Ampliación del campo de batalla

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generan una fuerza de gravedad hacia el centro de unas calles estrechas y sobrepobladas, atravesadas por la música, por las voces. Persiste una duda: cómo sería posible comunicar la amplitud de la mirada, la repetición de los pasos, la pausa ante los nuevos signos reconfigurados, todo eso que la práctica de caminar-derivar de Adrian conecta con su ocupación (futura) del espacio del museo. Desde una sala pequeña, donde sería imposible extraviarse, se abren las rutas como hilos delgaditos y en esa maraña empiezo a encontrar puntos de contacto, formas de comprender, digamos, los yesos deformes. Dice Adrian que insiste en colocarse en un estado de crisis, una duda continua que abra la posibilidad a otras direcciones y otras decisiones. Los bordes de mis propias prácticas incomodan, pero es curioso cuánto hemos codificado el acto de la comunicación mediada, el proceso de llevar un paquete de información de una a otra parte. En una época de post-verdad, de paranoia generalizada, cada vez parecen más frágiles los bordes y más desapegadas las lecturas. ¿Cómo reforzar una práctica que, aceptando sus límites, comprendiendo sus defectos, procure recuperar el diálogo, apartarse de la costumbre, pero invitar a cuantos quepan? 91


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