La Panera, número 47

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«Black Hole», «Skin Deep», «El Borbah», los dibujos de Burns tienen la impronta densa y rotunda del grabado en xilografía o en linóleo. Sobresalen los grandes planos de negro, las tramas gruesas y las sombras afiladas.

unidense era satirizado con ingenio, insidia y más de alguna escena triple X. Crumb, además, se instalaba en medio de algunas de sus historias, hasta ser él y su discurso el centro de muchas entregas, como la clásica «Mis Problemas con las Mujeres». Algo de esa sangre corre por las venas de Burns, pero pese a que se sitúe en el mundo cotidiano, tal como aprendió de los citados maestros, no tarda en convertir sus historias en extrañas pesadillas. BURNS EN FORMATO BREVE

El dibujo de Burns tiene la impronta densa y rotunda del grabado en xilografía o linóleo. Grandes planos de negro, tramas gruesas, sombras afiladas. Podemos reconocer a los grabadores alemanes del Expresionismo: Ernst Ludwig Kirchner (1880-1938), Max Pechstein (1881-1955) o a Karl SchmidtRottluff (1884-1976). Pero están, sobre todo, los viejos cómics de la EC, ese arsenal de historias de terror de serie B, dibujadas por artistas como Bill Elder (1921-2008), Jack Davis (1924) o Wally Wood (1927-1981). Un universo visual cuya ausencia de medias tintas prefigura la narrativa y la moral de los relatos. EL SUEÑO AMERICANO VA A TERAPIA

Burns puede apuntarse entre los cronistas del “sueño americano”, o más bien de su reverso. Como un negativo del mundo feliz de Norman Rockwell, Burns y su tribu se han empeñado en mostrar que las navidades no son tan blancas, ni las familias tan risueñas. En fin, una historia que ya se ha vuelto cliché. La decadencia, el mal y los zombies están de moda. La familia perfecta de los cincuenta sólo vende en calidad de caricatura, deshaciéndose como lo hacía en los noventa en el video «Black Hole Sun», de Sound Garden. La perfección idílica de la posguerra, cuando los Ford y los Chevrolet rugían en la cochera parece tan remota como el pleistoceno. Pero el valor de Burns no radica en mostrar la contracara de un sueño americano que sólo respira en las guías de compra. La afirmación contracultural tuvo su auge durante los 70, de la mano de autores como Robert Crumb (1943) o Gilbert Shelton (1940). Ambos desarrollaban historias donde el modelo estado-

LAS OBRAS MAESTRAS Mientras Burns va por la segunda entrega de su aclamada y bizarra trilogía, abierta con «Tóxico», es bueno recordar –a diez años de su conclusión– la que quizás sea su obra capital: «Agujero Negro». Publicada entre 1993 y 2004, la historia transcurre a fines de los 70. Un grupo de adolescentes descubre el sexo y las drogas. Se pelean con sus padres, huyen, se alcoholizan en el campo. Todo muy normal, pero una enfermedad contagiosa comienza a enlodarlo todo. Historia de iniciación en tiempos del SIDA, «Agujero Negro» puede ser una pesada alegoría del fracaso y del pecado. Si en decenas de películas de terror el sexo juvenil es castigado por asesinos de máscara y motosierra, en «Agujero Negro» el castigo se cocina a fuego lento y toma la forma de una enfermedad que ataca de forma impredecible a sus víctimas: pieles desgarradas, deformidad o nuevos e indeseables miembros. Burns construyó aquí un potente relato coral, una generación entera toma forma en una historia que debe tanto a David Lynch como a Sigmund Freud. Cerremos con un cliché: «Agujero Negro» es una obra cumbre de la novela gráfica estadounidense.

La recopilación «Skin Deep», realizada entre 1988 y 1992, puede ser una buena puerta de entrada a las creaciones de Burns. Las tres historias que integran el volumen, además de mostrar el estilo y las obsesiones del novelista gráfico, tienen la curiosa peculiaridad de conectar entre sí. «Dog Days» narra las desventuras de un chico que, cirugía mediante, lleva corazón de perro y actúa como tal. Los huesos y los gatos son su perdición. En «Marriage Made In Hell» vemos la extraña relación de un ex combatiente con su joven esposa. Hábil parodia de los cómics románticos, la historia exacerba las referencias a la década del cincuenta y a la perfecta ama de casa. Eso sí, instala una trama lésbica y transexual que de seguro no habrían protagonizado ni Doris Day ni Lucille Ball. Pero es en las 46 páginas que integran esa extraña historia religiosa titulada «Burn Again» (Arde de Nuevo) donde aterrizamos de lleno en “mondo” Burns. Valiéndose de dos raccontos y de una singular galería de personajes, relata la historia de Bliss Blister, un niño que por milagro salvó de un incendio luciendo la imagen de Jesús grabada a fuego sobre su pecho. Hijo de un timador que ha urdido una delirante historia religiosa, el chico pronto se gana la fama con las curas milagrosas que procura el contacto con el Cristo grabado en su piel. Convertido en celebridad nacional, decide huir cuando descubre que aquellos que crean milagros no son más que un fraude. Bliss logra convertirse en un ser anónimo hasta que años más tarde lo reconoce la que será su esposa, una mujer tan guapa, como ambiciosa. De ahí en adelante estalla una historia que tiene como centro a un dios de sólo un ojo que obliga a Bliss a construir un enorme complejo tecnológico en las montañas. Ciencia Ficción, sectas, telepredicadores, engaños y lujuria, comprimidos en una narración bien engrasada que juega con los tiempos narrativos para rematar con una masacre de final inquietante.

“El secreto de permanecer joven es vivir honestamente, comer despacio y mentir acerca de tu edad”, Lucille Ball (1911-1989), actriz y comediante estadounidense.

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