Las aventuras que vivimos este año las imaginó Fabián Sevilla.
3 Y Juan Carlos Federico les dio color y vida.
Silvana Benaghi ilustró todas las canciones de este libro.
Tres años juntos
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El misterio de los cactus Si quieren ver enojada a Rocío, solo tienen que arrancar una flor o tallar algo en el tronco de un árbol delante de ella. ¡Se pone peor que Furia cuando le agarra la locura! Ama la naturaleza. Y ese amor lo vuelca en sus cactus. Los tiene en macetitas en el jardín de su casa; ella dice que es para que se conecten con las demás plantas y árboles. A los pinchudos les dedica las tardes, salvo la del jueves. Los tiene con o sin flores, de todos los tamaños, formas, colores. De los frutos, ella extrae las semillas y las conserva en papel hasta que las planta en macetitas o las envía por correo a otros criadores de cactus del país. Olivia la ayudó a contactarlos por internet. Cuando de alguno brota la vistosa y única flor, le saca fotos y las manda a sus colegas.
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¡Cómo se puso la tarde en que, en lugar de uno de sus cactus, halló un celular! Fue mitad enojo y mitad confusión. Peor se puso cuando donde debía haber una macetita, encontró una caja con crayones. El fenómeno se fue repitiendo cada tarde. Alguien le sacaba sus plantitas y, en su lugar, dejaba un libro de Matemática, cordones de zapatilla, una lupa… y un montón de cosas más. Ni Olivia ni Toni pudieron ayudarla a resolver el misterio. —¡Ndaipýi ha naiñakãi, mbarakaja purahéicha! —se enojó Rocío, y antes de que Olivia le pidiera “Traducción, porfis”, explicó—: Esto no tiene ni pies ni cabeza, como el canto del gato. Fibo, que había leído una novelita policial, le hizo preguntas tal cual haría un detective. Así supo que los robos eran en la siesta y que no quedaban huellas. —Debemos vigilar tu jardín. Así descubriremos al ladrón —concluyó Fibo.
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Esa siesta, los cuatro se escondieron tras un cantero del jardín. Escucharon ruidos del otro lado. ¡El ladrón había aparecido! Fibo se asomó y gritó: —¡Furia! Todos vieron a la perrita dejar algo y luego, con el hocico, agarrar una macetita. Entonces, huyó del jardín. Se acercaron. —Es mi cartuchera —comentó Fibo y recordó que desde hacía unos días le venía faltando el celular, una caja con crayones, un libro de Matemática, los cordones de una zapatilla y la lupa. —¡Ella es la ladrona! —se sorprendió Rocío—. ¿Adónde llevará mis cactus? —Lo sabremos si la seguimos —propuso Olivia. Corrieron tras Furia, que se metió en el baldío de una esquina.
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La encontraron cavando un hoyo y enterrando la maceta que acababa de robarse. Pero otra cosa los sorprendió aún más. —¡Un jardín de cactus! —exclamó Rocío, con los ojos como margaritas. En un rincón del baldío había una pequeña selva espinosa. —Como hacen algunos perros, Furia me sacaba cosas de casa. Iba a tu jardín, las dejaba y, a cambio, se llevaba una maceta —dedujo Fibo. —Las enterraba aquí y así surgieron esos cactus silvestres —completó Toni. —No puede ir presa por ser la primera perrita jardinera del mundo —bromeó Rocío. —¿Entonces? —dudó Olivia. —Entonces, chamigos, tendré que ocuparme de mi colección y de este jardín —dijo Rocío—. Y si les falta algo de sus casas, ya saben dónde encontrarlo. 21
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Algarrobo, algarrobal
Algarrobo, algarrobal, qué gusto me dan tus ramas cuando empiezan a brotar. Cuando empiezan a brotar, señal que viene llegando el tiempo del carnaval. Algarrobo, algarrobal, la vidala por la noche sale a cantar y llorar. Sale a cantar y llorar con el tambor de la luna y el amor del carnaval. Algarrobo, algarrobal, cuando cantan los coyuyos me dan ganas de llorar. Me dan ganas de llorar de puro gusto mi vida porque llega el carnaval.
Letra: Lía Cimaglia Espinosa Música: Oscar Ponferrada 22
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