Danzas de Fe

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Danzas de Fe

Bajo el Cielo Nortino

NOVUM Editorial

“La Religiosidad Popular en Alma de Chile” Colección – Vol. II


Autores : Luis Herrera Aguerrevere, Tito Alarcón Pradena Fotografía : Tito Alarcón Pradena Redacción y Estilo : Joaquín Matus Toro Dirección Creativa y Diseño : Grupo Novum Editorial Gestión Institucional : León Cosmelli Pereira Impreso en Chile  1ª edición marzo de 2011 Registro de Propiedad Intelectual Nro. © Todos los derechos reservados NOVUM Editorial Ltda.

Martín de Zamora 6101 Oficina 1, Las Condes - Santiago de Chile

NOVUM Editorial — Documentales

Fono fax: (56-2) 201 43 96 www.novumeditorial.com

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Indice

4 Presentación 7

Danza de la Fe

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Las Peñas, más cerca del Cielo

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San Lorenzo de Tarapacá,

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un Mártir que Enciende la Alegría La Tirana, Fe que Florece en el Desierto

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Las Alturas Sagradas de Ayquina

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Candelaria de Copiapó,

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la Fiesta de la Luz Andacollo, un Marco de Grandeza 3


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ste es el segundo de tres volúmenes que integran la colección “La religiosidad popular en el Alma de Chile”, mediante la cual NOVUM Editorial invita al lector a conocer el fascinante universo de la religiosidad popular chilena, amalgama viva de tradiciones en constante renovación. Como en las entregas anteriores, NOVUM se orienta a convertir cada página en una invitación al lector para abordar la realidad desde la óptica del pulchrum, es decir, de la belleza. Estas páginas registran fiestas y celebraciones religiosas populares tradicionalmente realizadas en la zona norte del País. Aunque la gran fiesta de La Tirana se puede considerar el prototipo, por su amplitud, fuerza y convocatoria, existen muchas otras que configuran un mundo propio, igualmente vivaz y comunicativo. Así, aparte de La Tirana, se registran aquí las celebraciones a la Virgen de Las Peñas, a Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina,

a San Lorenzo de Tarapacá, a la Candelaria de Copiapó y a Nuestra Señora del Rosario de Andacollo, en la Cuarta región, donde los modos típicos de la fe nortina entran en relación con la expresión religiosa de la zona central. Hay en cada fiesta una manifestación de anhelo por lo sagrado, casi de “tocar a Dios”, de espiritualidad intensa y expansiva. Quizá el luminoso entorno geográfico donde tienen lugar, así como la árida desnudez del paisaje, expliquen en parte la sorprendente capacidad de estos devotos para remontarse a ideales religiosos, a realidades metafísicas; no como eruditos que examinan lo abstracto, sino como quien lo experimenta en el corazón y ansía comunicarlo. Los santuarios, a su vez, se vuelven como epicentros espirituales que al menos una vez al año congregan grandes multitudes venidas de lejos. En estas ocasiones el calor del sol pareciera un sim-


ple reflejo del fervor de las almas. Y el lugar sagrado, junto con la imagen venerada, se vuelven un pórtico al Cielo. Estas tradiciones religiosas forman un legado que enriquece la identidad del país. Eso es lo que NOVUM Editorial ha querido presentar en estas páginas. No buscamos componer un libro de sociología o un estudio costumbrista, menos aún un ensayo de carácter ideológico ni tampoco un reportaje de periodismo cultural: simplemente, hemos querido editar un álbum que permita una visión de conjunto. Estas imágenes y testimonios vivos de la religiosidad chilena en el Norte, partícipes del Alma nacional traducida en colores, formas, aromas, sones, gestos, estilos, movimientos, relaciones sociales, son una invitación al lector para que también se vuelva peregrino y descubra la espiritualidad de este Chile ignorado. Pues así también podrá reconocer en sí mismo aquella forma característica con que nuestra tierra contempla el Misterio de Dios. 5



Danza de la Fe Monseñor Marco Antonio Órdenes F. Obispo de Iquique

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os Bailes Religiosos constituyen un patrimonio que integra lo más sustancial de la cultura y la identidad de un pueblo, grabado en la memoria generacional. La danza misma se cuenta entre las expresiones más antiguas de la humanidad. Se vincula al propio ritmo del organismo, manifestando la profundidad del ser y permitiendo a la persona expresar lo que es, hacer memoria de dónde viene y hacia dónde va, unir toda la existencia al sentido de lo absoluto y trascendente en la belleza de lo sagrado y santo. El baile de la fiesta de La Tirana implica este encuentro con lo sagrado. Su danza nace de la necesidad de religarse, de reunirse con lo sagrado, con esa meta-realidad que lo sobrepasa. Por esta razón la danza pervive en la memoria colectiva de las generaciones; está grabada en el patrimonio precolombino, con antecedentes en danzas rituales de hace más de 3 mil años. No obstante, la llegada del Cristianismo le otorga plenitud de

sentido: ya no es sólo el hombre que sale al encuentro de lo divino, sino Dios mismo que llega para encontrarlo. Dios irrumpe con su Buena Noticia en el corazón del nortino a través del rostro materno de María, la señora del Carmelo y del Cielo. Ante ella, durante siglos, el indígena se acerca para confiar sus sufrimientos, problemas y esperanzas, para encontrar el abrazo de Dios en este ícono mariano. De ahí la fuerza que tiene la danza en estas generaciones. Los primeros bailarines fueron los indígenas del lugar, después los mestizos, y hoy es en el nuevo rostro nortino, mixtura de muchos encuentros: andino, pampino y urbano. La danza religiosa tiene su raíz muy ligada al núcleo familiar. Las primeras danzas fueron sumamente familiares, incubadas como algo propio del ayllu, la unidad básica de la sociedad aymará. En el Tamarugal las familias danzaron en torno a la imagen de la Virgen dejada por fray Antonio Rondón, junto a la tum-

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danza. Esto permitirá perpetuar en el tiempo su cualidad sagrada y religiosa. La danza religiosa se inscribe en los sacramentales más hermosos del rico patrimonio religioso de América Latina. La teología comprende el sacramental como la expresión en que se manifiesta la bendición y la acción de Dios, pero sin constituir sacramento propiamente. Por cierto que la danza religiosa es un sacramental en cuanto permite esa vinculación con lo sagrado, transformando todo el ritual de la danza, de la cofradía, en un encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios.

ba de Ñusta Huillac, la princesa inca convertida a fe cristiana, que junto con encontrar el amor humano en el minero Vasco de Almeida, encontró también el don de la fe, dando su vida por el nuevo Dios que conocía. En la actualidad, a pesar de algunas marcas complejas de la nueva cultura (como el individualismo inmanentista, con altas dosis de superficialidad) se descubre con esperanza renovada la vertiente de un corazón creyente, que en estas formas de piedad encuentra identidad, sentido y fortaleza para vivir la vida, tanto personal como comunitaria. En nuestra América mestiza, los bailes religiosos y la piedad popular son un auténtico baluarte. No son sólo un tesoro de riqueza artística y estética, sino un patrimonio de existencia y de sentido. “O danzamos o morimos en lo que somos”: Este lema está grabado a fuego en el corazón de un bailarín y una bailarina. El gran reto es que los bailes religiosos sigan guardando no sólo la danza, sino la razón de su

La ritualidad de la danza es muy estricta. Una gran cantidad de normas buscan preservar el sentido de lo que aquello significa. La ritualidad del baile religioso es litúrgica, cumple una función cultural reconocida por toda la comunidad. Posee un patrón de orden estructurado –rito– que sirve de la base al proceso constructivo de la tradición, conservándola sin alteración, para salvaguardar la profundidad de la misma identidad: es el carácter religioso de la costumbre. Los danzantes saben cuál es el sentido de sus movimientos, conocen el orden, la estructura y el sentido de las partes que van construyendo su coreografía. Quien mira desde fuera ve una danza, pero no siempre percibe lo fundamental. Esto se oculta a los ojos, pero se abre al corazón de quien observa con asombro y acogida. En los días de fiesta, a medida que el tiempo transcurre, el cansancio va venciendo al cuerpo, dejando entrever el sentido de ofrenda y sacrificio que tiene el bailar. Así, en el corazón de la danza palpita la necesidad de ofrecerse con ella, de mostrar en ella el amor y la súplica del que confía, del que está bailando lo que cree. La belleza de la danza tiene su momento más elocuente en el peregrinar festivo hacia el santuario. Para la mentalidad andi-


Fiesta de La Tirana, Iquique

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na, el santuario es el eje de encuentro de todos los caminos, el lugar donde se ofrece toda la vida; una ofrenda que esos días de fiesta hacen sagrada (sacris facere). Todos los momentos rituales de la fiesta religiosa son una ocasión para vislumbrar el absoluto de Dios en todo y en todos. Se respira el ansia de que Dios haga suyo lo nuestro, aquello que ofrendamos. ¿Por qué? Gracias a una profunda comprensión del “paso de Dios por sus vidas”; y en ello el deseo de entregarlo todo por el anuncio del Evangelio. Así se explica también el alto dramatismo de las despedidas, al término de la fiesta, cuando las asociaciones de baile acuden una tras otra a bailar por última vez frente a la Virgen y al Cristo del Calvario. Es el momento de mayor intimidad personal, de gran profundidad interior y contemplativa. Parece contradictorio, cuando se aprecia el movimiento lleno de vitalidad de las coreografías y el sonido enérgico e incesante de las bandas, hablar de contemplación; pero al conversar con los músicos y sobre todo con los bailarines, aunque varíe de uno en otro la percepción de este rasgo, puede verse que la danza es, de hecho, un momento de comunicación con el absoluto de Dios, un espacio de oración, un modo nuevo y original de expresar y vivir el diálogo con el Señor, colocando en su presencia todos los aspectos de la vida, con el ejercicio constante de entregar el futuro en manos divinas. Los distintos momentos de la danza en la fiesta religiosa –entrada, saludos, alba, procesión y despedida– van in crescendo en cuanto a sentido, a recogimiento y a formulaciones de buenos deseos “para la próxima fiesta”. Esta expresión de fe abre a la donación y la súplica emocionada a Dios, pero con la conciencia que no es suficiente ni total.

Cuando la religiosidad cala en fibras de tanta profundidad, es posible iniciar una experiencia de santificación. Entre quienes pertenecen a la cultura de los bailes religiosos –el bailarín, el que confecciona su traje, su familia que lo acompaña, el músico– pueden verse muchos caminos de conversión. Cuántas veces he sido testigo de la enorme cantidad de personas que a través del baile religioso han cambiado sus vidas. En estas últimas décadas resulta esperanzador apreciar la cantidad de danzantes, socios y músicos que buscan la formación catequética, la integración al culto, y tantas otras formas de manifestar la fe más allá de la Fiesta. Son muchos los que contribuyen a fortalecer este camino: La Pastoral de Bailes Religiosos, los asesores, los laicos comprometidos, los dirigentes, etc. La Tirana es el corazón espiritual del Norte de Chile. Aquí llegan anualmente miles de danzantes de la Virgen que vienen a rendir con fe su homenaje de hijos y de hijas, que entran agradecidos a la “casita en el desierto” –casa de todos por ser casa de la Madre–. Aquí llegamos también nosotros, peregrinos de diversos orígenes, para hacer como pueblo creyente la danza de la Fe. Y la Reina del cielo, la estrella del Camino de la fe, danza entre su pueblo, cantando las maravillas que Dios ha hecho “acordándose de su misericordia”. Nosotros, con la belleza de las vestimentas, con el esplendor de la música y la danza, sacamos a la Señora “a caminar en los brazos de sus hijos” que la aclaman, con los ojos nublados por lágrimas que no vienen de un sentir más. En La Tirana nadie llora a la ligera: aquí, las lágrimas brotan del amor agradecido que descubre en la “Virgencita del desierto” a la Madre del Señor.  ❖




Las Peñas, Arica Más Cerca del Cielo

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95 kilómetros de Arica y 1.200 metros de altura, junto al río San José, en la quebrada de Livílcar, se erige el Santuario de la Virgen del Rosario de Las Peñas.

La caja del río y la abrupta topografía, con acantilados graníticos que pueden levantarse hasta los 250 metros, adquieren un aspecto primigenio, ante cuya presencia el mundo moderno parece desaparecer. No hay carretera hasta Las Peñas. El asfalto se acaba cuando todavía faltan 20 kilómetros para llegar y, tal vez caso único entre los santuarios actuales, esa distancia hay que cubrirla a pie o a lomo de mula, atravesando el cauce seco del río bajo la inclemencia de los valles que suben al altiplano. Eso anticipa ya una de las notas predominantes del santuario: el espíritu penitencial. Peregrinos siempre numerosos se desplazan

apegados al terreno, tostados bajo un sol que viaja con ellos. Parecen una viva alegoría de la purificación a lo largo del ondulante camino, excavado por el río en la dura piedra siglo tras siglo. En la noche los caminantes encienden sus lámparas, sin interrumpir el paso, extendiendo por las laderas nocturnas la ilusión fantástica de estrellas viajando sobre la tierra. Ese caminar silencioso lleva a los peregrinos a un ritmo diferente, sacudiéndoles las influencias urbanas y sus vértigos, para despertar en ellos una noción de trascendencia que poco a poco va sintiéndose más palpable. Cuando llegan al santuario, generalmente con las primeras luces de la mañana, nada en el mundo puede superar la dulce mirada con que los recibe la imagen, esculpida en la roca y vestida con sencillez. Han llegado a Las Peñas.

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De vez en cuando, el camino que lleva al santuario se topa con cruces blancas, brillantes bajo la límpida luz del Altiplano. En ellas perdura el recuerdo de otros peregrinos, que conocieron la fatiga del mismo trayecto y ahora han llegado a la paz de un Santuario mucho más alto. La acumulación de piedras en la base es vestigio de las costumbres precolombinas. En aquel entonces los caminantes las arrojaban para formar montículos votivos, llamados apachetas, con los cuales expresaban sus peticiones y buenos deseos. 19


Siguiendo la tradición antigua, el obispo de Arica, Monseñor Héctor Vargas Bastidas, monta una mula para cruzar los kilómetros que conducen al santuario. Llegado a éste, se inclinará frente a la santa imagen de María de Las Peñas para saludarla y ofrecer, con su autoridad de pastor, el amor de todo su rebaño.

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“El fuego de las fogatas comienza a murmurar silencios, sombras. Los cuerpos cansados, reposan. Los animales mordisquean los alfalfales húmedos y un suave aire mece los eucaliptos. El río, inmutable, peregrina buscando el valle azapeño. El Santuario está inmerso en las sombras y las estrellas, lejanas, buscan otros senderos para decorar con la pálida luz, guijarros, granados, montañas. Todo es silencio y nada hace presumir el derroche de luces, petardos, marchas, aires criollos de tres naciones que pronto inundará la quebrada. ¡La fe tiene su despertar al Alba! “Desde tiempos remotos la madrugada del sábado es el momento exacto en que los fieles de tres naciones hacen presente el enorme regocijo por que Dios les ha permitido llegar, peregrinando, impregnados de sacrificios, de abnegación, y, como bien

lo describiera el recordado padre Urzúa, ‘con un cristianismo de viejo cuño’. “El silencio es doblegado por los petardos, miles de ellos, que relampaguean en la oscuridad, trayendo reminiscencias orientales, válidas en el Santuario por la presencia de tantos fieles chinos, avecindados en Chile como en los países vecinos, especialmente en el pasado. Es el instante preciso, emocionante, del Alba. Las tonadas y cuecas chilenas anteceden a los huaynos, a las marineras, a los valses peruanos, llenos de alegría criolla. Las zampoñas no cejan, intentando permanecer latentes con el cántico andino.” (Del libro “Más allá del Río”, de Erie Vásquez Benitt)

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La luz del sol enciende los colores en el traje de esta “gitanaâ€?, perteneciente a una de las cofradĂ­as de baile que suben hasta el santuario. 25


El desierto es fecundo cuando se trata del espíritu. Difícilmente existirá en otro lugar de Chile tanta riqueza popular, efervescente de vida, contagiosa de entusiasmo y admirable en su autenticidad. Frente a Nuestra Señora de Las Peñas, las cofradías de danzas reintegran al pueblo andino repartido en tres naciones, impulsándolo a una sola y magnífica afirmación de identidad religiosa. 26



Peregrinos venidos de otros países añaden nuevas pinceladas al cuadro de fe surgido año a año en el santuario. Arriba, un cofrade peruano de la Compañía de Morenos Nº 1 de Tacna y en la página siguiente una integrante de la Sociedad Religiosa de Gitanos Virgen del Rosario de Livilcar, de Tacna, Perú.

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El poblado de Las Peñas es tan pequeño –una iglesia y unas calles pedregosas que forman una manzana, después un puente, una cancha, unas casas... y el desierto– que los bailes no podrían juntarse todos al mismo tiempo. Para eso, el santuario realiza diariamente una procesión a las 9 de la noche, momento en que los distintos bailes irán llegando en turnos diarios para cantar y bailar a la imagen de la Madre de Dios. El obispo va a la cabeza de las procesiones. En las imágenes, un “baile de paso”, con sus movimientos de péndulo y sus matracas, es seguido por un baile de gitanos y por las “kuyacas”, inspirado en las pastoras de llamas del Altiplano.




Las danzas han concluido, los días sagrados han pasado. El santuario queda atrás... y al mismo tiempo se multiplica en el corazón de cada peregrino. Ahí, cobijado en la profundidad donde arde la fe, será el compañero de viaje que estará con ellos en la vida diaria, reconfortándolos, hasta que en un año más sea momento de retornar a Las Peñas.  ❖ 33


San Lorenzo de Tarapacá, el Mártir que Enciende la Alegría

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l vínculo entre un santo y una comunidad siempre tiene algo misterioso. Brota del cariño anónimo, de algún episodio local o de un aparente azar, pero atrapa los corazones como si siempre hubiera estado ahí. Hay quien dice, con acierto, que la comunidad no es quien elige al patrono, sino al revés. Este milagro de fervor se produce en San Lorenzo de Tarapacá, típico poblado del Altiplano, donde el año trascurre con lentitud. Pero en agosto llega la fiesta del Patrono, abriendo las rutas de los peregrinos, y con ellos, un caudal de vitalidad. Hombres y mujeres, niños y ancianos de tres naciones buscan la blanca torre del campanario

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del pueblo como meta de sus admirables trayectorias bajo el sol. Después de La Tirana, esta fiesta religiosa es la más importante del Norte por su convocatoria y universalidad. Se distingue por la marcada alegría que domina las manifestaciones religiosas. No obstante, bajo los vivos contrastes y las bulliciosas bandas están presentes la penitencia y la oración. Los años han dado su sitio y su momento a cada cosa. El Patrono de los Mineros será orante y festivo, tendrá hijos de rodillas e hijos en danza, pero siempre será el padre de todos.


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Icónica, la Torre del campanario brilla bajo el sol. Sus sólidas líneas fueron levantadas en 1730, en estilo barroco americano. El terremoto de 2005 destrozó el templo entero, pero la reconstrucción fue rápida y cuidadosa. La misma que recordaban los peregrinos, volvió a levantarse para darles la bienvenida. Otra imagen invariable de la fiesta es la Cruz Altiplánica. El símbolo cristiano se reviste con adornos multicolores, representando la feliz concordia entre austeridad y júbilo, entre penitencia y alegría, entre la fe de los misioneros y la anhelante religiosidad del Nuevo Mundo. 37


El 9 de agosto tiene lugar la “Entrada de Ceras”, ingreso procesional de los fieles al santuario portando velas encendidas. La gente nortina, sensible a realidades sobrenaturales, siente notorio afecto por esta simbólica costumbre. Centenares de velas proyectan sobre los objetos ese “temblor” tan característico de sus flamas, comunicando una sensación de profundidad, misterio y recogimiento al ambiente. 38


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Una agrupación que hace notar el orgullo de su responsabilidad, es la “Sociedad de Cargadores de San Lorenzo”. Estos hombres tienen el honor de llevar el anda con la imagen del Patrono. Lo sacan de la iglesia y lo devuelven a ella, lo conducen en las romerías por el pueblo, lo instalan en su lugar principal, para las misas; ellos son los pies con que el santo recorre la tierra. 40


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La luz de un mundo distinto ilumina la noche. El anda de San Lorenzo parece una revelación, hablando a los fieles con el lenguaje contemplativo, que tanto cautiva a los espíritus en el Altiplano. Al costado: Mientras los fuegos artificiales hacen retroceder la noche, una bruma de suaves colores cubre a San Lorenzo. Los destellos de los faroles dan la lejana impresión de un joyero, y la torre del campanario emerge con su silueta de otro tiempo, más alta, más seria, señalando el motivo final de todo el festejo: el Cielo.

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El baile Waca-Waca, de tradición peruana, recrea coreográficamente una corrida de toros alternando elementos andinos y españoles. Estos últimos se vuelven evidentes en el personaje del “toro mayor”, un bailarín cubierto por un andamiaje característico, que “lidia” contra un “torero” mientras un grupo de mujeres danza para apaciguarlo. Es uno de los bailes más hermosos que pueden verse en San Lorenzo de Tarapacá. 44




Los sombreros coronados de plumas atraen las miradas hacia la Diablada Morenada Nuestro Patrono San Lorenzo, de Tarapacรก 47


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Los días sagrados tienen su culminación en la misa del día domingo, concentración de todos los festejos anteriores. Luego tiene lugar la gran procesión. Acabada ésta, el regreso a la vida cotidiana. Pero todos volverán con el corazón rejuvenecido.



Hay en el mundo desiertos que han sido cultivados por naciones de admirable tenacidad. En nuestro Norte, las Fiestas Religiosas producen algo mejor: hacen florecer el espíritu entre las piedras, generación tras generación. Una proeza que bordea el milagro.  ❖ 51


La Tirana, Fe que Florece en el Desierto

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a ruta del Santuario de La Tirana es el pórtico a un mundo nuevo, donde lo sobrenatural parece estar al alcance de la mano. Dos caminos se adentran en la planicie: la ruta asfaltada de los vehículos, y a sus costado, el sendero de los peregrinos, dividido en tramos por cruces blancas . Muchos devotos van por él a pie, bajo el sol de Atacama, en una primera muestra de su fe sacrificada.

respetando un orden de llegada preestablecido. Esta gran ceremonia marca la vida año tras año. La alegría inunda el espíritu, los bailarines lucen un aire de seriedad, como si pisaran tierra sagrada. Se entonan por primera vez los cantos de alabanza a Cristo y María, y las bandas también estrenan sus repertorios, vibrantes y contagiosos. Pero, nadie olvida que han comenzado días santos.

Las cofradías de baile también son peregrinos bajo sus trajes. Vienen al encuentro de la Chinita (servidora en quechua) a recibir su abrazo maternal y a impregnar la pampa con el aroma de la fe.

Frente a la Virgen pocos pueden contener la emoción. Cada cual presenta, junto a los cantos de alabanza, los sueños, dichas y tristezas de un año entero.

Cada baile realiza siempre la misma ceremonia al llegar al poblado: saludar al Cristo del Calvario y luego a la Reina del Desierto,

En la fotografía de la derecha: ciego de los ojos, pero no del corazón, uno de los miembros de este Baile chino destaca por su alegría en medio de la procesión de la Virgen.

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La plaza concentra a los que han venido de todo el país e incluso de las naciones vecinas. Cada corazón declara una relación invisible y filial, entre la Reina del Tamarugal y sus hijos. Para millares de almas, las misas celebradas en La Tirana son ocasiones elocuentes para tomar contacto con lo divino. Es la antigua noción de santuario, todavía viva en la mentalidad del Altiplano. Los que llegan aquí indagan por un sentido profundo, más elevado que interpreta orienta y reconforta sus vidas. Para ellos, el Santuario no es sólo un lugar sino también un símbolo. En época de peregrinaciones parece representar la Ciudad Celestial a la que se encamina todo creyente, atravesando el duro “desierto” de este mundo. Muchos siglos atrás los pueblos precolombinos ya expresaban sus ansias religiosas con rituales de alabanza y sacrificio. La fe de los misioneros los conmovió, como si Alguien susurrara en sus almas con la voz de un Padre o de una Madre. Así los pampinos forjaron una liturgia en torno a esta persuasión. El lazo sagrado, purificado a través del tiempo, se renueva sin cesar como expresión de su fe. En la foto, una procesión cruza la plaza rumbo al altar frente al Santuario, donde va a celebrarse la Eucaristía. Entre el público hay autoridades religiosas y civiles, grupos de bailarines, de peregrinos, de visitantes nuevos y antiguos, que comparten la suave y sobrecogedora sensación de estar en presencia de Dios. 57


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Las Fuerzas Armadas fueron confiadas a la Virgen del Carmen en el nacimiento de la Nación. El santuario honra esta filial pertenencia dedicando una misa especial a la familia de los hombres de armas, presidida por el Arzobispo de Antofagasta, Monseñor Pablo Lizama. Las varias ramas de las Fuerzas Armadas lucen ese día sus uniformes de gala con la gallardía que exige la ocasión, enriqueciendo aún más la amplia variedad de La Tirana.

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El baile femenino de las “kuyacasâ€? rodean el altar, mostrando los hermosos colores de sus trajes y las cintas que utilizan en sus danzas. Ellas, como otras cofradĂ­as, se han integrado a la liturgia de los dĂ­as de fiesta, comunicando al acto sagrado la belleza y diversidad de sus colores. 61


Los niños miran espontáneamente los aspectos simbólicos de la vida. Su presencia en las cofradías de baile no es sólo un tierno detalle; ellos comparten la alegría e incluso la seriedad que trascienden en busca de Aquél que bendecía a los pequeños de Galilea. 62



Los bailes religiosos son actos de culto. Las coreografías se orientan a un sentido que eleva la danza, dándole aire de liturgia. Nada más cierto que decir que el baile es una oración. Una súplica común, expresada en una danza que es rito, ofrecido a Dios por cada Asociación. También es un sacrificio genuino, un “hacer sagrado” aquello que se viene a ofrecer: las penas del promesante, sus miserias, sus ilusiones, sus peticiones. La alegría en el rostro de los bailarines es tan común como la seriedad. Sus ojos recorren las imágenes religiosas a su alrededor, como quien dialoga con ellas sin recurrir a la palabra. Poco importa el calor del día o el frío de la noche para el ímpetu de esa fe que no conoce edades; junto a los veteranos están otros más jóvenes, hasta niños, encabezando las próximas generaciones de devotos. En esos momentos, en medio del bullicio, los danzantes se sumergen en un clima de retiro, como si lo demás –la calle, las otras gentes– se les hiciera ajeno y lejano. Van al interior de sí mismos para elevar desde su intimidad las plegarias que han guardado en el corazón, plegarias que, bien lo saben, son oídas por la Señora del Santuario. El vínculo personal con María tiene otra expresión emocionante en las cintas del día final de la fiesta. La imagen, que presidió las misas y fue llevada en procesión por el pueblo, vuelve a ocupar su sitio; en seguida un enjambre de cintas de colores se esparce desde su manto hacia toda la iglesia, como una bendición. Todas las manos quieren aferrarse a las cintas, que poco después son recogidas; parte de ellas son cortadas en trocitos y obsequiadas. Difícilmente se puede simbolizar mejor los vínculos profundos que unen a los devotos con sus santuarios. 64




Imagen de una realidad invisible, las cintas de colores recorren el santuario alcanzรกndolos a todos, a semejanza de la misericordia de la Virgen. 67


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La fría noche de la pampa se entibia con el júbilo que cunde en la multitud, el día 15 de julio, Víspera de la Fiesta. Frente al Santuario, el rito eucarístico es presidido por Mons. Alejandro Goic, presidente de la Conferencia Episcopal. El cielo estrellado parece el techo de una gigantesca catedral que con el primer minuto del día 16, estalla de alegría. Los danzantes van entrando al Santuario, otros se sumergen en sentidas oraciones; cada expresión de fe es apreciada y acogida bajo el manto de la Reina del Tamarugal. 69



La noche es luminosa, efervescente. Infatigables cofradĂ­as danzan sus alabanzas en los alrededores del templo. 71


Rostros diversos de muchas generaciones han venido de cerca y de muy lejos para saciar su espíritu en esta fuente sagrada que brota en pleno desierto.  � 72



Ayquina, Alturas Sagradas

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a faceta contemplativa de la religiosidad popular encuentra un escenario privilegiado en el poblado de Ayquina, ubicad0 a 3.000 metros de altura.

En él se materializa, con particular perfección, la idea altiplánica del santuario, lugar orientado netamente al encuentro con las realidades sobrenaturales. Pues Ayquina sólo se reanima con la vida de la devoción y de la fe, traída por las oleadas de peregrinos cada 8 de septiembre; el resto de los meses duerme el majestuoso sueño del desierto. El santuario está alejado de las ciudades, lo cual acentúa su carácter teocéntrico. El templo de Ayquina habita en la sierra subcordillerana como un ermitaño de piedra hacia el que confluyen las rutas del tiempo y las generaciones, en busca de paz y misericordia. El entorno determina en gran parte los rasgos de esta tierra sagrada. En sus alturas, el clima se vuelve penitencial. El día es abrasador y la noche gélida. Esa misma noche, sin embargo, tiene las estrellas más brillantes, y durante el día el sol imprime una insuperable nitidez al paisaje. En las alturas de Ayquina, el Cielo parece más cerca. Aquí los ritos naturales, expresados por las danzas y la música, buscan una finalidad extraterrena. Los peregrinos se internan en el desierto inmenso para realizar la ofrenda de su sacrificio a la Virgen de Guadalupe, en el santuario. Acto sencillo y exigente que purifica los sinsabores de la vida.

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El desierto, con el peso rotundo de su aridez, amenazaría con anclar a las miserias de la tierra la vida de quienes lo habitan; pero en un equilibrio providencial, a esa tierra seca le correspondió el más diáfano de los cielos, la más estrellada de las noches. Los hombres del Altiplano saben que las durezas de este mundo se mitigan levantando la mirada hacia el azul infinito.

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Esa naturaleza, que pudo ser mezquina, les ha enseñado el lenguaje de la trascendencia. No es casual que el cristianismo haya brotado en el retiro de un desierto. En un lugar así, nada es relativo, todo tiende a lo absoluto, todo parece “escrito en mayúsculas”: el calor sin atenuantes, el horizonte y su línea perfecta, la tierra austera, el cielo, deslumbrante como una joya, y una luz plena que lo inunda todo. 77


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Según la tradición, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de Ayquina fue descubierta el 8 de septiembre. En la víspera de esa fecha, los peregrinos cruzan a pie los 70 kilómetros entre Calama y el santuario El día 8 se eleva sobre unas 20 mil personas que deambulan por el pueblito. El antiguo torreón de piedra del templo y la cruz altiplánica los reciben una vez más, oyendo el silencioso ruego de los necesitados. Las músicas empiezan a sonar y los promesantes inician temprano sus danzas, sacudiéndose el cansancio en memorables jornadas de fe. En la página siguiente: la diversidad parece no acabar nunca entre los bailes religiosos. La fantasía de los trajes se alimenta con toda clase de reminiscencias, como las influencias chinas, que el Norte chileno conoció a través de los inmigrantes venidos a las salitreras.


Una vez mĂĄs, diversidad. La fantasĂ­a de los trajes recoge incluso influencias chinas, llegadas a la regiĂłn durante su brillante pasado salitrero.

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En las afueras del templo, los hijos cantan a su Madre: Venimos, Se単ora, de nuestros hogares; dadnos remedio para nuestros males. Las gracias te damos por vuestra ternura; nos das un consuelo al ver tu hermosura. 83



Las cefremonias prosiguen en la noche, frĂ­a, misteriosa y comunicativa. Unos alzan sus voces, otros sus antorchas, otros sus plegarias. No habrĂĄ un solo corazĂłn mudo. 85



La Plaza de Ayquina apenas da abasto a los grandes cuerpos de baile, que en pocos metros y tiempos bien calculados ofrecen sus danzas. 87


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Los volcanes San Pedro y San Pablo, a lo lejos, acompaĂąan las procesiones, bajo ese cielo profundamente azul. AhĂ­, en la cima del mundo y muy cerca de Dios, Mons. Guillermo Vera saluda a los peregrinos, recibe a las cofradĂ­as y confiesa a los penitentes.


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Es imponente la variedad de los bailes religiosos en Ayquina, que pueden llegar a conformarse de 300 miembros o más. Desproporción sólo aparente, pues la medida no es el pequeño caserío, sino la inmensa fe. Estas danzas, de ancestros andinos, fueron refinándose a través de las generaciones para expresar mejor la rica espiritualidad de aquellas gentes con una aguda lucidez para descubrir a Dios en las vastedades altiplánicas. Las conocidas Diabladas son aquí más fieles a su versión original de Oruro, luciendo colores más claros y relucientes, y máscaras de confección diferente a las de La Tirana. En la imagen superior, el colorido baile de los Tinkus, uno de los más llamativos por su traje y coreografía.  ❖ 93


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Candelaria de Copiapó, la Fiesta de la Luz

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a Candelaria es, en esencia, la Fiesta de la Luz de Cristo. Aquellos devotos que rinden homenaje a la Virgen María alaban en Ella a la Madre de la “Luz de las Naciones”, como el anciano Simeón calificó al Niño Jesús en el Evangelio. La candela, la vela, es Cristo; María, la candelaria, es la portadora de esta Luz. Punto de partida sencillo, como son las cosas de Dios, pero del cual se origina una devoción arraigada particularmente en Copiapó. Quién sabe si en esa receptividad espiritual ha colaborado la propia geografía nortina. Pues en esos páramos donde se materializa la inmensidad, uno se siente inducido a tomar las realidades físicas como símbolos trascendentes; aquí, donde el cielo lo inunda todo de claridad solar, es natural un festejo más ferviente a la Madre de la Luz encarnada. Las devociones religiosas son, en cierto modo, visiones compartidas. Una comunidad elabora un lenguaje de símbolos para “deletrear” aquella concepción de la vida que se abre a la trascendencia y ha capturado el corazón de todos, convirtiéndose luego en 95


un “centro de gravedad” que atraerá a los devotos sin importar su procedencia. Esta celebración popular en Copiapó recibe peregrinos a raudales en Febrero, cuando la Iglesia celebra a María Candelaria. La festividad se alarga toda una semana hasta alcanzar su culminación en la misa dominical realizada en el Santuario por el obispo diocesano, Mons. Gaspar Quintana. Cerca de 70 cofradías de bailes religiosos vienen a ofrecer su plegaria danzada, esparciendo aquellas imágenes de fervor y originalidad que distinguen a los santuarios nortinos, mientras los peregrinos de todas las edades y orígenes entran y salen del templo donde está la imagen. En cada uno de estos lugares se van tejiendo los hilos de ese gran tapiz llamado Piedad Popular. Conviene insistir en que este fenómeno religioso es mucho más que su vibrante expresión exterior, la cual es su etapa final, su cáscara. En cambio, el núcleo donde crepita su espíritu es fundamentalmente interior. Dicho de otro modo, en la Piedad Popular lo más importante es lo que no se ve con los ojos, como diría El Principito de Saint-Exupéry, sino con el corazón. La mirada del Pastor Nadie conoce mejor esta realidad íntima del rebaño que quien ha sido por largos años su obispo, Monseñor Gaspar Quintana, también presidente de la Comisión Nacional de Santuarios y Piedad Popular de la Conferencia Episcopal de Chile. En medio de la reconfortante diversidad de los días santos, Monseñor tuvo el tiempo para compartir su experiencia y reflexiones con NOVUM, mientras sus manos pastorales repartían saludos y bendiciones. Esta visión de la realidad iluminada por valores eternos brota como algo natural de los devotos presentes en la Candelaria. Ellos consienten en hacer una pausa en la rutina de sus vidas para 96


dirigirse al santuario, dándole a estos días una importancia superior a los demás, y jerarquizando su propia vida según este rito. Creencias, actitudes y expresiones El sociólogo Pedro Morandé viene a la mente de Mons. Quintana al apuntar el hábito del rito, muy arraigado en Latinoamérica gracias a las etnias precolombinas, para explicar la Piedad popular, ya que el rito implica una creencia. Eso concuerda con las conferencias de Puebla, México, en 1979, y de Aparecida, Brasil, en 2007, donde los episcopados americanos apreciaron este fenómeno multidimensional que elude las definiciones rápidas, y en el cual lo más importante es precisamente lo que no se ve: “La Conferencia de Puebla habla de un conjunto de creencias, actitudes y expresiones. En este caso la médula está en la creencia profunda (Dios es Padre, María es Madre, Jesús es mi hermano…), de donde se origina un núcleo llamado ‘actitudes’ (si Dios es Padre, la actitud de mi corazón será confiada, amorosa, filial). A su vez estas actitudes, dada la psicosomática naturaleza humana, se manifiestan en expresiones visibles, es decir formas que uno puede percibir: el Baile, el traje, la vela, el caminar de rodillas, el manto de la imagen, el Sagrario”. Sucede que el espectador superficial se queda en la expresión exterior. Pero quien tenga más agudeza –“el hombre inteligente, el artista y el creyente”, en palabras de Mons. Quintana– emprenderá un viaje “hacia lo interior”, y tras las actitudes descubrirá las creencias profundas. Todo esto no es una especie de “subproducto” de importancia menor en el universo religioso; al contrario, en esta particular forma de devoción anida el mismo Espíritu que alienta las vocaciones tradicionales, según la Conferencia de Aparecida, la cual habla incluso de “mística popular” para referirse a esta espiritua-

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lidad que inflama a tantas almas, convocándolas hacia la “cumbre” que constituye el santuario para repasar desde allí la vida entera. Este impulso de partir en busca de un lugar santo donde se produce el encuentro con Dios recorre la mentalidad nortina de arriba abajo, y corresponde a una experiencia de tipo colectivo. El santuario tiene el don de reunir a quienes son diferentes. Cubre todas las categorías porque es un lugar de misericordia, de apertura, de gracia. Es también la oportunidad de irradiar creencias y valores profundos, de los que nacen vínculos vivos entre el pueblo y la propia fe. Síntoma elocuente de esta mutua influencia es la Liturgia –el rito por excelencia– que se ve enriquecida por la Piedad Popular, y a su vez ésta es enriquecida por la Liturgia. “Sensum Fidelium” Hace 25 años en la Candelaria, el propio Mons. Quintana alentó ese acercamiento y mutua influencia entre la Iglesia y la Piedad Popular cuando compuso una Misa especialmente para los Bailes Religiosos, en la cual las grandes partes litúrgicas han sido adaptadas al estilo de canto de los bailes. Esta experiencia sigue viva hasta hoy en la Misa de los Bailes, que se repite el domingo y el lunes, los días finales de la Fiesta. “Hay una categoría muy importante –finaliza Monseñor Quintana– llamada en latín sensum fidelium, que es algo así como el sentir profundo del pueblo creyente. Según eso, el Espíritu de Dios acompaña las expresiones de la fe y nunca permitirá que haya errores de fondo. Esto es un don recibido en el Bautismo, que abarca a todo el Pueblo de Dios. Yo defiendo que esta Piedad es una dimensión del sensum fidelium”. 98


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Niños todavía, estos integrantes de un Baile Religioso se dirige al santuario llevando consigo su alegría, su lozanía, su vitalidad y la promesa de continuidad para la Piedad Popular. 101


Mientras el atardecer ilumina los cerros, la plaza frente a la iglesia rebosa de gente. La Virgen, asomada en el p贸rtico del templo, es el eje de todos los movimientos. 102




La gran procesión final de la Fiesta de la Candelaria reúne tradicionalmente a todo Copiapó. Las familias salen a las calles durante la jornada, que puede abarcar cuatro horas, durante las cuales los bailes y sus bandas entusiasman a los fieles. A los pies de la Virgen, la ciudad celebra los días más importantes del año.

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Con aplomo y reciedumbre, dos mineros montan guardia frente al relicario que contiene la imagen original de MarĂ­a Candelaria. 106



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Copiapó, zona minera, es tierra de piel tostada bajo el sol de las penurias, enfrentados a la dureza de la roca para buscar fortuna, experimentando de cerca la fatiga, la inseguridad y el sacrificio. Aun así, o quizás justamente por ello, su alma se abre ávida al horizonte religioso, que encuentra en la imagen mariana, una promesa de consuelo, paz y recompensa. La pequeña figura, tallada hace siglos para el arzón de una cabalgadura española, conmovió a toda esta región desde que fuera encontrada por el indio Caro Inca, y hoy ha llegado a ser Madre que recibe a miles de hijos para iluminarlos con la Luz de las Naciones.

Frente al santuario, a la hora del silencio y el reposo, perduran en piedra los antiguos rostros de la devoción. La estatua del pastor Caro Inca, quien descubriera la pequeña imagen de la Candelaria, forma un grupo escultórico junto a otros personajes arrodillados, representantes de los rostros anónimos que han venido aquí desde entonces a rendir sus homenajes, a honrar sus creencias más profundas, en un desfile interminable que comienza en esta tierra y acaba en el cielo. Uno más azul y más profundo que el que cubre todos los santuarios de la fe nortina… 109


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Andacollo, Un Marco de Grandeza

ntes de abandonar el Norte, aún queda una montaña sagrada a la cual subir. En efecto, la precordillera de la IV región alberga el gran santuario mariano de Andacollo, cuna de una devoción comparable a La Tirana en diversidad y orginalidad.

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lomas y caseríos cambia su ritmo de manera súbita: dos altas torres y una cúpula romano-bizantina atrapan los ojos del observador atónito. Es la enorme basílica de madera que junto al antiguo templo de piedra, son los dos núcleos de este extenso poblado.

Para llegar a esa meta es necesario seguir una ruta ondulante, que se abre camino entre los pliegues de las montañas como un río que retrocede hasta su fuente. Cuando se alcanza por fin la planicie superior, el peregrino ve desplegarse un valle apacible entre montañas de desértica aridez. Allí duermen yacimientos minerales que han atraído a generaciones de mineros; pero paradójicamente, el oro más valioso lo trajeron ellos mismos, su fe.

Andacollo, como todo santuario nortino, es un crisol de identidad religiosa que funde expresiones diversas en torno a un eje común: la Virgen del Rosario, representada en una antigua imagen de aire mestizo. La fiesta, como también suele suceder, es una historia de origen indio a la que la Providencia fue añadiendo nuevos rostros de fe; a los elementos representativos de la religiosidad nortina se incorporan formas de devoción más cercanas a los valles centrales, formando una amalgama que se esfuerza por manifestar adecuadamente toda su riqueza.

Cuando el visitante mira a lo lejos, la línea monótona de las

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La Basílica Escondida Durante largos años del siglo XIX, una visión fue tomando forma a lomo de mula. La antigua iglesia colonial se había hecho pequeña ante el mar de peregrinos, y los mineros decidieron iniciar la construcción de un templo mayor. El tortuoso ascenso hasta Andacollo no desanimó a estos hombres, que llegaban trayendo ellos mismos los materiales del nuevo templo, viaje a viaje, porfiando contra todos los obstáculos con la persistencia del minero. Veinte años demoró la construcción del edificio, diseñado por el italiano Eusebio Celli, hasta que pudo ser inaugurado en 1893. Desde entonces, hace más de un siglo, este santuario surge como una visión escondida en las alturas de valle, para atraer las miradas y elevarlas hacia Dios. Iglesia íntegramente construida en madera, sus columnas, capiteles, arcos, torres y cúpula son finas reproducciones de las iglesias de mármol en Europa. 112



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Llevando en su semblante al valle entero, este “chino” de piel gruesa y tostada por el sol atesora una fe profunda, dócil, sin perder su expresión de firmeza. 117


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Las liturgias del 25 y 26 de diciembre adquieren una dimensión imponente en la Basílica. Pareciera que en esos días Andacollo tiene una cita con la grandeza: en un templo grande, grandes multitudes llenas de fe se inclinan ante la Grandeza Encarnada. El espíritu de la comunidad andacollina, comienza a relacionarse con realidades superiores, trascendentes, que percibe con los ojos del alma. Esa religiosidad era la verdadera medida que explica los templos monumentales. Bailes enérgicos remecen la plaza, pero callan antes de ingresar

al templo. Muchos danzantes avanzan de rodillas, rodeados por el afectuoso respeto de la multitud, que les abre camino hacia el altar de la Virgen. En las páginas siguientes: el rector del santuario, Padre Jesús Pastor CDM, eleva al Niño Jesús a la vista de todos para impartir la bendición de Navidad en Andacollo. Muchos han llegado desde lejos para este momento. La Navidad en las silenciosas alturas del santuario, en medio de un desierto semejante a aquel donde Cristo Niño abrió sus ojos, infunde una sensación de consuelo sobrenatural. 119


Los dĂ­as de la fiesta conocen una marea de peregrinos que portan la fe de sus mayores. Mientras tambores y bombos retumban en la plaza, silenciosos devotos ingresan a la basĂ­lica hasta los pies de “la Chinitaâ€?, para cultivar la sencillez y familiaridad de su afecto. 120




La espontaneidad popular de los bailes se nutre de un fervoroso sentimiento religioso, organizado detalladamente por los misioneros cordimarianos a cargo del santuario. En la imagen, el Padre JesĂşs Pastor da la bendiciĂłn en la noche de Navidad con la figura del NiĂąo Dios. 123


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La Virgen de Andacollo se traslada desde el templo antiguo hasta la Basílica, avanzando entre un mar de devotos que, se abre en dos para permitir su paso. Mientras los campanarios saludan a la imagen, el arzobispo Manuel Donoso avanza atrás de ella en compañía de los misioneros cordimarianos y el clero local. Una cadencia de afable solemnidad domina la plaza, alternada con el ferviente saludo de las cofradías. Un tapiz lleno de vida se esparce a los pies de la Basílica.

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26 de diciembre. Termina la procesión. La imagen vuelve al Templo Nuevo rodeada por una mar de gente donde se destaca el arzobispo, el rector del Santuario, el Cacique y la variedad inagotable de cofradías de bailes religiosos.  ❖ 127


Se cierran las puertas, se vacía el santuario, callan los instrumentos. La fiesta acaba, y con ella nuestra peregrinación por el Norte chileno. A través de la árida y luminosa geografía nortina, nos alegra haber ofrecido una imagen vívida de este tesoro escondido que aguarda, para enriquecer, a quienes vayan a encontrarlo.


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