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San Ignacio de Loyola en mi vocación
El P. Sergio Arturo Chavira Á., mg, con fieles de la Parroquia de Nuestra Señora de Lourdes en Hong Kong.
P. Sergio Arturo Chavira Álvarez, mg
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Cada año, el 31 de julio, la Iglesia católica celebra la fiesta de san Ignacio de Loyola, un gran santo, fundador de la Compañía de Jesús, que ha sido muy importante en mi vocación y al que admiro mucho, pues pasé 11 años bajo la influencia de sus valores en dos de las varias escuelas que la Compañía ha establecido en nuestro país. Durante esos años de forma- contaban sobre la vida de este ción, los padres jesuitas invi- santo. taban a los alumnos a hacer los ejercicios espirituales de san Muchas veces los padres jeIgnacio, en su versión de una suitas nos hablaban del gran semana. Había tiempo para seminario que tenían en el rezar, meditar y compartir los occidente del país, en Puente sentimientos y emociones ex- Grande, Jalisco. En esos años perimentados durante el día. llegaban a contar hasta más Y recuerdo que pasaba toda de cien seminaristas que se la semana inmerso en las his- preparaban con ellos para el torias que los sacerdotes nos sacerdocio. Y por supuesto
nos invitaban a conocer dicho seminario y descubrir si Dios nos llamaba a la vida sacerdotal. Pero considero que, en mi caso, no era el momento para ingresar a un seminario. Mi vocación y la visita a Loyola Con el correr del tiempo, teniendo ya 38 años de edad, entré al seminario de los padres Misioneros de la Caridad, comunidad fundada por Joseph Langford y santa Teresa de Calcuta. Sin embargo, Dios tampoco me quería en ese lugar, así que tres años después el Espíritu Santo me guió al Instituto de Santa María de Guadalupe para las Misiones Extranjeras, donde al final terminé mi formación y fui ordenado el 19 de julio de 1997, a la edad de 46 años. Los padres Superiores me enviaron a la Misión que tenemos en Hong Kong, a donde arribé un 22 de octubre, hace 23 años. Durante todo este tiempo de servicio que llevo en Hong Kong, he tenido la oportunidad de ser invitado, en diversas ocasiones, para acompañar a grupos de parroquianos en su peregrinación a santuarios marianos. En uno de estos viajes, estando en España, pasamos por el poblado de Loyola, en los límites de San Sebastián, al noreste del país. Sentí que era obligatorio para mí visitar la casa en donde vivió san Ignacio. Por la historia sabemos que, cuando tenía 30 años de edad, san Ignacio fue herido en la pierna por una bala de cañón, y durante su convalecencia

experimentó una profunda conversión hacia el amor a Cristo y nació su deseo por el trabajo misionero. ¡Qué extraña manera de Dios para acercarlo hacia Él!
Esa convalecencia, el santo la pasó en su casa paterna, precisamente donde fuimos de visita. Al estar frente a su cama, no pude sino acordarme de todas las historias que, sobre los hechos y dichos de san Ignacio, nos contaron los padres jesuitas 50 años antes a quienes éramos sus alumnos. A la mayor gloria de Dios El lema de san Ignacio era: “A la mayor gloria de Dios”, y en él sintetizó toda la espiritualidad que lo impulsó a ganar almas para el Señor, llegando a ser un excelso soldado de Cristo al servicio de la Santa Sede. Hoy día, los sacerdotes de la Compañía de Jesús, se encuentran diseminados por todo el mundo y llevan la Palabra de Cristo a los que no lo conocen, en las tierras de Misión a donde los envía el Santo Padre. Así mismo, prosiguen su importante labor de educar en valores cristianos, a través de los centros de enseñanza que han abierto en donde quiera que se han establecido. San Ignacio de Loyola, en sus ejercicios espirituales, nos dejó un profundo legado de meditaciones y reglas para ayudarnos a crecer en el conocimiento de Cristo. Por eso, queridos lectores, los invito a seguir su ejemplo y pedir al Señor que nos ayude a abrir nuestro corazón para dejar a un lado nuestro egoísmo y consagrar todas las actividades diarias de nuestra vida a la mayor gloria de Dios.
