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Construir soberanía alimentaria
by La Jornada
VÍCTOR M. QUINTANA S.
Pensar que México puede construir su soberanía alimentaria sin cambiar los hábitos del comer, es iluso. Aunque repelen algunos intelectuales, existe una dieta neoliberal, una manera de seleccionar, elegir y consumir los alimentos vinculada a la economía y a las formas sociales del neoliberalismo: hedonismo, estímulos sensoriales excesivos, individualismo, rechazo por lo local, etcétera.
Desde la conquista de nuestro continente por los europeos, los alimentos fueron una de las principales formas de colonización. Se clasificaron los alimentos “buenos” “para españoles” que hacían superiores a las personas y los alimentos “malos”, “para indios” que hacían inferiores a quienes los consumían. Trigo, aceite de oliva, carne de res o cerdo, contra maíz, frijol y calabazas (http://bit.ly/3HWGZuG).
Así se formó una cultura alimentaria en la que se conjugaron elementos europeos e indígenas. El mestizaje de ambas culturas y también la resistencia gastronómica local dieron origen a la rica gastronomía mexicana, que predominó hasta fines del siglo pasado.
Pero desde hace tres o cuatro décadas la economía neoliberal globalizada ha impuesto nuevos hábitos de comer en México. Son una de las facetas de la nueva colonización que venimos padeciendo. Con la apertura comercial y con la entrada en vigor del TLCAN, en 1994, nuestro comer, sobre todo el de los jóvenes se “neoliberalizó”, se llenó de comida chatarra, se expandió el consumo de lácteos, de ciertos cárnicos, de franquicias de comida rápida. Se “oxxizó el comer nuestro de cada día” y pasamos a ser el principal consumidor mundial de refrescos y de sopas instantáneas.
Uno de los pilares de este modelo agro- alimentario neoliberal es el maíz amarillo, básico para la alimentación animal, producción de carne y leche y jarabe de alta fructosa. El consumo de este endulzante desarrollado en Japón en 1966 y luego retomado con singular entusiasmo por la industria alimenticia estadunidense se disparó desde mediados de los años 70 favorecido por las políticas del Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Gracias a éstas, los estadunidenses redujeron sustancialmente las importaciones de azúcar y empezaron a subsidiar la producción de maíz amarillo y a promover la exportación de jarabe de alta fructosa, amparados en los tratados de libre comercio. El consumo per cápita de este ingrediente en 1974 era de cinco libras al año, para 2000 se había multiplicado hasta 45 libras anuales. Voces críticas de Estados Unidos han mostrado que, el gobierno de ese país destina 60 por ciento de los subsidios a los granos que van a la alimentación animal y al jarabe de alta fructosa. El subsidio a los productores de maíz fue de 114 mil millones de dólares entre 1995 y 2019. El subsidio al jarabe de alta fructosa ha servido para mantener a la baja el costo de los alimentos procesados como panadería, aderezos de ensalada, comidas enlatadas y refrescos. Paradoja: los subsidios de los contribuyentes pasan a enfermarlos a ellos como consumidores, pues es clara la correlación entre el consumo de este jarabe con el desarrollo del síndrome metabólico: obesidad, diabetes, hipertensión. Además, cada día hay nuevos hallazgos sobre los perjuicios de las granjas industriales (http://bit.ly/3YvIAgg).
En México la dieta neoliberal ha contribuido enormemente a la expansión de las enfermedades antes mencionadas. Mientras Nestlé, Danone, Coca Cola, General Mills, Pepsico, Bimbo y las cadenas de comida rápida como McDonald’s, KFC o Domino’s hacen su agosto, los costos del sistema de salud pública se disparan: en
ALEJANDRO SVARCH PÉREZ*
En Buenos Aires, Argentina, se respiran aires albicelestes. La campeona del mundo nos recibe.
Allí, envueltos por ese espíritu animoso que caracteriza a los pueblos de nuestro continente, se llevó a cabo la séptima Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). El gobierno de México, junto con el de Colombia, presentó una ruta de trabajo para la constitución de la agencia latinoamericana de medicamentos con el objetivo de avanzar en la autosuficiencia sanitaria y garantizar el acceso a medicamentos de calidad, seguros y eficaces para la región. Hay que decirlo: es algo atípico que un tema de naturaleza técnica, regulación de medicamentos, se suba al pleno de una reunión de jefes de Estado.
No es el primer intento. El doctor Rafael Pérez Cristiá, eminente sanitarista cubano y latinoamericano, promovió la idea de crear una herramienta para la convergencia regulatoria regional. Ni el más reciente. La idea de impulsar la conformación de una autoridad sanitaria regional fue lanzada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), como parte del Plan de Autosuficiencia Sanitaria presentado en la sexta Cumbre de la Celac, realizada en la Ciudad de México en septiembre de 2021, muy de la mano con la realidad de pandemia por el covid-19 que se padecía en esos tiempos. Ahora, en la séptima cumbre se materializó la propuesta de crear una agencia latinoamericana de medicamentos, impulsada por los vientos políticos hacia la integración que soplan en la región. Como la Argentina campeona, jefes de Estado se unieron alrededor de una causa para llegar a una meta concreta. Esa causa, la salud. Esa meta, la agencia latinoamericana de medicamentos.
2020, la diabetes, la hipertensión y la insuficiencia renal le costaron al IMSS 58 mil millones de pesos.
La penetración de las trasnacionales agroalimentarias afecta la salud de las personas y también la de las comunidades y la naturaleza: concentración de tierras, despojo a las comunidades indígenas y campesinas, uso intensivo de agroquímicos, devastación de recursos naturales, proliferación de las granjas industriales, desaparición de empresas pequeñas y locales de producción de alimentos, etcétera. Por eso es clave el asunto de las importaciones de maíz amarillo para el actual modelo alimentario: México acaba de desplazar a China como el primer importador mundial de la gramínea, de Estados Unidos, con 5 mil 121 millones de dólares en 2021; 78 por ciento del maíz amarillo va a la engorda de animales y a la producción de leche, y el jarabe de maíz de alta fructosa ya ocupa casi 30 por ciento del uso de edulcorantes industriales.
No es sostenible el ritmo de importación de maíz amarillo, ni podemos producir todo el que necesitamos de un año para otro. El fondo del asunto es: qué tipo de alimentación vamos a elegir. Es una decisión económica, política, social, cultural y de salud. Si queremos la soberanía alimentaria y la salud nutricional, necesitamos un modelo que privilegie la producción y consumo de alimentos saludables, producidos localmente, dentro de lo posible, mínimamente procesados, proteínas animales que procedan del libre pastoreo, no de la concentración de miles de animales en las granjas industriales. Esto implica un verdadero pacto entre Estado, productores, distribuidores y consumidores y una transición planeada de modelo agroalimentario.
La soberanía alimentaria surgirá como fruto no sólo de la revolución de las conciencias, sino también de la revolución de los paladares.
En el momento que se presentó el documento en el pleno de acelerar este proyecto, 10 jefes de Estado la apoyaron: Bolivia, Cuba, Dominica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Jamaica, República Dominicana, Colombia y México; además, atrajo la atención de otros participantes que también pueden sumarse a esta iniciativa.
El documento recomienda una alianza solidaria entre agencias sanitarias e industrias latinoamericanas y caribeñas para consolidar en la región la autosuficiencia sanitaria. El plan, además, tiene como objetivo crear un mercado regional de medicamentos genéricos, a precios accesibles, así como vacunas para combatir enfermedades emergentes o que afectan a poblaciones vulnerables.
Esta convicción resalta una América Latina y un Caribe libres y decididos a tomar sus propias decisiones para conducir su destino. No más atados a condiciones externas, los recursos de este continente deben ser administrados y utilizados para atender nuestras necesidades.
Esta ambición de la autosuficiencia sanitaria regional es de particular importancia en nuestras sociedades plagadas de profunda inequidad. El derecho a obtener una educación, una vida digna, una buena alimentación, una cama en una tierra sana, disfrutar del atardecer en un ambiente sano y seguro, tener acceso a la información, así como tantos otros derechos humanos, no son independientes del derecho a la salud, ni son ajenos a las libertades y alegrías de nuestros pueblos. Por eso, para lograr el derecho a la salud para todas las personas en todos los lugares es necesario fortalecer la regulación sanitaria.
Disfrutemos esta doble fortuna. América Latina y el Caribe se diagnostican y se curan. No es un elogio, es una expresión objetiva de la cumbre.
La respuesta contundente es la agencia latinoamericana de medicamentos.
* Titular de la Cofepris