La Letra Capciosa: No Más Impunidad

Page 1

LA LETRA CAPCIOSA

“No más impunidad” El Salvador, enero de 2021 Dibujo retomado de Huezo (2019a)(


Dibujo retomado de Huezo (2019b)


Dibujo retomado de Huezo (2019b)


Dibujo retomado de Huezo (2019b)




NO MÁS IMPUNIDAD

Dibujo retomado de Huezo (2019c)



LA LETRA CAPCIOSA EDICIÓN ESPECIAL DEL I CERTAMEN DE NO FICCIÓN “NO MÁS IMPUNIDAD” Directora: Alyson M. Hernández-Chávez Editor: Flavio A. Menjívar-Cartagena Diagramador: Alejandro E. Palacios-Alas La Letra Capciosa: “No más impunidad”, por La Letra Capciosa, está creada bajo la licencia de Creative Commons, específicamente la de “Reconocimiento-NoComercialSinObraDerivada 4.0 LicenciaInternacional”. Por tanto, se permite la reproducción total o parcial de esta revista, por cualquier medio físico o electrónico, siempre y cuando se utilice el enlace del cual procede para compartirla. Se exhorta a citar y referenciar si se hace uso escrito del material aquí expuesto. Está prohibida su venta y creación de material derivado como edición de la obra misma.

Contacto: laletracapciosa@gmail.com

Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” Centro de Asuntos Estudiantiles El Salvador Enero de 2021



I CERTAMEN DE NO FICCIÓN “NO MÁS IMPUNIDAD” JURADOS INTERNOS Óscar Adolfo Corcio Cuéllar Ariel Josué López Violante Flavio Anthony Menjívar Cartagena Emely Leticia Quintanilla Sánchez Nuryel Beatriz Santos Vallecillo

JURADO EXTERNO Julio Portocarrero Arancibia



11

Ars Magna

15

ÍNDICE

Presentación: sobreviviendo al caos y a la destrucción

“Te amo tanto como para buscarte toda mi vida”: la desaparición forzada de niñas y niños en el Conflicto Armado de El Salvador

17

El trabajo doméstico y su rol en la pandemia por COVID-19

25

Sin justicia ni reparación, no hay olvido ni perdón

33

Hacer y transmitir la memoria: Masacre del Río Sumpul

41

Sanar como sociedad: reflexiones sobre el trauma psicosocial y sus implicaciones en la crisis sociopolítica del presente

55

Por ahí cuentan Derechos humanos solo humanos de “primer nivel”

65 para

67

Por lo que perdimos

71

Luchas fantasmagóricas

75

9


10


PRESENTACIÓN:

SOBREVIVIENDO AL CAOS Y A LA DESTRUCCIÓN

Alyson Melissa-Hernández y Flavio A. Menjívar-Cartagena

H

ablar de impunidad en un país como El Salvador resulta bastante delicado, porque la mayoría de la población no tiene claro el término, porque existen políticos corruptos; porque tenemos un sistema judicial que siempre está a favor del que tiene poder y no del que es oprimido; porque no se sabe qué es la memoria histórica —que tampoco se practica. Es un hecho que “la verdad os hará libres”, pero ¿de qué sirve una verdad que no hace justicia? Y no una justicia que castigue, sino aquella que reconozca el dolor de las víctimas y que, además, pretenda la reparación. Evidentemente ante hechos como desapariciones, asesinatos y desplazamiento forzado, difícilmente se puede conseguir una reparación física; pero un reconocimiento a la situación es —a veces— lo único necesario. En este momento, estamos iniciando un año, una década, una “nueva forma de hacer política”; quizás incluso nuevas formas de hacer justicia — pero ¿para quiénes?: es la pregunta que existe desde los mentados Acuerdos de Paz, firmados en 1992 y de los cuales este 16 de enero conmemoramos su vigésimo noveno aniversario—. Lamentablemente, poco o nada podemos esperar de un Estado que “defiende” la democracia y toma como referencia a un país como Estados Unidos. Todo esto puede leerse vago, impreciso, sin fundamentos, pero todo es así aquí en El Salvador, donde ha sido un hecho que el presidente instauró sus propios medios de “información”. Esto, sin duda, genera muchas inquietudes, por ejemplo: ¿qué necesidad tenía de tener a su disposición la prensa? ¿Cuál es la intención detrás de hacer creer a la población que todos —los demás medios— están contra él porque cuestionan su accionar? ¿Dónde ha quedado la objetividad de los periodistas que trabajan en sus medios? 11


Así vivimos los salvadoreños, entre el caos y la destrucción —como en las novelas mexicanas contemporáneas—: todo es drama y llanto cuando se tocan los intereses de los de arriba; pero también todo es incierto para los que, desde abajo, siguen como espectadores de una realidad llena de hambre, violencia, falta de educación, salud nulamente inclusiva y una serie de derechos que jamás les han sido respetados. Por eso lanzamos esta edición “No más impunidad” en esta fecha (16 de enero), como un lamento compartido al del padre jesuita Ignacio Martín-Baró, previo a su asesinato, en el que nombró como “injusticia” al acto deleznable y cruento que se perpetró contra él y sus compañeros —ahora Mártires de la UCA— una madrugada de noviembre de 1989. Aquellos no silenciaron sus armas y siguen sin pedir perdón por los daños; la justicia sigue sin lograrse; la paz es una quimera y el olvido la bandera que los poderosos han tratado de imponer en un pueblo que sigue siendo acribillado por la corrupción, la violencia y la desigualdad social. Los Acuerdos de Paz siguen debiéndonos la paz. Para esta edición especial “No más impunidad” recibimos textos de no ficción en las ramas de ensayo y artículos de opinión. Todos los documentos recibidos tocan transversalmente la injusticia como tema central; guiándose cada texto, de forma concreta, por temas como la memoria histórica, la violación a derechos humanos, desapariciones, violencia a través de los medios, etc. En los escritos recibidos se evidencia no solo el dolor que cada tema genera y “toca” a las y los autores, sino el compromiso ético y político que tienen, porque no olvidan y las voces siguen sonando… Hemos querido que esta edición sirva como un medio para aquellas voces que han sido silenciadas —no es que sean “silenciosas”, es que no las han dejado hablar— y que, a través de esta “plataforma”, aquello que tienen que decir —y que siempre, siempre es importante—, pueda ser compartido con uno, dos, tres, 10 y todas las y los lectores que se pueda. Buscamos, pues: transmitir un mensaje contundente: El Salvador no olvida aunque hayan querido que olvidara, y, por eso, exigimos: ¡no más impunidad!

12


13


ARS MAGNA

Dibujo retomado de Huezo (2019d)(

14


ARS MAGNA

A

rs Magna, que viene del latín, significa, en español, “Gran obra”. ¿Por qué nombrar como “gran obra” a lo que viene de la academia? Antes de responder eso, aclaramos: no estamos jerarquizando. De hecho, creemos que el arte y la ciencia son igual de importantes. No obstante, en las sociedades occidentales actuales, nos parece justo y necesario que la ciencia se ponga al servicio de la transformación social —siendo imprescindible para esto una posición ética— y creemos, por ello, que su quehacer, bajo estas condiciones, es y será una “Gran obra”.

15


16


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

“TE AMO TANTO COMO PARA BUSCARTE TODA MI VIDA”:

LA DESAPARICIÓN FORZADA DE NIÑAS Y NIÑOS EN EL CONFLICTO ARMADO DE EL SALVADOR1

[

]

Adriana Alicia Cárcamo Pérez (correo: 00367315@uca.edu.sv; Instagram: @_adrianacarcamo)

Introducción

E

l Salvador ha sido escenario de múltiples crímenes de lesa humanidad durante su historia. La población salvadoreña ha soportado tratos inhumanos e injustos debido a estructuras sociales basadas en la desigualdad y la represión que ha buscado con ello callar sus voces contra la intolerable injusticia. En este contexto, se desató por más de una década el derramamiento de sangre por el Conflicto Armado de la Guerra Civil Salvadoreña (1980-1992), en donde fallecieron más de 75 000 civiles y alrededor de 9 000 desaparecidos. En la actualidad, esas muertes siguen doliendo y han dejado un vacío en la sociedad salvadoreña, que también les quedó debiendo una vida digna. No obstante, hay una población a la que todavía podemos devolverles un poco de lo que se les arrebató: los niños y niñas de la guerra y sus familias, de las cuales fueron separados contra su voluntad mediante engaños o por el uso de la fuerza. Atenderles es una tarea urgente. Las víctimas y sus familias, después de tantos años y por condiciones como vejez o enfermedad, están muriendo con el dolor de no conocer la verdad y de no reencontrarse con aquellos familiares perdidos, después de casi tres décadas de impunidad. El Salvador merece movilizarse del resentimiento social hacia la reconciliación. Para ello, debemos de aceptar y reconocer que el Estado Salvadoreño y la Fuerza Armada de El Salvador (FAES) se mantiene violentando por acción y omisión a la niñez desaparecida forzosamente y a sus familias desde el 1 Texto ganador del primer certamen de no ficción “No más impunidad” de La Letra Capciosa.

17


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

conflicto armado de la guerra civil hasta la actualidad. La desaparición forzada de niñas y niños en el conflicto de la guerra fue una violación coordinada, premeditada y sistemática de los derechos humanos. No obstante, las violaciones continúan con la misma dinámica hasta el día de ahora. Por ello, en este ensayo nos preguntamos ¿cuáles son las acciones y omisiones por parte del Estado y la FAES que históricamente han agredido y obstaculizado la búsqueda, la verdad de los hechos y la justicia de la niñez desaparecida forzosamente y de sus familias? La respuesta a dicha pregunta es esencial y esperanzadora, debido a que la realidad es sociohistórica y dinámica según los actores y sucesos involucrados. Al determinar responsabilidades podemos cambiar nuestras formas de accionar en pro de las familias desintegradas y de la sociedad para aspirar a una reconciliación que promueva la dignidad humana, luego de la aberrante guerra que nuestro país ha sufrido. Desaparición forzada y guerra civil Antes que nada, es importante recalcar que las desapariciones forzadas se teorizan según los países en que ocurrieron. Para fines de este ensayo, se entenderá según el Artículo 2 de la Convención Internacional para la Protección de todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, el cual las conceptualiza como “el arresto, la detención, el secuestro o cualquier otra forma de privación de libertad que sean obra de agentes del Estado o por personas o grupos de personas que actúan con la autorización, el apoyo o la aquiescencia del Estado, seguida de la negativa a reconocer dicha privación de libertad o del ocultamiento de la suerte o el paradero de la persona desaparecida, sustrayéndola a la protección de la ley” (Organización de las Naciones Unidas [ONU], 2006). Es decir, el victimario de una desaparición forzada es de una u otra forma el Estado. “¿Desea comprar a un niño o niña abandonados por sus padres?” Durante la guerra no se conocía sobre la desaparición forzada de menores de edad, lo que imposibilitó su investigación y sistematización (Ocampo, 2013). El silencio fomentaba el desconocimiento de uno de los negocios 18


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

lucrativos más repugnantes y aberrantes del Estado Salvadoreño de aquel entonces. Según Escobar, Mendoza y Calvillo (2018), este negocio, encubierto bajo la “adopción” de “niños abandonados”, se realizó mediante la FAES, las Damas Voluntarias de la Cruz Roja, refugios y orfanatos —como las Aldeas Infantiles SOS, miembros de iglesias y un grupo de jueces, como Roberto del Cid Aguirre, el abogado que tramitó más adopciones ilegales en el periodo de la guerra civil. La Asociación Pro Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos Durante el Conflicto Armado (PRO-BÚSQUEDA) (2010), denuncia y deduce que 90 % de las desapariciones tuvieron como responsables a la FAES y a los actores anteriormente mencionados, siendo la mayor parte de los casos acaecidos entre 1980 a 1984, cuando se lanzaban los más fuertes operativos militares —en su mayoría en las zonas rurales del país—. El otro 10 % fue perpetrado por el FMLN, para utilizar a los niños como “pantallas” de las actividades clandestinas. “Amnistía para no ayudarme a buscarte” No obstante, el silencio de este negocio continuó luego de la firma de los acuerdos de paz y durante las investigaciones de la Comisión de la Verdad. A pesar de las denuncias de los familiares, la Comisión de la Verdad no se refirió específicamente a las desapariciones forzadas de menores de edad —es decir, omitió activamente dicha información—. Posteriormente, el Estado ignoró la búsqueda de la justicia y aseguró la impunidad a los crímenes de guerra con la aprobación de la “Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz” (1993) (PRO-BÚSQUEDA, 2011). Estos eventos históricos denotan la revictimización constante con la que se les agrede a las víctimas y a las familias de la desaparición forzada que se ha generado y legitimado incluso desde los ámbitos legales.

19


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

“¿Que perdone su brutalidad y olvide nuestro amor?” En la actualidad, otra forma de violencia contra las víctimas es el vivo y directo discurso del Estado salvadoreño del “perdón y olvido”, que saca a relucir la patológica, cruel e inhumana dinámica de impunidad en el país; a pesar de que el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos y su oficina, el Comité Contra la Desaparición Forzada, el Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas, PROBÚSQUEDA, la Comisión Nacional de Búsqueda de Personas Adultas Desaparecidas en el Contexto del Conflicto Armado (CONABÚSQUEDA) y la Comisión Nacional de Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos durante el Conflicto Armado Interno (CNB), insistentemente recomiendan al Estado Salvadoreño erradicar ese discurso. El mantenimiento de ese discurso se debe a que es funcional a los intereses políticos del estado: deja de lado la responsabilidad de la reparación de los daños a todas las víctimas y a la sociedad salvadoreña en general. Las personas tienen derecho a que se les garantice la reparación de forma integral para las víctimas de los crímenes contra la humanidad (Escobar, Mendoza, y Calvillo, 2018). Se necesita un proceso que rehumanice a las víctimas y familias, y ello solo se consigue mediante la verdad, la búsqueda, la justicia y la reparación. “Tres décadas y no te encuentro ¿a dónde más puedo buscarte?” No obstante, conseguir la reparación y todo lo que ello implica, es muy complicado, sobre todo tomando en cuenta que los responsables del 90 % de las desapariciones no tienen intenciones de brindar la información a las instituciones correspondientes para dar respuestas a las familias. Como ejemplo reciente, el Estado, incluyendo claramente a la FAES y concretamente las declaraciones del actual presidente Nayib Bukele, niegan el acceso a los archivos militares sobre la mayor masacre de civiles de la guerra salvadoreña (Masacre del Mozote), en donde también se presume que infantes desaparecieron forzosamente (Rauda, 2020). El cinismo del Estado para burlarse de la inteligencia y la memoria histórica de su 20


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

población es inmedible al continuar negando la verdad y ocultando, encubriendo, tergiversando y eliminando la evidencia de la práctica sistemática de las violaciones a los derechos humanos. Conclusión El Salvador y su gente pide a gritos desconsolados una reconciliación con el pasado; un pasado que no se puede olvidar, que necesita ser recordado y sanado. La impunidad sistemática que se ha vivido de innumerables formas, como el silencio y ocultamiento de la desaparición forzada de niños y niñas en el conflicto armado; la omisión dentro de las investigaciones de la Comisión de la Verdad; los discursos y acciones a favor de la amnistía; junto con el discurso de “perdón y olvido”; y el desinterés estatal actual, han sido mantenedores drásticos de la impunidad sistemática y la constante revictimización de las personas que buscan a su familiar desaparecido o familias desaparecidas. La desaparición forzosa es un crimen contra la humanidad que se ha mantenido en el tiempo y que requiere encontrar a la persona desaparecida. Pero la deuda de El Salvador va más allá de solo encontrarlos: el trauma psicosocial de las víctimas es grande. Las familias necesitan ser tratadas con apoyo político, psicológico, comunitario, económico y educativo (entre otros) para acoplarse a la reunificación familiar. El final feliz no es el reencuentro, sino la convivencia sana y constante para que la familia reconcilie las décadas de violencia, incertidumbre, revictimización y separación que sufrió. Este trato inhumano requiere de un esfuerzo y coordinación gubernamental y no gubernamental; una comunicación de diferentes instancias para escuchar a las víctimas y así poder leer la historia del país desde sus versiones; y la contextualización a la situación de El Salvador para su tratamiento rehumanizador. De esta forma, fomentaríamos la reparación como un derecho y solventaríamos un poco de la deuda que tenemos con las víctimas. Las víctimas no merecen que les demos la espalda: ya fueron revictimizadas por años. El apoyo del Estado Salvadoreño es clave, se necesita como aliado y no como enemigo del país. La madurez de 21


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

El Salvador dependerá de que los agresores se responsabilicen de sus actos o que sean denunciados en sus respectivos juicios. Nuestra gente no descansará si aún hay un niño o niña desaparecido del conflicto armado. No obstante, en El Salvador dicho fenómeno se ha mantenido una práctica actual, en donde las niñas y niños son desaparecidos hoy en día: crímenes que son tipificados como secuestro o trata de personas no son encontrados por la incapacidad de las entidades gubernamentales. El país no se puede rendir sin saber lo que les ha pasado, sin hilar las historias para asegurar que no se vuelva a repetir. Debemos tener claro que “la búsqueda sin justicia es impunidad y justicia sin búsqueda es inhumanidad”. Para finalizar, preguntarse lo siguiente: ¿si un día desapareciera la persona que más se ama sin saber lo que le pasó, perdonar al agresor y luego olvidar? La población salvadoreña no lo ha hecho y no lo hará: recuerda fielmente a sus madres, padres, hijos, hijas, hermanos, hermanas y amistades; y los honra dedicándoles su vida, su futuro, su dolor y sus duelos no elaborados. Cada una de las personas cuenta, cada una hizo historia y está en nuestros corazones. Referencias Asociación Pro-Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos durante el Conflicto Armado. (2013, 17 de octubre). La historia de Pro-Búsqueda. Autor. https://bit.ly/3rUWSrj Asociación Pro-Búsqueda de Niñas y Niños Desaparecidos en el Conflicto Armado. (2011, 16 de octubre). La desaparición forzada de niños y niñas en El Salvador durante el conflicto armado. Autor. https://bit.ly/3bdg3Xm Escobar, P., Mendoza, C., y Calvillo, M. (2018). Y los niños de la guerra… ¿Dónde están? Asociación Pro-Búsqueda de niñas y niños desaparecidos de El Salvador. Revista latinoamericana-europea de pensamiento y acción social, 6(11), 12-35. https://bit.ly/3hLJ11M Ocampo, T. (2013). Guerra y desaparición forzada de infantes en El Salvador (1980-1984). Contribuciones, 8(15), 186-2016. https://bit.ly/38jzhIY

22


Ars Magna | Adriana Alicia Cárcamo Pérez

Organización de las Naciones Unidas. (2006). Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas. Autor. https://bit.ly/3niB6KG Rauda, N. (2020, 1 de octubre). “Obstaculizar la inspección no me daña a mí sino a las víctimas de El Mozote”. El Faro. https://bit.ly/3rUXjSt

23


Ars Magna

24


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

EL TRABAJO DOMÉSTICO

[

Y SU ROL EN LA PANDEMIA POR COVID-19 1

]

Óscar Eduardo Orellana Torres (correo: 00094816@uca.edu.sv; Twitter: @oscarorellana12; Instagram: @oscarorellana12)

Introducción l siguiente texto presenta una pequeña descripción de lo que se conoce como “crisis de la sostenibilidad de la vida”. Primero se hace una breve descripción histórica del rol de la mujer en la sociedad y lo importante que sus funciones son para lograr el pleno desarrollo y concretar la sostenibilidad de la vida, sin dejar de lado los distintos comportamientos que desvalorizaban estas funciones. Luego se aborda una síntesis de lo que se vivió en el país durante la pandemia, introduciendo las distintas consecuencias que se vivieron; y lo que sucedió con las mujeres que realizan trabajos domésticos remunerados, y que, por las mismas situaciones, tuvieron que ejercer este rol de manera casi impositiva durante el confinamiento. Por ultimo se hace un repaso por dos entrevistas realizadas a una empleada doméstica y a una madre de familia, con el fin de exponer y concretizar los aportes antes mencionados; además de enriquecer y evidenciar qué rol tuvo el trabajo doméstico en la pandemia por COVID-19.

E

Crisis en la sostenibilidad de la vida Hablar de la vida implica muchas preguntas que pueden llevar a ahondar en distintas situaciones que atravesamos a diario. Es un tema que parece simple, pero, cuanto más se piensa, se va tornando mucho más complejo. En primera instancia, es importante que se defina qué es “vida”. Hay un artículo que relata cómo Gerald Joyce, científico de la National Aeronautics and Space Administration (NASA), junto a un grupo de trabajo, intentaron definir qué es la vida. En la entrevista se narra cómo el grupo pasaba en 1 Texto de mención honorífica del primer certamen de no ficción “No más impunidad” de La Letra Capciosa.

25


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

horas laborales y de ocio discutiendo qué términos podían usar para definir la vida, haciendo relación a la evolución, a los procesos de evolución, composición molecular, entre otros. La historia finaliza con una pseudodefinición de vida que la enuncia como “química con historia”, pero sin el convencimiento de ser una definición certera (Mullen, 2013). Para desarrollar este texto hay que establecer, necesariamente, un punto de partida: una definición que contemple las características que ayudarán al argumento. Dicho punto que se tomará como base es el que fue planteado por Aristóteles, que define a la vida como “la libertad de elegir” y la “bios” (etimología griega que significa vida); se puede dar de tres formas: la primera es la vida placentera (disfrutar los placeres); la segunda es dedicar la vida a los asuntos políticos; y, por último, la vida teorética del filósofo (Herrera-Guevara, 2008). Partiendo de lo anterior, existe la discusión sobre si realmente las personas poseen libertad de decidir. Haciendo contraste con lo que no implica autonomía, ¿existe libertad en nuestra sociedad? Resulta abstracto y, de igual forma, hay diversidad de opiniones. Si bien para que exista una reproducción de la vida es necesario tener recursos, realizar acciones que impliquen la conservación de la misma, entre otros aspectos, ello no implica exactamente “tener libertad de decisión”; ya que, en realidad, las personas están comprometidas a seguir ciertos patrones y responsabilidades — necesaria y casi obligatoriamente— que llegan a ser esenciales para la conservación de la vida (Pérez-Orozco, 2005). De acuerdo a lo que cada quien decida desarrollar, las obligaciones varían y se enfocan en distintas formas de conseguir la plenitud de la vida. Visto de otra forma, para tener la libertad de elegir hay que estudiar, trabajar y ser responsables. En gran medida, las responsabilidades están ligadas al capitalismo debido a que este sistema plantea que hay que producir para que se pueda cobrar. Además, el capitalismo divide a la sociedad en clases de acuerdo a su poder adquisitivo, lo que implica que las personas tienen libertad de decisión siempre y cuando se adapten a su estatus —es decir, que se mantengan dentro de sus márgenes (Pérez-Orozco, 2005).

26


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

En el sistema capitalista, la principal relación social entre el capitalista y el obrero es el salario, lo que se consigue a través de la venta de la fuerza de trabajo de las personas y la plusvalía11 que este genera en el proceso productivo. De acuerdo a lo anterior, el dinero es esencial para poder alcanzar el desarrollo y poder cumplir con muchas de las obligaciones que se presentan. Básicamente, la dependencia del salario es un aspecto fundamental del sistema capitalista, ya que de esta relación depende la supuesta libertad de los individuos de conservar y seguir reproduciendo la vida (Pérez-Orozco, 2005). Un aspecto que en el capitalismo no se toma en cuenta como parte del proceso productivo es el trabajo no remunerado, que en gran medida es el que suele ser fundamental para el desarrollo pleno de la vida. Este trabajo no remunerado, encaminado a la economía del cuidado (es decir, el trabajo doméstico, el cuidado de los enfermos, entre otros), fomenta un debate sobre qué actividades pertenecen a esta vertiente; ya que, concretamente, engloba toda actividad que ayude al pleno desarrollo de la vida y su reproducción (Pérez-Orozco, 2005). La economía del cuidado a lo largo de la historia ha estado sexuada; es decir, se le atribuye en su totalidad a las mujeres, ya que ellas son las encargadas del trabajo doméstico, de la fidelidad al hombre y de brindar el afecto que la familia “necesita”. Esto liga a la mujer a tener que desprenderse de su libertad para que la vida, en general, se desarrolle, sin tener el crédito de este papel; ya que se plantea en el sistema capitalista que el encargado de darle plenitud a la vida es el hombre que provee de los bienes a la casa. En la actualidad esto ha cambiado, pero no para mejorar, ya que los roles domésticos continúan en gran medida siendo una obligación de las mujeres, a pesar de aportar económicamente al hogar (Pérez-Orozco, 2005).

11 Hace referencia al valor extra que adquieren las mercancías en el proceso productivo; es decir, el valor agregado que se adquiere, dado el proceso de trabajo y la transferencia de valor de la fuerza de trabajo.

27


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

Pandemia por COVID-19 y trabajo doméstico En la actualidad, a la situación que atraviesa el mundo se la conoce como “nueva normalidad”. El virus COVID-19 ha venido a afectar todas las culturas y sociedades, incluyendo a El Salvador. El impacto que ha tenido esta pandemia es macro, desde lo económico hasta lo afectivo, dado el nivel de contagio por lo fácil que es adquirir esta enfermedad y por las repercusiones más allá de la salud física que genera el contagio (Asociación Salvadoreña de Industriales [ASI], 2020). Aparte de este panorama, existen otros problemas que se han vivido en la cuarentena, relacionados al encierro y a las consecuencias generadas por los casi cinco meses de confinamiento obligatorio. Uno de estos problemas se encuentra en la asignación de roles en el hogar, debido al estereotipo en torno quién debe cumplir con los quehaceres del hogar: la mujer. Esto significó una sobrecarga de trabajo que impuso dobles esfuerzos llegados a casi una jornada laboral para las mujeres, según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) (mencionados por Marroquín-Salamanca y Rudamas-Guevara, 2020). Siempre relacionado al trabajo doméstico, dada la situación de salud que el país afrontaba, las empleadas domésticas se vieron afectadas; ya que las medidas de seguridad implementadas en la pandemia no hicieron necesarios —o al menos imposibilitaban— los servicios domésticos; ligado también a la incertidumbre económica que implicaba la situación, afectando directamente al ingreso de las trabajadoras de este sector. Haciendo un contraste entre ambas situaciones, una es consecuencia de la otra, ya que, al no disponer de los servicios de una empleada doméstica, la sobrecarga de trabajo doméstico recae en las mujeres del hogar (MarroquínSalamanca y Rudamas-Guevara 2020). Realidad del trabajo doméstico y su rol en la pandemia Uno de los problemas centrales está en el ámbito económico, en un país donde la mayor parte de las personas en capacidad de trabajar laboran en el sector informal. Las personas no logran tener ingresos si no es saliendo a las calles a trabajar. A pesar de que los decretos del Órgano Ejecutivo 28


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

dictaban que las personas debían recibir su salario, esto no se cumplió del todo y la razón es simple: no se puede pagar si no se devenga. La realidad es que las empresas, que en gran parte son pequeñas y medianas, no pueden estar costeando los salarios si no están produciendo, y la situación se volvió insostenible a los dos meses de confinamiento (ASI, 2020). Ahora bien, en el país, en efecto, el sector informal fue de los más perjudicados con el confinamiento; aunque hay sectores de este mercado laboral que, por el tipo de trabajo/rubro, la experiencia de laboral —y dejar de hacerlo— fue muy particular, y no se tiene mayor información sobre esto; pues las condiciones en las que se encuentra cada persona genera necesidades distintas. Tampoco se conoce si las fuentes de ingreso fueron esencialmente de este trabajo informal o de otras. Un ejemplo en concreto son las empleadas domésticas, parte central del argumento de este texto (CEPAL, 2020). Para poner en contexto, el Faro, un periódico digital del país, publicó un artículo en el que se narra la vivencia de distintas empleadas domésticas en el país. Grosso modo, lo relatado nos describe la vivencia de 5 trabajadoras en el confinamiento, desde tener que trabajar 35 días seguidos en el cuido de los empleadores e hijos de estos, hasta prácticamente el despido de una de ellas. Esta situación no da sustento111 a las personas que no poseen formalidad laboral y, lo único que logra, es afectar y hacer que las personas se desentiendan más de las consecuencias que están generando; como lo es el despido injustificado, el atropellamiento de los derechos de los trabajadores y de las mujeres, entre otros (Guzmán, 2020). Partiendo de estos relatos, con el fin de tener una opinión más personalizada, se desarrolló una entrevista con una empleada doméstica llamada Azucena Rodríguez. El propósito fue conocer qué pasó en el confinamiento y las consecuencias que este trajo tanto a nivel personal y familiar. En este caso específico, la entrevistada vivió 6 meses en la casa de sus empleadores, con las distintas labores que acostumbra hacer. Su familia depende en su mayoría de su ingreso como empleada doméstica —más allá de este, solo se encuentra un ingreso a través de una tienda—. 111 Entiéndase como sustento a la seguridad o respaldo que se tiene para considerar un trabajo formal, es decir que asegure que su empleo cumpla con las condiciones básicas para considerarse estable.

29


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

Dada esta situación muy limitada, económicamente hablando, Azucena también mencionó que el principal problema y lo que más le costó sobrellevar del encierro es la distancia con su familia. Este es un punto que hace mucho eco en el argumento del rol de las trabajadoras domésticas. Otro punto de opinión va encaminado por la ponencia de MarroquínSalamanca y Rudamas-Guevara (2020), presentada en la Sociedad Interamericana de Psicología (SIP), en donde dieron cuenta, en una investigación que realizaron durante la cuarentena por la pandemia, de las afectaciones que el confinamiento generó en las estudiantes universitarias, sobrecargándolas con trabajo doméstico, a pesar de sus responsabilidades académicas. Es interesante el planteamiento, ya que se hace un contraste entre los roles que ejerce cada quien en la casa y los académicos. Las estudiantes entrevistadas mencionaban que las mujeres de la casa eran las encargadas de los quehaceres del hogar, y, los hombres, de tareas más “rústicas” y de “proveer” a la casa. Dado este planteamiento, se realizó una segunda entrevista a Norma de Quintanilla, una madre de familia que es terapista de lenguajes de profesión. La entrevista, de igual forma, iba enfocada en conocer la vivencia de ella en la pandemia y cómo esta asignación de roles de los quehaceres estaba distribuida en su casa —aparte de conocer qué fue lo más difícil en su vivencia de encierro durante 6 meses—. Un aspecto importante en la vivencia de la cuarentena fue que, en su casa, todos los miembros de su familia tuvieron COVID-19 (incluida ella), y dado que su hija menor no presentó síntomas (fue asintomática), ella se encargaba del cuidado del resto de miembros, de los quehaceres del hogar y de proveer insumos. Además de esto, relató que su jefe, a pesar de estar sabedor de su situación, no respetó su incapacidad. La entrevistada también comentó que su mayor reto fue digitalizarse, ya que no posee habilidad con las computadoras. Sumado a lo anterior, se le presentaban situaciones laboralmente estresantes, pues su trabajo requiere de interacción física, cosa que no lograba detrás de una cámara. Por último, hay que resaltar la repartición de responsabilidades en el hogar, donde contó que ella era la encargada de desarrollar la gran mayoría de actividades con su hija, llevando a la par su trabajo, consecuencia de la 30


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

virtualidad y la demanda de tiempo que conllevó para el resto de familiares el home office. Conclusión La importancia que la mujer tiene en la sociedad va desde la reproducción de la vida hasta los distintos roles que ha desarrollado y que no se han visto remunerados y apreciados en las distintas etapas de la historia de la sociedad. Es por esto que, a pesar de la lucha que las mujeres han ejercido a lo largo del tiempo, aún no se presenta la equidad en los distintos papeles que las mujeres desarrollan socialmente. A este problema se le añade la injusticia social, el atropellamiento que los trabajos generan en el país y, agravando esta situación, la emergencia de salud a causa del COVID-19; en concreto en el trabajo doméstico, tanto remunerado como no remunerado. Los problemas de la sociedad salvadoreña se trasladaron a casa, y, aunque evidente, no hay conciencia de los mismos por la mayoría de personas. Los cambios que las mujeres tuvieron en la cuarentena no son del todo positivos, en especial los relacionados con el trabajo doméstico, ya que este se vio incrementado en casi 40 horas, lo que equivale una jornada laboral; por lo cual es importante reconocer el rol que posee el trabajo doméstico en esta sociedad, y que la asignación de roles debe ser equitativa, sin estigmatizar las labores. También es importante que en el país el trabajo doméstico remunerado se formalice, ya que las trabajadoras de este rubro poseen carencias y poco respaldo en la mayoría de escenarios. Referencias Asociación Salvadoreña de Industriales. (14 de abril de 2020). FMI prevé que COVID-19 provocará una contracción de -5.4 % para El Salvador. Autor. https://bit.ly/38oUm5b

Comisión Económica para América Latina y el Caribe. (2020). Dimensionar los efectos del COVID-19 para pensar en la reactivación. (Informe especial n.º 2). https://bit.ly/3hQwWbC Guzmán, V. (2020, 4 de mayo). Muchachas, las olvidadas en la cuarentena. El Faro. https://bit.ly/2XfUPQv

31


Ars Magna | Óscar Eduardo Orellana Torres

Herrera-Guevara, A. (2008). Nueva retórica del concepto vida. Revista CTS, 4(10), 229-240. https://bit.ly/2L12K1Q Marroquín-Salamanca, D. E. y Rudamas-Guevara, M. M. (2020, 6 de octubre). Invisibles, limitadas y no remuneradas: la experiencia de las mujeres universitarias respecto al trabajo doméstico durante el confinamiento por COVID-19 [ponencia]. Congreso Virtual de la Sociedad Interamericana de Psicología. https://bit. ly/2LorwZA Mullen, L. (2013, 1 de agosto). Defining Life: Q&A with Scientist Gerald Joyce. Space. https://bit.ly/3bgtfuK Pérez-Orozco, A. (2005). Economía del Género y Economía Feminista. ¿Conciliación o ruptura? Revista Venezolana de Estudios de la Mujer, 10(24), 43-64. https://bit.ly/3pVbxBc

32


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

SIN JUSTICIA NI REPARACIÓN,

[

NO HAY OLVIDO NI PERDÓN1

]

Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca (correo: 00070816@uca.edu.sv) y Miguel Balmore Orantes Chacón (correo: 00112415@uca.edu.sv)

Introducción urante la década de los 80 hasta 1992, El Salvador fue golpeado por una guerra civil entre dos bandos claramente polarizados, cuyos intereses se encontraban contrapuestos los unos de los otros. Tras doce años de lucha incansable, los Acuerdos de Paz, firmados el 16 de enero de 1992, dieron un fin legal al conflicto; pero este hecho no significó la reparación emocional de la herida colectiva que habría de agudizarse años después de la guerra. En los años del posconflicto, la herida psicosocial del conflicto armado ha tratado de cubrirse bajo la premisa de “perdón y olvido”, reproducida desde diferentes instancias de un mismo Estado. Su encubrimiento significa la impunidad y el desconocimiento de la verdad de las diferentes memorias que, hasta hoy, buscan con ansia no ser soterradas; que no se cansan de buscar la justicia. Es, por lo anterior, que se ha construido este ensayo, como un intento de desenmascarar la mentira institucionalizada que se esconde tras la romántica idea gubernamental del “perdón y olvido” y del “borrón y cuenta nueva”. En este escrito se abordan dos grandes temas: el olvido como mecanismo psicosocial que reprime la memoria, y la transición imperante desde la justicia penal a la justicia restaurativa; teniendo como foco principal responder a la pregunta generadora del debate: ¿es posible recuperar las memorias que han sido subyugadas al oficialismo estatal para procurar el ejercicio de una justicia alternativa? Buscamos, pues, que el lector y lectora encuentre en este ensayo atisbos suficientemente significativos para lograr la recuperación de lo perdido e intencionalmente olvidado, que nos lleve a la construcción de la sociedad imparcial y que

D

1 Texto de mención honorífica del primer certamen de no ficción “No más impunidad” de La Letra Capciosa.

33


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

haga que los justos despierten de su sueño. El olvido como presencia La violencia como espectro de la memoria Hay espectros que rondan en El Salvador: son los espectros de la memoria. En términos generales, en el principio de la posguerra, usando el término mencionado por Castillejo-Cuéllar (2010), había una etapa de “la memoria como espectro”, es decir, de negarnos a construir memoria, manteniéndola en las sombras y con un profundo miedo hacia las consecuencias de verla a la cara. La memoria era como la medusa de la mitología griega: se creía que, al verla a los ojos, íbamos todos a convertirnos en piedra y morir. Posteriormente, fuimos arrastrando esa etapa hacia una siguiente, donde vivimos los resultados de esta negación de la memoria: “los espectros de la memoria”; ahora ambas etapas conviven. Los espectros de la memoria se pueden entender como los efectos de la negación de la memoria. Ahora, la memoria de un pasado violento se ha tornado en un fantasma que gravita sobre nuestra sociedad y nos aplasta día a día (Castillejo-Cuéllar, 2010). Muchas veces se habla de que en la población reina una forma de pensar presentista —no hay proyección a futuro y tampoco memoria del pasado (Martín-Baró, 1998)—, pero desde las instituciones y el Estado también emana esa ideología. Se abordan los temas como cuestiones coyunturales, sin ver el fondo estructural sociohistórico desde el cual emanan. Parece que son los grupos dominantes los más temerosos del pasado: son los que más le huyen y los que más miedo le tienen a un pueblo con memoria que recuerde sus víctimas, sus sufrimientos, sus opresiones, en fin, sus orígenes. Para evitar el recuerdo se elaboran una serie de artimañas, barreras, ocultaciones y cortinas de humo. Hay estrategias que van desde ignorar el problema, hasta tácticas más actuales como la elaboración de promesas incumplidas, difusión de responsabilidad y mentiras institucionales convertidas en una pseudoverdad, bajo discursos que comunican mensajes como “hice lo que pude”, “no es mi culpa, es de otros” y el que más irrita: “confórmense con esto”. 34


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

El pasado nos acosa violentamente de forma cotidiana. Se ha afincado en nuestras relaciones sociales. No es solo un pasado del conflicto armado de los años 80, sino que se trata de un pasado que se remonta mucho más allá. Vivimos bajo —y ejercemos— relaciones sociales coloniales, donde la norma es la violencia y la apropiación. La opresión forma parte de nuestros hábitos; es el aire contaminado que respiramos, la tierra saturada de sangre que nos sustenta. Los peces no ven el agua en la que habitan, así como los seres humanos no ven sus formas de interacción violentas que han sido naturalizadas e impuestas desde las élites occidentalizadas. Los peces solo ven el agua cuando salen de ella. Hermanos y hermanas, les invitamos a que salgamos del agua. “Perdón y olvido” como mantra de la impunidad Se nos vendió la idea de “perdón y olvido” como una condición necesaria para un nuevo comienzo. Esta es una táctica ampliamente usada en contextos posteriores a conflictos armados y experiencias de terrorismo de Estado. Examinemos cada una de las partes de ese enunciado: el perdón se concibe como una aceptación irreflexiva y pasiva que evade la responsabilidad propia y del otro; es la inhibición de la interpelación de la víctima hacia el victimario. Cumple la función de amortiguar la otra parte de la fórmula: el olvido. Olvidar se concibe como el paso necesario para evitar que el pasado violento renueve su caos sobre el presente (Giraldo, 2010). Hay varios tipos de olvido; en esta ocasión, se abordará dos tipos de ellos. Política de olvido: represión de la memoria. Este es el olvido que imponen ciertos actores —generalmente grupos de poder (estatales o no)— que están involucrados con los victimarios, a través de estrategias institucionalizadas para ocultar y/o borrar pruebas y rastros, con el fin de bloquear el acceso a la memoria. Se trata de un acto político voluntario de destrucción para abrir la puerta del olvido. Estos intentos de borrar el acceso a las memorias van, en un sentido material, desde la destrucción de archivos militares, hasta la destrucción y asesinato de personas que fueron testigos clave en hechos de violencia. Además, puede 35


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

haber formas no materiales de bloquear el acceso, por medio del control de las subjetividades y las conciencias, expulsando deseos y creando rechazos (Jelin, 2001). Olvido evasivo: miedo a la memoria. En este caso, Ricouer (1999, citado en Jelin, 2001) llama olvido evasivo al intento de no recordar para evitar una memoria que puede generar dolor. Es una forma de evitar “abrir la herida”; sin embargo, en muchos casos, esa herida ya está abierta, así que lo que se evita es curarla. Aunque al curar heridas haya una etapa dolorosa a corto plazo, el proceso de sanación evita la perpetuación del dolor. Este olvido se da principalmente luego de períodos históricos que siguen a catástrofes sociales, masacres o genocidios. Son recuerdos demasiado dolorosos que se evaden para poder seguir con sus vidas cotidianas, aunque estos recuerdos regresan de otras formas. Acá puede observarse que la otra cara del olvido es el silencio. El silencio o silenciamiento de las víctimas, como es el caso de todo tipo de crímenes, lleva a impunidad. Una transición urgente: de la justicia penal a la justicia comunitaria Según la Propuesta de Ley de reparación integral para las víctimas del conflicto armado (2019): Toda violación a los derechos humanos comporta el deber estatal de procurar la restitución integral de los derechos afectados, reparar adecuadamente el daño producido y hacer cesar las consecuencias de la violación, por un principio elemental del Derecho y de la Justicia11 (2019, p. 5). De esta forma da inicio la susodicha propuesta, en su apartado de principios. Pero ¿se ha cumplido hasta hoy la restauración de los derechos, inherentemente fundamentales, violados en centeneras de personas que vivieron en carne propia el conflicto armado? ¿O es esta una propuesta paliativa ante un fenómeno cuyas consecuencias han sido devastadoras en el tejido social, el cual, de manera evidente, los últimos gobiernos han sido incapaces de restaurar? 11 Cursivas agregadas por la y el autor para resaltar la importancia del texto.

36


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

La representación social que se tiene de la justicia es un modelo ordinario en que la justicia es punitiva, retributiva y con muy poca representación de las partes involucradas en el proceso judicial; además, impone el castigo como principal (y único) mecanismo de gestión (Peralta, 2018). El sistema judicial salvadoreño se ha caracterizado por dejar en la impunidad casos — miles— de violaciones a los derechos humanos durante el conflicto armado, aludiendo a la necesidad de establecer “perdón y olvido” para construir un “nuevo y mejor El Salvador”. El segundo lo han logrado; el primero, no. A pesar de los intentos por establecer los ejes para una justicia transicional, sigue ocurriendo una cantidad exagerada de negación a la verdad, como es el caso de los archivos de El Mozote (Rauda, 2020), tratando de imponer mentiras institucionalizadas que operen a favor de las élites. Ante todas estas barreras denotables de corrupción que se han reproducido desde 1992 con los Acuerdos de Paz para establecer una justicia penal, es necesario (re)pensar formas alternativas de abordar las maneras en las que concebimos la justicia como concepto aislado; pues parte constitutiva de esta —al menos en la actualidad— obliga a pensar en unas bartolinas, comida putrefacta y un uniforme blanco con sandalias sin color, que predican la resolución final de los casos; incluso cuando estos dejan una herida emocional irreparable. ¿No es este fallo penal una oportunidad para pensar en la justicia comunitaria o la bien llamada justicia restaurativa que es ejercida por los desfavorecidos y no por grupos hegemónicos? La justicia comunitaria, tal como la describe Peralta (2018), es la que implica un diálogo de saberes que contribuye al reconocimiento de la diferencia y a la construcción colectiva de acuerdos, ambos fundamentales para la conciliación en equidad. En esta alternativa no se requiere, en ningún momento, de la intervención de los organismos judiciales que han sido caracterizados por la poca importancia que otorgan a los temas de restauración y que se enfocan mayormente en el olvido como práctica conversacional cotidiana —según Shotter (2001), es una práctica que construye la realidad y está condicionada por tradiciones.

37


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

Ante el olvido, la resistencia de la verdad. De las verdades. De las memorias. De las vivencias. Esto es lo que permite la justicia comunitaria: que pensemos en la diversidad de construcción de realidades que se encuentran en los relatos de quienes sufrieron la herida de la guerra; no hay discurso oficial. Mientras planteamos las formas alternativas a la justicia penal, es válido que el lector reconozca la cantidad de personas que mueren a diario sin encontrar reparación, ni explicación, ni derecho… Con ellos y ellas muere parte de nuestra memoria, aunque puede ser rescatada si se establecen tribunales simbólicos que devuelvan la reparación emocional en la que el Estado ha fallado. Por eso planteamos la justicia restaurativa como una herramienta coetánea a la comunitaria anteriormente planteada. En la justicia restaurativa, tal como lo explica Sauceda y Gordón (2018), “el elemento más importante es la voluntad de las partes para resolver un conflicto y alcanzar el perdón111” (p. 122). La forma en que esta herramienta puede ser aplicada a las diversas comunidades varía, pero se pueden encontrar en este escrito algunas acciones puntuales para ponerla en práctica y procurar el respeto al derecho humano. En primer lugar, es imprescindible la participación de la víctima y el victimario en una especie de “pleno” comunitario (similar a un juicio penal, pero sin serlo), en el que ambas partes estén interesadas en dialogar horizontalmente; puede incluso hacerse uso de un facilitador de la comunidad para encontrar puntos medios. En segundo lugar, la puesta en práctica de esta justicia requiere que ambas partes escuchen con aceptación el discurso de la otra persona; esto es, reconocer la existencia de varias verdades en un solo conflicto. Y, en tercer lugar, como punto principal de esta discusión, se busca que las partes involucradas dialoguen para llegar a consensos, con el propósito de sanar y enmendar los daños de la mejor manera posible (Sauceda y Gorgón, 2018). Cabe destacar que ante la ausencia de un victimario o de una víctima por defunción (característico de los juicios en El Salvador), es imprescindible que el tribunal de justicia restaurativa se ejecute respetando el discurso de la persona que cuenta su relato, su verdad.

111 Ídem.

38


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

Esta es una vía alternativa que ofrece a las comunidades la autonomía y el respeto a sus derechos que les han sido arrebatadas por años. Conclusión

Es deber de toda la población salvadoreña —y no solo de aquellos que vivieron el conflicto armado— buscar el ejercicio de la justicia (en sus distintos caminos alternativos) para procurar el respeto a los derechos humanos de las víctimas de la guerra; como también para pretender el resguardo de las memorias creadas en el contexto de guerra y tan necesarias en estos “tiempos de paz” maliciosamente predicados. El olvido de estas memorias sugiere la subyugación a un discurso oficializado que reproduce la mentira y la impunidad bien habidos en el seno de los principales victimarios que, en su mayoría, habitan la esfera de la élite. Mientras no haya reparación de las injusticias, todos y todas estamos en pausa en la construcción del camino hacia la verdad y la paz. El ejercicio de la justicia restaurativa en las diferentes comunidades afectadas por el conflicto armado, es una herramienta que devuelve la autonomía y la ciudadanización de la justicia, de manera que no se dependa de la labor del Estado, tan paupérrima en nuestros contextos corruptos y corruptibles, para sanar los cuerpos y los territorios. Salvaguardar la memoria alejándose del olvido indeterminado es imprescindible para la construcción del camino hacia la paz. Tal como lo diría Rodríguez (2020) retomando a Donna Haraway: (…) nos envuelve (…) la red del colectivo, del sentido de responsabilidad (…) con todo lo que nos rodea. (…) nos dice que somos el ahora, el antes y el después; que los que se fueron y los que han de llegar forman parte de la continuidad de que debemos preservar1v (párr. 5). Referencias Asamblea Legislativa de la República de El Salvador. (2019, 21 de mayo). Propuesta de Ley de reparación integral para las víctimas del conflicto armado. Autor. https://bit.ly/35i8ZVF 1v Ídem.

39


Ars Magna | Daniela Elizabeth Marroquín Salamanca y Miguel Balmore Orantes Chacón

Castillejo-Cuéllar, A. (2010). Iluminan tanto como oscurecen: de las violencias y las memorias en la Colombia actual. En Barrero-Cuéllar, E. (ed.), Memoria, silencio y acción psicosocial. Reflexiones críticas sobre por qué recordar en Colombia (pp. 21-60). Ediciones Cátedra Libre. Giraldo, J. (2010). Memoria histórica y construcción de futuro. En Barrero-Cuéllar, E. (ed.), Memoria, silencio y acción psicosocial. Reflexiones críticas sobre por qué recordar en Colombia (pp. 183-198). Ediciones Cátedra Libre. Jelin, E. (2001). Los trabajos de la memoria. Siglo XXI Editores.

Martín-Baró, I. (1998). Psicología de la liberación (pp. 73-101). Trotta. Peralta, J. (2018). Educación popular y justicia comunitaria. Reflexiones desde el Trabajo Social. Trabajo Social, 20(2), 119-138. https://bit.ly/35hG1p1 Rauda, N. (2020, 22 de septiembre). Juez da cinco días a Bukele para que aclare bloqueo a los archivos de El Mozote. El Faro. https://bit.ly/392LCRa Rodríguez, E. (29 de junio de 2020). Donna Haraway: pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido. Lecturas sumergidas. https://bit.ly/38kTJJO Sauceda, B. y Gorgón, G. (2018). Justicia restaurativa, una herramienta de paz en la resolución de conflictos comunitarios. Caso Nuevo León. Polít. crim., 13(25), 548-571. https://bit.ly/3rZzady Shotter, J. (2001). Realidades conversacionales: La construcción de la vida a través del lenguaje (pp. 35-56). Amorrortu editores.

40


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

HACER Y TRANSMITIR LA MEMORIA:

[

MASACRE DEL RÍO SUMPUL1

]

Guillermo A. Carpio (correo: 00156816@uca.edu.sv), Ana E. García (correo: 00120515@uca.edu.sv) e I. Lucía Orantes (correo: 00119617@uca.edu.sv)

«La verdadera reconciliación no nace por un decreto de ley, sino que nace del corazón»

JULIO RIVERA (Testigo y sobreviviente de la Masacre del Río Sumpul)

Introducción

E

l pasado 14 de mayo de 2020 se cumplieron 40 años de una de las peores masacres ocurridas en El Salvador durante la época del conflicto armado: la Masacre del Río Sumpul. Se trató de un crimen de lesa humanidad que cobró la vida de alrededor de 600 civiles no combatientes. La memoria de dicho acontecimiento se construye a partir del recuerdo de una colectividad, esencialmente de aquellos que vivieron en carne propia los sucesos, marcando para siempre su vida. Reconstruir la memoria histórica es importante, pero se debe a su vez transmitir los hechos y darlos a conocer a las generaciones posguerra. Una parte fundamental para conservar y transmitir la memoria son los testimonios desde la perspectiva de los sobrevivientes de los crímenes. Sin embargo, también es importante observar la memoria de la masacre en función de un contexto en el que sobresale por todos lados una evidente lucha de clases, con el único fin de mantener el poder económico, político y social en manos de una minoría privilegiada; pues se sabe que la aberrante estrategia militar de carácter genocida empleada en la masacre, tenía como fin el supuesto impedimento de cualquier tipo de insurrección que atentara contra el sistema opresor establecido, el cual centraba sus fundamentos 1 Basado en el testimonio de un sobreviviente de la masacre del Río Sumpul.

41


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

bajo una marcada desigualdad social. Por lo tanto, la transmisión de los hechos a las nuevas generaciones representa un conflicto ético para las personas pertenecientes a grupos hegemónicos durante (y después) del conflicto armado salvadoreño; pues se transmite una memoria desde los grupos de poder y no desde los sobreviviente. Por ende, se vuelve necesario no solamente el estudio rígido del pasado, sino proponer a su vez situaciones que motiven aprendizajes significativos en los jóvenes, para una profunda reflexión y para el desarrollo de un pensamiento crítico con énfasis social; ya que, para posibilitar el perdón y la reconciliación en un país que aún adolece sus propias heridas de guerra, se vuelve urgente abordar la memoria histórica sobre la base de la verdad y la justicia. Por consiguiente, para el abordaje de los crímenes de lesa humanidad ocurridos en Las Aradas1, se presentan una serie de apartados sobre la forma de reconstruir la memoria histórica, desde las teorías propuestas por Piper y Fernández (2013), Martín-Baró (1986) y Tojeira (2013), con el fin de explorar la manera en la que se hace y se transmite la memoria del hecho histórico. Contexto histórico Los crímenes del conflicto civil salvadoreño se investigaron por parte de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y se plasmaron en el Informe de la Comisión de la Verdad. Uno de estos crímenes acaece el día 14 de mayo de 1980, cuando miembros del destacamento militar número uno de la Guardia Nacional y de la paramilitar Organización Nacional Democrática (ORDEN), ocasionaron la muerte de manera indiscriminada de numerosas personas no combatientes, quienes trataban de huir hacia Honduras, por lo que intentaron cruzar el Río Sumpul. La masacre se efectúa gracias a la participación de las fuerzas armadas hondureñas, las cuales impidieron el paso de los civiles a la frontera de dicho país mientras la Guardia y ORDEN atacaban (ONU, 1993). 1 La conceptualización de “masacre del Río Sumpul” y “masacre en Las Aradas” refiere al mismo acontecimiento, dado que “Las Aradas” es el nombre que recibe la comunidad en la que ocurrieron los crímenes.

42


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Lo ocurrido en Las Aradas fue parte de una aberrante estrategia militar conocida como “Tierra arrasada”, ejecutada por el Estado de El Salvador, en la que se tenía como objetivo no dejar vivo a ningún testigo. En 2021 se cumplirían 41 años del suceso que cobró la vida de al menos 600 salvadoreños y salvadoreñas. A pesar del tiempo transcurrido, los hechos tan espantosos y las fuertes violaciones a los derechos humanos aún se recuerdan con dolor; por esta razón, la forma en que se reconstruye y recuerda el hecho es de suma importancia. Las distintas aristas del proceso de hacer memoria Para comenzar, no se debe estudiar la memoria desde un enfoque individualista. Martín-Baró (1986) hace mención sobre el tema: explica cómo ese carácter individualista ignora la realidad de las estructuras sociales y reduce los problemas estructurales a problemas personales. Su defecto recae en que se ve al sujeto como único, cuando es producto de una conformación dialéctica compuesta por relaciones interpersonales. Si se parte del brutal acontecimiento ocurrido en el Río Sumpul, cabe mencionar que dicho suceso se comprende desde un conjunto de experiencias trágicas vividas por una determinada comunidad y en un determinado momento. Por lo tanto, se debe entender a la masacre del Río Sumpul a partir de un enfoque de memorias colectivas. De igual forma, tal como menciona Piper (2019), no se debe abordar únicamente el contenido del suceso histórico, sino, además, el proceso de recordarlo —enfatizando en el recuerdo colectivo—. Dicho enfoque constituye la relación de aquellos temas que son conflictivos y relevantes para esa población, que tanto de manera social como política contribuyen a la construcción de una determinada realidad. En efecto, se trata de interpretar, construir y reconstruir las masacres de manera que se puedan vincular con el hoy, y, de esa forma, hacer memoria desde, por y para el presente. Asimismo, Tojeira (2013) relaciona la memoria con una facultad humana profundamente ligada a la identidad, tanto individual como social, y con la capacidad ética de aprender desde el recuerdo. El autor menciona cómo la masacre del Sumpul pone al descubierto dos naciones hermanas: 43


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

El Salvador y Honduras, y la forma en cómo se unificaron con dos propósitos claros: los de un grupo, para matar; los de otro, para sobrevivir. “Los que mataban eran pocos; los incoherentes, tal vez demasiados” (Tojeira, 2013, párr. 4). En segundo lugar, la memoria se hace en función de los elementos del crimen11 que construyen la posición de los sujetos que participaron en esta memoria, ya que existe una estrecha relación entre la identidad del sujeto y la memoria (Piper, Fernández e Íñiguez, 2013). Sin embargo, se debe comprender que, en muchas ocasiones, el sujeto puede no verse obligado a hablar desde una sola posición. Por ejemplo, alguien que vivió la masacre del Río Sumpul preferiría hacer memoria desde la perspectiva de sobreviviente y no desde la perspectiva de víctima. Asumir esta nueva perspectiva sobre los sobrevivientes de la masacre implica hacer uso de la nueva praxis que propone Martín-Baró (1986). Los conocimientos que se poseen están hasta cierto punto condicionados por la realidad que forma parte de nosotros. Todo lo que se ve y cómo se ve, se encuentra condicionado por una limitada perspectiva, proporcionada por el lugar desde el que se visualiza el suceso histórico. Por lo tanto, es pertinente, para el estudio de la memoria histórica, incidir en la realidad social de las y los sobrevivientes, convertirse en participantes activos de su realidad y, por ende, de su recuerdo colectivo. Esto implica, deshacerse de las relaciones desiguales de poder intelectual, que los profesionales puedan asumir desde su posición académica, donde imponen, a través de su poder ejercido, una visión ontológica poco ética de los sobrevivientes como “víctimas”. Se trata de hacer, pues, que los pueblos se vuelvan protagonistas de su propia historia y verdad. En el caso de la masacre en el Río Sumpul, conviene valorar a quienes sufrieron el hecho como sobrevivientes, entender el poder de sus testimonios y evitar atraer cierto aire de revictimización. Finalmente, uno de los principales descuidos que se tiene al momento de estudiar la memoria histórica de la masacre del Río Sumpul, es que se suele ver desde un enfoque sesgado, pues en ocasiones se recuerdan los contecimientos en función de un enfoque meramente ideológico. Al hacer 11 Los elementos del crimen se refieren a todos aquellos acontecimientos sucedidos en el momento de la masacre del Río Sumpul: violaciones, asesinato y diversos tipos de tortura.

44


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

memoria no se deben omitir los factores económicos, políticos y sociales que estuvieron presentes al momento de la masacre y que, incluso hoy en día, continúan presentes. Por lo tanto, es necesario hacer memoria sobre la masacre desde una visión integrativa. No debe entenderse la masacre en Las Aradas como un conflicto provocado únicamente por una lucha entre ideologías, sino también una lucha por el poder y una lucha de clases en la que un colectivo privilegiado se transforma en el grupo opresor. Las implicaciones de las estructuras en el proceso de hacer memoria

En concordancia con lo mencionado por Martín-Baró (1983), la sociedad salvadoreña, así como en el resto de Latinoamérica, se ve profundamente dividida en grupos, los cuales poseen intereses diferentes. Dicha irreconciabilidad de intereses sociales está en oposición objetiva entre dos colectivos sociales principales, que son la burguesía versus proletariado; a esto se le denomina lucha de clases. En El Salvador aún se ve plasmada esta lucha, que casi siempre es dominada por una minoría capitalista sobre la gran masa de la población restante. Esto quiere decir que la configuración de la organización social de los salvadoreños forma un estado de violencia y opresión. Sin embargo, la violencia estructural que comenta Martín Baró (1983) no se ve únicamente limitada a una mala distribución de los recursos disponibles —que frenan la satisfacción de las necesidades básicas de las mayorías—; sino también por un orden social de desigualdad y opresión, mediante una legislación que ampara los mecanismos de distribución social desigual de la riqueza y establece una fuerza coercitiva para hacerlos respetar. De esta manera, el sistema le da cierre al ciclo de violencia, protegiendo y justificando a las estructuras que priorizan a los menos por costa de los más. Esto permite el control sobre las instituciones sociales por parte de la clase dominante y, por tanto, les impone objetivos a la sociedad entera e incluso plantea cierto estilo de vida como ideal de existencia.

45


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Tanto la violencia estructural como la lucha de clases se ve reflejada en la masacre del Río Sumpul, ya que se presenta al grupo dominante como la élite capaz de manejar a su conveniencia las tropas militares en una lucha por defender sus propios intereses, con el afán de mantener intacto su sistema económico, social y político. Dicho grupo dominante tenía como propósito que los pobladores —es decir, la clase proletaria— estuviera a favor del sistema capitalista, motivo por el cual las tropas militares los reprimieron para poder lograr dicho objetivo. La transmisión de la memoria como proceso histórico-político Es válido preguntarse cómo ha sido la transmisión de los sucesos ocurridos en las Aradas en las generaciones posguerra: ¿son sucesos conocidos por estudiantes a nivel de educación básica? ¿O la historia de la guerra civil se basa únicamente en resumir los conflictos políticos, económicos y sociales, de manera superficial, cronológica y lineal (evenemencial), sin dejar aprendizajes significativos que propicien un espacio de reflexión en las nuevas generaciones? Las historias o relatos sobre el pasado constituyen en el presente múltiples memorias que, a su vez, ayudan a la construcción de cómo se recuerdan los hechos y qué se recuerda de ellos. No obstante, uno u otro relato no será totalmente correcto o incorrecto. Cada vez que se realiza un relato se evoca el pasado y se reinterpreta de una determinada manera. George Gadamer (1975, citado en Piper, 2006), menciona que cada elemento que participa en la construcción de un hecho global, adquiere sentido en un marco interpretativo normado por la tradición histórica y cultural, a su vez que se interpreta según la posición en la cual se encuentra una persona dentro de la tradición, condiciones sociohistóricas y anclajes culturales. A su vez, existen elementos para la construcción de la narrativa que son necesarios para su posterior interpretación. Estos elementos son los acontecimientos, personajes, intenciones, entre otros; los cuales dan lugar a la organización de los hechos, y aunque sean distintos entre ellos, arman secuencias, establecen relaciones, aportan detalles y presentan conocimientos compartidos socialmente (Ricoeur, 1984, citado en Piper, Fernández e Íñiguez, 2013). 46


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Bajo esta perspectiva, podemos señalar que los jóvenes, es decir, aquellos que nacieron después del conflicto armado, obtendrán su propia perspectiva de los hechos ocurridos en el pasado, desde la transmisión oral de sus familiares, pasando por los centros de educación, hasta la influencia que reciban por los medios de comunicación. Todo esto podría constituir parte de transmitir la memoria de los hechos, así como de expresar y conocer testimonios de personas significativas que vivieron el conflicto armado salvadoreño, para ir creando un propio esquema mental en relación a lo sucedido. Según Félix Vásquez (2001, citado en Piper, 2015, p. 160), la memoria se comprende como “una acción discursiva que se realiza en el presente construyendo relatos sobre el pasado”. Construimos memoria a través del lenguaje, según lo que se recuerda y conforme a los discursos y narraciones que se presentan. El principal objetivo de la memoria histórica debe ser reparar el tejido social rasgado por el discurso político que ha generado los problemas sociales. Su misión no se limita únicamente a la documentación o recuperación de información; implica también la integración de recuerdos a la vida cotidiana de las personas y del colectivo (Gaborit, 2006). Una parte importante de esta reconstrucción y, como primer paso, son los testimonios de los sobrevivientes, que abren el camino también a procesos legales (Calveiro, 2006). Los testimonios son pieza clave para la reconstrucción de la memoria histórica. A su vez, se trata de una construcción reflexiva, por ser una experiencia particular y personal, con distinta capacidad de descripción y reafirmando su presencia en el lugar de los hechos. Lo anterior abre paso a múltiples miradas y puntos de vista —en ocasiones, contradictorias—, pero con el objetivo común de dar posicionamiento al acontecimiento, de hacerlo visible (Calveiro, 2006). Las narraciones que se presentan tienen base en una secuencia de hechos, con los que se construyen conocimientos, personajes, intenciones, entre otros elementos. Es, además, la organización de una síntesis que unifica; no surge de la reproducción fiel de los hechos, sino que se construye a 47


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

partir de los acontecimientos y se van armando secuencias, relaciones, aportando detalles, introduciendo conocimiento, moviéndose en el tiempo y reconfigurando el mismo tiempo (Piper, 2014). El discurso histórico es producto de un contexto particular y, habitualmente, se construye un pasado o una memoria con base en las interpretaciones y contradicciones en los contextos históricos. La transmisión de la memoria siempre llegará mediada por los medios de comunicación que la divulguen y las relaciones interpersonales que la persona posee. No constituye una mera comunicación, sino que es un espacio de análisis, de transmisión con responsabilidad que pueda transformar el entorno (Vázquez y Leetoy, 2016). La mayor parte de las memorias del pasado son lideradas por agrupaciones de sobrevivientes o familiares de aquellos, que potencian tanto la preservación de los lugares donde ocurrieron los hechos, como la divulgación de los mismos. La generación actual —posconflicto armado salvadoreño—, poco o nada conoce sobre lo ocurrido; y lo grave es que este grupo representa una parte fundamental, pues son los destinatarios de múltiples acciones que se realizan para conservar, transmitir y liderar el cuestionamiento al orden social existente (Sepúlveda, Sepúlveda, Piper, y Troncoso, 2015). En la construcción de la memoria histórica y su posterior transmisión, primero se requiere de la colaboración colectiva, recogiendo memorias del pasado para construir el presente. Pero esta mirada colectiva no debería de observar a las personas que vivieron los hechos traumáticos como víctimas, sino como sobrevivientes; a la vez que se toma una visión integral de todos los hechos, con el fin de evitar sesgos durante la narrativa. Transmisión de la memoria histórica desde la educación formal salvadoreña111 El primer lugar donde niños, adolescentes y jóvenes se encuentran cercanos a la historia es dentro de un aula de clases. Pero, dentro del contexto salvadoreño, la mayoría de los docentes desconocen la importancia 111 Subtítulo basado en el testimonio de Member Castillo, profesor de educación media y bachillerato de un centro escolar en Soyapango. El nombre explícito del profesor ha sido usado por su autorización y consentimiento.

48


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

de transmitir la memoria histórica dentro del aula, como también podrían desconocer parcial o totalmente los distintos crímenes de lesa humanidad que se cometieron en el país, como el caso del río Sumpul. Lo anterior podría deberse a que los libros de los cuales se aprenden este tipo de hechos están elaborados, en su gran mayoría, con base en un programa escolar rígido y limitado. Dichos libros contienen solo temas que benefician y perpetúan el orden social existente y la lucha de clases o de ideologías (capitalismo versus socialismo), dejando que el conflicto armado aparezca solo de una manera superficial. Únicamente se menciona que existieron conflictos en el país, poniendo a unos como los buenos y al otro bando como los malos, donde murieron personas civiles, pero no se conoce el testimonio del sobreviviente, ni tampoco se le brinda la relevancia suficiente. No se quiere dar a conocer la historia de estos hechos de forma exacta o al menos ética (desde los sobrevivientes) para evitar que haya personas que deban ser juzgadas. Se habla más de los problemas políticos y sociales, pero se dejan de lado los crímenes que se cometieron; se habla de acuerdos de paz, pero no de la reparación de quienes sobrevivieron al conflicto armado; se habla de memorizar fechas para un examen, pero se deja atrás lo que ese día representa en el presente para los sobrevivientes de la guerra civil salvadoreña. Se transmite la memoria histórica desde el rol docente de una forma un tanto superficial, ya que no existe una completa libertad de cátedra: el docente es víctima del Estado al estar sujeto a un programa proporcionado por el sistema educativo oficial, que es regulado desde el Estado. En dicho programa no se hace mención sobre las desigualdades sociales que dieron origen al conflicto, ni sobre los atroces crímenes provocados por los operativos militares. En todo el país se enseña de la misma manera la memoria histórica (casi ausdente), puesto que en todo el territorio se reciben los mismos lineamientos de los programas escolares del Ministerio de Educación. A menos que la persona que ejerza la cátedra tome responsabilidad de enseñarla de forma diferente, alejándose un poco no solo del programa, sino también de los libros proporcionados por el Ministerio, se podrá transmitir la memoria histórica fiel al testimonio 49


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

de los sobrevivientes, dando a conocer el pasado para evitar errores en el presente. Así, la memoria histórica no se trata solamente recoger archivos y documentos, sino que es una memoria viva que se construye socialmente. Para su transmisión es importante, incluso con las dificultades mencionadas, tomar en cuenta a las generaciones que no vivieron el conflicto armado y que poco conocen de testimonios sobre las masacres, como la del Río Sumpul. Dentro del aula de clases, es importante recordar que lo impartido debe ser un aprendizaje significativo, que considere nuevas ideas para recrear esquemas mentales en la experiencia personal de las nuevas generaciones. Un aprendizaje significativo es aquel que se caracteriza por relacionar la nueva información que se brinda con el conocimiento previo y la historia personal del alumno, que le lleve a adquirir nuevos significados. En cierta medida, lleva a la reacomodación de los esquemas cognitivos (conocimiento) que previamente tenía el estudiante. En este sentido, la memoria histórica pretende que el alumno obtenga un aprendizaje significativo, pues trae al presente la experiencia de vida de otros. La memoria constituye una base de la identidad individual y colectiva, además de ser un proceso de construcción de saberes significativos, tanto para la persona que da su testimonio como para su entorno (Lodoño y Carvajal, 2016). Así, pues, la memoria, como recurso de enseñanza, debe ser analizada; puesto que contribuye a la educación de ciudadanos críticos con su pasado, comprometidos con el presente y constructores de su futuro. Empero, se presentan obstáculos para poder integrar la memoria histórica al aula de clases; como la falta de eficacia en los temas de historia que, a su vez, están estrechamente ligados al programa escolar, sumado esto a la rigidez de los contenidos a enseñar y, siendo el protagonista de las materias, un examen que debe de ser aprobado; además de la transmisión oral de una generación a otra (del profesor al alumno) de la memoria histórica. Otro problema ha sido las distintas memorias sobre los acontecimientos, mediados por la selección de unas y el olvido de otras (Delgado, 2015).

50


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Conclusión La masacre en el caserío Las Aradas, mejor conocida como Masacre del Río Sumpul, se retoma como ejemplo para la contextualización de la importancia que tienen los testimonios en la reconstrucción de la memoria histórica, así como lo importante que es también el reconocimiento de las personas que atravesaron los hechos como sobrevivientes y no como víctimas. La transmisión oral y escrita de estos sucesos nos ha permitido conocer los crímenes en el presente, ya que los sobrevivientes han velado por transmitir la verdad a las generaciones posguerra; todo ello bajo el lema de “no olvidar” —contrario al discurso oficial desde las élites de “perdón y olvido”—; a su vez, han involucrado a la juventud a seguir con este legado, pues los motivan para ser parte de la sociedad del cambio, con el objetivo de construir una realidad más humana. Es válido cuestionarse cómo se dará la transmisión de la historia de las masacres en el futuro, además de preguntarse desde la posición del receptor si todos los hechos son verídicos. Pero, más allá del cuestionamiento, debemos recordar que habrá siempre distintas perspectivas sobre un tema. Por lo que un testimonio, más que ser puesto en duda, debe de ser reflexionado para generar un análisis crítico del suceso. Igualmente, debe buscarse la promoción de espacios que apoyen a los colectivos de sobrevivientes. También es necesario reformular la manera en la que se educa a los alumnos desde las instituciones escolares: se debe crear un aprendizaje significativo sobre el recuerdo; una reconstrucción y transmisión de la memoria histórica a las generaciones posguerra basada en el principio de verdad y justicia —además de no promover leyes que vulneran las heridas del conflicto—. Se debe retomar la memoria desde un panorama de derechos basados en la libertad de pensamiento, opinión y cátedra, para así crear un nuevo El Salvador, en el que exista una sola verdad: la de los sobrevivientes, y así se comiencen a dar los primeros pasos hacia el perdón.

51


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Referencias Calveiro, P. (2006). Testimonio y memoria en el relato histórico. Acta poética, 27(2), 65-86. https://bit.ly/2WiJFKs Delgado, E. (2015). Educación Ciudadana y Memoria Histórica en la enseñanza de las Ciencias Sociales. Enseñanza de las ciencias sociales: revista de investigación, 1(14), 97-109. https://bit.ly/3acW2ji El Faro [Zamora, M.]. (2014, 11 de mayo). Las Aradas: masacre en seis actos [documental]. YouTube. https://bit.ly/3mp4TRk Gaborit, M. (2006). Memoria histórica: relato desde las víctimas. Pensamiento psicológico, 2(6), 7-20. https://bit.ly/2WuIuYB Lodoño, J. y Carvajal, J. (2016). Pedagogías para la memoria histórica: reflexiones y consideraciones para un proceso de innovación en el aula. Educación y Ciudad, 1(30), 65-78. https://bit.ly/34bxCCY

Martín-Baró, I. (2006). Hacia una Psicología de la Liberación. Psicología Sin Fronteras, 1(2), 7-14. Organización de las Naciones Unidas. (1993, 1 de abril). Report of the UN Truth Commission on El Salvador. Equipo Nizkor. https://bit.ly/2K6oAjU Piper, I. (2019, marzo). “Aportes de Ignacio Martín-Baró a una Psicología Social de la Memoria” [ponencia]. Semana del cerebro en la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas”, El Salvador. Piper, I., Fernández, R. e Íñiguez, L. (2013). Psicología social de la memoria: espacios y políticas del recuerdo. Psykhe (Santiago), 22(2), 19-31. https:// bit.ly/3r0LsSo Piper, I. (2006). Obstinaciones de la memoria de la dictadura militar chilena en las tramas del recuerdo [tesis de doctorado, Universitat Autònoma de Barcelona]. Archivo Chile. https://bit.ly/34hKwPT Piper, I. (2014). Espacios y narrativas: construcciones del pasado reciente en el Chile de la post dictadura. Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, 1(2), 48-65. https://bit.ly/3ahQRi3 Piper, I. (2015). Violencia política, miedo y amenaza en lugares de memoria. Athenea Digital. Revista de pensamiento e investigación social, 15(4), 155172. https://bit.ly/3abvUoT 52


Ars Magna | Guillermo A. Carpio, Ana E. García e I. Lucía Orantes

Sepúlveda, M., Sepúlveda, A., Piper, I. y Troncoso, L. (2015). Lugares de memoria y agenciamientos generacionales: lugar, espacio y experiencia. Última década, 23(42), 93-113. https://bit.ly/3mlapoi Solito, N. (2017, 1 de abril). A la paz, solo por la verdad. Noticias UCA. https://bit. ly/3no6eJo Tojeira, M. (2013, 16 de mayo). La Masacre del Sumpul. Noticias UCA. https://bit. ly/2WfNRue Vázquez, M., y Leetoy, S. (2016). Memoria histórica y propaganda. Una aproximación teórica al estudio comunicacional de la memoria. Comunicación y sociedad, 1(26), 71-94. https://bit.ly/3oYiTDd

53


Ars Magna

54


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

SANAR COMO SOCIEDAD:

REFLEXIONES SOBRE EL TRAUMA PSICOSOCIAL Y SUS IMPLICACIONESEN LA CRISIS SOCIOPOLÍTICA

[

DEL PRESENTE

]

Fernando Chacón Serrano Mtro. en Psicología Comunitaria, Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) (Correo: nchacon@uca.edu.sv)

Introducción

E

l Salvador atraviesa un tiempo de crisis sociopolítica que precisa ser comprendido. Un ejercicio relevante es identificar aquellos factores que han posibilitado, que sostienen y que producen un impacto en la sociedad en términos de salud mental. Desde un análisis psicosocial, con el presente artículo pretendemos compartir algunas reflexiones sobre cuáles son las implicaciones del trauma psicosocial sostenido desde el conflicto armado en las dinámicas sociales y políticas actuales. Más que ofrecer ideas acabadas y definitivas, nuestra intención es iniciar un proceso reflexivo que rompa con el abordaje individualista y presentista de la psicología actual, y que nos permita dilucidar formas más completas de abordar la realidad tan convulsa, en mejores términos tanto teóricos como metodológicos. La guerra como acontecimiento violento y generadora de trauma psicosocial

El conflicto armado de El Salvador fue uno de los más largos y sangrientos de la historia reciente de Latinoamérica. Como acontecimiento violento, que se fraguó a lo largo de doce años (1980-1992), supuso un impacto significativo en las distintas áreas que componen la sociedad (Krämer, 2009). En términos psicosociales, la experiencia del terror y la violencia —producto de torturas, masacres, desapariciones y desplazamiento 55


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

forzado— fueron minando las relaciones sociales cotidianas, y con ello condicionaron la construcción del sujeto. Para Martín-Baró (1990d), la intencionada implementación de una “guerra psicológica” impactó al sujeto activo social y políticamente, mediante el daño a la identidad y la autoestima de la población. En esa línea, Gaborit (2005) considera que este acontecimiento fragmentó los espacios naturales de formación de la subjetividad, como la familia, y con ello, afectó los procesos de identidad y apego. Se pueda aseverar, entonces, que el conflicto armado se constituyó en “el marco fundamental de referencia para la vida de los salvadoreños” (MartínBaró, 1990a, p. 15); por ser un acontecimiento violento que transgredió la cotidianidad, desarticuló el tejido social y alteró los modos de habitar en sociedad. Desde los aportes de Veena Das, Ortega (2008) señala que un “acontecimiento violento” como este se caracteriza porque, en primer lugar, rebasa los criterios sociales que obligan al cuestionamiento de la viabilidad de la vida misma, pues el mundo como era conocido es devastado. En segundo lugar, posee un carácter de inacabado y una capacidad de proyectarse en el tiempo; es decir, de no quedarse en el pasado, sino expresarse en el futuro. Y, por último, presenta una capacidad para afectar silenciosamente el presente. Precisamente, su daño no se acaba en la individualidad; más bien se ubica en la alteración de las formas de estar y ser con otros, de habitar juntos cotidianamente un espacio social (Das, 2008). Si asumimos que es en la cotidianidad donde las relaciones sociales se concretizan y se nutren de experiencias y sentido, podemos interpretar que el impacto de la guerra se sostendría en las relaciones sociales del día a día. Ya lo dice Ortega (2008): “la cotidianidad guarda dentro de sí la violencia del acontecimiento y este a su vez estructura el presente silenciosa y fantasmalmente” (p. 35). Esta visión más amplia de las implicaciones del conflicto armado, no reducida al psicologismo, nos permite aseverar que el trauma, la herida de la violencia, articula componentes psicológicos, pero también sociales y políticos. No es menor, entonces, apoyarnos en los postulados de Martín-Baró (1990c) para comprender que lo experimentado durante este 56


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

periodo fue la configuración de un trauma psicosocial: una herida que se materializa en las personas, pero que sus raíces se ubican en la sociedad y las relaciones sociales (dañadas) que la sustentan. En otras palabras, aquellas relaciones sociales de violencia y guerra son materializadas por los individuos implicados en ellas, a través de las mediaciones grupales e institucionales, y se nutren y sostiene en esa mutua constitución entre el individuo y la sociedad. En definitiva, sus raíces estarían ancladas a las bases mismas de la vida social, que empujarían a los sujetos a comportamientos de supervivencia y adaptación normales en un contexto marcadamente anormal. De ahí su relevancia para examinar las injerencias de esta herida luego de acalladas las armas, e iniciado un proceso en el que se asume como fin último la construcción de “la paz”. La posguerra y el sostenimiento de relaciones sociales deshumanizantes El conflicto armado llegó a su fin en 1992 a partir de los Acuerdos de Paz, y con ello se dio inicio al periodo de posguerra (Krämer, 2009). Si bien cesó el fuego entre los bandos en contienda, los postulados previos nos conducen a interpretar que los impactos psicosociales de la violencia se han sostenido en este nuevo período. A nivel estatal, no se realizaron acciones encaminadas a promover la justicia y la reparación social de los sectores gravemente golpeados, a pesar de ser elementos esenciales para la reconciliación. Más bien, se impuso una Ley de Amnistía que implicó impunidad a los crímenes de lesa humanidad, bajo la idea de “borrón y cuenta nueva”. En realidad, para el Estado, la reconstrucción del país significó la implementación de fuertes políticas neoliberales que se han traducido en el sostenimiento de una violencia estructural. En lugar de potenciar la recomposición del tejido social dañado por la guerra, se ha promovido una forma individualista de relacionarse, que ha tenido significativo eco en la niñez (Gaborit, 2005; Moreno, 2004).

57


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

En esa línea, Das (2007) identifica que, luego de ocurrida la violencia política, esta se sigue desarrollando en la vida cotidiana. Las experiencias violentas son normalizadas posteriormente, y son plegadas en las relaciones sociales, lo que condiciona al sujeto y su mundo. Esto es relevante, pues alerta de la trampa al pensar que las secuelas del conflicto armado solo se expresan en comportamientos patológicos, fuera de la norma, sin considerar que esa norma está construida desde un legado violento. Justamente, ese pasado violento no se manifestaría de forma directa, sino que tomaría diversas expresiones, más allá de las ideas tradicionales de trauma (Das, 2008). Es evidente que la sociedad salvadoreña en posguerra se ha caracterizado por experimentar una constante convulsión social. Las problemáticas sociopolíticas han tenido como común denominador la violencia en sus distintas manifestaciones: continúan los asesinatos, las desapariciones, el desplazamiento forzado y las constantes riñas desde las esferas políticas. En términos cuantitativos, para 2015, la cantidad de asesinatos diarios (59) sobrepasó la contabilizada durante el conflicto armado (ContraPunto, 2015). Esto nos hace secundar lo que Martín-Baró (1990b) dijo en su momento, a propósito de El Salvador de los ochenta: “una sociedad donde se vuelve habitual el uso de la violencia para resolver los mismos problemas grandes que pequeños, es una sociedad donde las relaciones humanas están larvadas de raíz” (p. 24). La identificación de las problemáticas sociopolíticas del país en la actualidad nos empuja a revisitar la noción de trauma psicosocial para cuestionarnos sobre su posible sostenimiento, destacable a más de 28 años del fin formal del conflicto armado. Si la guerra como acontecimiento violento implicó un daño a la forma de relacionarnos, de habitar juntos el espacio social, dicho daño se ha sostenido desde la cotidianidad de posguerra; complejizado por las mismas problemáticas de este momento sociohistórico. La ausencia de reparación o sanación social nos hace pensar que los problemas del presente, al menos a nivel social y político, son construcciones colectivas, producto de formas de vivir anormales y deshumanizantes. 58


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

El sostenimiento de tal herida se observa de mejor forma haciendo un paralelo con el pasado, a propósito del ejercicio de memoria. MartínBaró (1990c) identificaba que el trauma psicosocial operaba de la mano con los fenómenos de la polarización social, la mentira institucionalizada y la militarización de la vida cotidiana. A nuestro juicio, estos mismos fenómenos sobresalen en la sociedad salvadoreña de ahora. Luego del conflicto armado, la polarización social se sostuvo mediante una “guerra ideológica” (Orellana, 2005). Después del triunfo del actual gobierno, la polarización se ha remarcado con el juego impuesto de “los mismos de siempre” versus “las nuevas ideas”. Este fenómeno es particularmente percibido en las redes sociales, con lo cual habría que preguntarse qué tan honda está siendo la fisura de nuestro marco de convivencia, a partir de la diferenciación entre “ellos” (los malos) y “nosotros” (los buenos). Desde el ámbito de la salud mental, tendríamos que indagar sobre los efectos del agotamiento, producto de la constante tensión socioemocional por la lucha implícita de un bando contra el otro. Martín-Baró (1990c) dio luces al poner su atención a los daños en el cuerpo, y cómo tal polarización puede implicar diversas formas de somatización en la población. El otro fenómeno es la mentira institucionalizada: los distintos gobiernos de turno, junto a otras instancias del Estado, han incurrido en un ocultamiento sistemático de la realidad. Sobresalen distintos actos de corrupción y los pactos con grupos criminales. En el marco de la crisis sanitaria por la pandemia, investigaciones periodísticas han puesto en evidencia las formas en que el actual gobierno ha mentido en el manejo de fondos públicos, y ha ocultado sus negociaciones con pandillas para reducir el número de homicidios (ver a Martínez, Martínez, Arauz y Lemus, 2020). La incertidumbre respecto a qué creer y a quién, puede socavar la seguridad de la población sobre aquellas instituciones que dicen velar por nuestros derechos; lo que promueve un sentimiento de desprotección cotidiano. El análisis de Martín-Baró (1990c) estipula que la mentira constante afecta los fundamentos de la identidad, porque entrampa la validez del propio conocimiento y promueve inseguridad en la persona ante sus propias convicciones. 59


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

Por último, la militarización de la vida cotidiana ha sido una tendencia a lo largo de la posguerra. En la coyuntura actual preocupa el rol protagónico que está tomando la Fuerza Armada en las distintas actividades del gobierno, y su injerencia en política. Parece que cada día se va reforzando una narrativa bélica desde el gobierno, que versa sobre ganar batallas contra todo lo contrario a los propósitos del mismo gobierno como “representante” de las necesidades de la población, donde el ejército juega el papel de héroe. Al respecto, Martín-Baró (1990c) nos alerta que la venia a lo militar, progresivamente, conduce a la militarización de la mente de la población. Apropiada la narrativa bélica, existe la tendencia a interpretar todo en términos violentos, incluso en aquellas relaciones interpersonales más íntimas. Se suele decir que la realidad se impone, pese a que huyamos de ella. Esta realidad actual nos hace ver que el pasado no es irrelevante, y que su olvido voluntario no es garantía para que deje de afectarnos. Precisamente, “los elementos del pasado que fueron rechazados –en el sentido de que no fueron integrados en una comprensión estable del pasado–, pueden repentinamente asediar el mundo con la misma insistencia y obstinación con que lo real agujerea lo simbólico” (Das, 2007, p. 143). Lo sembrado con violencia a más de 28 años, y no abordado psicosocialmente en aquel periodo, es lo que estamos cosechando, en términos psicológicos, sociales y políticos, en nuestra sociedad. Conclusiones Como sociedad salvadoreña arrastramos una convivencia malsana, que nos lleva a asumir como normal lo que en otros contextos más saludables se consideraría anormal. El sostenimiento de estas formas de vivir, en relación a las estructuras sociales y políticas de opresión, en este momento histórico particular, nos han conducido a El Salvador de hoy. En otras palabras, nos hemos vuelto constructores de problemas tan complejos y violentos como las pandillas, y los gobiernos corruptos y antidemocráticos, a consecuencia de un devenir histórico marcado, en término psicosociales, por una herida que guarda su raíz en la sociedad misma. 60


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

En ese sentido, lo vivenciado en los ochenta durante la guerra, característico del trauma psicosocial con la polarización social, la mentira institucionalizada y la militarización, se experimenta en la sociedad salvadoreña de hoy. Podemos interpretar, entonces, que esas mismas problemáticas acarrean consigo impactos negativos a la salud mental, por lo cual es necesario ampliar la visión que tenemos de esta, no solo limitada a abordajes individualistas, y desprovistos del componente social y político. En estos tiempos de crisis sanitaria y democrática, es preciso replantearnos una y otra vez qué estamos haciendo como gremio de psicología. A nuestro juicio, nos hemos pasado, en lo que va de la posguerra, en la sombra de los acontecimientos, y nuestros abordajes clínicos, educativos, laborales y psicosociales no han conseguido comprender acertadamente la realidad, y menos encararla desde metodologías acordes a las necesidades. Para evitar el surgimiento y sostenimiento de estas y otras problemáticas, habría que sanar como sociedad. Tal vez, para ello, el primer paso sea detenernos un momento y hacer memoria (histórica), condición clave para la superación del presentismo (Martín-Baró, 1998), tan arraigado a una sociedad y un gremio con síndrome fatalista. Referencias ContraPunto. (2015, 18 de mayo). Cifra de asesinatos supera a los de la guerra civil salvadoreña. Diario Digital ContraPunto. https://bit.ly/2XkbBhz Das, V. (2007). Life and Words: Violence and the descent into the ordinary. University of California Press. Das, V. (2008). El acto de presenciar. Violencia, conocimiento envenenado y subjetividad. En F. Ortega (ed.), Veena Das: sujetos del dolor, agentes de dignidad (pp. 217-250). Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humana; Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar. Gaborit, M. (2005). Psicología social de la niñez en El Salvador: condicionantes en la construcción de la preciudadanía. En N. Portillo, M. Gaborit y J. M. Cruz (eds.), Psicología social en la posguerra: teoría y aplicaciones desde El Salvador (pp. 290-316). UCA Editores.

61


Ars Magna | Fernando Chacón Serrano

Krämer, M. (2009). El Salvador, unicornio de la memoria (2ª ed.). Museo de la Palabra y la Imagen. Martín-Baró, I. (1990a). Introducción. En Psicología social de la guerra: trauma y terapia (pp. 13-19). UCA Editores. Martín-Baró, I. (1990b). Guerra y salud mental. En Psicología social de la guerra: trauma y terapia (pp. 24-40). UCA Editores. Martín-Baró, I. (1990c). La violencia política y la guerra como causas del trauma psicosocial en El Salvador. En Psicología social de la guerra: trauma y terapia (pp. 65-84). UCA Editores. Martín-Baró, I. (1990d). De la guerra sucia a la guerra psicológica: el caso de El Salvador. En Psicología social de la guerra: trauma y terapia (pp. 159-173). UCA Editores. Martín-Baró, I. (1998). El latino indolente. En Psicología de la liberación (pp. 73-101). Trotta. Martínez, C., Martínez, Ó., Arauz, S. y Lemus, E. (2020, 3 de septiembre). Gobierno de Bukele lleva un año negociando con la MS-13 reducción de homicidios y apoyo electoral. El Faro. https://bit.ly/3bepu9d Moreno, R. (2004). La globalización neoliberal en El Salvador. Un análisis de sus impactos e implicaciones. Fundación Món-3. Orellana, C. (2005). Discurso oficial y reparación. En Portillo, N., Gaborit, M. y Cruz, J. M. (Eds.), Psicología social en la posguerra: teoría y aplicaciones desde El Salvador (pp. 169-222). UCA Editores. Ortega, F. (2008). Rehabitar la cotidianidad. En Veena Das: sujetos del dolor, agentes de dignidad (pp. 15-69). Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humana; Pontificia Universidad Javeriana, Instituto Pensar.

62


Ars Magna

63


POR AHÍ CUENTAN

Dibujo retomado de Huezo (2019e)(

64


POR AHÍ CUENTAN

A

quí tenemos lo que se dice en las calles; lo que se cuenta a regañadientes en pláticas clandestinas huyendo de los perseguidores; lo que, en el silencio de la noche, sale entre los derroteros profundos de las sociedades. Aquí tenemos el secreto a voces de una, de uno, de todas y todos. He aquí la palabra escrita de la cultura en los términos más sublimes: la calle habla, opina, critica, cuestiona y propone; no teme. He aquí una sociedad que nunca está silente, o, al menos, por ahí cuentan eso...

65


66


Por ahí cuentan | Daniela Ayala

DERECHOS HUMANOS

SOLO PARA HUMANOS DE “PRIMER NIVEL”1

E

[

]

Daniela Ayala Mujer cisgénero (creo) y muy bisexual (correo: 00024717@uca.edu.sv)

l Salvador es un país conservador que lucha por mantener las costumbres de… sabrá Dios a quién pertenecen las costumbres que conserva; porque en una nación donde la desintegración familiar es el pan de cada día, donde los pobres se comen las uñas para sobrevivir, donde las mujeres mueren por ser mujeres, y la población LGBTI+ solo existe para ser invisibilizada o erradicada, resulta absurdo defender las buenas “maneras”, defender la “familia”, la “moral”, ¿la “vida”? En pocas palabras, seguir defendiendo los privilegios de las élites. En esta ocasión, me enfocaré en las personas: dos, tres o hasta cuatro o más veces invisibilizadas —dependiendo la letra en la que se concentren—, porque considero relevante brindarles un espacio a través de mis palabras; un espacio que la sociedad esquiva y busca ocultar, pues resulta incómoda en su existencia. Se debe comprender que las mujeres cisgénero heterosexuales salvadoreñas aún no gozan plenamente de todos sus derechos, y mucho menos si viven en condiciones de pobreza. Ahora, si se piensa en una mujer cisgénero homosexual, o en una persona no binaria bisexual, una mujer trans, entre muchas identidades más, está claro que el goce de sus derechos estará exponencialmente reducido. Esta falta de derechos y de aprobación de leyes para dichas personas se fundamenta en que: “hay problemas más importantes que atender, como para estarle regalando leyes a esos ‘raritos’”. “Esos raritos” tienen problemas que claramente no están siendo atendidos; porque podrá haber días sin homicidios reportados, pero las personas siguen desapareciendo; 1 Texto que fue participante en el primer certamen de no ficción “No más impunidad” de La Letra Capciosa.

67


Por ahí cuentan | Daniela Ayala

habrá paquetes alimenticios, pero la gente sigue muriendo por desnutrición; habrá días nacionales de oración, pero aún hay gente en albergues deplorables; y el recuento de deficiencias podría seguir eternamente. Dado que la gestión de los problemas en el país es reactiva no preventiva, provoca que solo se actúe tras la desgracia; por lo cual no es de extrañar que se les acumulen los problemas por resolver al no prestar atención a los grupos vulnerables, hasta que ya han sido vulnerados. No es una novedad que El Salvador no representa el epítome de una sociedad de bienestar, pero escudarse en “hay otros problemas más relevantes” para negarle derechos humanos fundamentales a las personas diversas, es una excusa absurda, e incluso se podría decir, cobarde, porque pareciera responder más a “yo defiendo mis creencias y lo que me hace sentir cómodo, no lo que el pueblo al que represento necesita que defienda”. Eso se hace palpable al ver cómo años y años de demandas, proyectos de ley y muchos intentos para la aprobación de: el matrimonio igualitario, la ley de identidad de género, y otras, son archivados para revisiones futuras que nunca llegarán, porque a los funcionarios no les interesa tal revisión a menos que sea para desechar la propuesta. Ser LGBTI+ en El Salvador es difícil, aún más si la diversidad sexual se junta con un nivel socioeconómico bajo y otros factores de riesgo porque, si sos de la Comunidad, eso te impide acceder a espacios más seguros, y/o a círculos sociales más “respetuosos”; además de exponerte más a doctrinas conservadoras y religiosas que te condenan a “las llamas del infierno”, y te hacen pasar por terapias de conversión, esperando sacar el “demonio de la homosexualidad” de tu interior, entre otra infinidad de absurdos. Aunque, para ser justos, el nivel de vida en el país no permite educación de calidad en las materias básicas, mucho menos en temas como la diversidad sexual; volviendo muy difícil que la sociedad acepte a las personas no heteronormativas, ya que aceptar algo que no se conoce o no se entiende, es complicado —no imposible, pero sí muy complicado. Lo anterior sucede, sobre todo, porque esas doctrinas rígidas y ortodoxas influencian la educación que se imparte, buscando prohibir los temas considerados “del diablo”. Igualmente, provoca que las personas no 68


Por ahí cuentan | Daniela Ayala

obtengan la información pertinente sobre diversidad, y que teman a todo lo que pueda relacionarse con aquello tan satanizado por las autoridades referentes. Y si no pueden satanizarlo, buscarán métodos para desmeritar cualquier visibilización o inclusión —como pasa con el tan sonado lenguaje inclusivo que es objeto de burla, al salir de los esquemas comunes de la lengua española—. Sin embargo, la lengua podría transformarse adoptándole, aunque las élites se esfuercen por enterrarlo para que no se reproduzca. Garantizar la educación integral de calidad, que tanto escasea para las y los salvadoreños, es trabajo y responsabilidad del Estado. Pero, para el caso, se trata de un Estado que es ciego, sordo y mudo… que prefiere cerrar los ojos ante la miseria de su pueblo; que decide taparse los oídos ante el grito de los oprimidos pidiendo justicia; y que guarda silencio ante la corrupción, para garantizar impunidad a los que sueltan el billete. Entre las miserias más ignoradas por el Estado, está la de las personas trans, mayormente pobres, abandonadas y juzgadas por el sector público. Entre los gritos más silenciados, se encuentran los de activistas LGBTI+, exigiendo leyes especiales que garanticen una vida digna y libre de violencia, para las personas de la diversidad sexual. Y entre la impunidad más común, encontramos la nula búsqueda de justicia ante crímenes de odio hacia la población LGBTI+, solapada en prejuicios y estigmas hacia el “estilo de vida” de las personas víctimas, justificando una y otra vez a los victimarios y agresores. Hay tanto odio, rechazo y discriminación hacia nosotros, nosotras y nosotres, que se basan en la creencia de que somos seres inferiores, seres pecaminosos, personas incompletas, personas de segundo o menor nivel, con base en la incomodidad que causamos al salirnos de las normas que un sistema machista, capitalista y heteropatriarcal ha impuesto para el mantenimiento del privilegio de unos pocos. La única forma de vencerlo es con una desconstrucción ideológica crítica, que cuestione las construcciones sociales y su función dentro del sistema. Tal desideologización debe ser fomentada desde el sistema educativo —entiéndase como la interacción entre: las familias, escuelas y Estado—, para que cada nueva generación 69


Por ahĂ­ cuentan | Daniela Ayala

nos lleve mĂĄs cerca de una sociedad en la que toda, tode y todo salvadoreĂąo nacido sea entendido y atendido como un humano de primer nivel, al ser merecedor de todos los derechos fundamentales.

70


Por ahí cuentan | Astrid Jacobo

POR LO QUE PERDIMOS1

[

]

Astrid Jacobo (correo: 00092519@uca.edu.sv; Facebook: Astrid Jacobo; Twitter: @astrid_jacobo; Instagram: @astridjacobo)

L

impiando la mesita que mi abuelo ocupa para poner sus cosas, debajo de muchos papeles viejos y documentos personales encontré la escritura de propiedad de la casa que actualmente habita él junto a mi abuela; data de 1996, siendo la segunda casa de la cual es propietario, pues su primer hogar fue desalojado en los fulgores del conflicto armado. A comienzos de los ochenta, en un tranquilo pueblo llamado San Antonio los Ranchos, la armonía y calidez comenzó a diluirse en una constante incertidumbre. Comenzaron con cosas pequeñas, como amenazas y cortes de luz que no pasaron a mayor cosa, hasta que todo se agravó y los enfrentamientos en los alrededores eran el pan de cada día; siendo, en uno de esos, donde mis abuelos tomaron las pocas pertenencias que pudieron y, junto con sus hijos, se fueron sin más. No importaban las cosas materiales ni lo mucho que les había costado el tener su propia casa, porque en esos momentos, sus vidas corrían verdadero peligro. Esa fue la primera cosa que perdieron: su derecho a la propiedad, acompañadas de sus esperanzas, su fe y la tranquilidad que, a partir de entonces, no les iba a acompañar. Tras encontrar una nueva casa y dos hijas más, lo segundo que perdieron fue el derecho a su propia familia, pues su único hijo varón tuvo que emigrar a los Estados Unidos al correr peligro de ser reclutado tanto por el Ejército como por la Guerrilla; encontrando la solución en el tan anhelado sueño americano. Lo que nunca nos hablan de él es sobre la separación tan dolorosa con los que amamos, y de la terrible sensación de ser un completo extraño en un país tan inmenso —pero de eso podemos escribir en otra oportunidad. 1 Texto que fue participante en el primer certamen de no ficción “No más impunidad” de La Letra Capciosa.

71


Por ahí cuentan | Astrid Jacobo

Años más tarde las especulaciones se convirtieron en realidad: la tan anhelada paz fue firmada y acordada en una tierra ajena a las condiciones que lo ocasionaron, con personajes “representativos” del episodio histórico, junto a los intereses de algunos grupos que dominaron los deseos de toda una nación. Desde ese momento comenzamos a fallar en el camino: cuando negociamos el bienestar de todo un país y permitimos que personas que no lo merecían salieran impunes y con las manos limpias, ocultando tras de sí la estela carmesí que todavía corría por sus dedos. La última vez que hablé con mi abuelo del tema solo me dijo que jamás pudo recuperar la casa que tenía antes en San Antonio los Ranchos. Luego de eso, se fue a ordeñar, porque la decepción e impotencia por aquello que se perdió en un pasado se considera tan inútil como intentar traerlo a colación al presente; porque se prefiere continuar con las luchas del día a día que enfrascarse en un amargo recuerdo que es capaz de demostrarnos que nada ha cambiado en realidad en este aspecto. Y lo que debería haber cambiado, como aspecto más importante que cualquiera: la paz en todos los ámbitos de la vida de la población salvadoreña. Así como mi abuelo, millones de salvadoreños perdieron algo en el conflicto armado: desde lo material —como sus propias casas, terrenos agrícolas o ganado— hasta lo humano: alrededor de unos 75 000 nombres fueron tachados de la historia, además de las 8 000 personas desaparecidas y los desplazados, de los cuales sería poco preciso dar un número, porque miles de ellos aún se encuentran en condiciones de ilegalidad fuera del país —aunque la Comisión de la Verdad informó que podrían ser unos 700 000 para 1983—. Todo esto nos enmarca en un hecho irrefutable y del cual necesitamos ser conscientes todos: el conflicto armado no desapareció tras los Acuerdos de Paz, pues sus efectos son sensibles hasta nuestros días. Todo se conecta: la impunidad, la corrupción, la injusticia y la violación a derechos humanos han estado desde esos años caóticos hasta nuestra actualidad. Es importante notar que estas condiciones pueden agravarse si no somos conscientes que aprender las lecciones del pasado es sustancial para lograr un mejor manejo de nuestras acciones actuales y posteriores. Es necesario entender que la historia es la verdad misma; 72


Por ahí cuentan | Astrid Jacobo

es el espejo que somos capaces de observar y en el cual podemos reflejarnos ante los contextos tan turbulentos que se nos presentan. No es algo lejano ni pasado: nos representa y constituye la cruz que cargamos día tras día, porque es innegable el hecho de que, sobre El Salvador, pesan los nombres de todos aquellos fallecidos a lo largo de la historia; así como sus historias, sus sueños y anhelos truncados; más aún si el mismo Estado se convirtió en cómplice de esas crueles violaciones, que toman vigor con la llegada de líderes que se convierten en la imagen misma de un aparataje estatal violentador y represivo de la divergencia de opinión, y que no busca realizar las acciones necesarias para su reparación. Estoy segura de que, si mi abuelo pudiera contar su historia de primera mano, sería capaz de afirmar la consigna tras todas estas palabras: no hemos aprendido la lección. De haberlo hecho, colocaríamos como algo capital las necesidades que tenemos y que en esos momentos bélicos no se consideraron: la reconciliación, la memoria histórica más allá de las fotografías, la justicia ante los atroces crímenes cometidos y, por supuesto, la restitución, paso por paso, en la medida de lo posible, de todo lo que perdieron aquellos que ni siquiera estaban en el juego político ni conflictivo de aquel entonces, ni de hoy en día; dejando de lado cosas superfluas —tan “importantes” hoy en día— como los anuncios comerciales y la publicidad precampaña electoral. El primer paso hacia un nuevo El Salvador comienza de manera regresiva, sin cortes a una historia que nos puede pasar factura una vez más a la vuelta de algunos años; sin tachones, escondites e impunidad. Por todas aquellas cosas que siguen desapareciendo en el transcurso de nuestra historia como nación; por quienes sobrevivieron a pesar de todo; por ellas, ellos, por nosotras y nosotros; por las y los que vienen: devuélvannos El Salvador que perdimos.

73


Por ahĂ­ cuentan

74


Por ahí cuentan | Ramiro Guevara

LUCHAS FANTASMAGÓRICAS

[ Ramiro Guevara]

« (...) Pero más allá del engaño, los símbolos tienen otro poder: el símbolo puede dar forma a lo que no tiene forma, pudiendo así materializar lo que antes era sólo sensaciones, ideas, intuiciones, creencias o valores» SEBASTÍAN GUERRINI (El poder de los símbolos)

E

nciendes la televisión y te encuentras con cifras, discursos, imágenes, rostros que no significan nada más que un señalamiento, un dato o un chivo expiatorio. Prendes la pantalla del celular y aparece lo mismo, pero esta vez, más bonito. El mundo se cae, pende de un hilo, se “incendia” —en palabras del filósofo Giorgio Agambem—, pero todo esto —y a pesar de ello— , sucede bajo los influjos de un vocablo, o, mejor dicho, suscrito y redactado a través de jeroglíficos que las sociedades modernas han sabido conjugar. El poder de los símbolos está más vivo que nunca. América Latina se ha visto envuelta, desde sus más recientes historias de conflictos armados, en disputas ideológicas que, de pronto, van en claves culturales; por ejemplo, la apropiación de algunos rituales populares por parte de ciertos movimientos sociales autodenominados “de izquierda” (las protestas sindicales o los desfiles bufos). De igual forma, podemos observar la predominancia de un pensamiento religioso-cristianoevangélico en cierto discurso político tradicionalista y nacionalista. Para el autor de ficción Henry James, un fantasma es un no-ser que aparece cuando lo dejamos entrar y, además, en consecuencia de estar desprevenidos. Son una suerte de ráfagas de viento frío que ingresan cuando olvidamos cerrar las ventanas. Para James, se manifiestan de muchas formas, por lo que es difícil reprender su ingreso a nuestro mundo —el tema es que logran hacerlo—. Se cristalizan y se apoderan de nuestros sueños, de nuestras vigilias, de nuestros lugares comunes que se vuelven campos de batalla. 75


Por ahí cuentan | Ramiro Guevara

Como los fantasmas, así son los símbolos. Y en los últimos tiempos, El Salvador ha dejado entrar a muchas de sus manifestaciones. Desde luego, no todos los fantasmas deben ser malos o vengativos; también están aquellos que buscan proteger e iluminar; sin embargo, el poder de los que se mueven en sendas oscuras es grande, y por ello importa combatirlos. El actual gobierno de El Salvador, liderado y representado por el presidente del partido Nuevas Ideas, Nayib Bukele, conoce y, de hecho, tiene de su lado el poder de los símbolos; los cuales ha logrado madurar en sus diversas apariciones o mutaciones: cadenas (de odio) nacionales de una hora, oraciones y plegarias a Dios televisadas, bombardeo de publicidad de “alta calidad” propagandística, etc. La lista es larga y no alcanza un ensayo o columna de opinión para abarcarlo todo. No obstante, la cuestión es reconocer que una serie de rituales mediáticos han colocado a la presidencia en el foco de la conversación ética y política. Parafraseando a la activista y cineasta popular Gabriela Turcios, el presidente Bukele ha sabido dibujarse y transmitirse como un personaje, una figura, un símbolo. Su presencia en los medios, o, mejor dicho, su omnipresencia en El Salvador, que va desde su fase de presidente cool hasta su fase de presidente twittero, significa la redención de un pueblo frustrado. Y esa frustración se vuelve una herramienta comunicativa para tejer una narrativa sobre el miedo y el poder. No es novedad utilizar la frustración social o colectiva como estrategia de comunicación política. Lo hizo Dominic Cummings con su lema “Let’s take back control” en el 2016, para aprobar el referéndum que separaba al Reino Unido de la Unión Europea (Brexit); sucede en Brasil con las sumas económicas que el gobierno de Bolsonaro gastó para sacar al aire medios híperpartidistas que difunden mensajes de odio —nada lejano al caso local—; también pasa en el Medio Oriente (desde 2019 y más atrás) con el crecimiento de adeptos al partido ultraconservador Poder Judío, que, a través de sus panfletos, pone a los migrantes como una plaga. En fin, la frustración acarreada por una historia de vencidos, utilitariamente, cae como moneda de oro o varita mágica para quienes desean forjar una narrativa de malos y buenos; lo que da pie a una dinámica de héroes y villanos. 76


Por ahí cuentan | Ramiro Guevara

Como sucede en el marketing, se nos incrusta una necesidad, y, para el caso, una necesidad de generar un salvador: Bukele ha sabido sostener esa necesidad. Esto se debe a que los símbolos-rituales que articulan el relato del presidente están hechos para apelar a la emoción. En los márgenes (abrumadores) de ese relato, los fantasmas invocados provienen de otras fuentes. Me refiero a las contrapartes simbólicas que, de una u otra manera, luchan en contra de esa iconografía del odio. El 26 de noviembre de 2020, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer, algunas brujas modernas del feminismo se proclamaron (de nuevo) a través del ritual de la protesta callejera. Fue todo un aquelarre. Mancharon el monumento a la Constitución, de modo que su base pareciera una pared ensangrentada. Escribieron los nombres de las que ya no están; de esas otras mujeres que se fueron por la violencia. En redes sociales estalló una bomba de críticas —muy similar a las que recibieron las protestas del movimiento “Black Live Matters”, o las ocurridas en Colombia denominadas como “Paro nacional”—. “Esas no son las maneras”… y la pregunta seguirá siendo la misma: ¿entonces, cuál es la manera de enfrentar las injusticias que siguen sucediendo como si nada? Seguramente —y desde luego que sí— esta pregunta puede responderse con varias alternativas; pero, dentro de ellas, la redención del símbolo, de la palabra manifestada en acción social, performance y dinamización del espacio urbano o público, está contemplada con seguridad. Digan lo que digan, nadie puede mitigar el dolor causado por el odio, o lo que es peor, la indiferencia. Y ante ello existe una respuesta. La fuerza simbólica de la población civil, naturalmente, siempre se cuela entre las rendijas del discurso oficial; recobra fuerzas y luego explota. La última reforma constitucional en Chile fue impulsada por una presión popular que exigía leyes más justas. En otras palabras, la movilización popular simbólica es tan importante y fundamental en un proceso de construcción social, así como lo es el discurso de un mandatario que administra el quehacer público y de gobernanza. Ambos son incidentes.

77


Por ahí cuentan | Ramiro Guevara

En el performance “Delirium”, del colectivo artístico-feminista Amorales, se lee la consigna “Nosotras, la bomba molotov dispuesta a lanzarse / Nosotras, la ternura dispuesta a tocarte”. Esta frase, cuya poética resulta honestamente intrigante, es, a su vez, una pinta profundamente política, y apela a lo artesanal, a lo vivenciado y, de alguna forma, a lo popular (al iluminado poder de lo popular). Propone un hastío, pero, a la vez, un foco de esperanza. Los símbolos proponen cosmovisión, es decir, maneras de entender al mundo; y es por ello que su divulgación debe suceder con la cautela y el cuidado que su impacto podría causar. A nivel político y cultural —como diría el semiólogo francés Roland Barthes—, nuestro mundo sigue cocinando sentidos a través de los símbolos, los discursos, las narrativas, las perspectivas, los formatos y los relatos. Y son estos los que nos construyen colectiva e individualmente. Nos dan referencias y puntos de partida para tomar decisiones. La preocupación no es ni debería ser en sí misma generada por la existencia de los símbolos, sino, más bien, por sus significados o contenidos; más aún, en palabras de Jesús Martín Barbero, por las mediaciones que los conectan con la gente. El mundo atraviesa un periodo de cambio holísticos y, en estas mutaciones, el genoma simbólico constituye un importante protagonismo. Indudablemente, entre las nuevas generaciones, algunos valores se han desplazado por otros, y lo podemos ver con la reivindicación de las libertades y diversidades sexuales, el movimiento animalista o la defensa de lenguas indígenas. La pandemia causada por el nuevo coronavirus, per se, ha causado importantes cambios prácticos, pero también simbólicos. Quién iba a decir que la mascarilla sería un accesorio más para combinar con el resto de prendas de vestir. Pero, en fin, el ecosistema mediático está plagado por una batalla silenciosa, repleta de memes y performance, que vienen tanto desde la ciudadanía como de los Estados e instituciones gubernamentales. Los fantasmas detrás de los símbolos continúan entrando por nuestras ventanas, y se disputan, más que un poder, un derecho, un estilo de vida, una mirada, un mañana, un tipo de esperanza.

78


Por ahĂ­ cuentan

79


80


REFERENCIAS DE LOS DIBUJOS UTILIZADOS Huezo, R. (2019a). El-Vía-Crucis-del-pueblo-salvadoreño-capilla-UCA-5 [dibujo digitalizado]. RHuezo. https://bit.ly/3nwSSKi Huezo, R. (2019b). El-Vía-Crucis-del-pueblo-salvadoreño-capilla-UCA-14 [dibujo digitalizado]. RHuezo. https://bit.ly/2XqRVbE Huezo, R. (2019c). El-Vía-Crucis-del-pueblo-salvadoreño-capilla-UCA-1 [dibujo digitalizado]. RHuezo. https://bit.ly/3bsybwO Huezo, R. (2019d). El-Vía-Crucis-del-pueblo-salvadoreño-capilla-UCA-4 [dibujo digitalizado]. RHuezo. https://bit.ly/3bry44A Huezo, R. (2019e). El-Vía-Crucis-del-pueblo-salvadoreño-capilla-UCA-8 [dibujo digitalizado]. RHuezo. https://bit.ly/2Xvmn4u

81


82


Dibujo retomado de Huezo (2019b)


Dibujo retomado de Huezo (2019b)


Dibujo retomado de Huezo (2019b)



Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.