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BITÁCORA DE VIAJE VI

Bitácora de viaje

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Por Iñaki Manero

BITÁCORA DE VIAJE VI

Mientras el tigre no puede dejar de ser tigre, no puede destigrarse, el hombre vive en riesgo permanente de deshumanizarse. - José Ortega y Gasset

finalmente, llegó la vacuna; como si la humanidad hubiera encontrado el Santo Grial de aquellas historias artúricas. Y con esa certidumbre, nos hemos lanzado nuevamente a las calles con la advertencia de la falsa sensación de seguridad. No importa. En una sociedad autosecuestrada, únicamente escuchamos las primeras palabras. El resto lo oímos. Tan sólo ruido. La llamada de atención sobre los tiempos y prioridades para administrar la cura, jamás la advertimos por la resonancia de las primeras palabras, del encabezado. Por eso va en letra grande: YA HAY VACUNA. El resto de la historia, que ocuparía lo que antes significaba brillar a ocho columnas (por eso, a la nota más importante en cualquier lugar se le llama “la de ocho”) se pierde en la falta de concentración ante mil y un ilusiones postpandémicas: adónde saldré a pasear, cuándo veré a mi amor, en cuánto tiempo podré abrazar a mis padres, en cuanto me pongan la inyección, iré dos semanas seguidas al cine… Mientras unos siguen pensando de qué manera utilizan el descubrimiento científico para que les cale otro anillo al dedo y sacar raja política para elecciones futuras (a quien le quede el saco), otros verán la manera (escribo en futuro, pero en estos momentos me entero que alguien ya recibió notificación en su grupo de “guats”) de inventarse vacunas vendidas en redes sociales sin tener que pasar por el tortuoso sistema de prioridades universalmente aceptado en donde el personal de salud, los grupos vulnerables y gente de la tercera edad tienen mano. La pandemia nos ha mostrado lo mejor y lo peor del género humano y por supuesto, ya tenemos candidatos a regir económicamente los destinos del mundo. Para China, el ser hasta ahora, el epicentro de la infección planetaria, ha quedado atrás. Brote, rebrote o recontra rebrote, han demostrado que la disciplina es factor indiscutible en el concierto internacional para estar a la cabeza en cualquier ámbito en que fijen sus metas. Colectivamente, sin hacer juicios de valor sobre sus métodos pasados o presentes para conseguir la obediencia social, son dolorosamente incomprensibles para los habitantes de las antípodas. Somos incapaces de entender por qué demonios ellos ya salieron y nosotros no hemos domado ni aplanado nada. Y tal vez nuestro orgullo no nos permita reconocerlo. Rusia, esa vieja cristiana de ritos y costumbres raros que no ha sido ni de aquí ni de allá para occidente, ha comenzado la

inmunización masiva de una panacea presentada casi con desfile por la Plaza Roja de Moscú con un 100 por ciento, dicen, de efectividad, causando que la comunidad científica internacional levante la ceja no tanto por escepticismo, sino por intentar comprender hasta dónde puede llegar esa capacidad para la propaganda que jamás se perdió cuando estaban disfrazados de comunistas. Ningún médico honesto te dará jamás un cien por ciento de nada. Y sin embargo, esa necesidad nuestra de creer en algo ante la desesperación, como la que provocó la euforia por el monje Rasputín con un par de trucos de hipnotismo y prestidigitación, tiene a esta república neozarista en la vía correcta para conseguir esa supremacía que tanto politburó, tanta Perestroika y tanto vodka le negaron durante décadas. Estados Unidos pudo llegar antes a la luna, pero ellos, ¿llegarán primero a la restructuración económica? Es una apuesta muy dura brincándose pasos de un protocolo que normalmente lleva años o décadas. Si esto es un farol, millones de personas lo pueden pagar caro y el prestigio de un jefe de Estado que sigue la tradición de zares y líderes soviéticos eternizándose en el poder habría llegado a su fecha de caducidad.

Dos ejemplos, dos de lamentablemente muchos, de cómo la geopolítica está muy por encima de los actos desinteresados y de los adelantos científicos aparentemente puestos libremente al alcance del género humano sin compromiso. La factura llega después. Para la reflexión, luego de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos puso en práctica el llamado Plan Marshall para la recomposición económica de un planeta devastado por la conflagración. El autoproclamado mundo libre obtuvo sus plantas de Coca Cola y en el otro lado del tablero, las piezas se movieron con fuerzas revolucionarias hacia el polo opuesto. El universo se dividió. En esta ocasión, es igualmente un antes y un después en nuestras peripecias de homínidos. Cabe la pregunta: ¿En dónde está la compasión por el sufrimiento del otro? ¿Tal vez únicamente sea un mero subproducto luego de recoger las utilidades del negocio? ¿En el nuevo orden mundial vendrá el devolverle, literal y figurativamente el aliento a millones como parte de otra consciencia global? ¿Obedece a un acto de amor desinteresado? ¿Milagro de Navidad o mercadotecnia de temporada a gran escala? ¿Es ese riesgo permanente a la deshumanización que temía Ortega y Gasset real? O quizás no sea un riesgo; tal vez somos ese tigre que no puede negar, aunque quiera, que no quiere, su naturaleza. De todos modos, intentemos en lo familiar, en lo personal, recuperar lo rescatable del naufragio epidemiológico. Algo habrá por ahí, escondido, debajo del árbol. Felices fiestas, en la sana ignorancia.

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