaba. Sin embargo, el ejercicio contaba desde el comienzo con un sesgo contundente: la revista Semana no quería connotaciones negativas. Y connotaciones negativas implicaban guerra, violencia, guerrilla, narcotráfico, sicariato, cocaína y otra suerte de arquetipos colombianos que lamentablemente circulan por el exterior más de lo que lo hacen el sombrero vueltiao, la ruana o el aguardiente.

Sin embargo, negar lo nocivo, olvidarnos de ese lado oscuro que nos envenena, y elaborar una representación nacional, esa “comunidad imaginada”, basada tan sólo en aquellos bienes y servicios que tiene Colombia para exportar -la hormiga culona y las reinas, el machete y el tamal- es no enfrentar de lleno aquellos elementos que incluso en términos de representación han sido violentos y excluyentes. “La violencia como representación precede y acompaña la violencia como manifestación2”, asegura Cristina Rojas en su libro Civilización y violencia. Y bajo esta premisa, la autora examina la manera en la que el discurso de las élites blancas, masculinas y letradas del siglo XIX construyeron un discurso de nación dejando por fuera a negros, indígenas y mujeres. Habría que preguntarse qué tanto ha cambiado esa tendencia un siglo después. De qué manera se están construyendo los imaginarios de nación que nos atraviesan a diario. ¿Qué tanta cabida tienen negros, indígenas, mujeres y minorías sexuales para reafirmarse como sujetos de cambio, como actores con voz propia para contar nuestra historia? Por crudo que suene, estos actores escasamente se aparecen en nuestros relatos mass mediáticos, y cuando lo h acen no son más que víctimas o curiosidades. Son Zenilda Mendoza, la indígena zenú que fabrica los emblemáticos sombreros de caña flecha y que, como la describe Beatriz Diego, periodista de Semana: “sin acceso a las vitrinas del mundo, que hoy exhiben el tejido que su etnia ha elaborado por siglos, (vive) la suerte de los que no están cobijados por los microempresarios de la trenza”. Pero también son los indígenas desplazados y asesinados, los que aparecen y reaparecen, como Nukak Makus lejos de su selva, paeces asediados por las FARC o adolescentes emberas suicidándose sistemáticamente. Y no es que no estén organizados, y no es que no tengan proyectos políticos, sociales, económicos ni culturales. ¿Pero se les deja hablar?, o sufren de esa tradicional invisibilizazción, que caracterizaba Cristina Rojas, asfixiados en los ires y venires de la alta política. “Apartado de presiones y arranques se levanta lo que soy”, escribió Walt Whitman en Canto a mí mismo:

“Contemplando el pasado me veo en tiempos en que me afanaba en medio de la niebla discutiendo con retóricos y antagonistas. No me burlo ni discuto, atestiguo y espero”. ¿Dónde se levanta lo que somos? Si la respuesta se reduce a un inventario de souvenires recolectado por una firma de marketing internacional, estamos condenados. Lamentablemente, aún hoy en día lo que somos no sale a la luz, porque ni siquiera damos campo para que las voces subalternas cuenten otra historia y sueñen otro territorio. En un país donde el discurso editorial de El Tiempo, principal diario del país, criminaliza la protesta social, tal como lo demostró Jorge Iván Bonilla en El discurso del conflicto3; donde las negritudes, los indígenas, los desplazados y las minorías sexuales reciben un cero por ciento de visibilización como sujetos de información activos4; cabe preguntarse qué tipo de construcciones de lo que somos está realizando la “gran prensa”. Da entonces la sensación, que tras el rostro del niño rubio y ojiazul, subyace un complejo entramado de identidades y contradicciones, que no se amoldan a un imaginario monolítico; y que, finalmente, tampoco resiste al exorcismo de la violencia. Un conglomerado social que, como Whitman, atestigua y espera. e

1

Posada Carbó, Eduardo(2001). La nación soñada. Violencia y democracia en Colombia. ED Uniandes P. 90 2 Rojas, Cristina. Civilización y violencia: la búsqueda de la identidad en la Colombia del siglo XIX. Editorial Norma, Bogotá, 2001, P.77 3 Bonilla, Jorge Iván; Rojas, Maria Eugenia. Los discursos del conflicto: espacio público, paros cívicos y prensa en Colombia. Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, 1998. 4 ¿Qué es noticia? Agendas, periodistas y ciudadanos. Cátedra Honrad Adenauer de Comunicación y Democracia, 2004 P.42 Fotografía: Portada revista Semanasobre la elección del Sombrero Vueltio como símbolo de Colombia


medios

Medios, un poder que se diluye

Por estos días la cantidad y variedad de opciones de medios de comunicación que tenemos los habitantes urbanos de Colombia parece ser muy amplía, incluso abrumadora. Sólo en Bogotá se pueden sintonizar unas 80 emisoras de radio, los canales de televisión por cable superan las cinco ó seis decenas, las revistas proliferan, cada vez se publican más periódicos, los sitios de alquiler de video tienen catálogos más grandes y la producción local de contenidos para Internet se torna en una verdadera avalancha. Hay emisoras en los colegios, canales de televisión en localidades, publicaciones de barrio, blogs independientes o adscritos a otros medios de comunicación sobre los temas más diversos, publicidad en los baños, etc. ¿Cómo atraer la atención del público? ¿Qué contenidos ofrecer a estas audiencias tan variadas, tan saturadas de opciones y con tan poco tiempo libre para invertir en los medios? Y desde un punto de vista más prosaico, en una economía capitalista como la nuestra, ¿Cómo atraer pauta hacia un medio específico para garantizar su subsistencia y su rentabilidad? La competencia por la atención del público y por la pauta publicitaria ha llevado a los medios a diversificar su oferta de contenidos y estéticas. Todos intentan llegar a una audiencia específica apuntándole a sus gustos y estilos, a sus características sociales e individuales.

Hace algunos años, cuando esta avalancha comunicativa contemporánea era todavía impensable, los medios se dirigían a grupos relativamente vastos y en general uniformes. A ciertas horas eran las mujeres quienes dominaban la audiencia, más tarde eran los niños y jóvenes y después eran los hombres adultos. Todos pasaban por el mismo medio y en ocasiones, lo consumían de manera conjunta, en la sala de la casa o en el comedor familiar. Todo eso cambió. Ahora, cada medio busca un público diferente. Hay revistas para jóvenes, mujeres de estratos altos, películas para adultos citadinos, emisoras musicales para ancianos jubilados, canales de televisión para adeptos a cierta religión, sitios en Internet para personas de la comunidad gay; la lista se hace cada vez más larga. Algunos pensadores de la comunicación piensan que esta explosión de la diversidad sólo puede ser buena. Después de décadas, quizá siglos, en los que fuimos obligados a comportarnos de ciertas maneras muy definidas y a limitar nuestras opciones de identidad, gusto y estilo a un abanico muy reducido, ahora disfrutamos de una diversidad creciente. También, la multiplicación de propuestas comunicativas puede hacer más difícil la manipulación, la imposición de puntos de vista rígidos y excluyentes. La distancia entre los productores de contenidos y las audiencias se acorta y puede incluso evaporarse.

e Por Juan Carlos Valencia Profesor Comunicación Social, PUJ

Sólo en Bogotá se pueden sintonizar unas 80 emisoras de radio, los canales de televisión por cable superan las cinco ó seis decenas, las revistas proliferan, cada vez se publican más periódicos, los sitios de alquiler de video tienen catálogos más grandes y la producción local de contenidos para Internet se torna en una verdadera avalancha.

Pero en tiempos recientes, otros analistas han comenzado a mirar con cierta preocupación ese estallido de la comunicación. Dos pensadores norteamericanos en particular, John Turow y Susan Douglas, se preguntan: “¿Qué consecuencias tiene para nuestras nociones de identidad nacional, de compartir una cultura y de necesitar comprendernos a través de barreras raciales, generacionales y de género, el intento de dividir las naciones en nichos demográficos cada vez más diminutos?” Douglas habla de los medios de comunicación actuales como instrumentos diseñados para fragmentar la sociedad en lugar de ser medios constructores de sociedad. En su intento de parecerse a nosotros, seres cada vez más variados, complejos e inestables, los medios se individualizan, tratan de reflejar y recrear identidades cada vez más específicas y, de paso, nos separan de los demás, atomizan la sociedad y nos desunen. Nos empujan a la pasividad, a la desesperanza y el aislamiento. Los medios parecen dar razón al viejo refrán: “Divide y vencerás”. Por otro lado, esa especialización de los medios y la publicidad se basa en estereotipos a veces muy burdos de lo que son los integrantes de las audiencias. Nos hablan de jóvenes alternativos, amas de casa, adultos contemporáneos, mujeres profesionales, clase alta y decenas de otras categorías como si se tratara de grupos de personas básicamente homogéneas e inalterables. Ante la dificultad creciente para precisar qué características son las fundamentales para separar y agrupar a las personas adecuadamente, en tiempos recientes se habla de estilos de vida, otra categoría altamente cuestionable. Puede sonar paradójico, pero en el preciso momento en el que los medios de comunicación se multiplican y su importancia en las dinámicas sociales se torna central, su poder se diluye, las audiencias confunden y socavan las estrategias comunicativas y publicitarias, y su rentabilidad como industria se ve seriamente amenazada. e


medios

Medios, un poder que se diluye

Por estos días la cantidad y variedad de opciones de medios de comunicación que tenemos los habitantes urbanos de Colombia parece ser muy amplía, incluso abrumadora. Sólo en Bogotá se pueden sintonizar unas 80 emisoras de radio, los canales de televisión por cable superan las cinco ó seis decenas, las revistas proliferan, cada vez se publican más periódicos, los sitios de alquiler de video tienen catálogos más grandes y la producción local de contenidos para Internet se torna en una verdadera avalancha. Hay emisoras en los colegios, canales de televisión en localidades, publicaciones de barrio, blogs independientes o adscritos a otros medios de comunicación sobre los temas más diversos, publicidad en los baños, etc. ¿Cómo atraer la atención del público? ¿Qué contenidos ofrecer a estas audiencias tan variadas, tan saturadas de opciones y con tan poco tiempo libre para invertir en los medios? Y desde un punto de vista más prosaico, en una economía capitalista como la nuestra, ¿Cómo atraer pauta hacia un medio específico para garantizar su subsistencia y su rentabilidad? La competencia por la atención del público y por la pauta publicitaria ha llevado a los medios a diversificar su oferta de contenidos y estéticas. Todos intentan llegar a una audiencia específica apuntándole a sus gustos y estilos, a sus características sociales e individuales.

Hace algunos años, cuando esta avalancha comunicativa contemporánea era todavía impensable, los medios se dirigían a grupos relativamente vastos y en general uniformes. A ciertas horas eran las mujeres quienes dominaban la audiencia, más tarde eran los niños y jóvenes y después eran los hombres adultos. Todos pasaban por el mismo medio y en ocasiones, lo consumían de manera conjunta, en la sala de la casa o en el comedor familiar. Todo eso cambió. Ahora, cada medio busca un público diferente. Hay revistas para jóvenes, mujeres de estratos altos, películas para adultos citadinos, emisoras musicales para ancianos jubilados, canales de televisión para adeptos a cierta religión, sitios en Internet para personas de la comunidad gay; la lista se hace cada vez más larga. Algunos pensadores de la comunicación piensan que esta explosión de la diversidad sólo puede ser buena. Después de décadas, quizá siglos, en los que fuimos obligados a comportarnos de ciertas maneras muy definidas y a limitar nuestras opciones de identidad, gusto y estilo a un abanico muy reducido, ahora disfrutamos de una diversidad creciente. También, la multiplicación de propuestas comunicativas puede hacer más difícil la manipulación, la imposición de puntos de vista rígidos y excluyentes. La distancia entre los productores de contenidos y las audiencias se acorta y puede incluso evaporarse.

e Por Juan Carlos Valencia Profesor Comunicación Social, PUJ

Sólo en Bogotá se pueden sintonizar unas 80 emisoras de radio, los canales de televisión por cable superan las cinco ó seis decenas, las revistas proliferan, cada vez se publican más periódicos, los sitios de alquiler de video tienen catálogos más grandes y la producción local de contenidos para Internet se torna en una verdadera avalancha.

Pero en tiempos recientes, otros analistas han comenzado a mirar con cierta preocupación ese estallido de la comunicación. Dos pensadores norteamericanos en particular, John Turow y Susan Douglas, se preguntan: “¿Qué consecuencias tiene para nuestras nociones de identidad nacional, de compartir una cultura y de necesitar comprendernos a través de barreras raciales, generacionales y de género, el intento de dividir las naciones en nichos demográficos cada vez más diminutos?” Douglas habla de los medios de comunicación actuales como instrumentos diseñados para fragmentar la sociedad en lugar de ser medios constructores de sociedad. En su intento de parecerse a nosotros, seres cada vez más variados, complejos e inestables, los medios se individualizan, tratan de reflejar y recrear identidades cada vez más específicas y, de paso, nos separan de los demás, atomizan la sociedad y nos desunen. Nos empujan a la pasividad, a la desesperanza y el aislamiento. Los medios parecen dar razón al viejo refrán: “Divide y vencerás”. Por otro lado, esa especialización de los medios y la publicidad se basa en estereotipos a veces muy burdos de lo que son los integrantes de las audiencias. Nos hablan de jóvenes alternativos, amas de casa, adultos contemporáneos, mujeres profesionales, clase alta y decenas de otras categorías como si se tratara de grupos de personas básicamente homogéneas e inalterables. Ante la dificultad creciente para precisar qué características son las fundamentales para separar y agrupar a las personas adecuadamente, en tiempos recientes se habla de estilos de vida, otra categoría altamente cuestionable. Puede sonar paradójico, pero en el preciso momento en el que los medios de comunicación se multiplican y su importancia en las dinámicas sociales se torna central, su poder se diluye, las audiencias confunden y socavan las estrategias comunicativas y publicitarias, y su rentabilidad como industria se ve seriamente amenazada. e




cultural

Entrevista a Manu Chao

Eran las diez de la mañana del sábado 14 de octubre y apenas comenzaba nuestra espera. Llegamos al lobby del Hotel Tequendama con el afán de conocer al personaje que tanta admiración despierta en nosotros y con la incertidumbre de no saber si nos concedería la entrevista. Fueron ocho horas de espera que parecían no acabar. Informaciones erróneas acerca de su llegada nos confundían. Pensábamos que pronto llegaría; que aguantar sentados en un sofá, escuchando a personas con fanatismo exacerbado y fastidioso, por fin daría sus frutos. A las cuatro de la tarde ya no sabíamos qué hacer. Algunos decían que ese día Manu Chao no vendría porque estaba en el estudio de Dr. Krápula (banda de la escena local) grabando el tema principal del movimiento que había motivado su venida a Colombia De repente, después de ver nuestra ilusión casi desecha, apareció un hombre pequeño rodeado de mucha gente, con la apariencia típica de un artista afamado. El lugar, hasta entonces frío y aburrido, se llenó de confusión. Una mirada provocada por un simple “Manu” gritado por uno de nosotros, se convirtió en el inicio de un cruce de palabras. El artista nos pidió que esperáramos mientras atendía compromisos previamente adquiridos. Media hora después iniciamos uno de los diálogos más interesantes de nuestras vidas. fedeErratas: Manu, cuéntenos

acerca de su relación con el movimiento Seikywa (Movimiento para la reivindicación de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta) que se va a lanzar en esta ver-

e Por Camilo Enrique Segura Mario Alberto Zamudio Estudiante V semestre Comunicación Social, PUJ

fdE: Háblenos de su relación

con Colombia y con Bogotá

MC: La primera vez que vine y conocí Bogotá fue con Mano Negra, aprovechamos el Festival de Teatro (1993) y estuvimos tocando frente a la Catedral; ahí nos enamoramos de esta ciudad, y ahí nació la idea de montar el Expreso del Hielo, que tomó casi un año de preparación aquí en Bogotá. Y bueno, esa aventura que hasta ahora ha sido la más fuerte en mi vida, es algo que tengo aquí (señaló su corazón) y que nunca olvidaré. Estuve mucho tiempo trabajando en Bogotá y en San Victorino tenía una oficina. Me gustaba mucho esconderme por ahí. La ciudad ahora ha cambiado mucho, en ese tiempo yo sentía bien la ciudad. fdE: ¿Por qué un artista reconocido mundialmente, como lo es usted, y que no es latinoamericano decide poner sus ojos en estas sociedades y luchar por su progreso? MC: Yo me apasioné por estas tierras. Cuando llegué me acogieron con

pero no me toca a mí decir o analizar eso. Yo estoy súper agradecido con la gente y me lo tomo como una responsabilidad de no defraudar, de no caer en ninguna trampa e intentar ser siempre honesto conmigo mismo y con todo mi vecindario. La relación con la gente yo la noto súper buena, hay algo súper fuerte a nivel de la calle aquí en Bogotá y en otros lugares de Latinoamérica: es que la gente me hace sentir en casa, me dice que estoy en casa y eso yo lo agradezco eternamente.

fdE: ¿Cómo ve la situación política de Colombia, con todos los fenómenos actuales de inequidad social, con respecto al futuro?

fdE: Por último, sabemos que el próximo año viene el nuevo trabajo de Manu Chao. Háblenos de este proyecto musical.

MC: No hace falta estar mucho tiempo aquí para darse cuenta de que la situación está complicada. Evidentemente los problemas aquí no están resueltos y hay un gobierno digamos que no muy permisivo en muchos niveles; ahí está uno de los problemas. Pero sería muy vanidoso de mí parte contestar y hacer declaraciones de la situación hoy en día en Colombia si llevo poco tiempo aquí. En el 93 me pase una temporada suficientemente larga para entender qué pasaba aquí, estar metido con la gente y saber la situación real. En esta visita más bien vengo yo a informarme de lo que está pasando; sería presumido hablar cuando no estoy viviendo aquí.

sión de Rock al Parque.

Manu Chao: Fue una semilla que empezó para mí en noviembre. Cuando vinimos el año pasado nos encontramos con David, Dr. Krápula, que me involucró en el proyecto. Me pareció apasionante, pues yo conocía la Sierra Nevada desde la época del “Expreso del Hielo”. Conozco un poco la zona, no del todo, y la problemática de allí. Si puedo apoyar y estar presente con la gente, ahí estaré a muerte. En seis meses hemos grabado una canción con Dr. Krápula y hemos convocado a más grupos para que se involucren y participen también.

una hospitalidad increíble, yo me siento en casa aquí; aquí me siento en mi salsita. Me siento mejor aquí que en la ciudad donde nací, algunas veces voy a Paris y me siento medio extranjero, así es la vida. Aquí en Latinoamérica y en otras partes es evidente que hay corrupción, miseria y desigualdades sociales; como ciudadano y ser humano hay que estar ahí e intentar acabarlo en cualquier lugar del mundo. Esto es una cuestión de ética personal y de saber cómo convives tú mismo con tu propia honestidad.

La primera vez que vine y conocí Bogotá fue con Mano Negra, aprovechamos el Festival de Teatro (1993) y estuvimos tocando frente a la Catedral. (...)Estuve mucho tiempo trabajando en Bogotá y en San Victorino tenía una oficina. Me gustaba mucho esconderme por ahí. La ciudad ahora ha cambiado mucho, en ese tiempo yo sentía bien la ciudad.

MC: Ni yo mismo lo sé muy bien, grabado tengo kilómetros de música. Para mí siempre fue más fácil empezar una canción que terminarla, pero espera que me voy a poner las pilas antes de la primavera del próximo año. No te lo puedo garantizar pero espero que salga en abril. Se vienen muchas canciones que hemos cantado y que la gente ya conoce, pero que nunca habían salido en estudio. Una canción como “El hoyo”, que ya ha sido cantada

fdE: ¿Cuál cree que es la función del estudiante en la construcción democrática de sociedad?

MC: La situación que se da no sólo en Colombia sino en otros países es tan crítica que ya no es problema sólo de una corporación; si queremos solucionar los problemas que hay, todo el mundo tiene que hacer esfuerzos: los estudiantes, los artistas, los campesinos, los chóferes de taxi; que toda la sociedad diga basta y hagamos todos un esfuerzo pa’ que esto vaya para adelante. El estudiante tiene que defender la universidad libre, independiente y gratuita, pero eso va de menos a menos, pues no sólo en Colombia sino en todo el mundo están intentando más y más hacer una educación de élite, y dar una educación al pueblo que acaba siendo nada. En el mundo entero están imponiendo una educación donde hay que pagar para aprender, cuando el saber debería ser algo que se comparte. Ese es el futuro de un país; para que un país salga para adelante es evidente que algo básico es la educación.

en vivo, la tengo grabadita, ahí linda; una canción así medio bolera llamada “Mala fama” también estará seguramente en el disco. En regla general yo diría que, comparado con los dos discos anteriores grabados en estudio (Clandestino y Próxima Estación Esperanza), éste está llegando un poco más duro. Este CD es, a lo mejor, la cadena que falta entre lo que hacemos en concierto y lo que fue Clandestino. Para este nuevo CD las canciones sobran por todos lados, se han decidido más o menos unas 14 o 15 canciones que van a salir, aún no tengo ni definido el título, no sé ni siquiera si le voy a poner un título, pero sinceramente espero que salga algo para abril del otro año.

fdE: ¿Cómo cree que su música ha contribuido al cambio de la sociedad latinoamericana; cómo sus letras pueden entablar una relación con la situación actual de Latinoamérica?

*** Al final, un par de fotos y una inmensa sensación de satisfacción fueron la recompensa a la espera y el comienzo de un fin de semana lleno de acción y rock al parque.

MC: Mi trabajo es visceral, es del día a día; cada jornada es un momento con la gente, es una acción, una canción,

e

Fotografía: por “Lilititus”. En: www.flickr.com


cultural

Entrevista a Manu Chao

Eran las diez de la mañana del sábado 14 de octubre y apenas comenzaba nuestra espera. Llegamos al lobby del Hotel Tequendama con el afán de conocer al personaje que tanta admiración despierta en nosotros y con la incertidumbre de no saber si nos concedería la entrevista. Fueron ocho horas de espera que parecían no acabar. Informaciones erróneas acerca de su llegada nos confundían. Pensábamos que pronto llegaría; que aguantar sentados en un sofá, escuchando a personas con fanatismo exacerbado y fastidioso, por fin daría sus frutos. A las cuatro de la tarde ya no sabíamos qué hacer. Algunos decían que ese día Manu Chao no vendría porque estaba en el estudio de Dr. Krápula (banda de la escena local) grabando el tema principal del movimiento que había motivado su venida a Colombia De repente, después de ver nuestra ilusión casi desecha, apareció un hombre pequeño rodeado de mucha gente, con la apariencia típica de un artista afamado. El lugar, hasta entonces frío y aburrido, se llenó de confusión. Una mirada provocada por un simple “Manu” gritado por uno de nosotros, se convirtió en el inicio de un cruce de palabras. El artista nos pidió que esperáramos mientras atendía compromisos previamente adquiridos. Media hora después iniciamos uno de los diálogos más interesantes de nuestras vidas. fedeErratas: Manu, cuéntenos

acerca de su relación con el movimiento Seikywa (Movimiento para la reivindicación de los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta) que se va a lanzar en esta ver-

e Por Camilo Enrique Segura Mario Alberto Zamudio Estudiante V semestre Comunicación Social, PUJ

fdE: Háblenos de su relación

con Colombia y con Bogotá

MC: La primera vez que vine y conocí Bogotá fue con Mano Negra, aprovechamos el Festival de Teatro (1993) y estuvimos tocando frente a la Catedral; ahí nos enamoramos de esta ciudad, y ahí nació la idea de montar el Expreso del Hielo, que tomó casi un año de preparación aquí en Bogotá. Y bueno, esa aventura que hasta ahora ha sido la más fuerte en mi vida, es algo que tengo aquí (señaló su corazón) y que nunca olvidaré. Estuve mucho tiempo trabajando en Bogotá y en San Victorino tenía una oficina. Me gustaba mucho esconderme por ahí. La ciudad ahora ha cambiado mucho, en ese tiempo yo sentía bien la ciudad. fdE: ¿Por qué un artista reconocido mundialmente, como lo es usted, y que no es latinoamericano decide poner sus ojos en estas sociedades y luchar por su progreso? MC: Yo me apasioné por estas tierras. Cuando llegué me acogieron con

pero no me toca a mí decir o analizar eso. Yo estoy súper agradecido con la gente y me lo tomo como una responsabilidad de no defraudar, de no caer en ninguna trampa e intentar ser siempre honesto conmigo mismo y con todo mi vecindario. La relación con la gente yo la noto súper buena, hay algo súper fuerte a nivel de la calle aquí en Bogotá y en otros lugares de Latinoamérica: es que la gente me hace sentir en casa, me dice que estoy en casa y eso yo lo agradezco eternamente.

fdE: ¿Cómo ve la situación política de Colombia, con todos los fenómenos actuales de inequidad social, con respecto al futuro?

fdE: Por último, sabemos que el próximo año viene el nuevo trabajo de Manu Chao. Háblenos de este proyecto musical.

MC: No hace falta estar mucho tiempo aquí para darse cuenta de que la situación está complicada. Evidentemente los problemas aquí no están resueltos y hay un gobierno digamos que no muy permisivo en muchos niveles; ahí está uno de los problemas. Pero sería muy vanidoso de mí parte contestar y hacer declaraciones de la situación hoy en día en Colombia si llevo poco tiempo aquí. En el 93 me pase una temporada suficientemente larga para entender qué pasaba aquí, estar metido con la gente y saber la situación real. En esta visita más bien vengo yo a informarme de lo que está pasando; sería presumido hablar cuando no estoy viviendo aquí.

sión de Rock al Parque.

Manu Chao: Fue una semilla que empezó para mí en noviembre. Cuando vinimos el año pasado nos encontramos con David, Dr. Krápula, que me involucró en el proyecto. Me pareció apasionante, pues yo conocía la Sierra Nevada desde la época del “Expreso del Hielo”. Conozco un poco la zona, no del todo, y la problemática de allí. Si puedo apoyar y estar presente con la gente, ahí estaré a muerte. En seis meses hemos grabado una canción con Dr. Krápula y hemos convocado a más grupos para que se involucren y participen también.

una hospitalidad increíble, yo me siento en casa aquí; aquí me siento en mi salsita. Me siento mejor aquí que en la ciudad donde nací, algunas veces voy a Paris y me siento medio extranjero, así es la vida. Aquí en Latinoamérica y en otras partes es evidente que hay corrupción, miseria y desigualdades sociales; como ciudadano y ser humano hay que estar ahí e intentar acabarlo en cualquier lugar del mundo. Esto es una cuestión de ética personal y de saber cómo convives tú mismo con tu propia honestidad.

La primera vez que vine y conocí Bogotá fue con Mano Negra, aprovechamos el Festival de Teatro (1993) y estuvimos tocando frente a la Catedral. (...)Estuve mucho tiempo trabajando en Bogotá y en San Victorino tenía una oficina. Me gustaba mucho esconderme por ahí. La ciudad ahora ha cambiado mucho, en ese tiempo yo sentía bien la ciudad.

MC: Ni yo mismo lo sé muy bien, grabado tengo kilómetros de música. Para mí siempre fue más fácil empezar una canción que terminarla, pero espera que me voy a poner las pilas antes de la primavera del próximo año. No te lo puedo garantizar pero espero que salga en abril. Se vienen muchas canciones que hemos cantado y que la gente ya conoce, pero que nunca habían salido en estudio. Una canción como “El hoyo”, que ya ha sido cantada

fdE: ¿Cuál cree que es la función del estudiante en la construcción democrática de sociedad?

MC: La situación que se da no sólo en Colombia sino en otros países es tan crítica que ya no es problema sólo de una corporación; si queremos solucionar los problemas que hay, todo el mundo tiene que hacer esfuerzos: los estudiantes, los artistas, los campesinos, los chóferes de taxi; que toda la sociedad diga basta y hagamos todos un esfuerzo pa’ que esto vaya para adelante. El estudiante tiene que defender la universidad libre, independiente y gratuita, pero eso va de menos a menos, pues no sólo en Colombia sino en todo el mundo están intentando más y más hacer una educación de élite, y dar una educación al pueblo que acaba siendo nada. En el mundo entero están imponiendo una educación donde hay que pagar para aprender, cuando el saber debería ser algo que se comparte. Ese es el futuro de un país; para que un país salga para adelante es evidente que algo básico es la educación.

en vivo, la tengo grabadita, ahí linda; una canción así medio bolera llamada “Mala fama” también estará seguramente en el disco. En regla general yo diría que, comparado con los dos discos anteriores grabados en estudio (Clandestino y Próxima Estación Esperanza), éste está llegando un poco más duro. Este CD es, a lo mejor, la cadena que falta entre lo que hacemos en concierto y lo que fue Clandestino. Para este nuevo CD las canciones sobran por todos lados, se han decidido más o menos unas 14 o 15 canciones que van a salir, aún no tengo ni definido el título, no sé ni siquiera si le voy a poner un título, pero sinceramente espero que salga algo para abril del otro año.

fdE: ¿Cómo cree que su música ha contribuido al cambio de la sociedad latinoamericana; cómo sus letras pueden entablar una relación con la situación actual de Latinoamérica?

*** Al final, un par de fotos y una inmensa sensación de satisfacción fueron la recompensa a la espera y el comienzo de un fin de semana lleno de acción y rock al parque.

MC: Mi trabajo es visceral, es del día a día; cada jornada es un momento con la gente, es una acción, una canción,

e

Fotografía: por “Lilititus”. En: www.flickr.com


archivo

Creación destructiva e Por Néstor Javier Vanegas Estudiante IX semestre Comunicación Social, PUJ

La teoría de la “destrucción creadora” plantea que las nuevas ideas que se generan para moldear estructuras urbanas van de la mano con las lógicas culturales y tecnológicas; de ahí que al observar algo novedoso siempre se olvida lo anterior, más aún si se trata de un cambio estético en la ciudad, pues la destrucción de un elemento siempre traerá mejores estructuras. Lo que ocurrió en Bogotá durante el siglo XX fue que nunca existió una destrucción para generar un cambio, al contrario, cada nueva idea colapsaba en pocos años por la ausencia de planeación. Cada alcaldía destruía lo que las anteriores habían hecho; cada una planteaba nuevas soluciones y estrategias para aliviar el caos de la capital. La disposición de los bogotanos al conformismo, ante los usos y servicios que ofrecía la ciudad, hizo que la visualización de los problemas tomara un carácter menos relevante. Los habitantes se acostumbraron a pensar que cualquier servicio mal prestado era sinónimo de cotidianidad; acomodamientos que afectaron el uso del espacio público, el comportamiento de los ciudadanos y la construcción de una ciudad amable. Se construía una ciudad gris, caótica, anacrónica, simplista, sin planeación; acompañada de sistemas de transporte que surgían como esperanza de una mejor movilidad. Se notaban cambios en la reestructuración del transporte pero sin resultados positivos y sí muchos negativos que condenaban tales servicios a la desaparición. Los cambios en la estructura del transporte no sólo le trajeron a Bogotá inversiones innecesarias sin ninguna función, sino que generaron una ciudad llena de miedos; una ciudad que no representaba nada para los bogotanos. Todos los supuestos orgullos que se configuraban a partir de una nueva forma de transporte se caían al piso, igual que los buses. Sin embargo, hace unos años llegaron, como dijo el historiador Fabio Zambrano parafraseando el himno de Bogotá, tres guerreros -Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa- que le abrieron los ojos a los bogotanos y construyeron una ciudad desde otra perspectiva con la intención de no repetir la historia; por lo menos la del transporte urbano. Ahora tenemos TransMilenio, un sistema que fue inaugurado hace cinco años y que ya empieza a dar muestras de desgaste; otro sistema que nos plantea un “orgullo capital”, ¿otro que irá a desaparecer? Fuentes gráficas: Archivo de Bogotá Banco de imágenes del Museo de Desarrollo Urbano Archivo de la Empresa Distrital de Transportes Urbanos Manuel H. Rodríguez. Exposición, en: www.asofoto.com Néstor Javier Vanegas. Archivo personal


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Creación destructiva e Por Néstor Javier Vanegas Estudiante IX semestre Comunicación Social, PUJ

La teoría de la “destrucción creadora” plantea que las nuevas ideas que se generan para moldear estructuras urbanas van de la mano con las lógicas culturales y tecnológicas; de ahí que al observar algo novedoso siempre se olvida lo anterior, más aún si se trata de un cambio estético en la ciudad, pues la destrucción de un elemento siempre traerá mejores estructuras. Lo que ocurrió en Bogotá durante el siglo XX fue que nunca existió una destrucción para generar un cambio, al contrario, cada nueva idea colapsaba en pocos años por la ausencia de planeación. Cada alcaldía destruía lo que las anteriores habían hecho; cada una planteaba nuevas soluciones y estrategias para aliviar el caos de la capital. La disposición de los bogotanos al conformismo, ante los usos y servicios que ofrecía la ciudad, hizo que la visualización de los problemas tomara un carácter menos relevante. Los habitantes se acostumbraron a pensar que cualquier servicio mal prestado era sinónimo de cotidianidad; acomodamientos que afectaron el uso del espacio público, el comportamiento de los ciudadanos y la construcción de una ciudad amable. Se construía una ciudad gris, caótica, anacrónica, simplista, sin planeación; acompañada de sistemas de transporte que surgían como esperanza de una mejor movilidad. Se notaban cambios en la reestructuración del transporte pero sin resultados positivos y sí muchos negativos que condenaban tales servicios a la desaparición. Los cambios en la estructura del transporte no sólo le trajeron a Bogotá inversiones innecesarias sin ninguna función, sino que generaron una ciudad llena de miedos; una ciudad que no representaba nada para los bogotanos. Todos los supuestos orgullos que se configuraban a partir de una nueva forma de transporte se caían al piso, igual que los buses. Sin embargo, hace unos años llegaron, como dijo el historiador Fabio Zambrano parafraseando el himno de Bogotá, tres guerreros -Jaime Castro, Antanas Mockus y Enrique Peñalosa- que le abrieron los ojos a los bogotanos y construyeron una ciudad desde otra perspectiva con la intención de no repetir la historia; por lo menos la del transporte urbano. Ahora tenemos TransMilenio, un sistema que fue inaugurado hace cinco años y que ya empieza a dar muestras de desgaste; otro sistema que nos plantea un “orgullo capital”, ¿otro que irá a desaparecer? Fuentes gráficas: Archivo de Bogotá Banco de imágenes del Museo de Desarrollo Urbano Archivo de la Empresa Distrital de Transportes Urbanos Manuel H. Rodríguez. Exposición, en: www.asofoto.com Néstor Javier Vanegas. Archivo personal


viajeros

A propósito de viajes, IIdentidad(es) y Movimientos

Otro vuelo más, otro aterrizaje. Bogotá 2600 metros más cerca de las estrellas. Con una corriente de historias que exige su trazo para no desbordarse y un trabajo de grado por escribir, he vuelto después de casi tres años a Colombia, a la universidad y a la vida familiar. En una avalancha atemporal de ires y venires, suena hoy el teclado en pro de una reconstrucción. Evidentemente, el movimiento de los últimos años apela a cierta coherencia yoica. Ansiosa, por la necesidad de experiencia y de aprender otros idiomas, y motivada, por los escritores y autores clásicos de la psicología, conseguí irme en tercer semestre a aprender la lengua de uno de los que nos había ampliado el panorama de la comprensión del ser humano en la carrera: Sigmund Freud. Así, viajé por primera vez a Alemania, el país donde se había iniciado la disciplina en algún laboratorio de psicofísica1. A pesar de los ya casi seis años, todavía puedo acordarme de aquel otoño tranquilo que me recibió con hojas rojas y amarillas que dibujaban siluetas en el aire y gruesas capas en el suelo; también de cómo el frío, que todavía era familiar, se fue fusionando lentamente con la oscuridad de los días que traían la noche hacia las 4:30 de la tarde. Emocionada e impulsada por las ganas de aprender, quizá también por la berraquera que caracteriza a una santanderana, sobrellevé el invierno en aquella ciudad en la que, para mi fortuna, se habla uno de los mejores alemanes: Hannover. Entre cassettes, libros, el televisor, los niños, los amigos y la familia alemana que me hospedó, logré vencer la angustia de aprender el género de las palabras que se hacían infinitas y hacer las respectivas declinaciones.

En ese momento pude maravillarme de lo universal de los gestos, al mismo tiempo que sentí la fuerza de la palabra; esa que nos conecta con los otros. Aprender el idioma se convirtió en una cuestión de supervivencia. Me funcionó la regla general: “extranjero entiende extranjero” y sin saber cómo, los significados de la experiencia comenzaron a armarse en un alemán extraño: entre una rusa, una polaca, un gringo, unos españoles y yo, una colombiana. En mi paso, admiré con profundidad la organización social de los alemanes. Allá todo tiene un sitio, un nombre específico; el tren no se retraza, ni espera un segundo; no se sienten los ruidos de los carros porque todo está “perfectamente” señalizado y todos saben qué es lo que se debe hacer, incluso en el caso de un imprevisto. Fue un orden extraño, debo admitirlo, pero en aquel momento fue clave en ese estar tan lejos de casa, de lo conocido. Disfruté de las comodidades y seguridades que un país desarrollado brinda a las personas y aproveché la ubicación geográfica para seguir deslizándome por las calles, convertidas en carreteras, que comunicaban no sólo ciudades y países, sino otros idiomas y culturas: ¡Estaba en Europa! Los paisajes recreaban otras formas de vida, podía empezar a distinguirse lo que era alemán y lo que no, y lo que era yo y no-yo. Regresé a Bogotá después de nueve meses, aún más sensibilizada de la multiculturalidad, de las historias milenarias y recientes que todavía dejan huella en el presente, de las situaciones que hacen que las personas se movilicen por el mundo, que se sientan amigas, que se ayuden y hablen idiomas poco universales. Sin embargo, había faltado la universidad, la experiencia estudiantil: algo de

e Por Carolina Caballero Estudiante X semestre Psicología, PUJ

Viajar, aprender otros idiomas, conocer otros lugares, estar en contacto y hacer parte de otras dinámicas sociales hicieron que me dibujara y desdibujara una y otra vez.

mí. Como aprendí que los pasos son para coger impulso, con ese imperativo de movimiento instalado en mi cuerpo, años después Alemania volvió a recibirme; esta vez con un cupo en la universidad para realizar mi última práctica académica y con el contraste de haber estado casi un año en una capital del mundo como lo es Nueva York. En la Gran Manzana todo va más rápido; así como fluye la economía fluyen las personas, las imágenes, el tiempo, la información y las sensaciones: la ciudad es una bomba de estímulos. Se camina por las calles con el incansable suspiro de asombro; todos son amigables y abiertos, parecen estar unidos precisamente por esa fluidez… Allí basta con saber presentarse para compartir un buen rato en un bar, una esquina, un parque; como casi todos están de paso es de gran importancia saber qué se está haciendo, pues es allí donde se construye la

dará una hoja de vida larga y llena de experiencia: quizá de ahí la calidad en todo lo que hacen. Los alemanes son altamente independientes y sinceros. Esto les da un aire característico del cual, creo, proviene esa frialdad, dura en ciertos momentos para nosotros los latinos acostumbrados a planear gran parte de las actividades con referencia a un grupo, ya sea la familia, los amigos, los compañeros de universidad, etc. El contacto físico se hace muy escaso y las relaciones de amistad se tejen lentamente, pues cierta frescura tropical puede resultarles en principio bien extraña e intensa. Así, pude ir identificando lo que me hace latina, colombiana, estudiante de la Javeriana y, en mi caso, bumanguesa, rola y mujer. También extrañé dichos que sólo pueden ser expresados en español y ciertos ritmos con los que los sentimientos más primarios están anudados. La tierra llama y con ello tam-

singularidad de cada quien. La locura deambula por la calle y no hace falta encerrarla porque es altamente creativa. El coqueteo es parte de la convivencia, especialmente en el verano, puede sentirse que el amor (más bien las ganas de los unos con otros) está en el aire pero entonces, por lo mismo, es pasajero. Parece ser la ciudad perfecta para el viajero, el soltero, el intelectual o el trabajador que se siente satisfecho con el agite de los días, así esto no lo vincule más que a un torrente de personas, casi anónimas, que se evaporan cuando el furor de la noche pasa a ser la mañana siguiente. Para mi tranquilidad el 2005 fue un año mucho más sentado, en el que se cambiaron las sirenas y los ruidos de una ciudad como Nueva York, por los pájaros que aún habitan la bonita Erlangen, una pequeña ciudad estudiantil alemana donde fui recibida como asistente de investigación en el departamento de psicología social. Allí las dinámicas sociales se distribuyen entre el estudio, los encuentros estudiantiles y la vida familiar. Ser raro o exótico, o apoyarse en la singularidad de su ser, como ocurre en Nueva York, no tiene cabida en un “pueblo” al sur de Alemania, donde todavía se siente el peso de cierto conservatismo. Sin embargo, otra vez la “estructura” vuelve a tener sentido, pues estudiar en alemán y escribir trabajos para la universidad requieren de cierto orden. Para los alemanes todo tiene un tiempo específico, su lema: organizar prioridades. Así, distribuyen su horario entre clases, actividades extra curriculares (la participación en algún grupo estudiantil) y el deporte, que hace parte de su rutina. Las vacaciones intersemestrales (de un período de 3 meses) son el tiempo clave para ir haciendo prácticas que más adelante les

bién la necesidad de retomar algunas de las coordenadas que lo hacen “ser a uno, uno”. Viajar, aprender otros idiomas, conocer otros lugares, estar en contacto y hacer parte de otras dinámicas sociales hicieron que me dibujara y desdibujara una y otra vez. Con las mil y una situaciones y personas nuevas que se presentan en el transcurso del tiempo, el ser se pone a prueba y con ello también va delimitando hasta dónde, en pensamiento y cuerpo, alcanza a extenderse. Los viajes son una forma de conocerse y de sentir la necesidad de vivir y recrear la realidad día a día; de crear conocimientos que se hagan y rehagan constantemente, ya que somos movimiento y vacío. Creo que no me queda más que motivarlos a que deshagan sus Identidades con mayúscula y se lancen, para quienes no lo han hecho, al viaje; no necesariamente de distancias geográficas, sino de reconocer la pluralidad de cada persona que está a su lado; que siendo una historia particular, lo confrontarán a usted mismo con su recorrido. Espero también haberles dejado una que otra sensación con la que yo pude encontrarme durante estos tres últimos años en los que el sentimiento de no estar en tierra firme, me hizo trabajar constantemente en mis proyectos, tanto personales como académicos. e 1

Se considera al psicofísico alemán W. Wundt como uno de los funda-

dores de la Psicología en 1879. Sin embargo, en USA también se adelantaban trabajos por W.James alrededor de los mismos años, incluso un poco antes.


viajeros

A propósito de viajes, IIdentidad(es) y Movimientos

Otro vuelo más, otro aterrizaje. Bogotá 2600 metros más cerca de las estrellas. Con una corriente de historias que exige su trazo para no desbordarse y un trabajo de grado por escribir, he vuelto después de casi tres años a Colombia, a la universidad y a la vida familiar. En una avalancha atemporal de ires y venires, suena hoy el teclado en pro de una reconstrucción. Evidentemente, el movimiento de los últimos años apela a cierta coherencia yoica. Ansiosa, por la necesidad de experiencia y de aprender otros idiomas, y motivada, por los escritores y autores clásicos de la psicología, conseguí irme en tercer semestre a aprender la lengua de uno de los que nos había ampliado el panorama de la comprensión del ser humano en la carrera: Sigmund Freud. Así, viajé por primera vez a Alemania, el país donde se había iniciado la disciplina en algún laboratorio de psicofísica1. A pesar de los ya casi seis años, todavía puedo acordarme de aquel otoño tranquilo que me recibió con hojas rojas y amarillas que dibujaban siluetas en el aire y gruesas capas en el suelo; también de cómo el frío, que todavía era familiar, se fue fusionando lentamente con la oscuridad de los días que traían la noche hacia las 4:30 de la tarde. Emocionada e impulsada por las ganas de aprender, quizá también por la berraquera que caracteriza a una santanderana, sobrellevé el invierno en aquella ciudad en la que, para mi fortuna, se habla uno de los mejores alemanes: Hannover. Entre cassettes, libros, el televisor, los niños, los amigos y la familia alemana que me hospedó, logré vencer la angustia de aprender el género de las palabras que se hacían infinitas y hacer las respectivas declinaciones.

En ese momento pude maravillarme de lo universal de los gestos, al mismo tiempo que sentí la fuerza de la palabra; esa que nos conecta con los otros. Aprender el idioma se convirtió en una cuestión de supervivencia. Me funcionó la regla general: “extranjero entiende extranjero” y sin saber cómo, los significados de la experiencia comenzaron a armarse en un alemán extraño: entre una rusa, una polaca, un gringo, unos españoles y yo, una colombiana. En mi paso, admiré con profundidad la organización social de los alemanes. Allá todo tiene un sitio, un nombre específico; el tren no se retraza, ni espera un segundo; no se sienten los ruidos de los carros porque todo está “perfectamente” señalizado y todos saben qué es lo que se debe hacer, incluso en el caso de un imprevisto. Fue un orden extraño, debo admitirlo, pero en aquel momento fue clave en ese estar tan lejos de casa, de lo conocido. Disfruté de las comodidades y seguridades que un país desarrollado brinda a las personas y aproveché la ubicación geográfica para seguir deslizándome por las calles, convertidas en carreteras, que comunicaban no sólo ciudades y países, sino otros idiomas y culturas: ¡Estaba en Europa! Los paisajes recreaban otras formas de vida, podía empezar a distinguirse lo que era alemán y lo que no, y lo que era yo y no-yo. Regresé a Bogotá después de nueve meses, aún más sensibilizada de la multiculturalidad, de las historias milenarias y recientes que todavía dejan huella en el presente, de las situaciones que hacen que las personas se movilicen por el mundo, que se sientan amigas, que se ayuden y hablen idiomas poco universales. Sin embargo, había faltado la universidad, la experiencia estudiantil: algo de

e Por Carolina Caballero Estudiante X semestre Psicología, PUJ

Viajar, aprender otros idiomas, conocer otros lugares, estar en contacto y hacer parte de otras dinámicas sociales hicieron que me dibujara y desdibujara una y otra vez.

mí. Como aprendí que los pasos son para coger impulso, con ese imperativo de movimiento instalado en mi cuerpo, años después Alemania volvió a recibirme; esta vez con un cupo en la universidad para realizar mi última práctica académica y con el contraste de haber estado casi un año en una capital del mundo como lo es Nueva York. En la Gran Manzana todo va más rápido; así como fluye la economía fluyen las personas, las imágenes, el tiempo, la información y las sensaciones: la ciudad es una bomba de estímulos. Se camina por las calles con el incansable suspiro de asombro; todos son amigables y abiertos, parecen estar unidos precisamente por esa fluidez… Allí basta con saber presentarse para compartir un buen rato en un bar, una esquina, un parque; como casi todos están de paso es de gran importancia saber qué se está haciendo, pues es allí donde se construye la

dará una hoja de vida larga y llena de experiencia: quizá de ahí la calidad en todo lo que hacen. Los alemanes son altamente independientes y sinceros. Esto les da un aire característico del cual, creo, proviene esa frialdad, dura en ciertos momentos para nosotros los latinos acostumbrados a planear gran parte de las actividades con referencia a un grupo, ya sea la familia, los amigos, los compañeros de universidad, etc. El contacto físico se hace muy escaso y las relaciones de amistad se tejen lentamente, pues cierta frescura tropical puede resultarles en principio bien extraña e intensa. Así, pude ir identificando lo que me hace latina, colombiana, estudiante de la Javeriana y, en mi caso, bumanguesa, rola y mujer. También extrañé dichos que sólo pueden ser expresados en español y ciertos ritmos con los que los sentimientos más primarios están anudados. La tierra llama y con ello tam-

singularidad de cada quien. La locura deambula por la calle y no hace falta encerrarla porque es altamente creativa. El coqueteo es parte de la convivencia, especialmente en el verano, puede sentirse que el amor (más bien las ganas de los unos con otros) está en el aire pero entonces, por lo mismo, es pasajero. Parece ser la ciudad perfecta para el viajero, el soltero, el intelectual o el trabajador que se siente satisfecho con el agite de los días, así esto no lo vincule más que a un torrente de personas, casi anónimas, que se evaporan cuando el furor de la noche pasa a ser la mañana siguiente. Para mi tranquilidad el 2005 fue un año mucho más sentado, en el que se cambiaron las sirenas y los ruidos de una ciudad como Nueva York, por los pájaros que aún habitan la bonita Erlangen, una pequeña ciudad estudiantil alemana donde fui recibida como asistente de investigación en el departamento de psicología social. Allí las dinámicas sociales se distribuyen entre el estudio, los encuentros estudiantiles y la vida familiar. Ser raro o exótico, o apoyarse en la singularidad de su ser, como ocurre en Nueva York, no tiene cabida en un “pueblo” al sur de Alemania, donde todavía se siente el peso de cierto conservatismo. Sin embargo, otra vez la “estructura” vuelve a tener sentido, pues estudiar en alemán y escribir trabajos para la universidad requieren de cierto orden. Para los alemanes todo tiene un tiempo específico, su lema: organizar prioridades. Así, distribuyen su horario entre clases, actividades extra curriculares (la participación en algún grupo estudiantil) y el deporte, que hace parte de su rutina. Las vacaciones intersemestrales (de un período de 3 meses) son el tiempo clave para ir haciendo prácticas que más adelante les

bién la necesidad de retomar algunas de las coordenadas que lo hacen “ser a uno, uno”. Viajar, aprender otros idiomas, conocer otros lugares, estar en contacto y hacer parte de otras dinámicas sociales hicieron que me dibujara y desdibujara una y otra vez. Con las mil y una situaciones y personas nuevas que se presentan en el transcurso del tiempo, el ser se pone a prueba y con ello también va delimitando hasta dónde, en pensamiento y cuerpo, alcanza a extenderse. Los viajes son una forma de conocerse y de sentir la necesidad de vivir y recrear la realidad día a día; de crear conocimientos que se hagan y rehagan constantemente, ya que somos movimiento y vacío. Creo que no me queda más que motivarlos a que deshagan sus Identidades con mayúscula y se lancen, para quienes no lo han hecho, al viaje; no necesariamente de distancias geográficas, sino de reconocer la pluralidad de cada persona que está a su lado; que siendo una historia particular, lo confrontarán a usted mismo con su recorrido. Espero también haberles dejado una que otra sensación con la que yo pude encontrarme durante estos tres últimos años en los que el sentimiento de no estar en tierra firme, me hizo trabajar constantemente en mis proyectos, tanto personales como académicos. e 1

Se considera al psicofísico alemán W. Wundt como uno de los funda-

dores de la Psicología en 1879. Sin embargo, en USA también se adelantaban trabajos por W.James alrededor de los mismos años, incluso un poco antes.


artefacto artefacto

cuentoenano

Por Fredy Yezzed Lรณpez e Estudiante VIII semestre Literatura, PUJ

e Por Gabriel Villarroel Estudiante VII semestre Comunicaciรณn Social, PUJ


artefacto artefacto

cuentoenano

Por Fredy Yezzed Lรณpez e Estudiante VIII semestre Literatura, PUJ

e Por Gabriel Villarroel Estudiante VII semestre Comunicaciรณn Social, PUJ



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