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FERNANDO: ¿Un cronómetro? MERCEDES: Digital. CARLOS: ¿Pone algo en el sobre? MERCEDES: No. ¿Lo abro? FERNANDO: ¿Y a mí qué me cuentas? No lo sé. Mercedes abre el sobre. MERCEDES: (Leyendo) “Buenos días y bienvenidos. Como ya les avanzamos, esta es la fase final del proceso de selección para acceder al cargo de director comercial de Dekia. Ustedes son nuestros últimos aspirantes. Sabemos que ésta no es una prueba habitual. Seguimos el protocolo establecido por nuestra central en Suecia. Si en cualquier momento consideran que alguna de las propuestas que les haremos no es aceptable para ustedes, pueden abandonar el proceso. La puerta está abierta. Sin embargo, si salen de esta sala, sea por el motivo que sea, entenderemos que renuncian a continuar aspirando al cargo. La primera prueba es la siguiente. Les hemos dicho que son los últimos aspirantes, pero no son los últimos cuatro aspirantes. Sólo hay tres auténticos aspirantes. Uno de ustedes es un miembro de nuestro departamento de selección de personal. Con el sobre han encontrado un cronómetro. Tienen diez minutos para averiguar quién entre ustedes no es un auténtico candidato. Por favor, pongan en funcionamiento el cronómetro. Es el botón de la derecha.” Y ya está. CARLOS: Cojones. ENRIQUE: A ver, un momento... O sea, uno de nosotros no es... CARLOS: Está bien claro. MERCEDES: Y tenemos que averiguar quién es. FERNANDO: Pensaba que esto sería una entrevista. MERCEDES: Yo tengo que hacer alguna cosa con el reloj. ENRIQUE: Aquí hay un candidato que no es candidato. Y tenemos que descubrir quién es. CARLOS: Eso ya lo hemos entendido. ENRIQUE: Qué buena. FERNANDO: ¿Buena? ENRIQUE: La prueba. Descubrir quién

miente. Es buena, porque, claro, cuando hemos entrado, todos pensábamos que éramos iguales, que éramos candidatos, y ahora resulta que no. MERCEDES: ¿Qué, lo pongo en marcha? Mario Benedetti (Uruguay, 1920-2009) Inocencia Ya es bastante haber llegado a la cornisa y ver la calle, abajo, sin que se me vaya la cabeza. […] Todavía nos falta alcanzar la ventana, pasar el corredor, salir a la terracita y encontrar la tapa. Verdes nos lo ha revelado en solemne confidencia, con las comisuras de los labios temblando de borrachera y de deseo. […] no es posible echar en saco roto su consejo: “Ojo con la tapa; de dentro no puede abrirse.” Somos cinco los que sabemos que en el Club existe ese pasaje, de setenta centímetros de ancho y quince metros de longitud al que dan las rejillas de los baños que usan las muchachas. Pero nadie se anima. Sólo Jordán y yo. […] Avanzamos dos metros en la cornisa, con la boca abierta, sin vértigo aún, a la expectativa. […] Damos el salto. “Bueno”, dice Jordán, “ya pasó lo peor”. […] hemos llegado y está pisando la tapa. Tiene dos argollas, es cuadrangular y muy pesada. Todavía no sé si podremos moverla. […] Sí, conseguimos levantar la tapa. Jordán se mete el primero por la abertura, se tiende en el túnel y comienza a arrastrarse. A la luz de la luna, veo pasar el pescuezo, los hombros, la cintura. Veo pasar el trasero, las rodillas, los pies. Y entonces me decido. Las paredes son ásperas y viene por el ducto un vaho caliente, desagradable. A medida que avanzamos se vuelve más caliente, más nauseabundo, más agrio. No puedo arrastrarme demasiado rápido porque choco con los pies de Jordán. Siento que se me desgarran los calzoncillos, que algo me raspa un hombro, pero sigo, sigo porque vamos a divertirnos, porque vamos a ver cómo son. A los siete u ocho metros, el vaho cálido e invisible se convierte en niebla iluminada. Las rejillas son ésas. Jordán dice: “Es allí.” Yo

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