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Y si..., págs
Y si...
Bruno se preguntaba en qué cambiaría su vida si se tirara al vacío en aquel mismo instante; si, de repente, se despojara de su recién estrenado traje sastre y de sus elegantes zapatos Salvatore Ferragamo de piel de cocodrilo y se paseara, como su madre lo trajo al mundo cuarenta años atrás, por la orilla de una playa que, a esas horas de la mañana de un lunes encapotado y gris, suponía desierta. Desde que Carol lo había abandonado, no había vuelto a pisar la arena de una playa, y de eso hacía ya casi cinco años.
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¿En qué cambiaría su vida, se seguía preguntando, si su ostentoso deportivo rojo no llegara a estacionar a la misma hora de siempre en el mismo lugar de siempre, una plaza de aparcamiento doble reservada en el sótano de un espigado edificio de oficinas, también encapotado y gris, del centro de la ciudad?
Mientras esperaba con impaciencia que el semáforo cambiara a verde, Bruno sintió vértigo y un extraño temblor en las manos, y descubrió en aquel repentino pensamiento, cómo la exclusividad de un pedazo de tela y de unos zapatos que costaban más de lo que una familia de clase media ingresaba en un par de meses, podía convertirlo en un hombre tremendamente poderoso. El resplandor verde del disco, de un verde quizá de ingenua esperanza, rompió sus reflexiones y Bruno giró bruscamente hacia la izquierda evitando continuar de frente, evitando el trayecto que conducía a un impresionante despacho en la planta dieciséis de un monstruoso bloque de cristal diseñado por uno de los mejores arquitectos del país. Miró su reloj. ¡Lo había hecho!, pensó pisando un poco más a fondo el acelerador y dejando atrás a un viejo BMW cuyo conductor casi babeaba observando a qué velocidad había desaparecido el deportivo rojo que le precedía.
Por primera vez en su vida, la sensación de libertad que experimentaba frente al volante de aquel potente deportivo se había convertido en una incesante presión en el pecho y en un nudo en la garganta que parecían robarle hasta el aliento. Viendo su imagen en el espejo retrovisor, por primera vez se sintió prisionero de sus lujos y de su abundancia, y por primera vez creyó que todos los ceros que acrecentaran sus cuentas bancarias, jamás le devolverían los pellizcos de felicidad que últimamente tanto anhelaba. Sus ojos verdes, de largas pestañas y mirada franca, se perdieron en el vacío, un vacío de besos y abrazos, de cariños que le habían dado la espalda cuando se convirtió en un marido pobre, en un padre pobre, en un hombre pobre que tan solo amasaba dinero.
Los neumáticos de su deportivo rojo se adhirieron al asfalto con el mismo desaliento con el que su añoranza trataba de aferrarse a su pasado. Un pasado que jamás podría recuperar, un pasado que se agitaba en su memoria y que vagabundeaba entre sus deseos, pero que jamás sería capaz de rescatar. El dinero no compraba sentimientos, no borraba errores, no curaba heridas ni removía corazones. Y Bruno comenzaba a experimentarlo...
Las primeras gotas de lluvia cayeron sobre el cristal del deportivo rojo que, a más velocidad
de la permitida, se acercaba hacia la carretera que conducía a la playa. Bruno bajó la ventanilla dejando que la brisa con un ligero sabor a sal inundara sus pensamientos. Tuvo miedo, miedo de no soportar el contacto de las plantas de sus pies sobre la arena; pánico a no ser capaz de revivir una sensación que había disfrutado tantas veces junto a Carol y su pequeño. Se sentía extrañamente vulnerable. La realidad semejaba desdibujarse tras las finas gotas que se deslizaban por el cristal cada vez con más intensidad. Quizás el tiempo jugaba en su contra y desechaba la precipitación de sus planes, tal vez esa idea tan descabellada no conducía a ninguna parte. Pero ya era demasiado tarde, demasiado tarde para echarse atrás…
Aligeró el nudo de su corbata, desabrochó un par de botones de su camisa y tragó varias bocanadas de aire. Quería cambiar el rumbo de su vida, y creyó poder hacerlo cambiando sencillamente el rumbo de su rutina. Quería reparar sus faltas, sus continuas ausencias, quería arrebujarse al calor de dos corazones a los que destrozó con sus mentiras y su absurdo egoísmo. ¡Dar volantazo a mi vida y empezar de nuevo!, se gritaba a sí mismo absorto en aquel improvisado viaje que le había abierto los ojos, pero aprisionado el alma.
Aparcó a escasos metros de la arena de una playa que despertaba a un día triste y melancólico. La lluvia solía provocar, a veces, ese mismo efecto en su estado de ánimo. Apagó el motor y bajó del coche desprendiéndose de su disfraz, y de aquellos jodidos zapatos por los que empezaba a sentir cierta repulsión. La tibieza de los granos de arena masajeando sus pies le devolvió en segundos el recuerdo más tierno de Carol, a la vez que sacudió su corazón zarandeando un sinfín de vivencias: el nacimiento de su pequeño Leo, sus primeros balbuceos, sus primeros pasos, su cuerpecito menudo y cálido sobre su pecho, su respiración dulce y serena, sus sonrisas, su tercer cumpleaños... ¡El último que compartieron juntos!
El sabor amargo de sus lágrimas le devolvió al presente. Un hombre completamente desnudo paseando por una playa casi desierta. Un hombre desnudo que ahora, en ese mismo instante, también se siente desnudo por dentro, frágil y hueco, y, sin embargo, en lo más recóndito, en el lugar más oculto de su ser, comienza a sentir cómo renace aquel hombre de antaño; el que creía firmemente en los sueños, el que tarareaba versos y perfilaba arco iris sobre mundos de infinitos colores. Sus ojos, radiantes de certeza, recuperan la imagen de sus seres queridos y por unos minutos se les ve caminar juntos por la orilla de una playa de ensueño. La lluvia ha cesado, el dolor ha cesado. Solos los tres; sus manos unidas, sus pasos acordes, sus latidos acompasados al ritmo de unos rayos de sol que iluminan un destino cercano.
Suena el despertador... Bruno se despereza. Tiene una reunión importante a primera hora de la mañana. Adora las reuniones los lunes a primera hora. No hay mejor momento para cerrar operaciones sustanciales. Una ducha rápida, el traje de corte más elegante y sus infalibles zapatos de piel de cocodrilo. No hay tiempo para un café calentito que temple el cuerpo. Repasa su imagen en el espejo, una imagen que adora, y baja con

rapidez al garaje. Hace rugir el motor de su deportivo rojo y se incorpora a una vía poco transitada a esas horas de la mañana. Como un autómata frena en un semáforo y observa por el retrovisor cómo un viejo BMW se detiene a escasos centímetros de él. Se siente observado. Adora esa curiosa sensación que le produce saberse envidiado. El semáforo cambia a verde y haciendo rugir de nuevo el motor de su deportivo rojo enfila de frente la avenida que le llevara en unos veinticinco minutos, si no hay demasiado tráfico, al trono de su despacho. Bruno se adentra un lunes más en su monotonía de hipócritas grandezas, una monotonía que ya lleva devorados más de diez años de su existencia.
A escasos tres kilómetros de distancia, en una playa casi desierta, una pelirroja y un pequeño de ocho años de hermosos ojos verdes juguetean con las olas que se acercan a la orilla. Lo hacen cada lunes antes de ir al colegio porque ella, la pelirroja, los lunes, comienza su turno media hora más tarde... Por un instante, ambos se detienen observando cómo unos tímidos rayos de sol intentan colarse, sin éxito, por un entramado de nubes húmedas y grises. Se miran fijamente, sonríen y entre tibios abrazos retoman su juego, mientras el rugido del motor de un deportivo rojo se difumina en un oscuro abismo de espejismos, soledades y codicia...

Mariola Naval Bernadó
La Tregua (Mario Benedetti)
Publicada en 1960, La Tregua es la obra de Mario Benedetti que ha alcanzado mayor éxito de público. La cotidianidad gris y rutinaria, marcada por la frustración y la ausencia de perspectivas de la clase media urbana, impregna las páginas de esta novela, que, adoptando la forma de un diario personal, relata un breve periodo de la vida de un empleado viudo, próximo a la jubilación, cuya existencia se divide entre la oficina, la casa, el café y una precaria vida familiar dominada por una difícil relación con unos hijos ya adultos. Una inesperada relación amorosa, que parece ofrecer al protagonista un horizonte de liberación y felicidad personal, queda trágicamente interrumpida y será tan sólo un inciso ¿una tregua? en su lucha cotidiana contra el tedio, la soledad y el paso implacable del tiempo
Se puede leer online, o descargar en: https://www.guiacultural.com/guia_regional/regional/ uruguay/letr_uy/mario_benedetti_-_la_tregua.pdf
