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COMUNICACIÓN PARA LA CONSTRUCCIÓN DE COMUNIDAD

Jorge H. López Rojas Seminario Comunicación y Desarrollo – UNAD – Noviembre 29 y 30 Programa Comunicación Social

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Idealización o alternativa para buscar vidas mejores.

Hoy quiero hablar sobre las distancias, las distancias entre el decir y el hacer, entre deseo y realidad, entre las imágenes de realidad construidas discursivamente, sea por académicos o por gestores sociales, y las realidades reales; entre gestiones llamadas comunitarias por el hecho de tener relaciones con formaciones sociales que podrían ser nombradas como comunidades y las vivencias de seres humanos que buscan diariamente la manera de sobrellevar el subsistir.

El mundo académico y el de la gestión social plantean sus distancias desde las precisiones etimológicas en relación con sus aplicaciones o interpretaciones conceptuales, en acomodaciones que objetualizan las prácticas sociales de lo real, de lo vivencial, figuran mundos en palabras y argumentaciones con las que buscan ofrecer explicaciones sobre los mundos vividos. La mayoría de estos trabajos corren el permanente riesgo de la distancia entre teoría y realidad, entre academia y sociedad, también con la comunidad; se quedan consignados en lo visible de la escritura y poco inciden sobre las realidades materiales, y lo más problemático es que de esto poco se enteran los observados, los analizados.

Las distancias son variables, pueden medirse de múltiples maneras las lejanías o cercanías con diferentes instrumentos, y hasta con aleatorios o caprichosos puntos de vista o puntos de partida para la medida.

En las relaciones sociales las distancias se pueden leer como procesos de comunicación, como des-atención a la actuación del otro, a la puesta en escena de seres culturales que buscan pasar desapercibidos o expresamente comprendidos. Las distancias en los encuentros entre seres humanos pasan de la comunicación al engaño del simulacro, a las verdades a medias y hasta los discursos demagógicos. Hablamos con frecuencia sobre unas comunidades que resultan ser una imagen de relacionamiento con los otros sin hacer mucha conciencia que ese otro tiene que ver conmigo. En el mejor de los casos observamos el otro en otredad, como otro diferente

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a mí y sobre todo lejos de mí. Otra forma de verlo es de la alteridad, como otro del que soy responsable y que es mi común, y en esa medida es comunidad conmigo. Mas adelante seguiré con el tema para ver las implicaciones de estas relaciones con la comunicación y sobre todo con la comunidad, veremos lo riesgoso, que para la ética de los gestores sociales (entre ellos los comunicadores), resulta hablar de comunicación comunitaria.

Para contextualizar el motivo de la discusión que traigo a este seminario voy a proponer dos ejemplos, en carácter de anonimato por no tener conocimientos sistematizados académicamente que corroboren mis afirmaciones críticas, sino solo observaciones que tienen que ver con mis constantes preocupaciones sobre el actuar social en y para la comunidad, en comunicación.

La primera experiencia es un periódico que se publica pensando un cubrimiento de una localidad de Bogotá.

Aproximadamente son 500 ejemplares, que se producen cada vez que logran obtener recursos suficientes para la impresión, generalmente provenientes de algún fondo de la administración pública local o una ONG, previa presentación de un proyecto técnicamente formulado por los productores del medio. Una vez sale la publicación empieza a distribuirse en reuniones de líderes comunitarios, se dejan a disposición del público en la sede de la Alcaldía Local, de la Junta Administradora Local, y en otras sedes de instituciones públicas.

Vuelta a atrás, una vez garantizado el financiamiento, el proceso de producción inicia con preguntas como: ¿y ahora qué decir, qué escribir?, ¿quién podrá hacerlo?, ¿qué fotos incluir?, ¿porque no una caricatura?, ¿quién la dibuja?. Todo esto en carrera contra el tiempo para cumplir el contrato de publicar un periódico antes de determinada fecha y con determinadas especificaciones materiales.

El medio obliga a usar un lenguaje difícil de producir, la escritura. Escribir no es fácil, requiere tiempo para pensar ideas, abordajes, temas a plasmar en los textos, hay que tener ciertas capacidades, voluntad e interés de hacerlo. Se piensa quién podría hacerlo, escritores de calidad que en poblaciones marginadas no son frecuentes dado su bajo grado de educación formal.

Cuando los fondos provienen de recursos

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públicos resulta apropiado y conveniente permitir que el Alcalde escriba, mejor si hace la editorial; un personaje reconocido, suponen que una voz oficial haría que el periódico fuera leído por una más grande audiencia. Hay que darle también espacio de expresión a un directivo institucional, a un Edil; pero si se ofrece espacio a uno toda la Junta Administradora Local debe aparecer: detalles democráticos se dirá. Finalmente permitir que un líder que escriba sobre sus proyectos y resuelto el tema de los contenidos, se han llenado las páginas previstas. Se ha sacado un número más, con una mejor calidad gráfica y empieza el nuevo ciclo de gestión de un medio en lo comunitario, buscar los recursos. Cabe anotar que los productores del periódico habitan en la localidad, tal vez en comunidad.

Otro ejemplo comunicativo con características diferentes por la relación con la comunidad. Un grupo integrantes de una organización juvenil cuyo tema de interés es el trabajo ambiental y que contextualizan su acción desde un barrio cercano a un río, observa cómo unas volquetas descargan material de desecho en su ronda y los humedales aledaños. Saben que esta práctica puede modificar las condiciones naturales de la zona y poner en riesgo de inundaciones a los habitantes, así que optan por preparar una denuncia ante las autoridades ambientales para lo cual producen un video que registra pruebas del hecho. El video dista de ser una bella producción cinematográfica de cuidadosos encuadres, aguzados movimientos de cámara o tratamientos digitales de postproducción; simplemente registra el suceso, los involucrados y las posibles consecuencias del problema ambiental que se avizora. Con el material de prueba del problema se dirigen a los espacios de denuncia pública para buscar correctivos. La demanda social no es aceptada porque el daño ambiental no está fuera de la ley. Allí muere el proceso porque la comunidad no se moviliza a presionar políticamente el tema. El grupo comunitario no tiene capacidad de convocatoria a la comunidad.

Tenemos dos ejemplos de comunicación que tienen que ver con gente, con pobladores de territorios concretos, con personas que gestionan comunicacionalmente temas de interés en contextos locales y que se autonombran como comunicadores comunitarios, ¿pero, quién determina tal carácter, particularidad y especificidad?, ¿tiene alguna importancia preguntárselo?, ¿a quién le puede importar?. Importa en la medida en que los discursos determinan no solo lecturas sino condiciones de vida de personas; lo que se dice evidencia, oculta o matiza aspectos de una realidad

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potencialmente modificable en procura de vivencias sociales mas solidarias humanas y dignas.

Vivimos con cada vez mayores posibilidades de acceso a tecnología, se hace cada vez más fácil producir medios, es más fácil expresarse ante un potencial de audiencia global que se incrementa exponencialmente. Esto no sucedía en los 90 del siglo pasado cuando me acerqué desde el apasionamiento por la imagen fotográfica a la comunicación en sectores populares. Con el colectivo de comunicaciones de la Casa de Comunicación Juvenil de Ciudad Bolívar vivíamos las limitaciones y carencias de tecnología, mas no de comunicación, estábamos siempre en comunidad. Contábamos con cámaras pero los insumos eran costosos, dependíamos de las gestiones de ONG que nos representaban, y las propias limitaciones económicas dificultaban nuestra movilidad. Por esta razón hacíamos parte de solo unos pocos colectivos de trabajo en comunidades se dedicaran a la comunicación.

Hoy vemos muchas posibilidades tecnológicas de hacer medios de comunicación, la barrera tecnológica se ha reducido significativamente, Internet nos abre las puertas del mundo. Ahora lo más notorio es el problema comunicacional, el de decir para ser comprendido, el de garantizar la escucha y el diálogo. Con tanta abundancia de medios lo que se genera son ruidos que incomunica, lo que ha promovido esta era digital es cantidad de discursos que paralelamente y en simultaneidad encuentran grandes competencias, los flujos informativos aumentan, lo que no ha pasado con la comunicación.

Vemos que los intereses y apuesta político ideológicas que subyacen a las producciones mediáticas se encuentran en la lucha por abrirse campo en el pensamiento y la acción de la gente, algunos creen en la ominpotencia de los medios masivos para alienar las masas, otros confían en la alternatividad comunicacional para gestar cambios y otros apuntan a mejorar diálogos de entendimientos comprensivos.

Todos ellos dibujan una imagen de comunidad, la de la convivencia armónica que añora el pasado familiar, la de los proyectos comunes basados en gustos y consumos o la que se convierte en la posibilidad de seguridad en un mundo cada vez mas modificable tecnológicamente pero también inestable. Cerca de una decena de países

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tienen el poder de hacerlo estallar, y por estos días no es que fluya mucho la amistad entre ellos.

Las posibilidades técnicas han contribuido a que cada vez existan mayores posibilidades de expresión, no sé que tanto los procesos, mediáticos o no, estén facilitando la comunicación, y sin comunicación la comunidad se inviabiliza.

Surgen entonces algunos aspectos problemáticos a considerar respecto a que entender por comunicación comunitaria, llega el momento etimológico y conceptual que entre académicos busca una mejor comunicabilidad en medio de la síntesis.

Para definir comunicación se han dado amplias discusiones en el mundo académico, sobre todo a partir del siglo XX y finalmente no se llegó a ningún consenso dada la polisemia del término, pero también los intereses de donde surgen las definiciones.

Sin embargo una ilustración muy práctica es la que nos plantea el profesor cubano José Ramón Vidal del Centro Martin Luther King (2004), quien desde la etimología nos ofrece un marco para abordar la comunicación comunitaria.

Para este autor, definir la comunicación implica ir a sus raíces. Del latín, la palabra comunis, significa común; nos lleva a comprender la comunicación como “hacer común un conocimiento, una información”. De allí se derivó la idea de entender el comunicar como “el objeto hecho común” y a relacionarla con los “medios físicos” o materiales que la hacen posible. Esta concepción invita a pensar el acto comunicativo como “el traslado de la información de un actor a otro”, la comunicación es transmisión. Vidal dice que allí nace una ambigüedad radical. Comunicar es “transmitir” (proceso unidireccional) o comunicar es “compartir” (hacer común, proceso multidireccional, interactivo, mutuo). Aunque el ejemplo del grupo que hace el video de apoyo a la denuncia parece tener de base mayor organización y compromiso, su ruptura dialógica con la comunidad le aísla y le resta sentido y legitimidad a su acción. Mucho menos sentido tendría el periódico que de fondo no tiene una organización con apuestas de construcción de comunidad sino una intención de ser visibles expresivamente.

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La comunicación como transmisión significa que algún conocimiento, pensamiento o idea que poseo puedo pasarlo a otro con el solo hecho de ponerlo en común, con lo cual se consolidaría la acción de comunicar.

Tal comprensión no sólo tiene implicaciones en el plano etimológico y teórico sino que lleva a permear las prácticas comunicativas que como vemos han asumido con mayor frecuencia el modelo transmisivo por considerarls algo “más natural”. Solo falta darle un rápido vistazo a como se aborda el tema en la formación básica y media donde los materiales educativos grafica el proceso E-M-R., o a nuestro ejemplo del periódico local que centra su interés en la emisión.

La trascendencia de este modelo en la práctica comunicacional asume que unos actores de la sociedad son dueños de una verdad que debe ser trasmitida a los de “mente obtusa que no pueden llegar por sí solos a ella”. Sobre esa idea, en Estados Unidos surgen los primeros estudios sistemáticos sobre la comunicación de masas, los estudios de audiencia del medio radial, propios en los inicios del siglo XX. Se preocupaban por tener información de carácter cuantitativo que les permitiera a conocer la respuesta de los receptores a los clientes anunciantes y a los dueños de los medios. Nació así un hijo que con cerca de un siglo de vida goza de buena salud, el rating.

Enseguida los mercaderes de la política electoral contrataron los estudios de mensajes para ver la manera en que reaccionaban los potenciales votantes frente a sus propuestas programáticas. De ahí se surgieron los estudios de efectos que quisieron saber sobre las repercusiones que, en términos de “valores, actitudes y conductas”, provocaban los medios ante la ciudadanía y los consumidores.

Vemos como el modelo de comunicación transmisivo es el que ha priorizado observar los medios tecnológicos en una definición de comunicación que alude

a la

unidireccionalidad y verticalidad. Algunas teorías y prácticas mediáticas consideran que el intercambio y la participación se da a través de respuestas a encuestas, preguntas cerradas, también es así su manejo perverso.

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La concepción transmisiva de la comunicación, aunque pareciera ser propia de los grandes medios en función ideológica o de mercado, ha permeado también la esfera de los proyectos sociales que se realizan en las comunidades o para las comunidades; este último aspecto es lo que se cuestiona a las prácticas de la Comunicación para el Desarrollo o la Comunicación para el Cambio Social , que por muy buena intenciones que persiga, al ser promovida por agentes externos, restan importancia al empoderamiento de los procesos comunicativos de parte de los grupos sociales y comunidades que esperan beneficiar, generando así dependencia organizativa y comunicacional.

La comunicación en las organizaciones sociales y comunitarias que buscan la promoción democrática y la participación social también resulta afectada por el paradigma transmisivo, al entender el comunicar como el acto de hacer conocer, hacer saber para alimentar conciencias o pensamientos de los otros que no saben sobre los problemas que les afectan. La comunidad o la ciudadanía que recibe la información de los grandes medios, o medios comunitarios que caen en esta trampa, no tiene la oportunidad de participar con su saber, su pensamiento y su acción. De ahí que siga siendo relevante la pregunta autocrítica que Mario Kaplún hace en su icónico libro la Comunicación Popular publicado en (1985): Se pregunta Kaplún: ¿nuestros medios monologan o dialogan?. La comunicación como compartir significa algo totalmente contrario: “comunión, encuentro, participación, elaboración con otro del conocimiento”.

Comprender y vivir la comunicación como participación contrapone las prácticas del modelo transmisivo. Participar es compartir. Claro que la participación también puede ser entendida de muchas maneras. Recordemos a Marta Alejandro, también del Centro Martin Luther King, quien enmarca este concepto tres dimensiones: la éticopolítica, la económica y la metodológica. (Alejandro, 2004, pp. 24-28). La ético-política hace ver la participación como la manera en que las personas asumen un rol de sujetos y no simples objetos de prácticas externas, como sujetos deben tener el derecho y la capacidad de incidir protagónicamente en y desde espacios de poder para resolver “asuntos íntimamente vinculados a sus vidas”.

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La dimensión económica del concepto participación que expone Alejandro está asociada con el mundo empresarial, en los que incluye las lógicas de proyectos de cooperación o asistencia social que enfatizan en “criterios de eficacia y de eficiencia”, y en la maximización de los recursos que se invierten. Esta visión de la participación resulta siendo externa, pensada desde las institucionalidad con lógicas racionales del menor costo y mayor beneficio, que en últimas puede llegar a ser inconveniente en mundos culturales de los pretendidos beneficiarios, que en ocasiones resultan siendo “perjudicatarios” de los proyectos implementados de esta manera. Se ha escuchado de estrategias de comunicación que en procura de masividad, desconocen las formas propias de comunicación dialógica en zonas rurales, distancias tanto de codificación como de significación, e incluso en apuestas socioculturales y de planes de vida distantes de las ideas del desarrollo o del progreso.

La acepción metodológica entiende la participación como una herramienta en procesos de intervención social, generalmente ligadas a proyectos de organizaciones no gubernamentales o de las mismas instancias de gobierno. Generalmente las comunidades critican estas prácticas cuando sienten que el propósito de las acciones es la recolección de información que puede ampliar el conocimiento institucional pero no observan como se traduce en acciones concretas para el mejoramiento de sus condiciones de vida. Errores metodológicos y faltos a la ética hacen los comunicadores cuando van a reportar lo propio o exclusivo de comunidades desde miradas tradicionales de los esquemas de vida modernos.

Participar implica una convicción para la incidencia en la transformación social, que puede y debe ser cultivada en un proceso de acumulación cultural que es educativo en sí mismo. Al producir aprendizajes y crecimientos en el pensamiento y la acción colectiva, las personas pueden vivir una relación dialéctica que, en participación, promueven relaciones de horizontalidad y desarrollan capacidades, análisis críticos y compromisos con proyectos de futuro.

Así, el comunicar como participar, en oposición a la noción del trasmitir, cobra una dimensión social y política que propone a los sujetos la exigencia del derecho a participar, a ser interlocutores y así superar la actitud de mera recepción a la que los medios masivos y las actitudes autoritarias y verticales les han acostumbrado.

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Pensar una comunicación comunitaria implicaría asumir una postura ético política en la que las personas participen dejando de ser “producto de las circunstancias” para ser “actores y protagonistas”, con posibilidad de “hacer” en colectivo, sentir que se hace “con el aporte de todos”.

Llama a la reflexión lo que el profesor Daniel Prieto (2007) empezaba a ver desde los años 70 cuando realizaban talleres de comunicación en varios lugares de Latinoamérica. A la pregunta por la definición de comunicación los participantes, estos respondían con alusiones a los elementos básicos del modelo tradicional E-M-R, a la confianza depositada en los mensajes mediáticos para cambiar pensamientos y actitudes, así como para transferir innovaciones en el marco del logro del desarrollo y para la solución de problemas sociales. Observaba el profesor Prieto que tales miradas sobre la comunicación tenían consecuencias directas sobre las prácticas así:

1. El protagonismo institucional. El modelo acentuaba el papel del emisor en el proceso, venía a legitimar la emisión privilegiada: la sociedad dividida entre emisores y receptores. 2. La reducción de lo comunicacional a medios. 3. El énfasis en lo comunicacional en el trabajo con el público a transformar, sin una toma de conciencia de los problemas de la comunicación interna de la propia organización y de la comunicación interinstitucional. 4. La especialización del trabajo comunicacional, como labor de unos pocos en las instituciones. El comunicador es el difusor. 5. El privilegiamiento de la fuente emisora llevaba a una confianza excesiva en el poder de los mensajes para cambiar conductas o para transferir tecnologías. 6. La preeminencia del modelo clásico implicaba un pobre conocimiento de las características de los destinatarios. 7. Consecuencia final lo comunicacional ligado a impactos sin relación con lo cultural.

La manera en que se comprenda el proceso comunicacional incide directamente en las prácticas con las que se lleva a cabo; si he dicho que una comunicación entendida como compartir, como participar, es la que nos permitiría aportar en la construcción de

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comunidad, tiene sentido preguntarse que es lo que en las relaciones vivenciales puede tener tal denominación.

Preguntarse por la comunidad o lo comunitario tiene relevancia dado que en el mundo de las organizaciones e instituciones sociales que se dan a la tarea de gestionar mejores condiciones de vida para las personas en contextos particulares, es frecuente referirse a las comunidades; se dice trabajar para ellas, en ellas o con ellas. Tales conjunciones son dicientes respecto al papel que cumplen y el lugar desde el que se ubican los gestores de lo social en la mencionada comunidad lo cual depende del grado de institucionalidad de su labor y del grado de voluntad ético político de participar.

Aludir a la comunidad resulta siendo una proyección a mundos ideales, al paraíso perdido donde las relaciones sociales se dan en fraternidad, en un ambiente cálido que brinda compañía y seguridad, hablar de comunidad es referirse a anhelos de formas de convivir que se desean porque no existen, lo que es frecuente corroborar en las prácticas muchas veces con poca criticidad.

El sociólogo polaco Zygmut Bauman nos hace una descripción del tal deseo: “En una comunidad todos nos entendemos bien, podemos confiar en lo que oímos, estamos seguros la mayor parte del tiempo y rarísima vez sufrimos perplejidades o sobresaltos. Nunca somos extraños los unos para los otros. Podemos discutir, pero son discusiones amables; se trata simplemente de que todos intentamos mejorar todavía más y hacer nuestra convivencia aun más agradable de lo que lo había sido hasta ahora y, aunque nos guíe el mismo deseo de mejorar nuestra vida en común, puede que no estemos de acuerdo en cuál es la mejor forma de hacerlo. Pero nunca nos desearemos mala suerte y podemos estar seguros de que todos los que nos rodean nos desean lo mejor.”

Al relatarse así, el deseo se ve posible, y seguramente muchos de nosotros estaríamos dispuestos a pagar un precio, tal vez con algunos limites. Si queremos vivir en paz y armonía con posibilidades de realización personal, esta condición no se nos dará de antemano, tendríamos que aportar en su construcción, deberíamos dar de nosotros para que otros también puedan tenerla.

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Apunta Bauman que la seguridad y tranquilidad en una comunidad se paga con el precio de la libertad y de la autonomía, con el derecho a la autoafirmación y de ser uno mismo. He ahí el problema de la comunidad, ¿hasta dónde somos capaces de dejar de

pensar en nosotros mismos para actuar por el bienestar del otro?, ¿seremos

capaces de pasar de la otredad que entiende al otro como alguien válido pero lejano de mí, a la alteridad que me hace responsable del otro?.

Pues no es que las formas de ser a las que nos ha llevado la modernidad y el capitalismo ayuden. La primera porque el pensar que la organización de la sociedad del entendimiento a través de las leyes era la manera para progresar hacia un bienestar insaciable y sin fin, y la segunda por apostar al libre mercado y al derecho individual como camino para dinamizar la economía del bienestar, no de todos sino del mercado.

Un punto de partida que permitiría la emergencia de la comunidad sería el entendimiento establecido en medio de acuerdos y desacuerdos, no un consenso de comprensiones de significación, un entendimiento que no es un fin en si mismo. Un entendimiento que hay que construir a partir del reconocimiento de lo posible de una imagen de futuro de relaciones de convivencia que como el fuego precisa ser cuidado y mantenido, donde tiene tanta importancia el yo y el otro, como posibilidad de realización y como responsabilidad del otro. De tal práctica social se espera una comunicación que propicie diálogos coadyuve a generar sentimientos de reciprocidad y vinculación en medio de auténticas voluntades de personas que se sienten parte de y comparten la vida, de gente unida que soportan todo cuanto les invite a separarse. En estas prácticas de convivencia, del compartir haciéndose parte de, con mayor frecuencia se hace visible en grupos poblaciones que habitan territorios particulares, es el caso de barrios marginales o grupos étnicos integrados en resguardos o parcelas colectivas merecidas por herencias ancestrales, sin embargo no son las únicas. Para el sociólogo colombiano Alfonso Torres (2007:9), tanto las formas ancestrales como las contemporáneas tienen modos de ser en vida colectiva que les hacen sentir en comunidades, pueden nombrarse así:

1. Comunidades tradicionales ancestrales, supervivientes o reconstruidas en resistencia a la modernización capitalista. Sería el caso de los pueblos indígenas que

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luchan cotidianamente por mantener sus territorios y blindarse ante formas modernas o capitalistas. 2. Comunidades territoriales construidas en condiciones de adversidad económica y social. Hablamos de las poblaciones desplazadas por factores de violencia económica, política y social. 3. Comunidades emocionales no necesariamente territoriales. Los grupos que comparten afinidades y gustos como los de consumo cultural. 4. Comunidades intencionales o de discurso, constituidas por asociaciones, redes y movimientos sociales alternativos. 5. Comunidades críticas o reflexivas que promueven cambios en el sistema social imperante. Los movimientos altermundistas, los recientes movimientos de indignados globales o los estudiantes latinoamericanos son un claro ejemplo. 6. Comunidades políticas o comunidades pluralistas.

Al ver este caleidoscopio de comunidades emergentes compuestas por individuos con intenciones de ser colectivos y que dan de sí para los otros, Torres invita a no caer en utopías esencialistas y totalizadoras, sino explorar los “alcances de una perspectiva interpretativa que perfila lo comunitario como categoría para reconocer y encauzar ciertas dinámicas sociales y políticas potencialmente emancipadoras.”

El mundo que cada vez observamos con manifestaciones de inestabilidad, el mundo líquido de Bauman, encuentra en la expresión comunidad posiciones encontradas, Dice Torres: “para unos despierta entusiasmo y simpatía al evocar idílicos esquemas de vida local unitaria; para otros, genera sospecha y escepticismo al ver en ella una noción anacrónica heredada de un cristianismo ingenuo o un populismo romántico (Velásquez 1985) superado por la sociedad moderna; otros, incluso la ven como una ideología al servicio de poderes totalitarios o integristas (Touraine 1997).” Es el caso del expuesto Estado Comunitario en el gobierno de Uribe Vélez que motivaba a construir comunidades, que eran tales en tanto resultaban unidas en sacrificio con la patria, al tiempo que sacrificaba a aquellos que no fueran con sus ideales de pacificación con guerra.

Referencias:

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Torrico, E., (2006). En Unirevista: Acercamiento de la comunicación como cultura académica y a sus proposiciones teóricas generales. Vol.1, No.3. Recuperado de: http://www.unirevista.unisinos.br/_pdf/UNIrev_Torrico.PDF Torrico, E, (2010) Abordajes y períodos de la teoría de la comunicación. Ediciones Quipus – Ciespal. Quito. GRIMSON, Alejandro. Interculturalidad y comunicación. Capítulo 2. pp. 55-95. Ed. Norma. Buenos Aires, Argentina (TEXTO DIGITAL).

Prieto, D. (2007). Comunicación para el desarrollo: entre los irrenunciables ideales y los juegos de poder. En INTA Seminario Comunicación y desarrollo. Encuentros desde la diversidad. (18 de noviembre 2007) Torres, A. (2002). RECONSTRUYENDO EL VINCULO SOCIAL. MOVIMIENTOS SOCIALES, ORGANIZACIONES POPULARES Y CONSTITUCIÓN DE SUJETOS COLECTIVOS. UNAD. Documento de Trabajo. Vidal, J.R. (2004). Paradigmas Básicos en la Comprensión del Proceso de Comunicación. En Comunicación y Educación Popular. Selección de lecturas. Comp. Alejandro, M y Vidal, J.R. La Habana. Editorial Caminos. pp. 22-28.

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