Editorial El ser humano, en cualquier cultura y religión, manifiesta su sed de trascendencia, de eternidad. La búsqueda constante de una vida mejor, querer alcanzar nuevas metas, buscar nuevos horizontes, conseguir nuevos descubrimientos y desarrollar la tecnología que prolongue y dé calidad a la vida de las personas, son la manifestación de su sed de eternidad. En las distintas misiones en donde trabajamos también podemos ver esos signos de eternidad. Cada cultura tiene sus propias expresiones para manifestar la fe en lo eterno. Para los cristianos, la sed de eternidad se sacia en Cristo. En Él se puede descubrir el camino que lleva a la vida eterna. Quien ha tenido un encuentro personal con el Señor Jesús, ve su vida transformada de tal manera que la percibe sólo como el anticipo de la fiesta del Cielo. Cristo Resucitado da sentido a nuestra existencia; su victoria sobre la muerte es la prueba de que no todo termina ahí, sino que –como nos lo enseña la fe– esta vida se transforma, no se acaba. Esta resurrección que aguardamos es la que nos hace caminar desde ahora en dirección hacia la eternidad. Elevemos nuestro corazón hacia lo alto, pidamos la gracia de tener en el corazón ese deseo del Cielo y de orar constantemente por aquellos que ya han partido, para que se alegren en el banquete del Reino y desde allá, nos acompañen con su intercesión a fin de reencontrarnos un día junto al Buen Pastor.