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Producciones Festivaleras

by Luz Sanabria

3On Julian” y “Oily Water” aún quedaba algo) para esbozar esa grandeza que estaba a punto de llegar. La misma con la que a Damon ya se le empezaba a llenar la boca. El primer paso para convertirse en unos clásicos contemporáneos. Bastaba escuchar esa maravilla que fue “For Tomorrow”, con sus exuberantes arreglos de cuerda, para darse cuenta. O la vibrante “Sunday, Sunday”, primera pincelada evidente de costumbrismo cotidiano y punzante a lo The Kinks. El brote de acné punk pop que ya se advertía en el single previo “Popscene” tuvo continuidad en “Advert”. Y aunque esté lejos de ser perfecto, alberga canciones tan excelentes como “Star Shaped”, “Colin Zeal”, “Blue Jeans”, “Chemical World”, “Villa Rosie” o “Turn It Up”.

3 Blur (Food/EMI, 97)

A muchos –incluída su discográfica– les costó digerirlo al primer bocado. La reconversión era demasiado drástica. Pero tenían que negarse a sí mismos. Es cierto que la mejor canción de Pixies no firmada por ellos (“Song #2”) ayudó lo suyo: su grito fue el del verano del 97. Pero decidieron convertirse prácticamente en una banda distinta porque enrocarse en lo otro les abocaba al callejón sin salida. La repetición de esquemas de “The Great Escape” (95) demandaba un giro. Así que apostaron por suprimir las líneas claras y hacer de su música algo más emborronado, más rugoso, más sucio, más deshilachado: el título del disco sugiere refundación, pero también reivindicación de su significado literal en el diccionario de Cambridge. La imagen de su cubierta es precisa. El pellizco que no les había dado el grunge, lo hallaron en el llamado rock alternativo norteamericano del momento. Es el viraje que marca el rumbo de Blur hasta su hibernación en 2003. Y aunque solo fuera por eso, una maniobra clave en su trayecto.

Tank” (03). En absoluto. Porque aunque los protagonistas son los mismos de sus días de gloria (hasta Stephen Street repite a la producción), se nutre de toda la experiencia acumulada por su cuenta en la década anterior. Sintoniza con “Everyday Robots” (14), el primer disco de Albarn en solitario. De hecho, fue Graham Coxon (a quien Damon había invitado a largarse en 2002) quien alentó la colección de jams e improvisaciones que dieron lugar a sus canciones en plena gira, atrapados en un hotel de Hong Kong durante cinco días tras la cancelación de un festival, anticipándose involuntariamente a esa sensación de aislamiento causada por el confinamiento por covid que tantos discos y canciones inspiraría un lustro después. La atmósfera de alienación que transmite me ha recordado siempre a la de la película “Lost In Translation” (Sofía Coppola, 03), ese terreno de nadie en el que el desarraigo, las cuitas de la mediana edad, las contradicciones de la modernidad y la dictadura del progreso tecnológico se dan cita en medio de un paisaje que roza la distopía.

Grabado con tres productores (Ben Hillier, William Orbit, Norman Cook), gestado en Marruecos, con el telón de fondo del cabreo ante la invasión de Irak y la sombra de Gorillaz acechando (habían publicado su primer disco dos años antes). Un trabajo sin ataduras de ninguna clase. El más complicado de etiquetar o de ligar a ningún estilo determinado ni a ninguna fase creativa del grupo.

7 The Great Escape (Food/Virgin, 95)

5 13 (Food/ Parlophone, 1999)

El distanciamiento entre el ansia experimental de Damon Albarn y la orientación más punk rock de Graham Coxon se resuelve aquí en favor del primero, pero la grieta no llega a ser tan grande como para que el resultado devenga en cataclismo. De hecho, por primera vez escogieron un productor (muy) distinto a Stephen Street: William Orbit, quien venía de trabajar con Madonna en el exitoso “Ray Of Light” (98). Es otro disco con sus altibajos, pero repleto de interesantes desvíos de guion, esta vez deudores del gospel (“Tender”, “No Distance Left To Run”), de un rock áspero como el alambre de espino (“Bugman” o “Trailerpark”, con ese ritmo arrastrado como de hip hop instrumental, cercano a The Folk Implosion) o hasta del blues pantanoso, como en una “Swamp Song” que no desentonaría en un disco de Jon Spencer.

4 The Magic Whip (Parlophone/ Warner, 15)

A diferencia de Pulp, que volvieron a los escenarios sin molestarse en publicar nada desde 2001, a Blur sí les dio por ampliar su discografía cuando prácticamente nadie lo reclamaba. Y lo mejor que puede decirse de “The Magic Whip” es que, tan lejos del capricho extemporáneo como del guiño nostálgico, no suena al tipo de disco que hubieran facturado justo después de “Think

6 Think Tank (Parlophone, 03)

Quizá es el disco menos Blur de todos. El único sin Graham Coxon; el que alumbró menos canciones susceptibles de convertirse en single; el más tumultuoso y diverso, con el dub, el jazz, el gospel, la electrónica y la música africana concurriendo como nutrientes.

El único disco de Blur que suena prácticamente a copia del anterior. Aunque en peor. Raro en un grupo que demostraría ser tan propenso a los bandazos durante toda su carrera. La sombra de “Parklife” (94) pesaba demasiado, desde luego. La matraca que nos dieron con el duelo de singles entre su “Country House” y el “Roll With It” de Oasis, también. A este álbum le pasó algo similar a lo que a “Bossanova” (90) de Pixies, a “Unidad de desplazamiento” (00) de Los Planetas o a “Wish” (92) de The Cure. Eran buenos. A ratos, muy buenos. Vale, seguramente el de Blur no tanto. Pero su gran pecado original fue llegar después. Y no distanciarse lo suficiente de la obra maestra que les precedió.

8 Leisure (Food, 91)

En su caso, es el primero quien será el último. Su discografía fue creciendo a medida que iban asimilando nuevas influencias, y en “Leisure” aún se les veían muchísimo las costuras del sonido Manchester, al que se adscribieron más por mimetismo que por procedencia, siendo de Londres. Y ni siquiera cuando la moda estaba en su punto máximo de cocción. Las melodías obnubiladas, los ritmos quebradizos, la lisergia flotando en el ambiente. Pero muy a contrapié, cuando aquello ya enfilaba la cuesta abajo. Escuchándolo entonces, nadie podía presagiar en lo que se convertirían luego.

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA

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