V
IVÁN GARClA GUERRA
revive aquel nefasto día. Pudo haber sido inclusive la razón de su vida; el único resultado o justificación de sus estúpidos sufrimientOS ... si aquello no hubiera pasado. Un año después o antes, tiene veintidós, cuando conoce a Josephine Dubois, una hermosa muchacha de carnes prietas y turgentes. Con suficiente temor; pero con mucho mayor deseo se enlía ofuscadamente con ella. Ella es católica; se crió con una familia dominicana que la quiere mucho, y que hasta le hubiera gustado que se casara con algún mulato de aquí. No han visto con muy buenos ojos las relaciones con Gaspard; pero como ella es fuerte de carácter y ellos lo saben han consistido en que se junten; pero según las reglas; o sea, después de un matrimonio por la iglesia. Yal muchacho le da lo mismo; así que acepta: ella vestida de blanco y él, con un saco que le consiguió el mismo cura de alguien de su parentesco, protagonizan la ceremonia en la capillita destartalada que queda en lo alto de la loma. Por poco no pueden hacerlo, porque él no tiene acta de bautismo; pero le aseguró al cura que le habían bendecido en su pueblo cuando era un carajito, y sólo miente a medias; porque la verdad es que el sacerdote voudou de allá lo inició en un riachuelo, yagua es agua. Y, no puede negarlo, se siente satisfecho con lo que hace. ¿Cómo rechazar el placer que tuvo en tantas noches, y de qué manera renunciar a la gloria que disfrutó con el nacimiento de su dulce negrita. Además, ya lo sabe: nada puede hacer para impedirlo. Eso es lo que la vieja leedora de los pensamientos llamó destino; esa intragable mierda que constituye la urdimbre de su vida. De la de él y de la de ellas y de la de todos, aunque los demás no sepan en qué pararán. La culpa la tiene el maldito tirano. No tendría que importarle nada a él, ni a ninguno de los que se quejan porque les lesiona su economía que ellos trataran de vivir decentemente. Y una persona puede trabajar por su mejoría sin importarle si es allá o aquí. Del 378