Al tiempo volar

Al tiempo volar

Con esos ojos azul verde que deben haber cautivado, sin excepción, a los dos mil novecientos entrevistadores con que ha estado; parco en el habla, pero de una gran contundencia; sonriente, profundo, sobrio y de una megalomanía envidiable, absolutamente seductora, José Luis Cuevas me recibió en el taller de grabado del museo Manuel Felguérez, en donde trabajaba en aquel momento, a invitación de su entonces director, Álvaro Ortiz Pesquera, como él mismo describió, “al tiempo volar”.

Fotografía y texto de María Dolores Bolívar Ciudad de Zacatecas, México, Octubre de 2000.

Era octubre de 2000. José Luis Cuevas estuvo en Zacatecas un par de días, con el único propósito de trabajar en un grabado que pasaría a ser parte del acervo del Museo de Arte Abstracto Manuel Felguérez. Pero le fue imposible evitar ser detectado y caer en la tentación de concederme la que sería, a cálculo somero, la entrevista número dos mil novecientos uno de su vida.

Hasta cierto punto, el miedo hizo presa de mí. ¿Qué se le puede preguntar a quien asegura que todo lo ha vivido y que todo lo ha contado; a quien, además, afirma merecer un premio por ser el artista más fotografiado y más entrevistado?

El reto, entonces, fue sorprenderlo, con la complicidad entrañable de Álvaro, esa suerte de hombre orquesta del arte en Zacatecas; intentar lo imposible, conseguir que no estuviese alerta, que no posara, tomarlo casi por asalto. Solo así obtuve un Cuevas al natural, encabezado que llevó en el periódico Imagen, en primera plana, la primera impresión de esta maravillosa entrevista.

La charla amena e informal, se disparó en muchas direcciones; desde su experiencia en el Museo de Cera de la ciudad de México, cuando le hicieron su cabeza, con un molde de yeso en el que no se reconoció, hasta el por qué le gusta posar para las fotografías, “porque para eso se inventaron…” Hubo bromas, anécdotas, datos inolvidables, como aquel que consigna que José Luis Cuevas recomienda las enchiladas zacatecanas sin haberlas probado jamás, tan solo porque su amigo, Álvaro, lo convenció de que eran las mejores.

El único abstracto “Quiero mucho este museo. Es el museo de Manuel Felguérez, artista de la generación de la ruptura, a la que pertenezco. Felguérez es uno de los grandes artistas de México, mi país. Es algo verdaderamente extraordinario que exista este museo porque Zacatecas ha producido artistas de primer orden y sigue produciendo artistas jóvenes de mucho talento. Están Goitia y Julio Ruelas. En el museo Goitia está la obra de Julio Ruelas que murió en París y está enterrado en el cementerio de Montparnasse.”

“Sería bueno promover el traslado de los restos de Julio Ruelas, que están en Montparnasse, que se trajeran aquí, a Zacatecas, de donde fue oriundo. Aunque haya sido su voluntad, imagínese, a principios de siglo, ser enterrado en Montparnasse…”

Y cambia de tema, como sacudido por esa memoria de Ruelas, o tal vez de la muerte…

“Hay una técnica que se llama barniz suave, pero se van agregando diferentes capas. La intención es hacer, después, unas aguatintas de fondo. En este caso hicimos un experimento de poner el ácido directo y no salió. No salió porque el ácido no fue suficiente. No lo apliqué yo bien. Lo apliqué mal, fracasé.”

-¿Fracasé? ¡qué palabra, para José Luis Cuevas!

-¡Así es esto! Ahora debemos de volver a insistir con el ácido directo o cambiar de técnica, tratando de buscar el mismo efecto pero con otra técnica, por ejemplo, al azúcar. Después, bueno, tenemos que trabajar el fondo con otra técnica que se llama aguatinta. Hay muchas formas de hacer un grabado.

-Cuevas, ¿ha venido a trabajar contra el reloj, apenas un par de días…?

-Fui invitado por Álvaro y Manuel Felguérez, contando con la asistencia y el consejo de Plinio Ávila Márquez, que es un grabador que sabe absolutamente todo del grabado. Él tiene mucha experiencia en un gran taller de Estados Unidos, en donde, por cierto, yo he trabajado también.

-¿Se discrimina en México al arte abstracto?

-No, en lo más mínimo. En México se puede hablar de un movimiento muy importante que se dio en los cincuentas. Yo pertenezco a ese movimiento, aunque soy figurativo. Muchos de mis compañeros eran abstractos.

Felguérez, Lilia Carrillo, Fernando García Ponce, Vicente Rojo. Todos son artistas muy reconocidos. Es muy importante que la gente vea hasta qué punto el abstraccionismo se ha practicado en México y puede hacerlo en este

museo. Le voy a regalar un secreto; voy a hacer un grabado abstracto que voy a donar al museo. Va a ser el primero y único grabado abstracto que haga yo en mi vida. Es un reto.

-¿Por qué el reto?

-Para estar en este museo, para estar con mis compañeros. Como un homenaje a Felguérez.

Rostros que se distinguen en la multitud -¿Qué significado tiene el que uno sea abstracto y otro figurativo?

-Nada. Lo que importa es el talento, la capacidad del artista, no la tendencia. En arte no importan las tendencias sino el talento.

-¿Hay una marca mexicana… o el arte es universal?

-Es arte abstracto que tiene ciertas raíces nacionales.

-¿En qué se percibe?

-En el color, en las formas.

-¿A nivel de técnicas?

-Hay imágenes que resultan únicas. Si estamos ante un cuadro de Felguérez, lo reconocemos inmediatamente como una obra de Manuel Felguérez. Los artistas con una personalidad propia son como rostros que se distinguen de la multitud. Rostros distintos que definen la originalidad en un artista. Cada quien tiene su lenguaje.

-¿Cómo es el rostro de Cuevas?

El trajín del grabado nos distrae, justo cuando se trata de delinear el rostro de quien cuenta, convencido, que se reconoce en sus autorretratos. Aprovecho para tomar fotografías. Noto que en todas posa Cuevas. Y comparte que no le gusta ser sorprendido. Pero el ácido y el color me roban de nuevo la atención. Después de todo, la prioridad para él es el grabado que está haciendo al tiempo en que conversa.

-Estoy preocupado…

-¿Qué falla?

-No, nada, esto es lento… Ir agregándole cosas. Al tiempo volar…

-¿Cuántas horas trabaja?

-Ahorita estoy pasando una etapa difícil en mi vida, porque falleció mi esposa. Yo siempre me ufanaba de que, por lo menos desde los catorce años, nunca transcurrió un día en que yo no trabajara. Mi esposa va a tener cuatro meses de muerta y, desde entonces, lo primero que hice fue una escultura de seis metros que se va a inaugurar, en la ciudad de México. Es una figura sentada con la mirada hacia el cielo, se llama Figura mirando al firmamento y es un homenaje a mi esposa. Eso fue lo que hice después del fallecimiento de ella, cuando regresé a México con mis tres hijas, trayendo las cenizas… (largo silencio) -¿Por qué se abrieron las puertas para alguien que inició tan joven, de catorce años? ¿Era genial?

-No sé. Desde el principio tuve suerte, en el sentido de que el primer libro sobre mí se escribió cuando tenía veinte años, en París, en francés.

-¿Quiénes fueron los mecenas de José Luis Cuevas?

-Descubridores… (parece que subraya.) Philip Bruno, quien realizó mi primera exposición. De joven yo iba de sorpresa en sorpresa, así transcurrió mi adolescencia. Siempre me iba sorprendiendo porque mi obra no era fácil. En Estados Unidos estaba lo abstracto, era la moda. Lo mío, sin embargo, era figurativo y despertó un interés muy grande, siendo yo muy joven. Ya entonces di entrevistas a las grandes revistas, al New Yorker, al New York Times, me dieron un buen espacio. En un gran artículo sobre uno, lo primero es la extensión. Segundo, la calidad del texto.

Si te publican un gran elogio, en cinco líneas, no tiene la menor importancia. De dos páginas, completas… Eso es un buen artículo, con la fotografía en portada. Y es importante que lo dejen a uno posar.

¿Acaso no le gustan las fotos espontáneas?

-No valen. La fotografía está hecha para que uno pose. Hay una fotógrafa que sacó un libro sobre mí. Dijo que había tomado mil fotos y no había logrado tomar una sola donde yo no estuviera absolutamente consciente de la cámara.

El misterio de la cabeza de Cuevas -Mira yo he sido un obsesivo de las autobiografías. Practico la autobiografía para definirme, para explicarme. Sería muy bueno si todos los artistas dejaran un testimonio escrito sobre su paso por la vida, en el trabajo. La gente me ve a través de mis constantes relatos.

- ¿Qué genera eso, angustia de que no lo entiendan o que los rostros que encuentra en otras gentes no se le parecen?

-Como el del museo de Cera… En el museo de Cera, no me reconocí y eso que era mi rostro y por eso me sometí a la tortura de un molde de yeso. Yo pinto mucho autorretrato. Me dicen, sí, pero todos tus autorretratos son distintos y no se parecen a ti. Pero no es posible que digan eso si yo me encuentro exacto. Resulta que te ponen primero una crema y después, arriba, el yeso y tienes que esperar a que se seque. Es la experiencia del enterrado vivo. Yo ya no podía más, fueron como veinte minutos, más, media hora, una eternidad. En la nariz te ponen unos popotes, te imaginas que alguien va a llegar y te va a apretar los popotes y te vas a morir. Y yo no me encuentro parecido .

Pero entonces sucedió algo extraño.

Y procede a contarme que cuando se incendió el museo, la cabeza de Cuevas se salvó porque el escultor se había robado el molde. El escultor desapareció y entonces fue así como descubrió que había sustraído su cabeza.

-¿Cómo? ¿Fue la única cabeza rescatada?

-Sí, dejó a Maximiliano, a Benito Juárez… Salvó a Cuevas.

Intenté confirmar los pormenores de esta increíble anécdota con el director de museo, pero jamás me devolvió la llamada. Así que, cierta o no, la transferí al manuscrito de mi entrevista, tomada como cierta, de boca de José Luis Cuevas, el interesado.