NOTAS AL PROGRAMA
La historia de la música posee diferentes momentos donde su futuro fue cambiado para siempre por el esfuerzo de singulares piezas de música. Hace 200 año sucedió lo que algunos críticos consideran “un milagro en la música de cámara” y que trajo nuevas posibilidades sonoras y hasta filosóficas de ver la música.
El compositor alemán Félix Mendelssohn provenía de una importante y acaudalada familia en Berlín que brindó a sus hijos una educación integral y versada en todas las disciplinas de las artes. Era normal que un niño considerado prodigio -algunos insinuando que excedía al talento de un Mozart a su misma edad- se convirtiera rápidamente en un referente para la sociedad. Rápidamente, la vida social en la casa de los Mendelssohn giraba en torno a los recitales de música del pequeño Félix interpretados por los músicos más selectos de las grandes orquestas de Berlín y ante un público culto y con conexiones que difundían su talento. El privilegio para un niño compositor de escuchar sus obras recién escritas y ejecutadas al más alto nivel en la sala de su propia casa le dieron a Félix rápidamente las herramientas para refinar su estilo y darle madurez a una etapa de su vida que ningún otro compositor de su época poseía.
A sus 16 años, Félix decide tomar uno de los géneros más establecidos y populares de su época como lo era el cuarteto para cuerdas y lo expande en un nuevo tipo de ensamble con 8 voces diferentes “a manera de una sinfonía”, como luego él mismo anotaría en la partitura, creando un nuevo tipo de género de música de cámara que serviría de modelo para la posteridad y lo consolidaría como el compositor más prometedor de su época. La idea de tener 4 violines, 2 violas y 2 violoncellos en un octeto con las interacciones y roles que otorgó el compositor a cada instrumento trajo nuevas posibilidades melódicas y discursivas al texto musical del pujante romanticismo del siglo XIX.
El rol protagónico del primer violín desde el inicio de la obra demuestra de inmediato la jovialidad y virtuosismo que distinguirán la música de Félix para el resto de su vida. Sea con las referencias al famoso coro del Aleluya de Händel en el cuarto movimiento o con la descripción sonora del descenso a los infiernos en el tercer movimiento inspirado por el Fausto del escritor Goethe, con quien mantenía correspondencia y amistad, Mendelssohn supo extraer de su joven mundo todo lo que le era fascinante y traducirlo en música brillante y emocionante que se libera de sus orígenes de tiempo y espacio para ser atesorada por generaciones a venir.
Notas de Programa por Guillermo Esquivel