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La religión de las notas
LA RELIGIÓN DE LAS NOTAS y de cómo la sociedad se rinde ante las calificaciones
Es común ver un número, o una letra en otros países, asignado a una persona sobre las distintas áreas del conocimiento. Todos conocemos el boletín de notas en donde se supone que se define nuestro conocimiento y entendimiento en las distintas asignaturas. Se podría decir que cuantificamos el saber con el fin de asignar una calificación. Esto nos puede parecer lo más normal del mundo, pero no fue siempre así. El sistema de calificación mediante números surgió en la Universidad de Cambridge en el 1792 y fue inventado por el profesor William Farish (vale la pena mencionar que este sistema surge en medio de la primera revolución industrial, ténganlo en cuenta). Lo que buscaba Farish era una forma fácil para decidir si alguien sabía o no. Ante nuestros ojos puede parecer lógico y objetivo; aunque realmente es todo lo contrario. En primer lugar, el pretender que la asignación de valores numéricos al conocimiento es objetiva es de una prepotencia inigualable, pues creemos que conocemos lo suficiente la mente y lo que es el saber como para cuantificarlo. Por otra parte, tendemos a decidir qué áreas del conocimiento “valen más” y cuales “valen menos”. Esta es una decisión puramente subjetiva de lo que unos cuantos creen que es la inteligencia. Un ejemplo sería cuando se suspende lengua y mates: en este caso es seguro que repites, pero si suspendes plástica y música a nadie le va a importar. Por eso tendemos a pensar que una persona, cuyas calificaciones no son las esperadas, es de hecho menos inteligente que una con notas más altas. Viendo lo absurdas que son las notas, me paré a pensar por qué las utilizamos. Llegué a la conclusión de que nuestra sociedad postmoderna no puede vivir sin ellas. En nuestra sociedad, en donde impera la utilidad y eficiencia, el sistema que elimine cualquier reflexión sobre el conocimiento de una persona parece casi un dogma. Esto lleva a que la persona deja de ser un ser humano y se convierte en un número más o menos útil que realmente no tiene ningún valor. Así pues, vemos que hemos llegado al absurdo. Vivimos para obtener la mejor calificación, para seguir continuando el sistema en un círculo vicioso. Dejamos atrás todo valor que nos puede dar la educación solo por obtener ese número deseado. Aún el alcance de las notas va más allá, pues incluso las calificaciones influyen en nuestras emociones: es demasiado habitual ver a alguien devastado por un examen o por su boletín o, al contrario, feliz de haber aprobado. Es más, incluso pueden hacer que te sientas inútil, imbécil, un perdedor… Pareciera que las notas son un dios al que hay que rezar y estoy harto de ver a la gente así. Por eso escribo este artículo, para que, por lo menos, una persona se dé cuenta de lo absurdas y pretenciosas que son las calificaciones numéricas y que realmente la inteligencia y el conocimiento no reside en un número.
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