La Panera, número 30

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Arte Callejero

Graffiti religioso

cubano Pintar calles, faroles y plazas, ¿puede también ser una forma de culto?

Por Vera-Meiggs

L

a reciente segunda visita papal a Cuba concuerda con la aceptación abierta de lo religioso en sociedades marxistas. Sucede lo mismo en China, en Laos o en Vietnam. Al parecer, si no se pudo acabar con “el opio del pueblo” fue por la voluntad del propio pueblo. El viejo axioma que afirma que no existe sociedad sin creencias espirituales parece estar de vuelta. Si la fe no es cancelable, pero un régimen político sí, es mejor aprender a convivir y abrir las puertas de templos y espacios de culto. Puede que sea una forma de distraer a las masas del tema político y, por lo tanto, también una estrategia de gobierno. No sólo parroquias y conventos cubanos han visto el cambio, también, y muy especialmente, las manifestaciones de la religión yoruba han sentido el beneficio de poder expresarse en el espacio público después de décadas de represión silenciosa. Proveniente del África, fue el único equipaje que trajeron los negros esclavos, junto con la música y la danza, no casualmente dos disciplinas de origen religioso. La Revolución no vio con buenos ojos la permanencia de creencias tan atávicas y poco institucionalizadas. Así, las manifestaciones públicas del culto siguieron bajo la etiqueta de superstición que el nuevo gobierno les puso y la discreción general primó para dejar correr las aguas subterráneas de la fe. Pero, a partir de los noventa y con la feroz crisis que supuso la caída de la URSS, todo en Cuba debió cambiar y hubo que arreglar cuentas con el tema religioso, poco o mal considerado por 44 I La Panera

Catacumba a cielo abierto, el Callejón Hamel parece concentrar toda la energía de la espiritualidad en doscientos metros.


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