La Palanca 12

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LA PALANCA 12 VERANO 2009 #

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LA PALANCA 12 2009 #

VERANO

Presentación: Conforme la realidad se torna más hostil y estrecha, los espacios dedicados a la imaginación se vuelven necesarios. El arte y la literatura nos proporcionan la grata sensación de un respiro, incluso, cuando sus manifestaciones retratan, cuestionan o ironizan las circunstancias en que se define la idea de realidad. El poeta irlandés Seamus Heaney habla de la restauración de la poesía como un principio de integración y como una alternativa para mirar hacia un mundo distinto: “Para lograr la reparación por parte de la poesía no es necesario que el poeta busque deliberadamente un cambio social o político”, es decir, que por sí misma la creación poética se convierte en una alternativa frente a la dificultad —y esto vale por igual para el arte—. Por esta razón insistimos en preservar y en continuar con un proyecto como LA PALANCA, pues nos complace la sola idea de intentar construir un espacio para la imaginación como una alternativa o como un respiro frente a lo rutinario y adverso. W. B. Yeats (1865-1939) fue una de las figuras sustanciales de la literatura del xx. El simbolismo y el rigor estético sobre los que reposan los versos de este auténtico bardo, fue un pretexto para realizar —y recuperar— un ejercicio de adaptación poética. Yeats pensaba que los símbolos emocionales y los símbolos intelectuales que participan en el poema dentro de un ritmo particular, convocan y suscitan nuevas emociones, nuevas maneras de reflexión y nuevas formas de creación. En este número presentamos la obra de Mariana Magdaleno, a través de los distintos proyectos que conforman su particular discurso estético y en el que resaltan la calidad de su dibujo y la manera en que aborda ciertas problemáticas como la identidad del individuo, el inconsciente, los límites de la corporeidad y la violencia moral. La diversidad creativa que nutre nuestras páginas nos permite insistir en la importancia de las formas de expresión: escritura, dibujo y música conviven en LA PALANCA 12, a través de la palabra y el trazo: poesía de Roxana Elvridge-Thomas y Francisco Fenton, una entrevista realizada por Guillermo García con el músico Alonso Arreola, una farsa de Enrique Olmos de Ita, un relato de Geney Beltrán y un saludo al libro Una vista a Marius de Zayas, junto con un poema visual del fundador de la revista , que fue publicada en el amanecer del siglo pasado y que reconocemos abiertamente como influencia de LA PALANCA... Bienvenidos a bordo.

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Índice: 5. W.B. Yeats, Poemas. 8. Geney Beltrán, La hija. 16. Roxana Elvridge-Thomas, Poemas. 18. Mariana Magdaleno, Identity Issues. 24. Guillermo García, La música como horizonte. 29. Enrique Olmos de Ita, ¡Te rogamos Señor! 34. Francisco Fenton, Poemas. 36. Antonio Saborit, Una visita a Marius de Zayas.

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LA PALANCA

Edición: Diego José. Arte y diseño: Pablo Mayans. Consejo de colaboradores: David Maawad Geney Beltrán Félix Jair Cortés Alberto Tovalín Daniel Fragoso Joan M. Puig

Agradecemos profundamente el apoyo y entusiasmo para la realización de este proyecto: Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Hidalgo Lourdes Parga Sergio Aranda Carmen Ubaldo Trico Pachuca Pedro Liedo Jaime Lavaniegos

HG Comunicación Misión y Visión de México, A.C. Ricardo Hernández Rafael Hernández Arturo Bulos

Tecnológico de Monterrey Campus Hidalgo Claudia Gallegos Jaquelina Santana

Preparatoria Elise Freinet Alfredo Rivera

Instituto Hidalguense de la Juventud Palmira Venero Daniela Méndez

Offset Santiago Samuel Sadovitch

Galería La Refaccionaria Edgardo Ganado Kim LA PALANCA se terminó de imprimir en julio de 2009 en los talleres de Offset Santiago, Rio San Joaquín, 436, Col. Ampliación Granada, México D.F. Para su composición se utilizaron tipos de la familia Century Schoolbook. La tipografía y el logotipo de LA PALANCA son BD PLAKATBAU del Buro Destruct: www.typedifferent.com Para consultar las referencias de nuestros colaboradores y otros contenidos:

LA PALANCA en línea: www.lapalancax.blogspot.com El contenido de los artículos y el arte es responsabilidad de sus autores. Todos los registros en trámite. Para más información sobre la obra de Mariana Magdaleno: www.larefaccionariagaleria.com www.marianam_l@hotmail.com

Portada: Mariana Magdaleno, La tarea, de la serie: Identity Issues, bolígrafo y acuarela / papel. Pág. 2: Mariana Magdaleno, de la serie: Niños Cerdos, bolígrafo y acuarela / papel. 4


Poemas W. B. Yeats

La alborada

(Versiones al español de Diego José)

Seré ignorante como la alborada que ha mirado bajo de sí a la vieja reina que mide un pueblo con el alfiler de un prendedor, o hacia los confusos hombres que contemplaron desde pedantes babilonias a los descuidados planetas en sus órbitas, las estrellas apagándose con la luna, que tomaron sus tablillas e hicieron cálculos; debo ser ignorante como la alborada meramente en la quietud, balanceando la centellante carroza sobre los nublados lomos de los caballos; seré —porque ningún conocimiento es valioso como la paja— ignorante y juguetón como la alborada. The Dawn I would be ignorant as the dawn That has looked down On that old queen measuring a town With the pin of a brooch, Or on the withered men that saw From their pedantic Babylon The careless planets in their courses The stars fade out where the moon comes, And took their tablets and did sums; I would be ignorant as the dawn That merely stood, rocking the glittering coach Above the cloudy shoulders of the horses; I would be —for no knowledge is worth a straw— Ignorant and wanton as the dawn. Adonde van mis libros Todas las palabras que he recolectado, y todas las palabras que escribo, deben desplegar sus alas infatigables, y jamás reposar su vuelo, hasta que vayan donde tu muy triste corazón esté. Y canten para ti en la noche, más allá, donde las aguas se estremecen, oscurecida tormenta o estrellado brillo.

Where My Books Go All the words that I gather, And all the words that I write, Must spread out their wings untiring, And never rest in their flight, Till they come where your sad, sad heart is, And sing to you in the night, Beyond where the waters are moving, Storm darkened or starry bright.

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Dulce bailarina

Mariana Magdaleno, de la serie: Coincidencias, bolígrafo y acuarela / papel.

Bailando va la niña sobre la mies recién segada, suave parcela del jardín; escapó de una juventud amarga, escapó del alcance de su público o fuera de su negra nube. ¡Oh bailarina, oh dulce bailarina! Si viniesen extraños de la casa para llevarla lejos, no digan que ella es feliz siendo loca; gentilmente guiados por el mal camino; dejadla concluir su danza. Dejadla concluir su danza. ¡Oh bailarina, oh dulce bailarina! Sweet Dancer The girl goes dancing there On the leaf-sown, new-mown, smooth Grass plot of the garden; Escaped from bitter youth, Escaped out of her crowd, Or out of her black cloud. Ah dancer, ah sweet dancer! If strange men come from the house To lead her away do not say That she is happy being crazy; Lead them gently astray; Let her finish her dance, Let her finish her dance. Ah dancer, ah sweet dancer!

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Leda y el cisne Un súbito soplo: las grandes alas baten todavía sobre la muchacha perpleja, sus muslos acariciados por las oscuras membranas, su nuca prisionera del pico, él ciñe su desvalido pecho contra el pecho.

Un estremecimiento en las ijadas engendra el muro en ruinas, las tejas ardientes y la torre y la muerte de Agamenón. Tan capturada, tan dominada por la sangre brutal del aire, ¿pudo ella poseer el conocimiento con su poder antes que indiferente el pico la soltara? Leda and the Swan A sudden blow: the greats wings beating still Above the staggering girl, her thighs caressed By the dark webs, her nape caught in his bill, He holds her helpless breast upon his breast. How can those terrified vague fingers push The feathered glory from her loosening thighs? And how can body, laid in that white rush, But feel the strange heart beating where it lies? A shudder in the loins engenders there The broken wall, the burning roof and tower And Agamemnon dead. Being so caught up, So mastered by the brute blood of the air, Did she put on his knowledge with his power Before the indifferent beak could let her drop?

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Mariana Magdaleno, de la serie: Coincidencias, bolígrafo y acuarela / papel.

¿Cómo pueden los atemorizados dedos empujar el glorioso plumaje de sus abandonados muslos? ¿Y cómo puede el cuerpo, contenerse ante tan blanco ímpetu, sino sentiendo un extraño latido en el corazón, ahí donde se pierde?


La hija Geney Beltrán

El dolor es repentino. Como si una hoja cortante le cruzara de un lado al otro los oídos,

el paso, no ver nada, corre ahora, ¿por dónde salgo, cómo salgo? Reduce la marcha, sólo

le queman las sienes, cierra los ojos, aprieta los dientes, dobla el cuerpo, jala aire, todo es

camina, debe huir, le falta el aire, no habrá nada, no ser cómplice de ninguna destruc-

negro, la luz vuelve, gritos, la explosión. De a poco se yergue y deja caer la espalda en el

ción. Cuando, impaciente, toma el taxi, llega

soporte de la silla. Jala un respiro. Han sido seis, ocho segundos. Los sonidos

a sus oídos el tronido tumultuoso como una hacha densa por el aire.

del micrófono vuelven a buscarlo. Ve detrás de sí por los cristales oscurecidos los avio-

—¡Verga! —grita el conductor. Es un hombre de cincuenta años, calvo, robusto y

nes, el sol se hunde más allá de los edificios en la distancia gris de la Ciudad, la gente se

de cara grande—. ¡Qué fue eso! —¡Maneje! Tengo prisa...

levanta de las sillas y una fila se forma ante dos jóvenes —un hombre, una mujer— de uniforme azul. Saca el boleto de la camisa. Lo escruta como si lo viese por vez primera y no recordara que en pocas horas su hija lo espera en Londres. Como si él no fuese sino un intruso que se ha robado su piel: su cuerpo (sin aviso). Londres, no. Al revivir la raya caliente en su cabeza —haberse visto en el asiento 23A, del lado de la ventanilla, primero el fuego en la cabina, luego gritos de pánico, el ruido negro que rompe los oídos, bolas de magma frente a sí, él mismo consumiéndose abierto en pedazos—: Nada va a pasar (se dice). Eso (insiste) nada es, y no será. No puede levantarse. Sólo quedan tres, ahora dos pasajeros por presentar su boleto, por entrar en el pasadizo rumbo al avión, sólo él. No ha de subir. Le suda la calva; el sudor le recorre las axilas y el cuello. Vuelve a sus ojos la pesadilla que estalla —un hocico oscuro vuelto lava—, rompe el boleto, se dirige a la salida, no volver la vista atrás, tropieza con las filas de asientos, recompone

El taxista duda. Tiene la mano en la llave a punto de encender el motor, gente corre hacia las salas del aeropuerto —la voz en el asiento sin embargo insiste: —¡Vamos, caramba! Algún percance de mierda. Conduzca... El hombre pone en marcha la máquina. El escritor cierra los ojos. Las arrugas se le forman en el rostro como grietas de arena (arroyos secos). Tiene 53 años. Una hija de 28. Y ahora congoja: un animal muerto en la laringe. Toman Bulevar Puerto Aéreo. El taxista prende el radio y las noticias llegan como en un acoso de libélulas incendiándole el oído. —¡De no creerse! El vuelo México-Londres, de British Airways, explotó antes de siquiera despegar del Aeropuerto de la Ciudad... El estallido: quemazón ahora en el estómago. Al entrar a su departamento cierra con doble llave. Toma una botella de vodka y se sirve en un vaso con hielo y jugo. Tira un poco (la mano inestable). Sólo debía (se dice) subir al avión. Saludar a las sobrecargos,

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Mariana Magdaleno, sin título, tinta china y acuarela / papel.

recordar la primera vez que voló a los 17 años, con la cabeza llena de sueños de gran escritor y novelas geniales, cerrar los ojos antes de que la nave se separe de la tierra y escuchar alaridos y disgregarse en pedazos calcinados a lo largo del aire huérfano de la Capital. No ver a su hija para no decirle: Lo supe. Huí. Se lleva la mano, que le tiembla, rebelde, a la calva. ¿Estela, un nombre? La mujer se le escapa, sus rasgos: un lunar, una cadera pálida, sus labios gruesos. Lleva dos meses sin escribir. Desde aquella muerte ha tomado distancia: sus amigos, alumnos, las clases (de literatura, en la universidad). Ahora, Londres. Más que por su hija, que siempre lo ha expulsado, instintiva, con los ojos, ha pensado en nacer en otro aire y estar lejos de una Ciudad inabarcable y violenta en cuyas esquinas busca siempre a Estela y de la que, por su carácter de perro aislado, casi nunca ha salido. Ahora que, un intento. Otro trago al vodka. Los dedos insisten en saltarle (son breves víboras peleando con su miedo). El sueño es simple y larga su impaciencia: él avanza por una calle que no conoce, un rumbo o una ciudad en la que nunca habrá estado; no hay nadie, sólo se ven comercios abiertos bajo la luz de un mediodía gris y ventoso que se aclara de a poco en una blancura tosca, de quirófano. Según camina, su

desesperación crece, oye sonar un teléfono. Timbra sin fin; él entra a cada local y no distingue aparato alguno en los escritorios, los archiveros, en ningún lado. Sale a la acera y entra al lugar vecino. El sonido resiste en su cabeza como el llamado de un animal burlón que se esconde a sus pasos. Al fin, abre los ojos. Desde la sala llega el aullido del teléfono. Le duele la cabeza como si le taladraran una capa craneal, y otra luego, y una más. Se ve a sí mismo con el pantalón y la camiseta del día anterior, camina a la sala. —¿Papá? ¿Estás bien? Observa el identificador de llamadas. Hay 25, las recorre todas, mismo número: ¿Luvina? —Sí... Ella llora del otro lado de la línea. —Tuve miedo... —Estoy bien —se sorprende de escuchar su voz: ¿sabrá esta chica con quién está realmente hablando? —Papá... En la aerolínea no me supieron decir si habías tomado el vuelo, ¡te estuve marcando! —Estoy bien —sonríe, su sonrisa se apaga; querría colgar—. Tengo sueño... Apenas cuelga y camina al baño, vuelve a escuchar el timbre. Cree al principio que es su cabeza que busca lanzarse al suelo. Y no: —Háblame pronto… —dice la voz muy lejos.

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Durante la enfermedad de Estela, él tuvo una hambrienta búsqueda de sexo. La engañó con prostitutas y con dos viejas amantes mientras ella se volvía un guiñapo ojeroso en el hospital. Luego él llegaba, relajado y contrito, a hablarle sobre una película, un libro, un recuerdo de infancia, como si diera por hecho que ella habría de sanar un día: pronto, sí. Desde su muerte, no ha sentido el deseo por nadie. Bajo la regadera, toma el pene y lo frota (se urge a convocar cuerpos desnudos). La carne no responde. Imágenes lascivas, ninguna tampoco: nada emerge al engaño del iris de adentro. Cierra la llave. No es él mismo (se dice). Son otras, y ajenas, a la manera de bruscas piedras abriendo el agua de un pozo, las imágenes que irrumpen con el aire familiar que tendrían en otra mente. Una calle soleada, el rostro ajado y pálido de una mujer de pelo largo. Creería soñar espejismos que (¡es esto!) son más que sólo inexistencias subjuntivas y tienen solidez de tierra: no en él (no en su pasado). Discordancias. Ahora entonces. Ve un cuarto, una cama, una espalda. Así: su pene ahora erecto. Es. Luego de vestirse y sin haber desayunado, sale del departamento con una bolsa de libros. Camina a la avenida, deja la bolsa bajo un árbol; sube a un taxi. 1 Con la frialdad de un niño que no luce conciencia de lo que sucede en torno suyo, Roger marcó el teléfono de su suegro, al otro lado del océano. Nadie contestó. La joven le habló a su madre, también en México. Al oírla alterada, Gabriela le pidió considerar otras (acaso) causas o raíces de ese hecho aún nebuloso: quizá llegó tarde al aeropuerto, el taxi que lo llevaba habría tenido un accidente mínimo. Luego Roger estuvo llamando a la aerolínea (no supieron informarle).

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Él salió a sus cosas cotidianas; ella se dedicó a llamar, insistidamente. Era muy tarde cuando el hombre contestó. Y no la llamó después. Del martes al viernes ella no tuvo noticias. Le pidió a su madre que fuese a buscarlo al departamento, sin suerte. Llamó aquí, llamó allá: nadie sabía. (Pero él no es impulsivo, se decía.) Decidió hacer el viaje. Roger y su madre buscaron disuadirla. Avisar a la policía: no le interesaba. Ya 28 años de edad: y llevaba seis, desde que terminó la carrera, concentrada en huir de su país lisiado para darse otra tierra, una propia —un destino como científica—; ahora con todo se escuchaba hacerse recriminaciones, como pasos acercándose en un callejón: ¿qué había dejado de hacer por su lado? Desde el divorcio, cuando tenía tres años, ella y su padre no vivieron nunca juntos. Su relación no fue fantasmal, tampoco fuerte. Ella se intuía segregada, como agua ante aceite, y él no se proponía tampoco acercársele más allá de cierto límite levemente concernido. ¿A qué venía esto de buscarlo ahora? Por interpósito personaje, él la había matado varias veces (luchas de padres e hijos, rechazo de la paternidad por hombres cobardes, ésas sus historias). Sabía además que, desde la muerte de Estela, él daba señales de aislarse más de lo habituado en su carácter, aunque mucho le gustaba también —se dijo— vestirse de pobre diablo digno de lástima, un sombrío huérfano viviendo de palabras ajenas (del temor al desdén ajeno). Por la Guerra, no pudo volar sino hasta la madrugada del sábado; incluso hubo que hacer una escala en Monterrey. Durante el vuelo pensó en él con el ánimo recapitulador de quienes madrugan en una funeraria. La revisitaron viejas palabras, como gotas gruesas vulnerando un techado. Ella, en la infancia, más de una vez le preguntó: «¿Por qué escribes tanto?» Él respondía, empinando el índice derecho, ahuecando la voz, obstinado


en el barítono cariz del solemne: «Para que cuando tengas mi edad este país que ves, y que hoy es un error, una plaga, un agujero, sea otro entonces». Ella callaba, corría, pedía comprar un globo. Nunca supo siquiera si debía entender la respuesta, pero ahora hurgaba en la piel fósil de esa resonancia. Su padre había quedado muy lejos —¿se burlaba?—: sí, vamos, de nada le había servido al país que él escribiese tanto. Todo peor, veinte años después: Sinaloa y Baja California separadas, hoy narcorrepúblicas de facto; los bombazos en un hotel de Cancún matando a 120 empresarios en una convención, el avionazo del domingo, adjudicado a la Milicia de los Radicales de la Crisis, un brazo dizqueguerrillero del narco. Aquel país —ya no el de ella— se había venido destruyendo con el hambre inútil de un buitre que se alimenta de sus vísceras purulentas. Y ella había elegido irse de esta tierra, al amparo de una beca (doctora en ciencias biomédicas: nunca volver). Llegó al aeropuerto de México, la esperaban Gabriela y Lucio. La llevaron a casa, desayunaron; le telefoneó a Roger. La madre la llevó al domicilio del hombre, esperó en el auto. La joven oprimió el botón de la portería. Abrió una mujer gorda, de lentes de fondo de botella y una mancha violeta en la mejilla. Luvina enseñó una identificación para probar su parentesco con el dueño del 203. La señora le esquivaba los ojos, balbucía noes y nosénadas: días de guerra tatuados en sus gestos. Sólo al ver a la hija que lloraba, aceptó abrir. 2 El suspiro —un coletazo dulce— del aire le movía el mechón sobre la frente. Recargado su cuerpo sobre el barandal del quiosco, levantó la barbilla. Frente a sí: una plaza pequeña, al lado una iglesia de fachada blancuzca, tres mujeres de piel morena caminaban de prisa, bancas solitarias

y ­sucias, árboles en tierra seca, taxis detenidos en la calle, un abarrote y una fonda, aceras estrechas. Una semana atrás no se habría de ningún modo imaginado hallarse aquí, ahora: una ciudad mínima, no Londres, no el De Efe. Más delgada y pálida, ella tenía sueño; se vio el pantalón de mezclilla sucio, la blusa rosada, el suéter contorneando la cintura. Escupió. Bajó del quiosco, hacia una banca: alguien la había vomitado. El vómito estaba seco. Imaginó lo que diría a los reporteros: Cuando supe que un avión había explotado en el aeropuerto de la Ciudad de México, fue como si me cayera vidrio en las venas. Todo había pasado cuatro horas antes, cuando era de madrugada en Londres, mientras yo dormía. ¿Cómo era? Un escritor conflictuado, monótono en sus convulsiones. No tan buen padre. Eso, mejor, en su novela. Iniciar con esa muerte de un hombre en el smog enfermo de la Capital. De ahí, volver a su infancia (país insuficiente de entre todos), el episodio de la paleta payaso negada en el súper de San Jerónimo. Aunque, mejor no. Luego del viaje desde la Ciudad de México —detenido por retenes de soldados con lámparas que lanzaban su luz, biliosa serpiente, a los ojos mientras ladraban: su identificación, señorita—, buscó un teléfono público para llamar a Roger y su madre, pero ninguno de los aparatos que halló en las instalaciones de la terminal servía. A uno le faltaba la bocina; otro tenía los botones saltados. El móvil seguía muerto. Tomó un taxi que la llevó a Zacatel. Luvina encontró la cortina cerrada. En la pared se veían los horarios. Luego buscó un restaurante. Luego, a la plaza, al quiosco. Aquí, frente al vómito. Se quitó una mosca que le ronroneaba por el rostro. Su novela, que había empezado años antes y que desde hacía tiempo (resaca y pasión del ­doctorado)

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raramente retomaba, era —no saberlo: cómo— una vil venganza postergada. ¿Así se habría sabido él delatado al escribir sus ficciones de abandono y violencia hacia hijos alevosamente repelidos? En ella habían estas fabulaciones comenzado a partir de un sueño diurno en su adolescencia, esa vez que él no llegó a su fiesta (¿17, 18?) de cumpleaños por andar (según dijo después) muy deprimido: el cadáver de ese hombre entonces entrevisto: se imaginaba asistiendo al sepelio, escupiéndole (falsamente vengativa) el rostro amarillento en la caja. Escupirle no: derramarle un vaso de café caliente en el pecho, rasguñarle sin profundidad una mejilla, aplastarle apenas la cara con la mano. ¿Odiarlo? Tanto no así. Ni eso. Frustración acaso: un padre débil y miedoso en tiempos de furia necesaria. Por eso: no escribir. No parecerse a: no incurrir en la cobardía de quien sólo imagina, el impostor que vende palabras como cuchillos de plástico reventados contra la dureza del instante. 3 Temía encontrarlo muerto. No halló a nadie. Ni una nota. Con ganas de dejar salir el llanto, se tiró en el sofá. En la mesa de centro, una botella vacía, un vaso, dos envases de jugo también vacíos. La administradora desde la puerta la miraba. —¿Ya terminó...? Luvina trató de sonreír (abría mucho los ojos). Se levantó del sofá y salió del depa. Estaba la mujer por cerrar cuando sonó el teléfono. Luvina corrió sin aguardar a la reacción molesta de la administradora. —¿Bueno...? —Un momento, le comunico. —¿Bueno...? —... —¿Papá...? ¿Bueno? —... Oyó un respirar calmoso del otro lado

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de la línea (nada más eso). Revisó el identificador. Amén de su número de Londres y varios locales, había desde el martes cinco llamadas del mismo teléfono, con una clave de larga distancia nacional. Oyó por la línea el carraspeo de la voz muda. Colgaron. Luvina tomó pluma y papel. Apenas llegó a casa de su madre, marcó el número. Una voz de hombre (¿un locutor de radio?) contestó algo que Luvina no pudo entender. Ella preguntó por su padre. Le dijeron que estaba equivocada. Dijo que no, que habían llamado de ese número a casa de su padre hacía cuarenta minutos. —Mire, en Zacatel rentamos cabinas de teléfono. La gente viene, pide una llamada, la hace y paga. —Mi padre está desaparecido. —¿Qué número es? —preguntó el hombre, mudando de actitud. Pidió a la joven que esperase—: Si no me equivoco, es un tipo medio sesentón el que ha venido a llamar. Olía mucho a trago. No lo conozco, se me hace nuevo por el rumbo. —¿Cómo es? —Alto, está calvo, piel blanca, ojeroso. Muy ojeroso. La voz le saltaba a la joven al pedirle al hombre la dirección del local. Oyó Jerez, Zacatecas. El locutorio: Zacatel, ciertamente. Colgó sin entender qué sucedía: todo como un batir de moscas forcejeando en la garganta. 4 Pero el local telefónico no ha abierto. Ya fue de nuevo a Zacatel, ya ha vuelto al parque. ¿Se ha equivocado? Tendría que ser una rotunda trampa del mismo azar. La descripción dada ayer por el hombre de Zacatel corresponde a la de su padre. «Nuevo en el rumbo», dijo. Luvina se sienta en la misma banca, frente a la que tiene costras de vómito. Le duele la cabeza, como si una piedra le palpitara


Mariana Magdaleno, sin título, tinta china y acuarela / papel.

bajo el cráneo. Desea irse a dormir un rato y olvidarse. Su mamá se opuso a que hiciera el viaje. «¡Habla a la policía, que ellos se encarguen!», dijo varias veces. ¿Qué estará él pensando ahora?, se dice, mirándose las uñas. Se dobla sobre la banca y abraza la mochila como protegiéndola, como si fuera un bebé. No dura mucho así. Se yergue, aguzando la vista más allá de las bancas, en dirección al templo. Inquieta, camina y se mete en él. Lo halla vacío. Sale; ve el sol arriba, matando el aire. Se dirige al mercado municipal. Pasa al lado de almacenes de ropa, mercerías, una farmacia; Luvina acelera el paso, mientras más camina más se llenan los pasillos de cuerpos y bolsas y voces. De entre la repentina muchedumbre, divisa una como calva a lo lejos. Un hombre alto avanza, la blanca testa inasible. Ella no grita. El pecho la chantajea con un latir de aspas furiosas. Ve de nuevo esa calva. Corre. Pisa en falso, cae, la gente la rodea, murmuran. Cuando se pone de pie, diciendo «Gracias, compermiso», sigue hasta llegar a la esquina. Desde ahí ve la fila de seis, siete hoteles: los anuncios en las marquesinas la s­ orprenden (¿qué lugar es aquí?), como si ese rasgo tan

impersonal de los hoteles —tan desprovistos de raíz, como flotando a la intemperie— fuera incompatible con la aventura de buscar al padre. Teme en cualquier momento despertar. 5 El hombre se extiende sobre el colchón, el dolor de cabeza persiste como un látigo que vigila sus movimientos. Una mujer entra a la recámara, sonriéndole; se sienta en el borde del colchón, lo interrumpe: —¿Y la botella? Él se levanta y entra al baño. —¿Dónde está la botella? —No sé, ya cállate... —responde, y dirige la vista a la gruesa cortina que, cerrada, le da a la habitación un aire de teatro abandonado. —¿Te la terminaste, cabroncito? —¿Por qué hasta orita llegas? La mujer empieza a desnudarse, lo hace con desgana. Se tiende sobre el colchón. —¿No tienes otra botella? Ando cruda. —No —dice el tipo, y se quita la trusa. Se tiende sobre el otro cuerpo, penetra a la mujer. Tocan a la puerta. —¡No hay nadie! —grita él—. Qué la verga —se levanta finalmente. Apenas se enrolla la toalla en la cintura, abre la puerta. Un rostro. Calla; la joven está a punto de acercarse; de inmediato él la aleja:

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—¡Eh! ¿A quién buscas? Ella retrocede un paso, incrédula: —Soy Luvina... Oye... Él cierra los ojos. Una voz, unas palabras como aguijones de aire endurecido. Como si fuera más bien otro y no él quien lo impulsa a mover su cuerpo, sale al pasillo, la toma de la mano y le habla, con dulzura: —Regresa en veinte minutos... De favor... La muchacha se da media vuelta. Las mejillas, consternadas, le arden. Al entrar al cuarto el tipo escucha la voz de la mujer: —¿Quién era? —No te importa... ¿Sabes? Qué la verga contigo. Va de nuevo al baño, se quita la toalla, se ve en el espejo. Con los dedos de las manos oprime sus mejillas como para estirarlas, romperlas, abrir los ojos al máximo, descubrir ahí dentro un territorio que sus ojos mismos no terminarían de todos modos nunca de aprehender. Los nombres vuelven. Contempla a la mujer (su piel desnuda como una ajada sábana); observa su cuerpo, vuelve la astilla de quien no sabe qué sucede en derredor suyo, cómo en el descenso de los días surgen preguntas como alfileres reproduciéndose uno tras otro en la yema de los dedos.

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¿La voz de ayer en el teléfono? Mira el buró. No sabe quién es el dueño de esa cartera, las cuatro tarjetas de presentación ahí guardadas que dicen «Catedrático de literatura hispanoamericana», y una dirección y un teléfono que le son ajenos. Corresponde a su mismo rostro la fotografía de los demás documentos, la licencia de conducir, la credencial de elector, de nuevo ese número telefónico que ha marcado los últimos días en busca de un sentido: no entiende. Sigue observando la cartera como si ésta fuese un objeto maligno y no obstante, común, sin significado. —Lárgate —murmura. —¿Cómo? —Nos vemos en El Piso de Abajo, en la tarde. —¿Qué me dices, mi rey? No… El Piso de Abajo no. Eutiquio me detesta. Mejor El Manicomio, ¿sí? —¿Qué estás rebuznando, pendeja? La mujer se pone de pie, él le ve la espalda blanca como una carretera enceguecida por el sol del mediodía, ella empieza a vestirse en silencio, luego tararea una canción mientras mueve la cabeza hacia los lados. —Me duele mucho la cabeza —él murmura, contrito—. Es todo. —Está bien, está bien. Chau, guapo —la ve salir finalmente. Persiste el dolor de las sienes, aumentado por la sensación múltiple: la suciedad de la habitación como el decorado de un teatro en el que él es un personaje con parlamentos equivocados, el silencio confirmando la inentendible soledad, la fisura en estos días opacos. Va hacia la cómoda y del cajón superior saca una botella. Ve la etiqueta, sonríe. ¿De cuándo acá me gusta tanto esta chingadera? Un rato después tocan a la puerta. El hombre grita: «¡Un momento!» Se viste con torpeza, los labios quemándosele por la humedad del vodka. Abre. —Estás borracho...


él quien golpeó un vientre. Ella nada sabe de una joven que murió en el hospital por patadas y golpes una noche de alta borrachera. Pero él tiene derecho a no saber más. —¡De nadie! ¡Ya, de nadie! ¡Vete a la verga, mocosa ofrecida! Ella lo mira asustada, busca las cortinas, las abre, en busca de auxilio. Mientras lianas de miedo a voluntad le dominan los brazos y las piernas, el hombre toma la botella de la cómoda y su mano la rompe sobre la cabeza de Luvina. Observa el cuerpo en el piso, y también el cuello de la botella que ha quedado en su mano como un mínimo reptil agonizante. Lo tira sobre la mesa. Sale del cuarto, baja las escaleras. En la recepción el Tony grita: «¡Alguien preguntó por ti, Caimán! ¡Una chavala! ¿Ya la viste?» Él sale a la calle, al aire seco del mediodía. Un auto pasa; lo detiene. Al subirse, más allá de su cuerpo nuevamente proscrito (no quiere saber nada de ese plural pasado que le escarba, audaz, las vísceras muy adentro de su juicio), por encima de su lengua alcoholizada, grita al taxista: —¡

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Mariana Magdaleno, sin título, tinta china y acuarela / papel.

Él sonríe (querría cerrar los ojos y que ese rostro se desvanezca en el aire). —Entra. La voz camina, desconfiada. Voltea a verlo: —¡Qué haces aquí! El hombre siente la obligación de explicarle que ha sido ella quien se ha equivocado de persona. Sólo la observa. —¡Tienes que regresar conmigo a México, es una locura! Él trata de responder: por un segundo cree distinguir la huella de un relámpago en sus palabras… Se enoja. ¿De qué le habla? Da un puñetazo en el buró. ¿Por qué viene aquí, surge de la súbita nada como un balazo en la noche, grita cosas, le da órdenes? No puede hablar. Los gritos de ira no salen de sus labios. Ella lo abraza y llora contra su pecho. —¿Qué... chingados...? —el hombre al fin farfulla mientras la aleja con suavidad de su cuerpo. Ella se sienta sobre la cama, voltea a ver las paredes sucias. Con el dorso de la mano se seca las lágrimas. Se recarga en su mochila luciendo la expresión abandonada de una niña, afuera de una escuela, a la espera de sus padres. —Tú no estás loco —se levanta. Fuerte de nuevo, dicta—: ¡Vamos! ¡Vámonos! —le acomoda el cuello de la camisa—. Te llevaré a México... El hombre le da un trago a la botella. ¡Quién es ella!, se aúlla por dentro. ¿Cómo viene aquí a decidir por él? Encarándola, grita: —¡Lárgate! ¡Tú no sabes nada...! Vocifera: ella no sabe que él acaba de salir de la cárcel. Él quiere gritarle que, dos días antes al cumplimiento de su condena, durante el fallido motín en que no aceptó participar, una bala pasó rozándole la oreja derecha. Ella no sabe que él nunca tuvo hijos y que el único que habría tenido, hace muchos años, murió antes de nacer porque fue


Poemas Roxana Elvridge-Thomas

Verano

Mariana Magdaleno, de la serie: Vida, muerte y resurrección, tinta y acuarela / papel.

Se esparcen mieles densas por su cuerpo. Derrama adormecidas infusiones, espesa la sangre lentamente para luego aletargar a los mortales. Pasta en los sudores que alienta, bebe de la sed que explora pieles, deambula por cordura enardecida. Es sabio y cruel. Goza el descaro, la impaciencia, el terror. Ceba ira seducciones luego engulle a los caídos en sus garras. Es ánfora de aceite donde escalda a los endebles, lengua que pasea su sequedad entre los pliegues, golpe de vapor insospechado, clamor que graba el aire de candelas al marcharse. Al cabo de los ciclos volverá.

Mujer que goza al penetrar el humo Vierte al fuego las resinas. Inunda el claro con vapores de maderos, secreciones, asaduras. Se pierde en ese pliegue que se orada en la montaña al elegir los animales, las breas, flores, juncos, pulpas, raíces olorosas. Danza jubilosa entre el humo. Aspira. Impregna los muslos, los pezones. Siente penetrar por sus resquicios ese aroma que satura su delirio. Regresa a la aldea cuando se ha extinguido la emulsión. Pasa al lado de ese hombre que la embriaga aún más que sus mezclas vaporosas y él se prenda del aliento que la envuelve. Se entrega, rendido, a ese cuerpo ahumado, perfumado.

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Dolor Si ves el ciervo herido que baja del monte, acelerado, buscando, dolorido, alivio al mal en un arroyo helado y sediento al cristal se precipita, no en el alivio, en el dolor me imita.

Mariana Magdaleno, de la serie: Vida, muerte y resurrección, tinta y acuarela / papel.

Juana Inés de la Cruz

Indigno romper de columnas desata su acero sediento y vierte calderas de hiel por aletargados, anatómicos surcos. Rata enorme, enloquecida, clava colmillos certeros en pez por demás vulnerable. Ciego látigo. Perfora con furia resquicios, invierte el código errante, corroe los huecos. Deslumbra, certero. Indómito ser inasible, orada la fuerza, tuerce el sentido, aspira el aliento, desarma y se va.

J. Beuys se interna en la hoguera del horizonte La ceniza da cuenta del incendio. Soy ceniza y soy miel y tres vasijas que encaminan al ocaso sus señales. Y soy yo entrando ahora a otra hoguera donde un libro me dicta proteger la flama y me pregunto cómo cuido aquello que me abrasa. Y soy yo en el avión envuelto en llamas cayendo por jirones de aire, después envuelto en grasa y fieltro. Oruga, invertebrado. Como el ave que calcina sus emblemas y renace en turbia larva lubricada. Y soy yo encendido por ese pensamiento que es destreza y es creación, que inflama mis sentidos y mis obras, y mis manos. Y soy las tres vasijas donde viajo entre mieles a fundirme, al fin, ceniza con la flama.

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Identity Issues

El hecho de pertenecer a algo, incluso a nosotros mismos nos lleva a una infinita exploración, generalmente superficial: vestimos de alguna forma, hablamos como alguien más habla, creemos en algo y nos apropiamos de ideas basándonos en el criterio de otras personas; después, tropezamos con nuestras incongruencias o creemos ser excepcionales e indispensables, pero ¿es en realidad esta búsqueda de identidad lo que nos define como personas? Nos preocupa la idea de querer ser aceptados por los demás y más aún por nosotros mismos. Hay diferentes factores que intervienen para que un ser se conforme como persona, sabemos que la sexualidad de un individuo define gran parte de su identidad, aunado a la genética y a otros factores como la educación, la cultura y el entorno. A partir de nuestras vivencias y de la sociedad en la que crecemos, conformamos nuestra personalidad. Pero, ¿qué pasa cuando la naturaleza, la genética, la ciencia o Dios se encargan de crear un ser físicamente igual a otro como en el caso de los gemelos idénticos o de los clones, o cuando dos individuos comparten un mismo cuerpo y varios órganos como en el caso de los hermanos siameses? Es ahí, donde se pone en juego la manera de percibir la realidad a la que estamos acostumbrados, y esto nos lleva a recapitular las ideas fundamentales de la filosofía antropológica, como la noción de unidad e identidad de los individuos, la idea de persona, de conciencia, de libertad. La clonación es uno de los tabúes contemporáneos, pues, encontramos aterrador el hecho de la multiplicidad de seres idénticos, ya que el mundo se percibe gracias a la diferencia: pensemos en una manada de lobos, todos aproximadamente idénticos… ahora pensemos en una manada de niños, todos aproximadamente idénticos… Aquí es donde se hace la diferencia entre lo admirable y lo abominable. Los gemelos idénticos y los clones pueden tener la misma apariencia y en algunos casos, la misma personalidad. Durante el S. xix los gemelos acoplados o siameses, fueron usados como objetos del espectáculo circense, acentuando su carácter anómalo; pero esto también tiene que ver con nuestra cultura occidental, con los cánones de belleza y con lo que supuestamente debe ser aceptable para la sociedad. Los hermanos siameses son aquellos gemelos cuyos cuerpos continúan unidos después del nacimiento, esto tiende a ocurrir en uno de cada doscientos mil nacimientos. Los gemelos unidos más antiguos que se conocen, nacieron en Inglaterra alrededor del año 1100, con un par de extremidades superiores y un par inferiores, vivieron 34 años compartiendo recto y vagina. Un bajorrelieve en la Iglesia de la Scala representa a los gemelos florentinos nacidos en el S. xiv que poseían tres extremidades superiores y tres inferiores. Y en Escocia, en el S. xv vivieron unos hermanos unidos de la cintura para abajo. Pero, sin duda los más famosos fueron, Chang y Eng Bunker, nacidos en Siam en 1811, w

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Mariana Magdaleno, boceto para mural: Could I say that two brains are better than one?, lápiz / papel.

Toda la infelicidad del hombre, se deriva de su incapacidad de permanecer solo en una habitación. Pascal


r Mariana Magdaleno, ¿A qué sabe?, de la serie: Identity Issues, bolígrafo y acuarela / papel. w Mariana Magdaleno, You Belong To Me, de la serie: Identity Issues, bolígrafo y acuarela / papel. 19


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r Mariana Magdaleno, A la víbora de la mar, de la serie Identity Issues, bolígrafo y acuarela / papel. v Mariana Magdaleno, Doble moral, de la serie Identity Issues, bolígrafo y acuarela / papel. 21


Mariana Magdaleno, 6:10 am., de la serie Identity Issues, bolĂ­grafo y acuarela / papel.

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Mariana Magdaleno, boceto para escultura: Yo soy Tú soy Yo, lápiz / papel.

w y de los cuales se tomó el termino siamés; formaron parte del circo

P.T. Barnum bajo el nombre de “Siamese Twins” y fueron el atractivo número uno —cada uno tuvo 10 y 12 hijos respectivamente—. En la India, recientemente ha nacido una niña con dos caras, quien ha sido dignificada en un altar, ya que parece ser la reencarnación de una diosa Hindú que tenía dos caras —muchos de los dioses del Hinduismo cuentan con características como ser bicéfalos, o tener múltiples brazos, incluso entes que pertenecen a ambos sexos. Mi obra siempre se ha basado en la búsqueda de esta esencia: los límites de la corporeidad y en algunos conceptos como la moral, la sexualidad y la libertad. Me apoyo en la infancia ya que es una etapa clave en el desarrollo de cada uno de estos conceptos. Tomar estas deformaciones o alteraciones físicas en una etapa de la vida tan crucial como es la infancia —en la cual se construye gran parte de nuestra identidad— como base de mis dibujos, es un pretexto para acercarnos a nuestra propia corporeidad por el simple hecho de la empatía de genero, es decir, somos seres humanos y por eso debemos tener conocimiento de nosotros mismos a través de lo que nos rodea, debemos recapacitar sobre cómo actuamos o sobre lo que hacemos con nuestra vida, es decir, con nuestra existencia. Es importante que he decidido hacer dibujo como el principal medio en mi trabajo, ya que dibujar nos conecta con la inmediatez de la línea, confiriéndole una identidad al fondo, no así en la pintura que requiere de una exploración más profunda. Así, el dibujo no altera la significante función gráfica del fondo por “dejarlo en blanco”, más bien, tiene una importante relación para el dibujo, mientras que en la pintura se trata de ocultar el soporte para hacer parecer que “no está ahí”. Debo recalcar que uso en la mayor parte de mi obra la acuarela, que a decir de W. Benjamín se encuentra en la línea que divide el dibujo de la pintura: “La única instancia en la que el color y la línea coinciden, es en la acuarela en la que las líneas del lápiz son visibles y la pintura es transparente. En ese caso el fondo se mantiene aún cuando esté coloreado”. Desde pequeños nos valemos del dibujo como la forma primordial de expresión. Esta inmediatez coincide con enfrentarnos a nosotros mismos. Cuando nos detenemos a pensar, muchas veces no hacemos caso a nuestros instintos ni a nuestros sentimientos, ¿hasta dónde llegan nuestras limitaciones?, ¿hasta dónde puede llegar nuestra conciencia, nuestra libertad y la percepción del mundo que nos rodea?, ¿hasta dónde podemos ser? Es importante hacernos estas preguntas y buscar sus respectivas respuestas. P. Picasso describe el arte como una magia designada para mediar este extraño y hostil mundo con nosotros, el arte es una manera de darle forma tanto a nuestros deseos como a nuestros temores. En Identity Issues, pretendo mostrar que la vida es un universo de infinitas posibilidades de realidad, el proyecto es una invitación a tener una introspección personal y a pensar en lo que en verdad somos y no en lo que creemos ser. Somos seres únicos e irrepetibles cada instante, no necesitamos tener múltiples extremidades para ser lo suficientemente complejos y sorprendentes.

Mariana Magdaleno

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La música como horizonte Entrevista con Alonso Arreola

Guillermo García

Alonso Arreola (México DF, 1974) es un músico y periodista (La Jornada, La Tempestad, Rolling Stone, entre otros), que ha sido parte de distintos proyectos como La Barranca o Siconauta. Su primer álbum solista: Lab A: Música Horizontal, publicado en 2007, representa el planteamiento fundamental de su pensamiento estético y práctico. Diecinueve piezas y un silencio que, con colaboraciones como las de Michael Manring, Trey Gunn o David Fiuczynski, desarrollan un discurso motivado por el bajo, la búsqueda de la proporción numérica y la literatura, a través del jazz, el rock de vanguardia y los sonidos orgánicos. El álbum contaba con 10 mil ejemplares distribuidos de forma gratuita, a través de diversos medios, en un intento, en palabras del propio Arreola, por “blindarse frente a la industria formal e informal” de la música. En resumen, una obra clave para comprender el desarrollo de la música alternativa de nuestro país. En pleno proceso de composición de su nuevo álbum titulado Cruento, el bajista también está por editar dos obras más, una para la coreógrafa de danza contemporánea Gabriela Medina, fundadora de la compañía La Manga, y otra para el nuevo sello Baby Circus titulado Música para ser niño.

­ ublicación especializada, ¡es difícil! En gep neral es difícil acceder a la mayoría de las artes. En ese sentido, físico, acústico, claro que hay una sobremusicalización. Pero por otra parte, tiene que ver con la industria y con las posibilidades tecnológicas que te facilitan hacer un disco; eso no está mal, a mí me encanta, pero también es cierto que se sobrepuebla la cantidad de discos. Vivimos en una densidad de población discográfica brutal, porque el soundtrack de vida al estar en todos lados es un caos y porque ahora vives en una tienda de discos, ¡el mundo es una tienda de música! Ahí surge el mayor de los problemas de la sobremusicalización: el reemplazo de música. La sobremusicalización no llega y se queda, llega e inmediatamente se va. Pensar que el disco que haces hoy, saldrá, se escuchará un poco...y ya. Y después quedará en una situación que para mí representa el reto de verdad: la vida del disco no cuando acaba de salir, no cuando lo compró el que quería tenerlo, sino la vida del disco cuando llegó a las manos del que no te conoció, del que te escuchó poco y lo guardó, del que te rescatará, del que te escuchó en la radio, del que se va a encontrar contigo pocas veces.

¿Crees que en nuestra sociedad exista un fenómeno de sobremusicalización?

No es que sea necesaria o no, es que la música es inevitable, irremediable, es una disciplina que está prácticamente en nuestros genes como forma de comunicación. ¡Y va a estar ahí siempre!; cuando esté un solo hombre sobre la faz de la tierra y se esté calcinando junto a veinte cucarachas, ese tipo va a mover rítmicamente su dedo y así se va a morir. Pero por otro lado hay que diferenciar arte de entretenimiento, ¿por qué te digo

Para empezar, habría que decir que la música es un fenómeno físico, y que al tener que ver con la acústica, es casi ilimitado; la música es algo que corre por el aire, que no podemos detener. Por ejemplo, para que una pintura se te presente, hay que hacer un gran trabajo, o vas a la galería o compras una

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¿El humano necesita de la música?


El hecho de regalar Lab A: Música Horizontal más que un acto simbólico, lo entiendo como un acto efectivo, ¿por qué regalarlo? Me gusta que te des cuenta de eso, porque mucha gente piensa que es sólo el acto simbólico. Y es mucho más sencillo. Sí, es un acto simbólico, porque al final todo es símbolo, pero más que simbólico es conveniente. ¡Tengo las pruebas! Hoy tú y yo estamos aquí porque fue conveniente. ¡Yo acabo de terminar una gira en Japón! ¿Quién se iba a imaginar eso? Y sucedió porque regalé el disco. No fue una ocurrencia emblemática, no pretendía tomar una bandera contra las “malas disqueras”, independientemente de lo que piense de las disqueras y de los animales que trabajan en ellas. A alguien como yo, un bajista mexicano, compositor, que tiene ciertas ideas estéticas, que no canta, que no va a poner un disco en la radio, le conviene asumir lo antes posible la realidad. Demos la batalla por perdida para eventualmente ganarla; mejor multipliquemos el impacto, hagamos el álbum de fácil acceso y además con belleza objetual. Tú no puedes tener mi disco en la mano y pensar que fue hecho al vapor, o que fue hecho sin honestidad o cuidado, ese es el verdadero estatuto, el verdadero discurso del disco; el verdadero símbolo, pero sobre todo la verdadera conveniencia. Para mí resulta mucho mejor ­pensar en esos

términos que pensar en vender mil copias. ¿Eso es existir?, ¿qué es existir como músico?, ¿qué es hacer eco?, ¿quiero o no hacer eco? Una vez que hiciste las cosas en tus propios términos, siendo congruente, respetando tus ideas, con el mayor compromiso posible, teniendo en la mano el fruto de eso, ¿por qué no tratar de dárselo a la mayor cantidad de gente posible? Creo que para un artista que trabaja con música electrónica, resulta más sencillo un acercamiento con la música desde su desmaterialización. En tu caso, tienes una relación tan cercana con el bajo, que creo que la relación objetual con la música se logra mejor. Nunca he estado en contra de quienes sólo trabajan virtualmente o de los que sólo lo hacen orgánicamente; me parece que cualquier cosa acepta la inteligencia. Es como el que dice: a mí no me gusta ver televisión. ¡No mames! ¿O qué, me vas a decir que no hay genios haciendo televisión? Pero a la gente le encanta autocancelarse. Ya sé que resulta exagerada la comparación, pero entre el blanco y el negro hay muchos grises, y hay que estar continuamente dándole chance a las opciones. Me encanta pensar que la genialidad del hombre está al servicio de cualquier cosa, ¿tienes dudas de eso?

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Mariana Magdaleno, de la serie: Shadows and Glow, mixta / papel.

esto? Porque hay mucho entretenimiento que no es necesario, es una auténtica cagada de vaca apestosa. Pero no me voy a cortar las venas por eso, no vamos a perder el tiempo analizando si la pobrecita de Paulina Rubio vale la pena; a esa mujer y a muchas hay que concederles el aire que respiran y punto, que entretengan a quienes tengan que entretener y no pasa nada. A veces creo que las discusiones se hacen inútiles precisamente porque no diferenciamos el arte del entretenimiento. Lo que importa es que siempre haya espacio para la verdadera buena música que además es la que predomina.


Mariana Magdaleno, de la serie: Shadows and Glow, mixta / papel.

Yo no. Hablando de software contra instrumentos convencionales, me encanta pensar en ­hombres con talento en ambas áreas. ¿A poco no hemos recibido las peores porquerías del mundo de chavitos con guitarras colgadas? Y hemos recibido cosas increíbles de nerds que no saben cuál es la escala de fa, pero que tienen cuatro botones. Hay que darle chance al genio para que se manifieste de distintas maneras. Mi prioridad siempre será en cuestión mucho más orgánica. Creo que las cosas orgánicas como la corteza de un árbol, un grito, el sonido del aire, es lo que más me gusta en la vida, y además incorporar esos elementos a la música; más allá del instrumento o del software esa clase de sonidos son lo más rico que hay. Edgard Varese decía “la música es sonido organizado”, nada más. Y esa organización tiene muchas formas. La música es un lenguaje, por lo tanto tiene uno o distintos códigos específicos, ¿cómo es tu relación con estos códigos desde tu música? Para empezar, te debo decir que me gusta hablar de eso, porque casi nunca lo hago; es curioso que en las entrevistas casi siempre

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me hablan de contextos o historias, pero pocas veces de la música per sé. Te agradezco la pregunta porque es importante hablar de lo que uno hace, no tanto de la manera en que uno hace lo que hace. No planeo a priori un tipo de código, simplemente me dejo enamorar sin miedo de muy distintos códigos, porque creo que el código también es su contexto, su momento. El contexto es fundamental para que ese momento penetre en mí y se quede como una influencia, o como algo que después derivará en otra cosa. En ese sentido puedo tomar el código más estúpido e irreverente del pop más burdo e incorporarlo de alguna manera a lo que hago, porque creo en el contexto en el que lo estoy haciendo y sobre todo creo en el contexto en el que alguna vez llegó a mí. Las influencias no son una huella simple del mundo en ti, sino, al contrario, eres tú contra el mundo. Yo estudié literatura y me gusta mucho el lenguaje, me gusta escuchar a las personas hablar muchas veces más por cómo hablan que por lo que dicen, con la música es lo mismo, a veces me encanta el código en sí mismo o cómo emplearon el sistema en algún momento, más que su propio resultado, entonces es un juego de sistemas, de códigos, más que de


¿Cómo te relacionas con otros tipos de lenguajes en tus colaboraciones? Es difícil de explicar, te voy a poner un ejemplo. Me acuerdo muy bien cuando pensé ­que quería invitar a Trey Gunn a participar en el álbum. A Trey Gunn lo admiro mucho desde que lo vi con King Crimson en 1996 tocando en el Teatro Metropolitan; estaba en la fila 6 y en ese instante mi vida cambió. Finalmente la colaboración se dio por muchas circunstancias, entonces la cuestión era qué hacer. Ahí, las limitantes que me puse a priori funcionaron, ¿cuáles? El disco estaba dedicado al bajo, a registros graves, a cuestiones matemáticas rítmicas. ¿Qué es el bajo?: el bajo es un instrumento de cuatro cuerdas, pero el bajo también es un marimbol o un warr guitar. Alucinando con todo esto, otra de mis preocupaciones era hablar de mi propio contexto; no quería invitar a Trey Gunn para hacer una canción de progresivo británico de los setentas, quería invitarlo para hacer algo que tuviera que ver conmigo. Yo soy un tipo al que le gustan los sonidos orgánicos, pero que además también tiene tendencias al sonido veracruzano, entonces le hablé a mi tío que es el mejor marimbolista de este país para que colaborara en la canción. Así empezó un pretexto que valía la pena continuar; además, quería hablar de México desde mi perspectiva, con dos instrumentos que además estuvieran relacionados con el bajo y con un pretexto ambiental orgánico que es la Calle de Moneda del Centro Histórico. Para mí esa pieza es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida, en términos de un logro sincrético entre varios lenguajes.

El disco se llama Música para ser niño. Estuve leyendo cosas sobre el cerebro de los niños, sobre la manera en que perciben el sonido y la música, porque hay muchos mitos alrededor de eso, por ejemplo que es bueno poner música a los niños desde que están en el vientre; resulta que sí es positivo, pero aún no existe la capacidad neuronal en su cerebro para percibir muchas cosas. Eso fue una muy buena provocación para limitarme, no hacer piezas que pasaran por muchas secciones distintas, no hacer piezas con melodías intrincadas, no hacer piezas que tuvieran una armonización compleja, eran dotaciones breves, pequeñas, sonidos acústicos, cosas claras, en donde pudiera expresar otras preocupaciones más melódicas, cuestiones más lúdicas; tengo una pieza que se llama Sólo para cello y pelota de ping pong, también hice un arreglo de una invención de Bach con timbre y perros, muchos sonidos ambientales o arrullos de mamá. Estoy verdaderamente contento con el resultado porque estoy tratando de ser yo como compositor bajo muy diferentes provocaciones. Me encanta tener que resolver una provocación externa bajo mis propios términos. ¿Qué tan importantes son los límites en tu trabajo? Los límites son los padres de la creatividad; la limitante, el problema; la interrogante,

Estás a punto de publicar un álbum de música para niños. ¿Cómo abordar un trabajo hecho para personas que no tienen estos códigos musicales tan establecidos?

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Mariana Magdaleno, de la serie: Shadows and Glow, mixta / papel.

r­ esultados, más que de reflejos. Trato de decir algo utilizando los sistemas, los procesos o los códigos pero no los resultados.


Mariana Magdaleno, de la serie: Shadows and Glow, mixta / papel.

el acertijo; la encrucijada, eso es lo que te obliga a ser creativo y a tomar decisiones. Pero claro, hoy vivimos en un mundo de mierda que pretende estar en banda ancha, un mundo en donde se nos invita a ensanchar el presente sin limitantes aparentes, entonces la producción del hombre se vuelve desordenada. Quien hace ciencia tiene las cosas claras, porque el método científico es una chingonería, quien se dedica a las cuestiones mecánicas, a las piezas exactas, a cuestiones numéricas, avanza y avanza y me parece fascinante. Es algo que artísticamente se le olvida a muchas nuevas generaciones. Cuando te planteas las obras mediante limitantes, al final queda tu talento aprisionado, desnudo, en medio de un pequeño laberinto. Ahí está la verdadera prueba. ¿Entiendes al concierto, a la experiencia en vivo como una forma opuesta a la deslocalización de la grabación musical? Son cosas en las que pienso a menudo, pero no me torturan. Me sigue importando más la música per sé. Sin embargo, la relación con el instrumento, con el escenario, con el

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evento, es mi fin, es lo que más me importa en la vida. No toco tanto en vivo porque no me gustan las malas experiencias; siempre me va bien cuando toco, pero porque cuido las circunstancias. No me gusta estar tocando en donde me dejen tocar, en donde se pueda; tengo muchos amigos músicos, sobre todo jazzeros, que tocan todas las semanas, tres o cuatro veces, y están acostumbrados a esta batalla cuesta arriba, pero precisamente tengo muchas actividades en mi vida para que cuando se produzca el evento en vivo, ese momento tenga la importancia que quiero. Hay un concepto en el evento en vivo que es el de la cuarta pared. La cuarta pared es la invisible, es aquella que nos separa a la audiencia y a mí, y a veces es la más dura, es la pared que menos se rompe. Esa ruptura es la que más me importa, lo que pueda pasar cuando se logra agrietar, no importa si se trata de diez o cinco mil personas. Todo lo que hago culmina ahí. No voy a hablarte de una misión, porque el que cree que tiene una misión se siente elegido para algo. Sencillamente me interesa que toda la actividad teórica, toda la composición, la producción, todo culmine en ese momento, ese momento donde sencillamente el tiempo es distinto.


¡Te rogamos, señor!

(Exáudi quaesumus, Dómine), farsa

Enrique Olmos de Ita

Lugar: Primero un centro comercial, después una oscura oficina. Personajes: Dos mujeres. Y Dios. Tiempo: Uno que no aparece en evangelios ni profecías. Instrucciones: Los celebrantes, en el primer cuadro, estarán en un centro comercial cualquiera. Peatones y niños y otras criaturas de aquí para allá, interrumpiendo la venta, indiferentes recibiendo volantes, preguntando la hora, buscando un cajero. Después, las comerciantes, más o menos bonitas —hay que decirlo— ataviadas como aprendices de modelos o azafatas aparecerán en el despacho del gerente sin su otrora linda sonrisa.

Primer cuadro —¡Estamos de oferta!, venga, acérquese... No tenga miedo. ¡Se le abrirán las puertas del cielo! —¿Ha pensado en su futuro? ¿En el de su plebe? ¡Venga, aquí le damos solución a sus problemas!... Tenemos todo tipo de bisuterías, para este y aquel mal, para el cáncer de su esposo, para la sed y el hambre, para el desempleo, para todo lo demás. —Pase, pase... para todos los gustos y clases sociales. ¡Para todos hay, es la gran oferta, no la deje pasar!... Se acaba, se termina, venga por lo que le corresponde. —Una pequeña inversión y le garantizamos una eternidad... —Aquí es, aquí es... —Aquí... tenemos ofertas, descuentos, premios... —Nada. —Te digo que no es posible... —¡Cada día es peor! —Un asco. ¿Quién puede vender esta clase de disparates?

—Indignante. —Exacto, has dicho la palabra precisa. Indignante. Mira cómo se venden las tarjetas de crédito... los teléfonos móviles y los lácteos para el estreñimiento. —Esos japoneses tienen todo. ¡Hasta muestras gratis! ¿Dónde conseguirán esos vasitos tan pequeños? —Ni idea. —Los de allá te regalan un boli y un gorro si les compras una pecera. —¿Y nosotras? Nosotras nada. —¡Sabes lo que opino al respecto! —Deberíamos ir buscando otro lugar. —¿Te parece? —Aquí no veo mucho futuro. Nada se vende, la gente ni se acerca... creo que en aquella zapatería hay una vacante. —Sí, sí que la hay. Decía: buena presentación–menores de veinte. Inútil presentarse sin cubrir los requisitos. —¡Eso es discriminación! —Lo mismo les dije, pero no les importó. —Hay que comprar el periódico para ver qué encontramos, ¿no?

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—Sí... Aunque la ventaja es que estamos cerca de casa en este trabajo, y para mí, el horario es cómodo. —Tiene muchas ventajas. Las tiene, claro que las tiene. Pero, ¿acaso tú no sientes vergüenza de qué te vean así? —¿Cómo? —Así... —Más o menos, más bien sí. Como si nosotras; no, nosotras no; como si el producto que tenemos, fuera el peor de todo el lugar. —Lo es. Seguro somos las más jodidas. —Dilo por ti. Yo todavía estoy como para trabajar de mesera en un buen bar. Ni se me notan las várices. Mira... —Sí, sí. Pero tienes dos hijos y la guardería sólo te aguanta a los críos ocho horas. —Por lo que cobran de impuestos... —¿No te la paga el gobierno? —Eso digo. Por cierto, qué te dijeron las demás... ¿Firmaron la carta o qué? —Claro que sí. Te dije que no sería problema. Tengo el don del convencimiento. —¿Y hablaste con el gerente? —No, todavía no. En un rato le voy a hacer una llamada. —Que te haga una cita. —Bien pensado. Al parecer se le han ido todas las chicas. Me dijo una señora ya bastante entrada en años que trabaja en la plaza del Noreste que ha tenido problemas con el personal este capullo. —Hay que hablar de frente con él... —Dice también que este tipo es un enfermo, cada vez las contrata más gordas, y más sucias, algunas ni experiencia de vendedoras tienen. Otras no hacen el curso propedéutico. Eso no ayuda, nada más perjudica. ¿Dónde queda el prestigio de la marca? —Definitivamente. Le hace falta un asesor comercial al imbécil. —No, un asesor no. Le hace falta una huelga. —¿Eso le vas a decir? ¿Sí? —Más o menos. —¿Y si nos envía al paro a todas? —No, claro que no. Le cerramos el local. Al fin y al cabo dicen que es un idiota algo

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t­ ímido, medroso, y sin dientes. Si vamos más de diez con unas pancartas seguro lo ponemos en su sitio. —¡Ya era hora! Mira estas estúpidas biblias, jamás se van a vender. Ni lo demás, que está para la basura. Segundo cuadro DIOS. ¿No les dijo mi secretaria que no podía recibirlas hoy? —No. O más bien no le escuchamos. DIOS. Estoy muy ocupado, de verdad, lo siento... —¿De verdad qué? —¿Recibió nuestro mensaje? DIOS. Acabo de verlo, pero no; no es posible. —Somos quince mujeres y tres más en camino, dispuestas a cerrar el local. —Muy dispuestas. —Aquí tengo la carta, la carta-petición de las trabajadoras; es decir, de nosotras. DIOS. A ver... Bien, bien. Tomen asiento por favor. ¿Queréis un café o algo? Se me acabaron las pastas... —No gracias. —Estamos bien. DIOS. Pues verán. Yo entiendo la preocupación que existe entre vosotras. Ya sabéis que la empresa no atraviesa buenos momentos. Las ventas van a la baja y la competencia está ganando mercado, los índices de inversión en este tipo de negocios... —No queremos escuchar detalles técnicos. Lo nuestro es muy simple. —Hemos venido para hablar de frente con usted... DIOS. De acuerdo. Ya lo hacen. ¿Qué queréis? —Bien, muy bien, se lo vamos a decir ahora mismo. DIOS. ¿Por qué nuestras vendedoras están inconformes? —El producto. DIOS. Ah, ya veo, ¿y qué tiene el producto? —Mire señor gerente... gerente y dueño, ¿verdad? Bien, pues le diré que yo llevo ya algunos años en esto de la venta de ­productos


—Un olor como a frutas tropicales. —Exacto, tal vez un chicle de frutas tropicales en forma de cruz. DIOS. ¡Maldición! Pero si tenemos la mejor oferta del mercado. Y vosotras sois las mujeres con mejor salario del país, en su oficio, claro. Trabajáis menos horas que nadie... —Claro. Todas estamos muy agradecidas con las ventajas del trabajo. Pero no hay manera de convencerlas, los productos no se van. Ni se ven. DIOS. ¿Pero por qué? Son utilidades inmejorables. Llevo toda mi vida en este negocio y sé que tenemos los productos más flexibles. —A veces hay cosas inexplicables. —Misterios. DIOS. ¿Qué cosas no les gustan? —De entrada el Génesis, por ejemplo. DIOS. ¿El Génesis? ¿Qué problema tiene el Génesis? —El asunto aquel de la víbora y la manzana, ¿se acuerda? Y la creación toda, Darwin lo ha dejado en mal sitio, y luego el arca de Moisés con tantos animales defecando y c­ omiendo.

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Mariana Magdaleno, de la serie: The Joy of Posses, tinta china y acuarela / papel.

en centros comerciales de ciudades capitales de provincia con más de doscientos mil habitantes. Ya en domicilio, ya en centros comerciales, ya por teléfono. Y jamás me había encontrado con algo tan difícil de vender, algo tan desfavorable. DIOS. ¿Desfavorable? ¿Cómo? ¿A qué se refiere? —No sé exactamente cómo explicárselo. No tiene que ver con usted, más bien... —La gente necesita estímulos, para comprar. Usted sabe... DIOS. ¿Mercadotecnia? —Como quiera llamarle... DIOS. Bueno, pero qué es exactamente lo que ocurre. Para que yo pueda hacer algo al respecto, si está en mis manos. —Mire, pues no es tan fácil... Algunas vendedoras, es nuestro caso, dicho sea de paso, nos sentimos ofreciendo mierda o algo parecido. La mayoría de los productos ya no gustan... DIOS. ¿A quiénes? —A nosotras, le digo. Las vendedoras están inconformes. DIOS. ¿Y los clientes? ¿Ellos qué opinan? —Siempre hay algunos despistados, pero no, no señor, yo no me siento capaz de vender algo que me parece una tontería. ¡No puedo! —No podemos vender algo así, a la gente... No puedo mentirle a las personas. No puedo, simplemente no. Me siento realmente mal. —Tal vez sea sólo un error en la presentación. Quizá si damos una muestra gratis de algo, como los japoneses. DIOS. ¿Cómo de qué? —No sé, usted es el dueño. Lo cierto es que hay cosa que nada más no encaja. DIOS. Pero si tenemos fama de convencer a ricos y pobres. Para todos hay una explicación en el reino celestial. Nadie se nos ha escapado, excepto la gente exótica de Oriente. —La gente ya no quiere explicaciones. Ya no escucha. Quieren algo más, algo bonito, algo que puedan colgar en la pared o detrás de una puerta. —O algo que se coma. O mejor, algo que huela bien.


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Dios sale evidentemente alicaído. Después de un par de minutos se escucha el ruido de un disparo. Las mujeres se miran.

Telón

Mariana Magdaleno, del Tríptico celestial, tinta china y acuarela / papel.

DIOS. Estoy desolado, últimamente sólo hay malas noticias y alza de impuestos. No sé qué pensar. —No piense, usted no sirve para pensar. Haga algo. Trabaje, digo, trabaje más. DIOS. Trabajo lo que puedo. ¿Qué más me queréis echar en cara? —Pues aquello de que sus obreros violan niños en los seminarios, y en su nombre, no es buena publicidad, entre otras cosas del mismo tipo. Y definitivamente el asunto del cielo y del infierno. —Lo del edén y la eternidad es una locura, con todo respeto. DIOS. ¡Dios mío! —Por favor, no me diga que usted sí se lo cree... En fin, lo único que podemos decirle es que estamos en total desacuerdo con eso y con otras cosas, como el alma, por ejemplo, o la trinidad; de lo más inexplicable, por cierto. ¿Cómo puedo vender eso? ¿Cómo? DIOS. Hemos tenido problemas ahí. Es cierto que hasta las anteriores catequistas se quejaban por la jodida trinidad. —Creo que nos vendría bien un cambio de imagen. —Algo con muchos colores. Pienso en un letrero con luz neón, para los templos. Y música. DIOS. Ya veo, ya veo. —Y nuestro uniforme, hay que subirle unos centímetros a la falda y el escote, bueno, el escote está bien, pero nos hace falta esa crema para ocultar las várices, para las piernas, el que no enseña, no vende, usted sabe... DIOS. Sí... Sí... Estoy al tanto, no se preocupen… Si me disculpan, voy al servicio.

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DIOS. De Noé. El arca de Noé. —Él, da igual. DIOS. ¿Pero qué es exactamente lo que ya no les gusta? —A lo mejor es nada más el aspecto del libro. O será que todo lo que dice la ciencia y el tarot, contradice sus preceptos. La gente se confunde. DIOS. ¿El Génesis? Caray, les aclaro que sirvió durante siglos, nadie lo ponía en duda. Nada me pareció más perfecto. —Sencillamente nadie lo entiende, especialmente los niños, ya saben que bajamos de los árboles y nos refugiamos en cuevas, comiendo insectos. DIOS. ¿Eso hacíamos? Qué asco. —Así lo explica la biología. DIOS. Bueno, me dejan en un lío. —A decir verdad, el Génesis es lo de menos. DIOS. ¿Qué más confunde a la gente? —Sí, lo del Génesis puede pasar desapercibido. —Pero está el asunto de los evangelios. DIOS. ¿Los cuatro evangelios sagrados? ¿Dónde van a encontrar información más certera sobre la vida del hijo de Dios, de mi hijo? ¿Dónde? —No sé. Pero nadie quiere tener nada que ver con él. Nadie. —Parece que hay varias contradicciones entre lo que ahí se dice y usted sabe... DIOS. No; qué… —Pues lo que ha venido sucediendo. Parece que el día del juicio final era una promesa electoral. —Y ni hablar del último cuento. DIOS. ¿Os referís al último libro? —Sí, eso. Pues la gente nos pregunta que cuándo, que por qué fechas, que llevan mucho tiempo esperando, todos quieren ver el fin de los tiempos. Uno se queda sin palabra. Creo que tienen todo el derecho a preguntar, llevan años esperando. —Y nadie ha visto a los ángeles tocar las flautas del juicio final... DIOS. Las trompetas. —Nadie.


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Poemas

Apuntes para un naufragio recuerdo la sensación de ser derribado a empellones por las olas en la playa mi voluntad se silenciaba para estar acorde con el estruendo del agua, la sangre se me agolpaba en los oídos, asintiendo era un elemento que conocía semejanzas con mi corazón, parecía rabiar y llorar pero después se sosegaba mitigado por sus propios choques, hasta llegar al susurro me había hecho sordo a esa voz, a ese ser

Memorias de Lassie —No mantengas tu corazón en la sombra—, me dijo el perro, cuando por fin apareció. —No dejes de ser fiel, de tener confianza—. Tenía siglos de sabiduría en el rostro, el hocico gris. No volví a verlo. Me siento melancólico y lo extraño mientras me sirvo un whisky, repitiéndome que esas ocasiones luminosas llegan una vez en la vida y nos traen la ruina. De tarde en tarde viene el niño de la televisión. No quiero verlo. ¿Qué espera de mí? Quisiera hablar sobre nuestros afectos y correrías, pero aúllo y enmudezco, miro la luna a oscuras, y jamás sé qué decir.

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Mariana Magdaleno, de la serie: Coincidencias, bolígrafo y acuarela / papel.

Francisco Fenton


Todos los días Quisieras que no siga regresando cada vez que quiere. Te encoges de hombros, mientras piensas en cómo una moral siempre llega más pronto que otro amor a nuestras vidas, pero tú has logrado permanecer en un sólo sitio desde que tienes memoria. Hubo veces en que intentaste pintar un mejor retrato de ti mismo, y querías que fuese interesante, e incluso agradable. Mas ahora que ya pasó del mediodía, despiertas con algo parecido al detrito de la marea poblando tu consciencia, como si un sueño hubiera seguido mucho más allá de la hora que le tocaba; y entonces el día tarda en comenzar, lánzandote a la deriva, en olas. En cada valle te llenas de dudas y, extrañamente, en las crestas te sientes libre. ¿Para qué fingirías de nuevo creer en los místicos o la necesidad de la escritura, a la hora en que todos los espectáculos han acordado no volver a ser montados jamás? Cada día pierdes fuerzas y sabes que no puedes amar todas las cosas, sólo algunas, muy pocas. Si hubieras firmado sobre la línea donde se abandonan las nociones ideales, mal formadas, de verdades muchas veces prometidas, entonces tu salud sería de lo mejor, te sentirías como pez en el agua. Claro que no es tarde para cambiar tu situación ahora. ¿Esto es lo que intentas decir? Aún te gusta tener soledad para mirar las cosas. Pero el deseo de saber más sobre esas naderías, perfumes que de alguna manera llenan las orillas del mundo, te ha dejado casi por completo. Entre los recuerdos que van a perdurar puedes describir un risco calvo donde el sol señorea por encima de las cabezas de la gente. Los trajes de baño trazan caminos para los ojos, que vagan desde el mar hasta la arena y luego descansan en una especie de senectud celestial. Nada te conviene ni te convence.

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Una visita a Marius de Zayas Antonio Saborit

Marius de Zayas es nombre y es obra Uno vive en los innumerables episodios que integran la vida efímera y explosiva y estridente de las vanguardias artísticas y sus revoluciones. Está en el corazón del arranque del siglo xx, en su inocencia interrumpida o en su temprana madurez. No es difícil dar con otros destierros tan sedentarios como el suyo, lo arduo en realidad está en apartar el misterio de la serenidad con la que siempre y en donde sea encuentra su sitio. Su propio sitio. Su nombre es parte de la leyenda sin fin que habitan desde entonces los artistas y escritores de ese tiempo, tan fuera de lo común que en verdad resultan excepcionales, tan excepcionales que se vuelven incomprensibles, tan incomprensibles que sus personas a veces se pierden sobre el puente de la historia y acaban por vivir entre nosotros como unos desconocidos de los que supuestamente se sabe o se conoce todo. O casi todo. Su nombre es un rasgo bien claro en grafito y carbón. O en tinta.

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Marius de Zayas, Theodore Roosevelt, en Camera Work, xliv, 1914. Fotograbado, 23.3 x 17.6 cm. Colección: Archivo Zayas, Sevilla.

Texto introductorio del libro Una Visita a Marius de Zayas, coedición de la Universidad Veracruzana y el Gobierno del Estado de Veracruz. Agradecemos profundamente a Antonio Saborit, David Maawad y Alberto Tovalín el permiso para reproducirlo.


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Marius de Zayas, Alfred Stieglitz, en Camera Work, xliv, 1914. Fotograbado, 23.6 x 17.8 cm. Colección: Archivo Zayas, Sevilla.

El nombre de Marius de Zayas es una manera de entender la ironía y de vivir la inteligencia en un mundo solemne y lerdo, como harto de realizaciones que considera magníficas, un mundo que no percibe que en realidad vive a un paso del abismo. Sus pares siempre lo vieron como un contemporáneo, pues daba la impresión de habérselas arreglado desde el principio de los tiempos para vivir por su cuenta y siempre por su lado, con honestidad y audacia, sin negociar ni su agudeza ni su generosidad, firme y discreto como el trazo suyo. Marius de Zayas es obra crucial en los terrenos donde quiso realizarla, o donde tuvo tal alternativa, fuente de su manifiesta singularidad y de su fuerza. Creció no sólo al margen del manifiesto artístico y del programa político, sin perder intensión en ningún momento, en ningún sentido. Obra atada a la necesidad de cada día, a la rueda del trabajo, a la angustia del tiempo siempre en presente. Es obra más cruel de lo que alcanza a imaginar el primer vistazo, venenosa, o por lo menos perturbadora, hasta cuando dibuja el orden puro del movimiento. Obra dispersa, también, en el naufragio del diarismo llamado moderno, en el del coleccionismo. Sea esta visita a Marius de Zayas en el sobresalto y la fugacidad con que se cumple el encuentro de la piedra con el agua. Y a la sombra de su arte.


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Poema visual de Marius de Zayas, publicado en la revista 291, n煤mero 9, octubre-noviembre, Nueva York, 1915. Colecci贸n: Archivo Zayas, Sevilla.


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