Amparo Dávila y los caminos del tiempo (In Memoriam) por María Dolores Bolívar Comparte con Garro el amor por los gatos. En su casa hay 17 y cinco perros. Más que entrevista, entre Amparo Dávila y yo se dio una larga conversación. Una plática que se va hilando de todos esos pormenores que me fue dado conocer al cabo de los primeros meses de haber estado en la ciudad de Zacatecas. Nadie conoce la vida de un pueblo mexicano hasta que no vive ahí y constata que en él se verifican, puntuales, todas las andanzas que, si eres buen lector, habrás amasado como parte de una existencia entre personajes y mundos. Yo enseñaba todos los años, entonces hacía diez o doce, cursos de literatura mexicana en los que leíamos mujeres escritoras, solamente. Al mundo de Juana Manuela Gorriti, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Teresa de la Parra se unían las más contemporáneas y provocativas Luisa Valenzuela, Luisa Mercedes Levinson, Silvina Ocampo, Elena Garro, María Luisa Bombal, Amparo Dávila. Sé que mis alumnos pensaban que estaba un poco loca, llevándolos del espiritismo de Gorriti a las imágenes jamás resueltas del dolor por placer o del rostro irreconocible de aquel huésped, amplificado en su fealdad por los ángulos que hacían alquimia con las sombras del patio. Y así fue como, en la confluencia de los tiempos, yo llegué –en los caminos serranos se pierde la noción de si vas hacia arriba o hacia abajo- al corazón del México Profundo que es Zacatecas, de la mano de Amparo o, debo decir, con sus ojos haciendo de linternas preventivas, mostrándome el camino hacia esa vida de rendijas y ventanas, de patios cuadrados y callejones como laberintos. Un día di una conferencia acerca de Amparo Dávila y abrí contando mi experiencia en Pinos, buscando la casa paterna de sus cuentos. Al cabo de esa charla me esperaba la punta de un hilo conductor que terminaría con ella, en aquella entrevista, en la cocina de la casa de Lidia García Zamora, la anfitriona. No mucho tiempo después, paré en la librería André-a cuando me recibió un recado inesperado. Habían ido a buscarme. Dijeron que volverían, pero no dijeron cuando. "Él (el primo Poncho) anunció que su prima batallaba para caminar". Aquella buena noticia, como era de esperarse, iba aparejada de una mala. Habían pasado ya semanas de aquello, así que tendría que esperar a que volviera Amparo a Zacatecas, al siguiente mayo. Anticipando la prometida entrevista publiqué el texto “De Terruños sin profetas”, * presentado en aquella conferencia, un año antes. Siempre que publicaba cosas literarias obtenía, acto seguido, la mueca del director que aseguraba que eso no se leía. Pero en esta ocasión mis cartas cambiaron cuando, antes de llegar al diario, fue a su encuentro una persona que lo felicitó por mi texto, agradeciéndole la mención de Pinos, su terruño, y de Dávila, la hija más distinguida de ese lugar casi olvidado, entre caminos donde el tiempo se detiene para dar pie a otra dimensión. Al día siguiente