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Al romper el día
El domingo 9 de enero a las 23:30 me tumbé en la cama después de ducharme, me puse a pensar, y me di cuenta de lo rápido que habían pasado las Navidades. Parecía que solo había transcurrido un fin de semana
desde el último día que asistí a clase y ese momento en el que me encontraba mirando al techo. Ese
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domingo era el último antes de comenzar de nuevo la rutina. Sin
ser todavía consciente en ese
preciso momento, la mañana siguiente a las 7:15 me estaría levantando para desayunar, coger el autobús e irme de nuevo al instituto.
Ese primer lunes después de la vuelta fue un tanto extraño. Había
muchos profesores y compañeros confinados y tuvimos guardia en varias clases. Nada más llegar a casa me empezó a doler la garganta, y después de realizarme varias pruebas de antígenos, di positivo en COVID-19 el miércoles 12. El
resto de la semana, incluyendo el lunes y el martes de la siguiente, tuve que quedarme confinada en mi habitación.
Al principio me agobié al pensar que me iba a perder una semana de clase, pero fue al contrario. Pude seguir perfectamente las clases desde casa e incluso en
algunas asignaturas como TIC, adelanté prácticas que todavía mis compañeros no habían realizado. Cada docente de cada
asignatura me mandó la tarea a realizar durante esos días, y de esta forma pude seguir diariamente las clases. Además, tanto en Inglés como en Economía, y para no perderme las explicaciones del temario, pude estar presente en las clases con el resto de mis compañeros a través de las llamadas.
Esas clases online me recordaron
mucho a la semipresencialidad del curso pasado, donde todos mis compañeros y yo nos conectábamos mientras la otra
clase, a la que no veíamos en todo el curso, estaba sentada en los pupitres que ocuparíamos nosotros las siguientes tres horas.
La semipresencialidad estaba bien en cuanto a aquello de levantarse más tarde los días que tocaba ir las tres horas después del patio, pero verdaderamente la presencialidad es mucho mejor. Excepto Matemáticas, el resto de las clases las podía seguir a la perfección, pero no era lo mismo preguntarle una duda a un profesor en la propia aula que en casa. De hecho, el curso pasado no podía conectarme a tiempo a las horas que tocaban después del recreo, y a veces, había problemas con las llamadas.
Sin embargo, la semana que he estado encerrada no ha habido
ningún problema. Estoy segura de que si alguna vez, debido a las circunstancias, es necesario recurrir de nuevo a la
semipresencialidad, esos pequeños inconvenientes del curso pasado ya no ocurrirán, y las clases online nos harían
sentirnos como si estuviésemos
presentes en el aula todos juntos.






En primer plano, la señal de tráfico que alerta de la presencia de alumnos. Al fondo, nuestro instituto.