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en Ciudad Juárez
by La Jornada
Jessica Xantomila Y Carolina G Mez Mena
Sin importar a qué te dediques y dónde estés, en México la vida e integridad de las mujeres “penden de un hilo”. A esa conclusión llegó la antropóloga forense Roxana Enríquez Farías luego de participar en la investigación e identificación de los restos de más de una veintena de mujeres en el arroyo El Navajo, en Ciudad Juárez, Chihuahua, en 2012.
natos de mujeres por razones de género.
“Todo empieza con una palabra, con un golpe y va aumentando; ese es el primer camino que sigue un perpetrador, pero por omisión de las autoridades y de la enorme impunidad, termina cometiendo delitos muchísimo más graves, incluso privar de la vida a una mujer”, señala Suárez Terrazas, litigante especialista en género. En México, en 2015 hubo 127 mil 424 denuncias de violencia familiar y en 2022 llegaron a 270 mil 544; es decir, estos casos aumentaron a más del doble en ese periodo. Sólo en enero de este año sumaron 21 mil 375 y en el mismo mes de 2022 fueron 17 mil 387, un alza de 22.9 por ciento. Un reciente caso de violencia familiar que derivó en feminicidio es el de Abril Guadalupe, quien fue asesinada por su pareja el pasado 15 de febrero en León, Guanajuato. Él la apuñaló, luego la roció con gasolina e incendió el domicilio para cubrir las huellas. Por agresiones previas ella había estado en un refugio temporal junto con sus hijos. Cuando concluyó la medida de protección, regresó a su casa, donde finalmente ocurrió el crimen.
Omisiones
Hasta hoy, pocos estados se ciñen al criterio judicial emitido en 2015 por la SCJN, a propósito del caso de Mariana Lima Buendía. Esa debería ser la “premisa fundamental”, la investigación de todas las muertes violentas de mujeres como feminicidio, para lo cual cada entidad debe tener un protocolo actualizado al nuevo sistema de justicia penal, lo que no ocurre. “Se sigue dando más fuerza al testimonio por sobre las pruebas científicas y se caen los casos”, explica la abogada Suárez Terrazas.
Pese a las propuestas para fortalecer el tipo penal de feminicidio, las autoridades siguen sin acreditarlo de manera adecuada.
“Ya no debería haber excusas”, pero los agentes del Ministerio Público “no entienden todavía que las lesiones infamantes y degradantes, entre ellas las fracturas y ataques con ácido y con otras sustancias inflamables, constituyen un intento de feminicidio”.
Lo que vio en ese lugar le mostró que “por mucho que intentes protegerte, tener una profesión, estar en un lugar seguro, pareciera que no es suficiente” y que cualquiera puede ser víctima de desaparición y feminicidio. Lo único que reconforta es que pese a la magnitud del daño, con lo que hacemos “finalmente recuperamos a una persona que estaban esperando en casa”.
En 15 años de dedicarse a la antropología forense, en la que mayoritariamente son mujeres, destaca el trabajo cercano que tiene con las madres buscadoras que dejan todo por ir detrás de las pistas que les lleven a encontrar a sus hijas e hijos, es lo que la impulsa a no darse por vencida. “Pienso en ellas, que no se rinden, entonces nosotros no tenemos por qué hacerlo”.

Ante la falta de respuestas oficiales, la labor que realizan también se hace desde la sociedad civil y la encabezan las mamás buscadoras, las que tienen “toda mi admiración. Yo entiendo cuál es la dimensión de este problema (de la desaparición de personas) y sé que por mucho que se haga, al ser una situación que viene mal desde la estructura, ellas están luchando contra corriente y hablando con la pared”. En entrevista con La Jornada, la directora del Equipo Mexicano de Antropología Forense enfatiza que la utilidad social de esta disciplina se hizo esencial a raíz de que en 2008 aumentó la violencia “en todos los lugares, pero principalmente en la frontera”, debido a la guerra contra el narcotráfico declarada en el sexenio del ex presidente Felipe Calderón.
Admite que la investigación de El Navajo significó para ella un parteaguas, no sólo porque “fue un caso muy completo, uno de los únicos que partió de una indagatoria, se hizo una estrategia de búsqueda y
▲ A la antropóloga forense Roxana Enríquez Farías la reconforta pensar que su labor ayuda a recuperar a una persona que es buscada por su familia. Foto La Jornada se localizaron los restos de las mujeres”, sino también porque dejó en evidencia que “las barbaries como la de Campo Algodonero seguían ocurriendo”.
Esa realidad la remitió al abandono, pero “no sólo el de las víctimas, sino el institucional”, que posibilita que las desapariciones y los feminicidios queden impunes.
Carolina G Mez Mena Y Jessica Xantomila
María Santos desempeña un oficio que ama y honra, porque se lo enseñó su padre: la albañilería. Es una mujer pequeña, pero aun así se las arregla para cargar bultos de cemento, tabique, arena y grava. Sus manos dan cuenta de que han sido 25 años de hacer mezcla, de excavar para cimentar y de colaborar en la cimbra y la colocación de cadenas en las construcciones donde ha trabajado.
Cuando empezó estas labores rondaba 15 años, y poco después fue madre por primera vez. La maternidad no la alejó del oficio, todo lo contrario: fue un acicate, porque debía sacar adelante a su familia.
“Mi papá, que en paz descanse, me enseñó que no porque seamos mujeres no lo podemos hacer. Si uno quiere y le echa ganas se aprende. Era jovencita, y al principio fue muy difícil porque ya tenía una niña, que pronto cumplirá 23 años. Siempre tuve claro que mis hijos no iban a padecer lo que yo padecí, por eso le echo ganas.”
Actualmente María está en la construcción de una casa en Xochimilco, donde es la única mujer. Asegura que aunque la construcción es un ambiente de hombres no ha padecido discriminación ni violencia, pero reconoce que “es difícil convivir con ellos, porque creen que uno se va ‘llevar’, por eso pongo distancia, y así evito problemas”.
Cuenta a La Jornada que siempre trabaja con gente conocida, y eso también contribuye a su seguridad, a que la respeten y a que no haya discriminación en cuanto a su sueldo.
“Estoy aquí porque conozco al encargado de la obra y me da traba- jo. No hay diferencias en lo que ganamos y yo me doy mi lugar. Hay un respeto de ellos hacia mí y yo hacia ellos. Desde que estoy trabajando me dirijo a la persona indicada, que me asigna mis tareas, y le dice a mis compañeros que me ayuden para que no cargue tan pesado.”
María está consciente de que ahora las mujeres pueden realizar cualquier tipo de tareas y en la víspera del 8M dice que “como mujeres tenemos el mismo valor que los hombres, y hay más oportunidades para nosotras en todos lados, incluso en lo que yo hago, aunque todavía somos pocas”.
Como una mujer que en su adolescencia sufrió violencia física y sexual por parte de su ex pareja, tiene claro que este día no es para celebrar, sino para exigir que “ya no haya tanta matanza de género. Las asesinan sus propias parejas y no quiero eso para mis hijas”.