Basta ya de mí (muestra)

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¡Basta ya de mí! PRÓLOGO POR JEN WILKIN

Encuentra gozo verdadero en la era del egocentrismo

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Prólogo por Jen Wilkin

NASHVILLE, TN

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Basta ya de mí: Encuentra gozo duradero en la era del yo Copyright © 2022 por Jen Oshman Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados. B&H Publishing Group Nashville, TN 37234 Diseño de portada e ilustración por Crossway. Traducción del diseño de portada por B&H Español. Director editorial: Giancarlo Montemayor Editor de proyectos: Joel Rosario Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee Clasificación Decimal Dewey: 248.843 Clasifíquese: MUJERES—IDENTIDAD / VIDA CRISTIANA / PERSONALIDAD Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor. A menos que se indique de otra manera, las citas bíblicas marcadas NVI se tomaron de La Santa Biblia, Nueva Versión Internacional , © 1999 por Biblica, Inc. . Usadas con permiso. Todos los derechos reservados.

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Las citas bíblicas marcadas NTV se tomaron de la Santa Biblia, Nueva Traducción Viviente, © Tyndale House Foundation, 2010. Usado con permiso de Tyndale House Publishers, Inc., 351 Executive Dr., Carol Stream, IL 60188, Estados Unidos de América. Todos los derechos reservados. Las citas bíblicas marcadas LBLA se tomaron de LA BIBLIA DE LAS AMÉRICAS, © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation. Usadas con permiso.

ISBN: 978-1-0877-5455-0

Impreso en EE. UU. 1 2 3 4 5 * 25 24 23 22

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Para Mark. No importa la temporada, el país o las circunstancias, siempre te has asegurado de que florezca. Eres un gran medio de la gracia de Dios en mi vida. Te amo.

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Índice

Prólogo por Jen Wilkin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13 Agradecimientos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17 Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 21 1

Canto de sirena: el llamado al egoísmo. . . . . . . . . . . . . . . . 27

2 El plan del Dador de la vida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47 3 Arraigados en Cristo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67 4 Eres lo que comes. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 85 5 Edificados en Cristo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 105 6 Establecidos en Cristo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 125 7 Gozo duradero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 147 Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 169

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Prólogo

¿Has acudido alguna vez a una fiesta solo para percatarte que no estás vestido adecuadamente para la ocasión? No es la mejor sensación, sobre todo si esa fiesta es una elegante boda y tú eres una invitada de honor. Eso me ocurrió hace unos diez años en la boda de un querido amigo de la familia. Dos días antes de la boda, recibí la noticia de que mi tío había fallecido repentinamente. Pudimos ajustar nuestros planes para llegar tanto al funeral como a la boda, pero un retraso en el vuelo hizo que nos viéramos en la encrucijada de acudir a la ceremonia de la boda con nuestra sencilla ropa de funeral o perdérnosla por completo. Decidimos ir directamente a la ceremonia y llegamos justo antes de que comenzara el cortejo, ocupando nuestros asientos a la vista de toda la asamblea de invitados bien vestidos. Me hace sudar solo recordar ese momento. Nos pusimos a toda prisa el traje de boda antes de la recepción y ¿adivinen qué? Ni una sola persona de la recepción se dio cuenta de nuestra entrada tardía o de nuestra falta de atuendo adecuado en la ceremonia. Por supuesto que no lo hicieron. Como debe ser, la atención de todo el mundo se había centrado plenamente en el esplendor de los novios.

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Prólogo

Toda mi ansiedad por un vestido inadecuado había sido una pérdida de energía. Es común, de hecho, epidémico, que las mujeres pierdan de vista su propósito y su vocación. En una cultura que nos dice que somos el centro de la historia de todo el mundo, cada día puede parecer otra oportunidad para ser la invitada notablemente mal vestida en una fiesta a la que todos los demás asisten con toda elegancia. Las comparaciones y las expectativas hacen que nos examinemos a nosotras mismas y nos consideremos inadecuadas. A través de los días y los años nos invade la ansiedad por la insuficiencia. Pero la historia cristiana a la que estamos invitados, la mejor y más hermosa de las historias, no nos ofrece un papel protagonista. No nos coloca en el centro de la historia en absoluto. Por eso es la mejor y la más bella. Es la historia de los invitados a una boda —una historia de aquellos que corren apresuradamente después de un funeral—. Es una boda entre un novio (Cristo) digno de toda nuestra atención y una novia (la Iglesia) digna de todo nuestro esfuerzo. Es una historia que nos invita una y otra vez a recordar que no somos el centro de atención, sino que nuestras vidas pueden dedicarse con alegría a preparar a la novia para su esposo. Esta es la historia que Jen Oshman pretende contarte. Aunque tus expectativas sobre cómo debería ser la vida, sobre quién deberías ser y sobre cómo deberían verte los demás se arremolinen a diario ante tus ojos, hay una visión más sublime que puede devolverte la alegría de tu salvación. Oshman te llama a una boda en la que el atuendo apropiado es olvidarnos de nosotros mismos y la liturgia canta sobre esplendor de la pareja feliz. ¿Qué es más satisfactorio que

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Prólogo 15

una vida dedicada a buscar cumplir nuestros sueños? Una vida dedicada a dar gloria al Dios que trasciende. Esta es la buena vida. Esta es la mejor y más hermosa historia. Bienvenidos a la fiesta. —Jen Wilkin

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Agradecimientos

Llevar este mensaje a las manos de los lectores ha sido un gozo y un placer. Estoy muy agradecida de que el Señor me haya permitido este regalo de gracia. Que Él sea glorificado. Este libro no habría sido posible sin el ánimo de autores experimentados y las puertas que me abrieron quienes ya están en el mundo de la escritura. Gracias, Melissa ­Kruger, por invitarme a escribir en Coalición por el Evangelio, por tu amistad y por tu ejemplo al defender la Palabra de Dios mientras ministras a las mujeres. Gracias, Shanna Davis, por leer mis palabras, creer en mi mensaje y hacer esa conexión. Gracias, Tim Challies, por leer mi blog y compartirlo con el mundo. Has impulsado a tantos nuevos escritores y me siento conmovida al estar entre ellos. ­Gracias, Andrew Wolgemuth, por ayudarme a entender este mundo de la escritura, todavía un poco extraño para mí. Gracias por tu incansable orientación y tus comentarios sobre cada una de las preguntas que he tenido, ya sean grandes o pequeñas, y por darme confianza para seguir adelante. Y gracias, Chrissy Wolgemuth, por saludarme hace casi cuatro años y convertirte en mi amiga. Gracias, Tara Davis, por compartir conmigo tu don de la edición. Tu cuidadoso trabajo hizo que este libro fuera tan fuerte.

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Agradecimientos

Gracias, Jen Wilkin, por tu ministerio para las mujeres centrado en la Palabra. Has sido una mentora desde la distancia. Gracias por liderar bien y por tu generosidad al escribir el prólogo de este libro. Por último, gracias, Dave DeWit, por arriesgarte con un autor nuevo. Has sido un sabio y amable pastor para mí en cada paso. Gracias a los que nos apoyan con sus oraciones y sus finanzas, que se han derramado en nuestra vida de misiones y de plantación de iglesias durante dos décadas. Su inversión en el reino, a través de nuestro trabajo con Cadence Inter­ national, Pioneers International y Redemption Parker, ha sido de gran aliento para mi familia. Realmente no podríamos estar en el ministerio si no fuera por su compromiso con el evangelio y con los Oshman. Gracias por permitirme escribir este libro. Estoy eternamente agradecida por los amigos que han persistido a lo largo de los años y de los kilómetros. ­Gracias, Jen Rathmell y Kristie Coia, por ser fuentes constantes de fuerza, gracia y verdad. Y a todas las mujeres de nuestros años en el puerto de Okinawa y en Betanie, República Checa, porque han contribuido a mi crecimiento y a dar forma al mensaje de este libro. Las echo de menos. Gracias a mis amigos cercanos, que perseveraron durante las conversaciones y los momentos de oración en los que me preguntaba si debía siquiera intentarlo. Gracias, Sue ­Toussaint, Alivia Russo y Allie Slocum, por memorizar Colosenses conmigo —sin duda fue la semilla de este libro—. Gracias, damas de Redemption Parker, por permitirme intercambiar ideas con ustedes, y por su entusiasmo por este mensaje. Gracias por estudiar la Biblia conmigo, por orar conmigo y por mí, y por su aliento en estas páginas. Gracias, Joe y Whitney Finke, por leer mis primeros capítulos y

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Agradecimientos

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compartir sus habilidades de fotografía y escritura. Gracias a las mujeres de mi comunidad evangélica por ser animadoras incansables. Gracias, Sandie Dugas, por tu colaboración en el evangelio, tu amistad permanente y por ser piadosa y divertida por igual. A mis editores, gracias por su devoción y cuidado. Gracias, Kim Forney, por tu incansable apoyo y por presionarme cuando mis palabras son débiles: me haces mejor escritora. Gracias, Carrie Abraham, por más de lo que puedo decir. No solo has leído cada palabra de mi manuscrito con escrutinio y amabilidad, sino que tú y Chris han dado su vida por nosotros una y otra vez. Gracias, mamá, por llevarme a la iglesia hace tres décadas. Me permitiste escuchar el evangelio y recibir la gracia de Jesús que transforma la vida. Gracias también por inculcarme el amor por la lectura y la escritura desde una edad temprana. Gracias, Rebekah, Zoe, Abby Grace y Hannah, por ser hijas que dan vida. Me encanta ser su madre. Gracias por permitirme el espacio y el tiempo para escribir este libro y por estar tan emocionadas como yo. Gracias, Mark, por amarme como Cristo ama a la Iglesia. Has invertido en mí más que cualquier otro ser humano: las palabras de este libro vienen de ti tanto como de mí. No podría haber imaginado o pedido un mejor colaborador para la vida a través de tres continentes, con cuatro hijas, y más de dos décadas de matrimonio hasta ahora. Y a mi Dios en el cielo, sin ti no puedo hacer nada. Gracias por rescatarme y redimirme.

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Introducción

Me senté exhausta en el suelo de mi dormitorio, con los ojos rojos y punzadas en la cabeza. Mis conductos lagrimales estaban secos y mi mente daba vueltas preguntándose cómo había acabado así. La tristeza que me envolvía era extraña. Siempre había sido feliz y exitosa, las cosas me solían salir bien. Y ahora ni siquiera podía identificar qué era lo que me abrumaba. Tenía dieciocho años y disfrutaba mi primer año de universidad. Mis días estaban llenos de clases cautivadoras y reuniones sociales. ¿Había razones para llorar? Sin embargo, día tras día, durante semanas, me asaltó una pena que, al principio, parecía no tener origen. Simplemente estaba de luto. Ahora recuerdo esos días con gratitud. Puedo ver desde aquí que fueron un regalo de la gracia, un instrumento en manos de Dios para atraerme hacia Él. Pero en aquel momento me sentía como si estuviera bajo el agua, sin poder recuperar el aliento, desorientada de tanto nadar sin avanzar. Tal vez te sientas identificada. Tal vez tú también hayas trazado un rumbo y trabajado duro, solo para llegar a una meta que no te dio lo que esperabas.

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Introducción

Aunque la universidad fue la primera vez que me encontré con esa desilusión, no sería la última. Como joven esposa, aprendí rápidamente que el matrimonio no era exactamente lo que había previsto. Mi entrada en la vida profesional como joven adulta estuvo plagada de decepciones. Incluso mi vida en el ministerio cristiano ha tenido sus valles. Mi mediana edad —una temporada que se supone que es el pináculo, el clímax, el destino— tampoco coincide con las expectativas tomadas de las películas o las imaginaciones que tenía cuando era joven. ¿Cuántas veces has llegado a tus metas solo para descubrir que no cumplieron sus promesas? Nos encontramos cansados, decepcionados por lo que la vida nos ha dado. En las dos décadas que llevo en el ministerio para mujeres, me he encontrado con esta historia una y otra vez. Mi amiga Leila siempre quiso tener una familia grande. Ahora que es madre de cinco pequeños, está frustrada, resentida porque su marido no le ayuda en casa y ahogada por los problemas de comportamiento de varios de sus hijos pequeños. Una amiga soltera, Andrea, ha escalado la escalera corporativa. Aunque gana mucho dinero y tiene el estilo de vida empresarial que siempre quiso, se da cuenta de que no tiene la satisfacción personal que esperaba. Y luego está Dana, que parece sobresalir en todo: el trabajo, la maternidad, la iglesia, los deportes de los niños... todo. Pero en privado confiesa que se siente fracasada en todas ellas y que, si pudiera, se escaparía, aunque solo fuera para descansar y hacer un débil intento de encontrar una paz temporal. Estas historias y confesiones no son exclusivas de las mujeres que comparten sus cargas en los estudios bíblicos. El mundo en general también percibe este fenómeno.

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Nuestro momento actual es testigo de una creciente población de mujeres dolidas. Aunque no recomiendo acudir a Oprah en busca de consejo, su imperio está familiarizado con las tendencias de las mujeres estadounidenses de la actualidad. Un artículo de Oprah.com titulado «The New Midlife Crises for Women» [«Las nuevas crisis de la mediana edad de las mujeres»] capta lo que estoy diciendo. El artículo cita una investigación según la cual «la felicidad de las mujeres ha disminuido, tanto en términos absolutos como en relación con los hombres, desde principios de los años 70 hasta mediados de la década del 2000. Más de una de cada cinco mujeres toman antidepresivos».1 Lo veo en mi propia ciudad, donde el deterioro de la salud mental de las mujeres es un problema importante de salud pública. Según un trabajador de los servicios humanos del condado, la tasa de suicidio entre las mujeres es excepcionalmente alta aquí en los suburbios de Denver. Un amigo que trabaja en el servicio de emergencias nos contó que su equipo suele responder a las llamadas del 911 de mujeres que han sufrido una sobredosis de drogas y alcohol, a menudo en pleno día. Una vecina cercana perdió recientemente los derechos sobre sus hijos después de llevarlos al colegio en estado de embriaguez. ¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué las mujeres —desde la adolescencia hasta la mediana edad y más allá— languidecen tanto? Ahora tenemos más acceso que nunca a la educación, las oportunidades profesionales, la riqueza y

1. Ada Calhoun, «The New Midlife Crisis: Why (and How) It’s Hitting Gen X Women» [La nueva crisis de la mediana edad: por qué y cómo afecta a las mujeres de la generación X], Oprah.com, http://www.oprah.com/sp/new-midlife -crisis.html/, último acceso: diciembre de 2021.

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la autodeterminación. Parece que podemos tenerlo todo, o al menos mucho más de lo que teníamos en el pasado y bastante más que las mujeres de otras partes del mundo. Sin embargo, estamos más deprimidas que nunca. Esto no es lo que pretendía el Dador de la vida. De vuelta al suelo de mi dormitorio universitario, me senté con mi polvorienta Biblia que había traído a la universidad, pero que nunca había abierto. Aunque creía en Dios, no conocía Su Palabra. Aquella noche, sin embargo, la agarré como un salvavidas, buscando algo más, algo que me ayudara a recuperar el aliento, a encontrar la paz y a sanarme. Llegué al final del Evangelio de Mateo, donde Jesús fue al huerto de Getsemaní a orar antes de soportar la cruz. Lo que me cautivó fue que, incluso en Su indecible dolor, Jesús oró al Padre: «Pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mat. 26:39). En la brutalidad emocional de Getsemaní vi a un Hijo dulcemente entregado a Su Padre, confiando en Él con un dolor inconmensurable. Mi alma anhelaba confiar también. No pensé entonces, ni pienso ahora, que mi sufrimiento estuviera a la altura del de Jesús. Incluso entonces, como inexperta lectora de la Biblia, comprendía que mi valle de desesperación no era nada comparado con la perspectiva de colgar en una cruz y soportar el peso de los pecados del mundo. Pero en esas páginas percibí que Dios estaba dispuesto a sanarme. Quería aliviar mi tristeza. A través de Su Palabra, sentí que Dios me decía: «Jen, te sanaré. Pero tienes que entregarme todo tu ser». En ese valle, supe que el Señor me pedía que me rindiera. No sabía qué significaba eso ni cómo podía hacerlo. Pero anhelaba ser sanada. Si tú también te encuentras sentada en el suelo, entonces este libro es para ti. Tal vez estés en el suelo de la sala de

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juntas del edificio de oficinas de tu empresa, o en el suelo de la guardería con pañales hasta las rodillas o en el suelo de tu dormitorio principal preguntándote cómo reparar tu matrimonio. Puede que estés en el extranjero, en el corazón de una ciudad o en medio de la nada. Quizás estés en un lugar que nunca imaginaste, o tal vez estés sentada justo donde esperabas estar, pero no está resultando como pensabas. O tal vez no estés en el suelo en este momento. Si las cosas te van muy bien, ¡alégrate! Pero sabemos que, en nuestro mundo caído, las promesas se rompen y los sueños no siempre se hacen realidad. Es probable que llegue un momento de estar en el suelo. En este lado del cielo nadie queda indemne. Dondequiera que te encuentres, como mujer en esta época es probable que estés luchando contra alguna de­ silusión, desencanto o decepción con lo que la vida te ha presentado. Este libro explorará cómo hemos llegado hasta aquí y cómo podemos acercarnos a la vida abundante que Jesús prometió a los que creen (Juan 10:10). Una breve advertencia antes de empezar: este libro no pretende abordar los verdaderos desafíos de la depresión clínica. Las páginas que siguen están escritas pensando en el desánimo que es común entre las mujeres de hoy. Si tú sospechas que estás experimentando una enfermedad mental importante, por favor busca la sabiduría y el tratamiento de un consejero certificado. En los próximos capítulos examinaremos las normas y prácticas sociales que nos han llevado a nuestra actual crisis de infelicidad. Daremos un paso atrás y nos preguntaremos por qué la sabiduría del mundo no nos ha dado lo que prometió que nos daría. Nos preguntaremos específicamente por qué las mujeres cristianas están descorazonadas. ¿Por

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qué casi la mitad de las mujeres que asisten a la iglesia dicen que no experimentan ningún apoyo emocional allí?2 Después de diagnosticar cómo hemos llegado hasta aquí, dirigiremos nuestros corazones y mentes hacia la Palabra de Dios. ¿Cómo nos hizo Dios? ¿A qué nos ha llamado? ¿Cómo puede «el Dios de la esperanza [llenarnos] de toda alegría y paz» (Rom. 15:13)? Al transitar por estas páginas, espero que lleguemos a comprender mejor el evangelio. Es la historia de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Es el mensaje de salvación. Y es también nuestra esperanza diaria y fuente de fuerza para lo que venga. Dios nos llama a arraigarnos en Cristo Jesús, el Señor, a ser edificados en Él y estar firmes en Él (Col. 2:6‑7). Cuando lo hagamos, encontraremos la alegría duradera que buscamos.

2. «Five Factors Changing Women’s Relationship with Churches» [Cinco ­factores que cambian la relación de las mujeres con las iglesias], Barna, 25 de junio de 2015, https://www.barna.com/research/five-factors-changing-womens -relationship-with-churches/. Último acceso: diciembre de 2021.

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Canto de sirena: el llamado al egoísmo

Me acerco a mi cuadragésimo cumpleaños. Dentro de un par de semanas mis amigos y mi familia se reunirán para celebrarlo, y lo estoy deseando. Cuarenta años. Es una edad muy esperada. ¿Sabías que a partir de 1970 Jennifer fue el nombre más popular en Norteamérica durante catorce años seguidos? Un artículo de prensa lo llamó «la fuerza de Jennifer» porque nunca ha habido otro fenómeno de nombres como este.1 Hay toda una generación. Una de cada tres niñas de todas mis clases, desde el jardín de infancia hasta la universidad, se llamaba Jennifer, Jen o Jennie (¿o se escribe Jenny? Mis 1. Jen Gerson, «The Jennifer Epidemic: How the Spiking Popularity of Different Baby Names Cycle Like Genetic Drift» [La epidemia de las Jennifer: Cómo la creciente popularidad de los diferentes nombres de bebés tiene un ciclo similar a la deriva genética], The National Post, 23 de enero de 2015, https:// nationalpost.com/news/the-jennifer-epidemic-how-the-spiking-popularity -of-different-baby-names-cycle-like-genetic-drift.

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tareas de la escuela primaria revelan que nunca pude averiguarlo). Estamos en todas partes. Las Jennifers nacimos cuando las películas favoritas de Estados Unidos eran Vaselina, Fiebre del sábado por la noche, La guerra de las galaxias y La pantera rosa. Bastante genial. Los pantalones de campana y los trajes deportivos marcaban la última tendencia de la moda. En mis fotos de nacimiento, mi padre lleva un cuello de mariposa. Mi madre lleva el pelo cortado al estilo de los pajes de la época. Con el buen sentido de la moda de mis padres, sabes que tenía que ser una Jennifer. Otra señal de la época. Algunos de mis primeros recuerdos de los años 80 incluyen modas que vuelvo a ver ahora cuando voy de compras con mis hijas: vaqueros de cintura alta y blusas que dejan descubierto el abdomen, hombreras, chaquetas vaqueras y riñoneras. Estoy a favor de los vaqueros —el año pasado los llamábamos «pantalones de mamá», pero mis hijas juran que los vaqueros de cintura alta son diferentes e inconmensurablemente superiores a los pantalones de mamá—. Sea como fuere, como madre de casi cuarenta años, me alegro de decir adiós a los vaqueros de talle bajo. Pero ¿tenemos que volver a utilizar las riñoneras y las hombreras? Si puedes identificar alguno de estos artículos de moda populares, entonces puede que formes parte de la generación X, de la que apenas soy miembro —el límite es 1981—. Los millennials son los niños que nacieron justo después de mí, en las décadas de 1980 y 1990. A los cuarentones, algunos científicos sociales nos llaman «xennials» porque estamos muy cerca de la línea. Así que, si eres un millennial, digamos que somos iguales. De todos modos, en mi corazón me siento como si acabara de salir de la universidad.

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Una generación de nuevos problemas Nosotros, cuyas edades abarcan actualmente los veinte, los treinta, los cuarenta y los cincuenta, tenemos que lamentar algo más que el regreso de las hombreras. Todavía estamos superando las dificultades que nos acompañaron al llegar a la mayoría de edad. Nos llaman la generación del divorcio porque los matrimonios rotos alcanzaron su punto máximo en 1980.2 Esta oleada de divorcios coincidió con la revolución sexual.3 A medida que nuestros padres se liberaban de sus matrimonios, también encontraban libertad en las nuevas normas de las relaciones casuales y las expresiones alternativas de la sexualidad. Al ser la primera generación que sufría esto de forma generalizada, nos encontramos solos en casa, tratando de averiguar qué era qué y quién era quién. Crecimos en tiempos de incertidumbre.

Una generación de nuevas promesas Pero la época también fue emocionante. En Estados Unidos dimos la bienvenida al Título ix, una ley de derechos civiles que dice que nadie puede ser excluido de ningún programa educativo por motivos de género. Mis amigas y yo sentimos los efectos del Título ix sobre todo en el ámbito deportivo. Los deportes femeninos empezaron a recibir más atención y recursos, y todas nos reuníamos en el campo de fútbol todas las tardes, siguiendo el ritmo de los chicos. El estribillo común de nuestros entrenadores y profesores era: «Todo 2. Susan Gregory Thomas, «The Divorce Generation» [La generación del divorcio], Wall Street Journal, 9 de julio de 2011, https://www.wsj.com/articles /SB10001424052702303544604576430341393583056. 3. Wikipedia, «Sexual revolution» [Revolución sexual], última modificación el 27 de abril 2019, 6:49, https://en.wikipedia.org/w/index.php?title =Sexualrevolution&oldid=874901769/.

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lo que pueden hacer los chicos, tú lo puedes hacer mejor». En mi instituto había incluso algunas aspirantes a pateadoras para el equipo de fútbol masculino. Claro que añorábamos un poco nuestras turbulentas vidas hogareñas. Pero nuestros días de escuela y círculos sociales estaban llenos de posibilidades. «Sean lo que quieran ser», nos decían. Nuestro límite era nuestra imaginación. Yo era la redactora en jefe del periódico de mi instituto durante esos días llenos de potencial. Hace poco encontré un viejo periódico con un editorial escrito por mí. Estaba redactado con algo de descaro. La esencia era la siguiente: las chicas estaban obteniendo los honores en las aulas, pero ¿dónde estaban los chicos? Era una celebración del Título ix. Las chicas realmente estábamos avanzando, incluso más que los chicos. Al menos en mi contexto, nos llevábamos todos los premios y becas y nos dirigíamos a futuros prometedores en las mejores universidades. El mundo nos aplaudía. Podíamos sentirlo. El «poder femenino» nos impulsaba más allá de donde nuestras madres y abuelas habían llegado. Estábamos decididas a romper el techo de cristal: nuestras miras estaban puestas en ­convertirnos en directoras generales, empresarias, ingenieras, profesoras, abogadas, médicas o, en mi caso, locutoras de televisión. Nuestros predecesores estaban encantados con nosotras, y nosotras no conocíamos nada mejor. Con gran confianza nos lanzamos al mundo de las mujeres.

¡Tú puedes hacerlo! El optimismo de nuestras madres y el espíritu de superación que nos invadía nos lanzaron a la edad adulta. Algunas obtuvimos títulos. Empezamos carreras. Encontramos maridos. Tuvimos hijos. Desempeñamos papeles

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importantes en nuestras comunidades, en la política y en las iglesias. «Pueden tenerlo todo», nos decían entonces y nos siguen diciendo ahora. Y ciertamente lo estamos intentando. La mayoría de las mujeres que conozco trabajan (a tiempo parcial o completo o desde casa) o tienen sus propios negocios, son voluntarias, crían a sus hijos, participan en deportes y clubes locales, sirven en sus iglesias, hacen ejercicio, se esfuerzan por poner comida saludable en la mesa, mantienen una vida social activa, piensan en lo global, compran en su localidad... y la lista continúa. Hacemos malabares con la lavandería, los ascensos, el auto compartido y la escuela dominical. El poder de las chicas. El aire cultural que respiramos nos llena de optimismo. Así que respiramos profundamente y seguimos corriendo hacia la meta. Crea tu propio destino. Sé tú misma. Alcanza las estrellas. Puedes valerte por ti misma. Estás a cargo de tu propia felicidad. Consigues lo que das. No permitas que te vean sufrir. Persigue tus sueños. Hazlos realidad. Eres suficiente. Todas buscamos esa escurridiza estrella dorada: convertirnos en las mujeres que la sociedad afirma que podemos ser. Seguimos exigiéndonos a nosotras mismas, engullendo nuestro café y mirándonos en el espejo para recordarnos: «No te preocupes. Tú puedes hacerlo». Pero entonces. Entonces. Casi sin excepción y como si fuera una señal, llegamos a nuestro límite. La taza de café está vacía. Las palabras que nos repetíamos se acallan. Nos desplomamos en el sofá. Estamos cansadas. Esto no funciona. Que alguien envíe ayuda.

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Lo hemos conseguido. ¿Por qué estamos tan tristes? El movimiento feminista consiguió mejorar los salarios, la igualdad de derechos y el respeto en muchos ámbitos de la sociedad. Las mujeres de la actualidad están en deuda con las hermanas que nos precedieron. Estoy agradecida por muchos de los frutos que ha dado la liberación de la mujer. Sin las que me precedieron, probablemente no sería una estudiante de cultura y teología y no habría escrito este libro. Pero incluso cuando celebro a las mujeres fuertes del pasado y del presente, también me pregunto qué está sucediendo realmente. Nosotras, las mujeres xennials, que llegamos a la edad adulta con muchas promesas y expectativas, no nos alegramos como creo que nuestras antecesoras imaginaron que lo haríamos. No está saliendo según lo previsto. Ser mujeres que se valen por sí mismas nos está agotando. Los investigadores han descubierto que «aunque las circunstancias de la vida de las mujeres han mejorado mucho en las últimas décadas según la mayoría de las medidas objetivas, su felicidad ha disminuido, tanto en términos absolutos como en relación con la de los hombres».4 En Estados Unidos, la salud mental y emocional de las mujeres está en crisis. Un estudio de la CDC (Centros para el control y prevención de enfermedades) revela que, en las últimas dos décadas, las tasas de suicidio entre las mujeres han aumentado un 50 %, y entre las niñas de 10 a 14 años se han triplicado.5 Tenemos que preguntarnos: Si se supone 4. Sherrie Bourg Carter, «Meet the Least Happy People in America» [Conoce a las personas menos felices de Estados Unidos], Psychology Today, 17 de septiembre de 2011, https://www.psychologytoday.com/us/blog/high-octane-women/201109 /meet-the-least-happy-people-in-america. 5. Hilary Brueck, «The US Suicide Rate Has Increased 30% Since 2000—and It Tripled for Young Girls. Here’s What We Can Do About It» [El índice de suicidio en Estados Unidos se ha incrementado en un 30 % desde el año

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que las cosas son cada vez más esperanzadoras, ¿por qué estamos cada vez más desesperanzadas? Los científicos sociales están divididos en cuanto a las razones por las que las mujeres y las niñas tienen dificultades. Algunos señalan que los hombres siguen ocupando los puestos de trabajo mejor pagados y los niveles más altos de los cargos electorales y, por tanto, cosechan el mayor respeto. Algunos culpan a la mala conducta sexual, como se muestra tan gráficamente en el movimiento #metoo [#yotambién]. Muchos señalan que, aunque las oportunidades se han abierto enormemente fuera del hogar para las mujeres, todavía nos encargamos de todo dentro de la casa; se llama el segundo turno, y está compuesto principalmente por mujeres. Algunos dicen que simplemente estamos demasiado ocupadas y que nada recibe la atención que merece. Muchos creen que las redes sociales influyen.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Tenemos un mapa en la mesa del comedor que a nuestra familia le encanta contemplar después de las comidas. Tres de mis cuatro hijas nacieron en Asia. Tras su infancia allí, nos trasladamos a Europa. Terminamos volviendo a Estados Unidos a tiempo para sus años de adolescencia y juventud. Cuando miramos el mapa, recordamos nuestros lugares favoritos en Japón y Tailandia. Nos centramos en la República Checa y recordamos nuestros viajes por las carreteras de Europa. Recorremos con nuestros dedos los tres continentes y recordamos cómo llegamos aquí, a Colorado. Cada país 2000 y se ha triplicado en jovencitas. Lo que podemos hacer al respecto], Business Insider, 14 de junio de 2018, https://www.businessinsider.com /us-suicide-rate-increased-since-2000‑2018‑6.

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desempeña un papel importante en lo que son mis hijas ahora. Esos lugares son la razón por la que el arroz frito y el ramen son alimentos que las reconfortan. Por eso les encanta el sushi y por eso el curry japonés y el goulash checo son delicias en nuestra casa. Los puntos del viaje revelan por qué hablan un segundo idioma y por qué todavía las desconcierta el fútbol americano, los supermercados y el material escolar. Mirar ese mapa y nuestra historia compartida nos recuerda por qué somos quienes somos hoy y cómo hemos llegado hasta aquí. Y lo mismo ocurre con este momento de la historia global de las mujeres. Si queremos entender quiénes somos hoy, debemos recorrer con nuestros dedos el mapa para averiguar cómo hemos llegado a este momento paradójico de gran oportunidad y gran desaliento.

La visión occidental del mundo y las mujeres Nuestra condición actual no es solo el desbordamiento del movimiento de liberación de la mujer o del Título ix. No tiene su origen únicamente en las redes sociales o en el trabajo en dos turnos que muchas de nosotras realizamos. No es simplemente el resultado de los escollos y las presiones de hoy en día. Más bien, hemos llegado aquí siguiendo la progresión natural de las visiones del mundo en Occidente durante los últimos cientos de años. En realidad, estamos justo donde nuestro camino nos llevó. La cosmovisión occidental nos ha traído hasta aquí, nos demos cuenta de ello o no. Una cosmovisión es la forma en que nosotros, como grupo —una familia, un conjunto de personas, una nación— vemos el mundo. Las cosmovisiones responden a las grandes ­preguntas de la vida: ¿qué es real?, ¿quiénes somos?, ¿cómo

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hemos llegado hasta aquí?, ¿existe un dios y, si es así, cómo es?, ¿cuál es el sentido de la vida?, ¿qué deberíamos hacer aquí?, ¿cómo sabemos la diferencia entre el bien y el mal? y ¿qué ocurre cuando morimos? Las cosmovisiones son sutiles. Las inhalamos y las exhalamos, normalmente sin saberlo. Son nuestras reacciones instintivas de «por supuesto, así son las cosas». A menos que hayas dedicado tiempo a reflexionar sobre por qué piensas así, es probable que tu cosmovisión se haya desarrollado sin que lo sepas realmente.

Un rápido recorrido por las cosmovisiones Quédate conmigo. Dediquemos un minuto a repasar las cosmo­visiones más importantes de los últimos siglos para poder entender mejor cómo hemos llegado hasta aquí. Nuestra cosmovisión no se formó de la nada. Es la culminación de influyentes pensadores y formadores de cultura. Los pensadores que aparecen a continuación son nuestros ancestros de la cosmovisión; podemos estar tentados a pensar que no tienen nada que ver con nosotros, pero han desempeñado un papel importante en la forma en que tú y yo vemos el mundo en el siglo xxi.

Siglo xvii La filosofía occidental comenzó realmente en el siglo xvii con la era de la razón, engendrada por René Descartes. Es recordado por su frase: «Pienso, luego existo». Esta cita resume bien la ideología de la época: es gracias a la razón, o a la racionalidad, que podemos conocer cualquier cosa. Aunque sutil, este fue el comienzo de nuestra mirada a nosotros mismos como fuente de sabiduría, de vida y de propósito.

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Siglo xviii La Ilustración no tardó en pisarle los talones a Descartes, con pensadores como el suizo Jean-Jacques Rousseau. Rousseau es famoso por rechazar todo lo que limita la libertad del ser. Es el padre del movimiento «si se siente bien, hazlo». Sin duda, hoy vivimos el legado del pensamiento de Rousseau. El siglo xviii fue una época de revolución. Tanto la Revolución francesa como la estadounidense se deshicieron de los grilletes de la iglesia y el estado. Con Rousseau, los pensadores europeos y del Nuevo Mundo dieron prioridad al individuo sobre la institución.

Siglo xix Los inicios de la orientación hacia el «yo» como autoridad en el siglo xvii y el rechazo de la iglesia y el estado en el siglo xviii se transformaron en la filosofía moderna del siglo xix. El estadounidense Ralph Waldo Emerson triunfó con la autosuficiencia, declarando: «Cada uno por sí mismo; impulsado a encontrar todos sus recursos, esperanzas, recompensas, sociedad y deidad dentro de sí mismo».6 El filósofo alemán Karl Marx también defendió la autonomía total. Dijo: «Un ser solo se considera independiente cuando se mantiene en pie; y solo se mantiene en pie cuando se debe a sí mismo su existencia».7 Ahora sabemos que, aunque muchos fueron seducidos (y siguen siéndolo) por las promesas de equidad de Marx, su 6. Ralph Waldo Emerson, The Complete Works of Ralph Waldo Emerson: Lectures and Biographical Sketches [Las obras de Ralph Waldo Emerson], ed. Edward Waldo Emerson (Boston: Houghton Mifflin, 1911), 329. Énfasis añadido. 7. Karl Marx y Frederick Engles, «Private Property and Communism» [Propiedad privada y comunismo] en Collected Works [Colección de obras], vol. 3 (Nueva York: International Publishers, 1975), 304, citado en Charles Colson y Nancy Pearcy, How Now Shall We Live? [¿Cómo debemos vivir ahora?] (Carol Stream, IL: Tyndale, 1999), 234, cap. 24, edición Kindle. Énfasis añadido.

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influencia condujo a la autodeificación de los líderes totalitarios a lo largo del siglo xx. La aplicación de su cosmovisión a la política causó la muerte de millones de personas en Rusia, China, Camboya y otros países. Charles Darwin nos convenció de que evolucionamos por el azar y la mutación, liberándonos en última instancia de cualquier obligación con un creador o dios fuera de nosotros mismos. Darwin, Marx, Emerson y otros pensadores del siglo xix nos llevaron a definir nuestra propia realidad; decidiremos por nosotros mismos cómo hemos llegado hasta aquí, para qué sirven nuestras vidas y qué es real.

Siglo xx El ascenso apenas perceptible que comenzó en el siglo xvii con el racionalismo, ganó impulso a lo largo del siglo xviii con el rechazo de la iglesia y el estado y se convirtió en un maremoto en el siglo xix con el incremento de la auto­suficiencia, la autoexistencia y la autodeificación. El tsunami arrasó con el valor de la búsqueda de la verdad objetiva y nos arrastró hasta mediados del siglo xx, aterrizando de lleno en el movimiento del existencialismo. Cuando las aguas se retiraron, la mayoría de los occidentales nos dispusimos a reconstruir definiendo nuestro propio sentido de la vida. Las diversas definiciones entre nosotros dieron lugar al posmodernismo en la década de 1970. El posmodernismo dice que no hay una metanarrativa de la vida, es decir, que no hay forma de explicar en última instancia quiénes somos o cómo hemos llegado hasta aquí.8 El posmodernismo dice 8. Esta idea surge de Timothy Keller, ¿Es razonable creer en Dios? (B&H Español, 2017), 200. Keller le da el crédito a dos fuentes en sus notas: Jean-Francois Lyotard, The Postmodern Condition: A Report on Knowledge (Minneapolis, MN: University of Minnesota Press, 1984), xxiv; y Richard Bauckham, «Reading Scripture

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que cualquier visión del mundo que pretenda interpretar la vida y la historia a través de un significado global es errónea (no importa que el propio posmodernismo intente interpretar toda la vida con un significado global, a saber, que no hay ningún significado). Y es entonces cuando nosotros, los de la generación X y los millennials, y muy probablemente tú, querido lector, entramos en escena. Tú y yo nacimos en una época en la que triunfaba el relativismo y el individualismo. La cultura de nuestra infancia era decididamente antiautoritaria. En lugar de descubrir la verdad objetiva, se nos enseñó a definir nuestra propia verdad subjetiva. A diferencia de milenios de generaciones anteriores, nos propusimos no descubrir el sentido de la vida, sino dar a nuestras vidas su propio sentido.

De la confianza en uno mismo a la deificación del «yo» Ahora, en el siglo xxi, nos hemos desprendido con éxito de los grilletes de cualquier definición institucionalizada de la verdad, la realidad o el bien y el mal. Hemos triunfado con la libertad como bien supremo. La libertad individual supera todas las normas y valores sociales. Es lo máximo. Lo supiéramos o no en su momento, la prioridad y el poder del individuo fueron alentados en nuestras aulas de primaria. El movimiento de autoestima de nuestra infancia utilizaba programas escolares que nos enseñaban a «repetir frases como “puedo manejarlo”, “puedo hacerlo” y “yo soy yo, soy suficiente”».9 La salvación de nuestra infancia se as a Coherent Story» en The Art of Reading Scripture, ed. Richard B. Hays y Ellen F. Davis (Grand Rapids, MI: Eerdmans, 2003), 45. 9. Colson y Pearcey, How Now Shall We Live?, 267.

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encontraba en nosotros mismos. Y llevamos esa idea a la edad adulta. Basta con mirar en Instagram y en las tiendas de decoración para ver los mismos mensajes en nuestras tazas de café y cojines. Vemos esta prioridad del «yo» en la cultura popular, en la televisión, en las películas, en los libros para padres y en la música; está en todas partes. Hemos consagrado el «yo» no solo en la cultura popular, sino también en nuestras leyes. En 1992, el Tribunal Supremo «consagró este punto de vista en la ley cuando opinó que “el corazón de la libertad” es “definir el propio concepto de la existencia, del significado del universo”».10 Definir la propia realidad se defiende en todo tipo de políticas en los campus universitarios, en las salas de juntas de las empresas y en los carteles de los baños públicos. No se permite que nada se interponga en tu camino para ser tú. Tú te defines. Tú eres tú. Todo el resto del andamiaje social debe someterse al «yo», nuestro mayor valor.

La fragilidad: El principal problema de la deificación del «yo» Cuando nos deificamos a nosotros mismos, exigimos que la realidad se ajuste a nuestros deseos, en lugar de lo contrario (adaptarnos a la realidad). Y, lo sepamos o no, esta autodeificación nos obliga a adorarnos a nosotros mismos, a sostenernos, a convencernos de que somos suficientes y dignos de imitar. Cuando nos convertimos en nuestra propia fuente de sentido, también nos convertimos en nuestra única fuente de satisfacción y realización. Nos metemos en un ciclo de definición y adoración de nosotros mismos. 10. Timothy Keller, ¿Es razonable creer en Dios?, 47.

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Para mantener esta cosmovisión, debemos convertirnos en nuestros propios dueños. Irónicamente, en realidad no nos liberamos. No solo debemos reunir nuestro propio significado, objetivos y sueños, sino que debemos suministrar nuestra propia energía y capacidad para lograrlos. Con nosotros mismos en el trono debemos realmente valernos por nuestra cuenta: debemos resolver todo, desde el sentido de la vida hasta la energía y la capacidad para vivirla. Esto nos hace frágiles. Todo depende de nosotros. Hoy tenemos que crear nuestros mundos y hacerlos girar también.

La discapacidad: Cuando el «yo» deificado no es suficiente El problema de la autodeificación es que se limita a uno mismo. Nos incapacitamos a nosotros mismos al no permitirnos mirar hacia algo más grande —algo de afuera (o alguien de afuera, como veremos en el próximo capítulo)— para nuestro significado y propósito. Nuestra única esperanza es creernos a nosotros mismos cuando decimos que somos suficientes. Por tanto, debemos alimentarnos con una dieta constante de elogios de los demás. ¿Cómo sabes que has llegado a ser todo lo que quieres ser si no recibes elogios por tus logros? Una vida aburrida no es suficiente para saber que estás en la cima de tus sueños. Hay que estar ahí afuera, recibiendo el aplauso de las multitudes. Pero el apetito de aprobación es insaciable. Y nunca estamos seguros de estar en el buen camino. ¿Cuántos «me gusta» en las redes sociales son suficientes para saber que por fin has alcanzado las estrellas? Los mantras de la autoestima de nuestra infancia acaban por sonar vacíos. El lema «puedo lograrlo» que nos repetían nuestros profesores, padres, la cultura pop e incluso la ley

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del país no nos da la vida que creíamos. Irónicamente, la cosmovisión que se supone que nos da la vida, nos la quita. Si tú y yo no podemos ser quienes nos proponemos ser, entonces nos hemos perdido. Como dice el pastor y autor Timothy Keller: «El yo moderno es abrumador».11 Seguir nuestro corazón no funciona cuando él debe ser también la fuente de hacia dónde vamos y cómo podemos llegar. Somos como un perro que se persigue la cola. No hay un principio. No hay una fuente externa para la energía necesaria, la alegría y la dirección que estamos tratando de adquirir. Y así acabamos persiguiendo nuestro rabo frenéticamente hasta quedar exhaustos. Al trazar el mapa de las cosmovisiones históricas, vemos que el camino que ha llevado al triunfo del «yo» por encima de todo nos ha llevado también a nuestra propia destrucción. Nos estamos destruyendo a nosotros mismos al tratar de seguirnos a nosotros mismos. Desde la segunda mitad del siglo xx, dimos por ­sentado que tenemos la autoridad para valernos por nosotros mismos y vivir nuestra propia realidad. Pero esta visión es fatalmente defectuosa. Es lo que está enfermando a mi generación y a la tuya.

Estamos en urgencias y necesitamos un diagnóstico preciso En un momento de mis primeros años como madre, tuve tres hijas de tres años o menos. Cualquier locura que te estés imaginando es adecuada. Durante esa época de locura, tuve un dolor de garganta que no cedía. Tomaba ibuprofeno varias veces al día para mantener a raya el dolor, la hinchazón y la fiebre. Pero después de unos días, la hinchazón 11. Keller, Making Sense of God, 134.

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llegó al punto de que me costaba respirar. Así que hice lo que cualquier madre de niños pequeños haría: conduje a la sala de emergencias. Era más fácil dejar a los niños en casa con mi marido que hacer que él llevara a toda la familia al hospital. Estacioné el auto y entré al área de urgencias con la idea de que tendría que esperar horas para ser atendida. En cambio, tras responder a unas cuantas preguntas, me llevaron detrás de una cortina y empezaron a tratarme. La doctora de guardia estaba claramente alarmada. La oí llamar a mi marido: «Señor, su mujer está muy enferma. No volverá a casa pronto. Le vamos a dar anti­ bióticos por vía intravenosa y posiblemente le insertaremos un tubo de traqueotomía. Estará en la unidad de cuidados intensivos, así que venga cuando pueda». Me dieron morfina para el dolor y me desvanecí durante los siguientes días. Estaba claro que había diagnosticado mal mi dolor de garganta. Lo que al principio parecía una pequeña molestia creció y creció hasta convertirse en una crisis que amenazaba mi vida. El ibuprofeno no iba a ser suficiente. Lo que creía que era un resfriado era en realidad una agresiva infección que cerraba mi garganta. Mi diagnóstico erróneo nos puso a mi familia y a mí en peligro. Un diagnóstico erróneo para entender la actual crisis de salud mental y emocional de las mujeres en Occidente hará lo mismo. No podemos limitarnos a tomar unas cuantas cápsulas de ibuprofeno si queremos tener alguna esperanza de salir de esta crisis en la que nos encontramos. No es que el movimiento feminista se haya equivocado. No es que las mujeres estemos haciendo demasiado y estemos cansadas. No es que la medicina y los profesionales de

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la salud mental no sean útiles. Es que nuestro problema es profundo. Está en lo más profundo del alma. La autora Rosaria Butterfield dio en el clavo cuando escribió: «El verdadero problema de fondo es la persona. No discernir correctamente quiénes somos nos incapacita para discernir con precisión cualquier cosa que toquemos, sintamos, pensemos o soñemos. No discernir correctamente quiénes somos nos incapacita para conocer adecuadamente quién es Dios. Estamos perdidos en una oscuridad que nosotros mismos hemos creado».12 El audaz teólogo y reformador Juan Calvino definió el problema hace 500 años cuando declaró: «La plaga de someternos a nuestro propio gobierno nos lleva directamente a la ruina».13 En verdad, estamos perdidos en una oscuridad de nuestra propia cosecha, y hemos llegado hasta aquí destronando a Dios y entronizándonos a nosotros mismos. Nos hemos endiosado a nosotros mismos. Y eso nos ha llevado a la perdición.

El remedio: recordar quiénes somos y de quién somos La cultura nos dice que el remedio para nuestro agotamiento es más tiempo. Lo que necesitamos es más descanso, más momentos de tranquilidad a solas, un vehículo de lujo más bonito que pueda bloquear el estrés del mundo. Posiblemente una niñera y una señora de la limpieza que nos ayuden a equilibrarlo todo. Más vino, más café. Terapia, medicina. Platicar más con uno mismo. Consigue tu tribu, 12. Rosaria Butterfield, The Gospel Comes with a House Key: Practicing Radically Ordinary Hospitality in Our Post-Christian World [El evangelio incluye una llave de tu casa: Practicar radicalmente la hospitalidad en nuestro mundo post-cristiano] (Wheaton, IL: Crossway, 2018), 48. 13. Juan Calvino, A Little Book on the Christian Life [Un pequeño libro sobre la vida cristiana], trad. Aaron Denlinger y Burk Parsons (Sanford, FL: Reformation Trust, 2017), 22–23.

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consigue tu gente, consigue amigos para recordarte que eres suficiente y que puedes hacerlo. Pero yo propongo que necesitamos volver al principio. Tenemos que recordar quiénes somos y de quién somos. ¿Cómo fuimos creados y por quién? ¿Con qué propósito fuimos diseñados? ¿Con qué tipo de energía debemos funcionar? Nuestro remedio está en reclamar nuestra cosmovisión. Está en rechazar el movimiento de autoayuda que nos vio nacer y en reorientarnos hacia el Dios que nos hizo. La curación debe producirse en nuestras almas. Nuestra salud llegará cuando nos arraiguemos en lo que es verdadero. Aceptémoslo: fuimos engañados por la cultura en la que crecimos. Las ideas en las que nadamos están causando estragos. Cuando las comparamos con las verdades bíblicas del evangelio, nos percatamos de que son inútiles. Como las criaturas seductoras pero destructivas de la mitología griega, el «yo» es una sirena. En efecto, nos sentimos atraídos por nosotros mismos, pero enfocarnos en nosotros mismos nos ha llevado a la ruina. El discurso del «yo puedo hacer esto» y el valernos por nosotros mismos nos ha agotado. Ahora vemos que no hay descanso para quien depende de sí mismo para todo. Nuestra actual condición de crisis no es lo que el Dador de la vida pretendía. Él nos creó de una manera específica, para un propósito específico. Y pretendía que nos llenáramos de energía y alegría en una relación con Él. Admitamos que no somos suficientes, y acudamos al Dios que sí lo es.

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Preguntas para la reflexión personal o el debate en grupo 1.  ¿Cuáles son algunas de las cosmovisiones tácitas de la época en que naciste?

2.  ¿Qué ideas de la cosmovisión de los siglos xvii, xviii, xix o xx observas en la cultura actual?

3. ¿Qué problemas detectas en el concepto de la autoayuda?

4.  Piensa en nuestra tendencia cultural a definir la realidad en lugar de descubrirla. En otras palabras, tendemos a exigir que la realidad se ajuste a nuestros deseos, en lugar de lo contrario (adaptarnos a la realidad). ¿Cuáles son algunos ejemplos de la vida real en los que esto es problemático?

5.  ¿Estás de acuerdo en que «el yo moderno es abrumador»? Reflexiona sobre el ciclo que requiere la autodeificación:

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debemos adorarnos a nosotros mismos para sostenernos, para convencernos de que somos suficientes y dignos de imitar. ¿Has experimentado esto?

6.  Lee Colosenses 2:8 y Romanos 1:28‑30. ¿Cómo se aplican estos versículos a nuestra cultura actual?

7.  Pídele a Dios que te revele dónde te has conformado a los ideales de la cultura en lugar de a los ideales de Dios. ¿Dónde has entregado tu mente, y dónde necesitas ser renovado?

8.  Medita en Romanos 15:13 y pídele a Dios que se te revele y te muestre dónde puedes encontrar un gozo duradero a medida que avanzas en este libro.

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