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VII VIRGILIO, NUEVO HOMERO

Entre los clásicos que la cultura occidental ha coleccionado a lo largo de los últimos tres milenios, La Eneida ocupa un lugar incómodo. A una mirada neutral, parece incluso tambaleante. Arrumbada en la última esquina del librero, la obra de Virgilio encabeza la lista de los “clásicos cuestionados”.

No siempre fue así. Durante mil setecientos años La Eneida gozó del entusiasmo incondicional de lectores y comentaristas que no dudaron en elevarla por encima de las obras de Homero. Hoy en día la situación es muy diferente. Sus antiguos sitiales se han transformado en pies de barro. No se trata sólo de que aparezca poco mencionada en currículos académicos; éstos suelen ser tacaños con los clásicos. Tampoco, de que no se la lea. Si así fuera, su situación no sería muy diferente de la de El Quijote o La Divina Comedia. Los lectores siempre han sido un bien escaso y ninguna obra clásica está en condiciones de ufanarse de su número.

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En realidad, la situación de La Eneida es más precaria todavía. A otras obras, nadie se atrevería a discutirles su posición. La Eneida, en cambio, aparece cuestionada por preguntas relativas a su presunta condición de “poesía por encargo”.

Efectivamente, entre las razones que podrían explicar la desafección contemporánea con Virgilio y su obra, esta ha adquirido carta de ciudadanía entre los lectores cultos. Según tal opinión, La Eneida sería literatura palaciega hecha para agradar el paladar de sus mandantes, en particular el de Octavio Augusto, primer emperador de Roma. A la sensibilidad de hoy, tributaria del mundo romántico, la expresión “poesía por

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