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Runner

En esta sección reproducimos los cuentos ganadores del concurso “El amor en los tiempos del COVID” (octubre 2021)

Runner

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Gabriel Cruz Lengua y Literatura. Graduado

Miraba atentamente al reloj, esperando la hora de la llegada de Inés. Deslicé la mirada hacia el perchero, amurado a la pared, que sostenía mis abrigos, el barbijo y mis temores. Y, entre la botellita de alcohol en gel y la del rociador, le erré al cilindro de madera arrojando las cenizas de la ansiedad sobre el mantel.

Inés pretendía subrayar su áurea salvajemente angelical con un maquillaje que no hacía más que redundar su belleza. Yo ejercitaba evitar trabarme al hablar, no comerme las eses y mentalizarme con que no se puede hacer chistes con cualquier cosa. Como jamás me faltó tiempo ni ingenuidad para la imaginación esperanzadora, por mi mente sucedía, una y otra vez, la escena de Inés ingresando a la casa, modelando para mis sueños, abrazada por la esencia de chicle y las burbujas de terciopelo de mi bohemia y preguntando, con sutil dulzura, dónde dejar su barbijo de animal print. Y yo, con necesaria pero inspirada amabilidad, luego de ofrecerle una tibia ducha de alcohol rebajado, se lo colgaría en lugar de una de las camperas, condenada al revoleo hacia la cama del entrepiso, que acababa de emprolijar como nunca.

Observaba al reloj, con una desorbitada emoción, y tejía en mi mente el cálido abrigo del deseo al naufragar en esos ojos de bahía estival, que de ser fotografiados por la vanidad de esas selfies virtuales pasarían a ser musas de baladas sin copyright.

Inés ya había salido de su casa, rumbo a la nube que la traería en andas hasta la mía. Y yo pensaba: ¿Cuántos podían darse el lujo, en plena pandemia y desesperadas frivolidades, de enamorarse y, como si fuera poco, ser correspondidos?

Mi entusiasmo era fértil como cielo despejado, e imaginaba a Inés golpeando las manos. Porque de la gente uno puede observar en su voz, su forma de cantar, su llanto, su tos, sus estornudos -ahora temidos-, sus gemidos y jadeos, pero también en sus formas de aplaudir, ciertos aspectos de su personalidad. Como si el alma quedara al desnudo a través de esos simples acontecimientos.

Dos días bastaron para que, entre chats, mensajes de audios e intercambio de fotos y memes, los latidos de nuestros corazones empezaran a acelerar más de la cuenta, como cuando en el pecho retumban las músicas nocturnas. Sabíamos del doble filo de las redes sociales, pero el popurrí de surrealismo pandémico, la soledad y sus confusos perfumes, y el inaugurado desvelo cuarentenal eran oportunos cómplices para que este jueves, no sea un jueves más.

Inés me comentaba que había Gendarmes por todos lados. Era obvio, tamaña historia de amor en progreso necesitaba custodia.

Estaba inevitablemente decidido a dejar atrás historias caducas de sentimientos quebrajados por el olvido, rancias desilusiones y emociones maltrechas por desengaños: todo cabía en un cubo de basura junto a las cenizas volcadas en el mantel.

Inés parecía no tener señal porque mis mensajes aparecían con un solo tilde: como el que lleva “corazón”, “lágrima”, “Inés” …

El reloj parecía envejecer de a poco y el protocolo de la paciencia empezaba a fallar, aunque pensaba en una frase de Inés dicha la noche anterior: “Lo bueno se hace esperar”. Pero la felicidad parecía no tener GPS y sentía que debía alzar y agitar los brazos, y demostrar de esa manera mi alma desnuda en plena esperanza.

Fui al baño, me lavé la cara como quien se arranca dudas como arañas, y desde la cocina sonó el celular. Fui hasta él como un verdadero runner y alcancé a leer: – Me estoy volviendo. Cercaron todo Bernal por cuarentena estricta, hasta nuevo aviso.

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