El Extraño

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El Extra単o


UN CUENTO DE NAVIDAD Estaba amaneciendo, la casa estaba en silencio, solo se oían los clásicos rumores de una casa, el crujir de los muebles, el ruido de los electrodomésticos y el respirar de los habitantes. Se empezó a oír un movimiento en la cocina, era Oscar, el perro de la familia que empezaba hacer de las suyas. Oscar era un Bichon Maltes, tenía dos meses y estaba en la edad de romperlo todo. Esperaba que alguno de sus dueños llegara para darle su alimento. En ese momento apareció Ángel por la puerta de la cocina arrascandose la cabeza y bostezando. -Oscar, tu no perdonas ni el día de Navidad. Anda ven, que te ponga tu agua y tu comida. Oscar seguía a su dueño feliz de verlo, tan feliz que saltaba entre las piernas de Ángel y que más de una vez le hizo hacer dar un traspié a este. -¡Quieto, Oscar! ¡Ya!, ¡para! ¡ Sienta! ¡Pero, que me vas a entender! Anda toma, y quieto aquí hasta que estén todos despiertos, no hagas ruido. Ángel fue entonces hacer café mientras Oscar se comía su plato de cereales para perros. Empezó a preparar tortitas para la familia, era un día especial, irían con los chicos al bosque para elegir un árbol, cortarlo y colocarlo en el salón y entre todos adornarlo. Desde que habían nacido sus hijos, él y Elena lo habían hecho así, lo habían dejado para el día de Navidad, para ese mismo día, los chicos disfrutaban yendo todos juntos al bosque y pasando el día decorando el árbol. Luego, por la noche iban siempre a casa de los abuelos paternos a celebrar la Navidad. En la cocina se empezó a notar un olor a tortitas y a caramelo y fue entonces cuando Ángel abrió la puerta para que saliera el olor por toda la casa, fue cuando se empezó a oír movimiento en la casa. -¡TORTITASSSSSSSSSSSSSSSS! Chillaron los niños que iban corriendo hacia la cocina, seguidos de Elena.


- ¡Chicos no corráis, que os vais a caer! ¡Llevad cuidado con Oscar! Oscar al ver que entraban los dos niños en la cocina corriendo se escondió detrás de Ángel que lo cogió en brazos y lo llevo a su cesta para que estuviera a salvo de esos dos diablillos. -Buenos días, chicos. ¡A desayunar! Hoy tenemos día en familia ¿recordáis? -Siiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii Los niños miraron a su padre con una sonrisa en la cara. Era cómico mirarlos, los dos tenían la boca llena de tortita y la cara manchada de caramelo y nata. Ángel sonrió al verlos. -¡Anda, limpiaros! ¡Que menudas pintas tenéis los dos!jajajaja -Los dos niños se comieron sus respectivas tortitas y mas que pidieron a su madre que los miraba divertida de cómo se estaban poniendo. -Venga chicos debemos darnos prisa en salir, si no se nos ara tarde. Los niños salieron de la cocina corriendo, no antes de darle a su madre los platos y las tazas del desayuno para que ella los fuera metiendo en el lavavajillas. Allí se quedaron Elena y Ángel terminando de recoger la cocina. -¿Iremos muy lejos este año? -No, como siempre, tampoco cogeremos un árbol muy grande. Cogeremos uno al que podamos volverlo a plantar luego. Y ahora que lo dices tengo que ir a la cochera a prepararlo todo. Tengo que coger un pico y una pala, una garrafa de agua, trapos y una bolsa de las grandes de esas que utilizamos para cuando cortamos el césped. -Anda ved, que yo ya termino aquí y empiezo arreglarme. Ángel abrió la puerta de la calle y no se dio cuenta de que iba con el pijama y la bata. Sintió que el frio le cortaba la cara.


-¡Dios, que frio! Ya podemos abrigarnos hoy. Nos vamos a quedar helados, pero todo sea por la ilusión de los niños. Cerró la puerta y se puso un chaquetón de plumas que encontró en un perchero que tenían cerca de la puerta y entonces se decidió a salir hacia la cochera. Mientras iba hacia allí iba sonriendo, iba pensando en lo que había dicho, les echaba la culpa a sus hijos pero el siempre deseaba que llegara ese día, disfrutaba con ellos buscando el árbol, pasando ese día con ellos y con su mujer. Cuando llego a la cochera hacia un frio de mil demonios, el pobre tuvo que ponerse unos guantes de Elena, de esos que utilizaba para cuando trasteaba con el jardín, abrió el maletero del coche y se dedico a preparar las cosas. Dentro de la casa Elena y los niños ya estaban casi preparados. -¡Carlos, Sergio! ¿Estáis ya preparados? -Si, mama -¿Donde estáis? -Aquí, en la habitación -¿Estaréis recogiendo las cosas? -Si, mama -Bueno, vale, me lo creo. Mira que voy a ver, ¿eh? En ese momento se oyó un revuelo en la habitación de los niños. Entonces fue cuando Elena se asomo a la habitación. -Pero chicos ¿Qué hacéis? ¿Pero que es esto? Vamos a ver ¿Qué estabais haciendo? Vaya par de bichos. Venga recoger antes de que venga vuestro padre, que tenemos que irnos pronto que sabéis que luego hay que adornarlo y a la noche vamos a casa de los abuelos. -Biennnnnnnnnnn. Gritaron los dos hermanos al mismo tiempo, en ese momento entro Ángel con la cara colorada del frio.


-¿Qué hacéis? ¿Ya estáis preparados? -Si, te estamos esperando, anda ve y arréglate. Vaya cara, ¿Qué te ha pasado? -Hace un frio que pela. Tenéis que abrigaros mucho, ¿eh? Voy a darme una ducha bien caliente y me arreglo. -Si, y yo voy hacer un chocolate caliente para llevar. Chicos, confió en vosotros en qué vais a recoger las cosas, ¿de acuerdo? -Si, mami. Mientras Ángel se daba una ducha bien caliente y entraba en calor, Elena preparaba dos termos de chocolate bien calientes para llevar y metía en una cesta unos bizcochos que había hecho el día anterior. Metió unas mantas también, por si las moscas. Cuando ya estaba acabando de colocar las cosas, entraron Ángel y los dos niños a la cocina. -¿Estas lista? -Si, solo falta echarle agua a Oscar y cerrarle la puerta de su caseta y listo. Ya, listo. Pues cuando queráis. Los cuatro salieron de la casa bien abrigados, y se metieron corriendo en el coche para poner en seguida la calefacción. -¡Vamos Ángel, pon la calefacción! -Espera, mujer, tiene que calentarse el coche. -Es que como no se caliente pronto la que se queda como un polo voy a ser yo Ángel empezó a reírse con el comentario de Elena. -¿De qué te ríes? -Mirad niños, hoy le llevaremos a los abuelos un regalito. -¿un regalito? -Si, la figura de vuestra madre echa en polo, jajajaaa


Los cuatro empezaron a reírse del comentario de Ángel que en ese momento le dio al interruptor de la calefacción y empezó a entrar un pequeño aire caliente al interior del coche. -¡Pero serás tonto! Jajajaja. Ay que gustirrin, que calorcito está entrando. Venga pongámonos en marcha. Ángel salió a la carretera y se dirigió hacia la zona del bosque que estaba cerca ya que ellos vivían en una Urbanización a las afueras de la ciudad. Se metieron por una carretera secundaria que iba directa hacia un claro donde habían hecho un aparcamiento y una zona donde había un parque y otra donde se podían ver varias mesas de madera con sus respectivos bancos. Aparcaron a un lado, había otros cuatro coches aparcados allí. -Venga, chicos ya estamos aquí. Abrigaros bien, antes de salir. Todos se enfundaron en los plumas, bufandas y guantes. Fuera hacia mucho frio. Ángel abrió el maletero y comenzó a sacar las cosas, mientras los niños y su mujer lo esperaban para ayudarlo. Cuando ya todos tenían cada uno una cosa, se dirigieron hacia un lado de la zona del parquin y se adentraron un poco hacia el bosque pero sin alejarse, entre todos empezaron a buscar un abeto ni muy grande ni muy pequeño para poder llevárselo a casa. -¡Papaaaaa! ¡Aquiiiiiiii!!!! Ángel y Elena fueron corriendo hacia donde estaban Carlos y Sergio. Allí estaban los dos niños junto a un precioso abeto de un color verde intenso. Los cuatro lo miraron y decidieron que ese sería el que se llevarían ese año para casa. Ángel entonces cogió la pala que Carlos le ofrecía y comenzó a cavar con mucho cuidado, mientras su hijo Sergio se ponía de rodillas y con las manos apartaba la tierra -Hijo, no hagas eso, se te van a quedar las manos heladas. Espera, toma este palo. Así, padre e hijo con mucho cuidado cavaron y sacaron el abeto sin destrozar las raíces, Elena le echo agua y las tapo con el trapo que Ángel había llevado mojándolo también y Sergio a yudo a su padre para meterlas en la bolsa mientras madre e hijo lo sujetaban por el


otro extremo. Cuando lo tenían ya todo preparado y bien sujeto lo cogieron por ambos lados y comenzaron andar hacia el coche, al llegar vieron que ya solo quedaba su coche en el aparcamiento, no había nadie. -Que raro, ya no hay nadie. -De que te extraña, con el frio que hace. Anda, mete el abeto en el coche y vámonos ya. -Niños ¿queréis un poco de chocolate caliente? -Si, mama. Cuando Ángel abrió el maletero, antes de que este empezara a pelearse con el abeto para meterlo, Elena saco la bolsa con el termo y los bizcochos que había llevado, entonces se fue a una mesa que había cerca de donde estaban y empezó a sacar el termo para ir dándoles unos vasos a los niños. En ese momento Carlos se acerco a su madre. -Mama, mira. Elena miro hacia donde Carlos señalaba. En una mesa, no muy lejos de donde estaban ellos había alguien sentado, parecía encogido del frio. Elena cogió un vaso y lo lleno de chocolate caliente, cogió unos trozos de bizcochos y los puso en una servilleta de papel. Con paso firme se acerco donde estaba la figura sentada -Hola, ¿le apetece un chocolate caliente con unos bizcochos? Los he hecho yo El extraño la miro y cogió el vaso y los bizcochos, algo en su cara parecido a una sonrisa, reflejando agradecimiento. -Pero hombre ¿Qué está haciendo aquí, con el frio que hace? -Hija, no tengo a donde ir -¿No tiene familia? ¿A nadie? -No, ya no me queda a nadie.


-Pero hoy es Navidad, hoy todo el mundo debería estar en familia, en el calor del hogar. No puede quedarse aquí solo. ¿Quiere más chocolate, más bizcocho? -No gracias. En ese momento llegaba Ángel que ya había metido el abeto en el coche. -Elena, ¿Qué haces? Le hizo un gesto con la cara preguntándole que quien era ese hombre. -Es una persona que necesita un poco de compañía y calor de hogar en estas fechas. Le he dado un poco de chocolate y bizcocho. -¿Quiere que le llevemos algún sitio? No puede quedarse aquí, hace mucho frio. -Estaré bien, gracias. Son muy amables, pero seguro que tendrán cosas más importantes que estar perdiendo el tiempo conmigo. En ese momento Carlos y Sergio se acercaron a donde estaban -Mama ¿Qué pasa? ¿Nos vamos ya? Hace mucho frio. -Si, hijo ya nos vamos y este año vamos a tener una visita. Todos se quedaron mirando a Elena. Los niños con cara divertida, Ángel con cara de “esta se ha vuelto loca” y el extraño la miraba con los ojos desorbitados sin comprender por qué alguien quería hacer algo así por él. -¿Tu te has vuelto loca? No sabemos nada de este hombre -¿Tú no sabes que en Navidad hay que hacer buenas acciones?, Ángel, tú no eres así. Sé que si yo no lo digo al final lo hubieras dicho tú. ¿Por qué no le podemos dar un día, aunque solo sea un día a este hombre, el calor de la Navidad? -¿Y qué le vamos a decir a mis padres?


-Ahora mismo, ni idea, ya se nos ocurrirá algo. ¡Venga todos al coche que hace mucho frio! El extraño no salía de su sorpresa, veía la escena sin poder decir nada. Los niños le ayudaron a levantarse y ya lo estaban llevando hacia el coche. -De verdad, no deberían. Por mi no se preocupen. -Mire, cuando a mi mujer se le mete algo en la cabeza no hay manera. Si ha dicho que hoy pasa la noche con nosotros es que la pasa. Asique nada, tranquilo, somos una familia muy normalita jajajaja. Todos entraron en el coche. Los niños cogieron las mantas y taparon al extraño con ellas. -Por cierto, ¿Cómo se llama? Ya que vamos a pasar el día en familia debemos llamarlo por su nombre -Me llamo José, y de verdad les agradezco lo que están haciendo pero no deberían. -Ba, ba, ba, no siga, hoy es un dia especial, asique disfrútelo. Llegaron a casa y José no sabía qué hacer, no sabía dónde ir, si sentarse o quedarse de pie. Vio como todos iban y venían por el salón, Ángel fue a la cochera a coger un gran macetero para colocar el abeto con lo que aprovecho José para ayudarlo a plantarlo. Los niños fueron a coger los adornos de Navidad para cuando estuviera listo empezar a colocarlos y Elena fue a la cocina. Cuando estaban ya a punto de terminar Ángel y José llego Elena con unas toallas en la mano. -José, venga que le acompaño al cuarto de baño. Se va a dar un baño y mientras se lo da yo le lavo su ropa. -Pero, no tengo otra. Y no estará seca para cuando termine. -Tranquilo, le daré algo de Ángel. Y tenemos una secadora que enseguida seca la ropa, por eso no se preocupe. Venga, acompáñeme.


Los dos se fueron hacia el baño. Elena le enseño donde tenía todo y le dejo solo para que se bañara. Le dejo al lado de la puerta unos pantalones, un suéter y ropa interior, luego se fue al salón para ayudar a su marido y sus hijos. José, lleno la bañera hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un buen baño y hoy lo disfrutaría, la verdad es que lo necesitaba, necesitaba un buen baño. Empezó por el cuerpo, Elena le había dejado una esponja sin estrenar para que la utilizase cogió el gel y comenzó a echar el gel que olía a vainilla. Vio como salía espuma al apretar la esponja y comenzó a restregarse el cuerpo, cuando ya por fin empezó a verse el color de su piel le toco el tiempo de la cabeza. Vio un bote de champú, lo primero que hizo fue mojarse la cabeza y con un poco de champú fue frotándose el cuero cabelludo, necesito más de una vez darse con agua y frotarse con el champú pero al poco tiempo vio los resultados. Cogió una toalla y comenzó a secarse, al mirarse al espejo no se reconoció al principio, en el vio una persona distinta, tenia barba de más de medio año, empezó a recortársela con unas tijeras que encontró en un armarito que había junto al espejo, luego con el pelo se lo corto a media melena, le gustaba llevarlo largo miro en una cestita que había a un lado y encontró un coletero de goma y se hizo una coleta. Luego abrió la puerta y cogió la ropa que Elena había dejado junto a la puerta, la miro por todos los lados y le gusto el estilo, nunca había llevado ese estilo de ropa pero no podía rechazarla, esa gente era muy amable y no quería ofendérseles. Cuando acabo de arreglarse, se dedico a limpiar y recoger el cuarto de baño, lo dejo lo mejor que pudo. Salió del cuarto de baño con las toallas para dárselas a Elena ya que no sabía dónde ponerlas asique se dirigió hacia el salón donde oyó las risas de la familia. -Perdón, ¿Me podría decir dónde puedo poner las toallas? Todos se quedaron con la boca abierta al ver a José. No esperaban el cambio experimentado en el. -¡Por Dios, que cambio! Venga, traiga, deme las toallas yo las llevo a la lavadora. Su ropa ya estará terminando de lavarse. Únase con nosotros a adornar el árbol.


Mientras José se unía al grupo para adornar el árbol, Ángel quiso saber más sobre el invitado. -José, ¿Le importa que le llame así? -Claro, es mi nombre. ¿Quería preguntarme algo? -¿Por qué llego a esta situación? -Cosas de la vida, situaciones que uno no puede afrontar o no quiere afrontarlas. -¿A que se dedicaba, en que trabajaba? -He trabajado en muchas cosas, pero lo que mejor seme da, es trabajar con las manos. -¿Trabajar con las manos? Dijo Carlos. -Si, Se me dan bien hacer figuras, muebles, sillas, etc. -Pero podría encontrar trabajo en algo de eso. Mientras conversaban no se dieron cuentan de que el árbol ya estaba terminado. Solo faltaba que Ángel encendiera las luces, los niños saltaban de alegría para que su padre las encendiera. -Papa, venga, enciende las luces. -Ya voy, ya voy. Esperad un momento que venga vuestra madre. -¡Elena, venga, te esperamos para encender las luces del árbol! -¡Voy! Elena apareció llevando una bandeja con copas de champan y sidra para los niños. Los repartió a cada uno y todos esperaron a que Ángel le diera al interruptor. Cuando las luces se encendieron todos dijeron un “ohhhhhhhhhhhh”. Era cómico, verlos todos los años eran iguales. Los niños se fueron a jugar con algunos de sus juguetes alrededor del árbol y de vez en cuando picoteaban de algunos dulces navideños que su madre había puesto en una bandeja que había sobre la mesa del salón, mientras los mayores entablaban una amena conversación. Ángel y Elena pusieron al corriente de


cómo era la familia de Ángel para que no le pillara de sorpresa, eran buena gente pero tendría que estar preparado porque le iba a torpedear a preguntas. Llego la hora de la salida para ir a la cena familiar, todos andaba contentos menos José, que no se hallaba en el ambiente. Mientras iban en el coche en dirección hacia la casa de sus suegros, Elena se dirigió hacia José -Tranquilo, no se preocupe, son buena gente. José, sonrió pero dentro de el algo estaba ocurriendo, una sensación rara estaba ocurriendo y no sabía el que. Sabía que eso mismo le había ocurrido un año atrás pero con otra gente, otras personas, todo le resultaba muy familiar. El coche seguía su camino y todos iban cantando villancicos que contagiaron a José que al final terminó cantando con ellos, al final llegaron a casa de los padres de Ángel, que los recibieron con canticos de villancicos. Allí estaban toda la familia de Ángel, los hermanos y hermanas con sus respectivas esposas y maridos, sobrinos y sobrinas. Se respiraba amor en el ambiente, al principio la familia se extraño del acompañante pero después lo aceptaron como uno más de la familia. Después de las presentaciones todos se reunieron alrededor de una gran mesa, decorada con grandes platos, con distintos manjares, no eran platos con grandes manjares, pero cada uno de la familia había hecho algo para el disfrute de todos. Había canapés, gambas a la plancha, costillejas a la brasa, ensaladilla de mariscos (la especialidad de la madre de Ángel) que todos degustaron con delicia, una ensalada de salmón, etc. Había comida de más, como siempre. Pero ellos eran así, siempre hacían de más para poder dejar para el día siguiente y volver a juntarse en familia. Se iban pasando los platos uno al otro para degustar todos, a José le iban echando de todo para que fuera comiendo -Hombre, por Dios, tiene que comer algo más, que está usted muy delgadito. Le dijo Doña Teresa. -Señora, a mi me están alimentando solamente con el calor que hay en esta casa


Doña Teresa se le quedo mirando extrañada y con el plato en la mano y sin saber que decir cogió una cuchara y empezó a echarle un poco de ensaladilla -Anda, de eso no se alimenta nadie. ¡Pruebe la ensaladilla, que me sale muy buena! José sonrió ante la insistencia de Doña Teresa y le ofreció el plato para que le echara un poco de ensaladilla. Ella se quedo a la espera de la opinión de este sobre la ensaladilla. -Esta muy buena, de verdad. Es la mejor que he probado en mi vida. Doña Teresa sonrió feliz. La cena transcurrió entre risas, por las anécdotas que contaban los padres de Ángel, de cuando sus hijos eran pequeños. Después de la cena, todos se fueron al salón donde estaba un gran árbol de navidad repleto de regalos, los chicos al verlo salieron corriendo y empezaron a mirar los nombres de los regalos. -Este es para tía Elena, este es para el abuelo, este es para el tío Antonio, este es…… Así estuvieron hasta que cogieron el último regalo. -Este es para José -¿Para mí? -Si, eso pone aquí. Sergio se levanto de donde estaba y le llevo el regalo a José. Este lo cogió extrañado. Al abrirlo vio algo que le hizo recordar. Todos se miraban, nadie sabía de dónde había salido ese regalo, nadie lo había puesto allí, nadie sabía que él iba a presentarse esa noche a cenar con ellos. ¿Qué significaba eso? ¿Y qué seria eso que estaba en la caja? Entonces José los miro con una gran sonrisa y una gran paz que reflejaba en su semblante. -Debo irme, mi tiempo se acaba. Esta noche me habéis inundado con todo el espíritu de la navidad, mi hijo estará contento. No pensaba que en este tiempo, en esta época de corrupción, de


hipocresía, de mentiras siguiese habiendo tanta bondad en las personas. Seguid luchando por ella, seguid luchando por la familia, por la amistad, por el amor, por la vida y por un mundo mejor. Siempre estaré en todos vosotros y mi hijo también. Dicho esto José salió por la puerta, dejando a todos sin saber que decir, cuando oyeron -¡Papa, Mamá, mirad! Era Carlos que estaba junto al Belén que cada año ponía su abuela en un rincón del salón, cerca de la chimenea. Allí, en el pesebre, vieron algo extraño, había una figura, una figura exactamente igual a José, el extraño que acababa de salir por la puerta de su casa y que parecía que les sonreía.


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