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VI DE TROYA A ÍTACA

La relación que mantienen La Ilíada y La Odisea ofrece aristas complejas por muchos lados. Es verdad que ambas obras poseen un marco general de continuidad dado por la trama y las formas poéticas de la antigua épica. Pero más allá de ese marco común, muestran tantas diferencias, asimetrías y contrastes que resulta imposible pasarlas por alto.

Suelo utilizar una analogía para referirme a la relación que La Ilíada mantiene con La Odisea: en ella propongo imaginar la obra homérica como una majestuosa composición musical, en la que se sobreponen armónicamente dos melodías distintas; la primera llena el espacio acústico y queda resonando en el oído de la audiencia. La segunda se limita a acompañarla de puntillas.

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La melodía dominante equivale a la historia contada: la ira del poderoso Aquiles o el regreso del ingenioso Odiseo. En ella se narran conflictos grandiosos, combates heroicos, arbitrajes divinos…, y se lo hace con los recursos propios de la épica: epítetos y fórmulas, símiles y discursos. Ante sus tonos imponentes, la segunda podría incluso pasar desapercibida. Soterrada y persistente, esta melodía delinea el universo en el cual la historia tiene lugar.

En realidad, la así llamada “cuestión homérica” no es más que una sorprendente paradoja. En la total continuidad de su melodía primaria, La Ilíada y La Odisea tienden a distanciarse en las secundarias hasta situarse prácticamente en las antípodas. Como dos hermanas gemelas que —después de sorprendernos por su similitud física—, se revelan diversas apenas abren la boca.