La Panera, número 49

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«La princesa Mononoke» (1998), de Hayao Miyazaki.

3. BOSQUES ORIENTALES

N «La infancia de Iván» (1962), de Andréi Tarkowski.

2. BOSQUES CULTIVADOS

P

robablemente el bosque más bello del cine fue el que construyó íntegramente en estudio Fritz Lang (1890-1976) para su célebre díptico de 1924 «Los Nibelungos». Lang, con sus estudios de arquitectura, diseñó un bosque arquetípico, de matriz romántica y de dimensiones importantes para realzar la misión épica de Sigfrido y después su traicionera muerte. El resultado sigue siendo admirable, a mitad de camino entre lo pictórico y lo operático, sirviendo para despertar el alicaído espíritu nacional alemán, tan abollado por aquellos años. El problema vino después, cuando Hitler entusiasmado quiso reclutar a Lang como cineasta oficial del régimen y éste optó por escapar esa misma noche de Alemania. Importante es la actuación del bosque de Birnam en el shakesperiano «Macbeth». Su poco ecológico destino de ser talado ha dado al menos una gran escena cinematográfica en la versión estupenda que hiciera Akira Kurosawa (1910-1998) en «Trono de sangre» (1957), donde el bosque avanzaba en medio de vapores mefíticos, mientras el protagonista se transformaba en un puerco espín de flechas disparadas por sus propios soldados. Las versiones que Orson Welles y Roman Polanski hicieran de la célebre tragedia no alcanzan nunca a tan inquietante belleza. Andréi Tarkowski (1932–1986) ha sido un gran filmador de bosques, asociándolos poéticamente a su matriz patria. Por supuesto, tenía que ambientar entre abedules un diálogo romántico en medio de la guerra en que sitúa «La infancia de Iván» (1962), moviendo la cámara entre los troncos que ocultan y develan los sentimientos de los protagonistas hasta que el soldado, aprovechando un accidente del terreno, besa a su

«Los Nibelungos» (1924), de Fritz Lang. «Trono de sangre» (1957), de Akira Kurosawa.

los cuentos tradicionales están poblados de seres fabulosos que allí habitan. Leyendas y fábulas sitúan entre los árboles el lugar de la iniciación, de las pruebas, de la revelación y de epifanías. chica suspendida en el aire. De gran lirismo es también la secuencia final de «El espejo», en la que la música de Bach permite fundir los planos temporales del relato mientras la madre del propio cineasta camina con sus nietos por un paisaje exterminado de una belleza subyugante.

adie como Kurosawa hizo virtud de los límites presupuestarios que tuvo para realizar su célebre «Rashômon» (1952), en la que el bosque y sus sinuosos senderos fueron la escenografía perfecta para un relato cuyas posibilidades son tantas como los testigos de un hecho de sangre. Con la extraordinaria fotografía de Kazuo Miyagawa, que supo por vez primera filmar directamente el sol y que aprovechó las luces y sombras del follaje para dar cuenta de las verdades ocultas de los personajes, todo lo cual contribuyó a hacer de ese bosque y de la película un hito en la historia del cine. Mucho follaje hay también en Hayao Miyazaki (1941), aunque el principal en sus implicancias simbólicas sea el de «La princesa Mononoke» (1998), cuyo bosque poblado de seres mágicos es la representación del mundo arcano que se ve amenazado por la ruptura que el hombre impone en su relación con la naturaleza, tema muy recorrido por el cine de animación mundial, véase «Bambi» (1942) por citar un ejemplo clásico, y «Fern Gully» (1992), uno más reciente. La selva asiática ha servido para relatos bélicos de distinta matriz productiva. El clásico «El puente sobre el río Kwai» (1958), de David Lean, hace del denso verde de la jungla una alambrada imposible de superar, mientras en «Apocalipsis ahora» (1979), de Francis Ford Coppola, es un intrincado dominio del mal, poblado de todas las contaminaciones posibles de la guerra invasora. Una buena síntesis de ello es su escena inicial, la del bello paisaje matutino de un bosque de palmeras que de improviso prende fuego por efecto del napalm. Más amable es la visión que nos ofrece el turco Semih Kaplanoglu (1963) en su celebrada «Miel» (Oso de Oro en Berlín, 2010), donde el bosque es la fuente de sustentación de la familia del pequeño Yusuf, de ahí extraen la miel hasta que las abejas desaparecen, obviamente para anunciar la ruptura del mundo natural. La dulce espesura del comienzo dicta los ritmos y cadencias de un relato pausado, pero tocado por la gracia de las emociones básicas, las únicas que parecieran aconsejarnos sabiamente sobre el sendero que tenemos que tomar para no perdernos en el bosque de nuestras racionalizaciones desmedidas.

Video club MundoPlanet, donde vive el cine arte. Paseo Huérfanos 635, locales 33-34. Teléfono 2243-7713.La Panera I 19


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