La Jornada, 04/03/2022

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LA JORNADA Viernes 4 de marzo de 2022

GUERRA PREMEDITADA

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“El Kremlin nos metió en una pesadilla, pero Ucrania está más unida que nunca” BEL TREW THE INDEPENDENT LEÓPOLIS

Un diyéi que normalmente pasa sus días organizando raves ahora prepara cocteles molotov. Un supervisor de construcción forja barreras antitanques. Un desarrollador de software, quien huyó de su hogar y se tuvo que separar de su familia, se dedica a hacer redes de camuflaje militar. Desde que Rusia invadió Ucrania hace una semana, haciendo estallar uno de los más grandes conflictos terrestres desde la Segunda Guerra Mundial, los ucranios de a pie en todo el país se han unido para ayudar al esfuerzo bélico de varias maneras. Muchos ciudadanos ucranios –sobre todo hombres jóvenes– se han hecho voluntarios para unirse al ejército y combatir a las fuerzas rusas que intensifican sus ataques contra las principales ciudades, y lograron controlar el puerto de Kherson, mientras mantenían si-

tiado Mariupol ayer. En tanto, hay innumerables civiles que han decidido unirse a un tipo diferente de ejército: un batallón de voluntarios que hacen envíos de provisiones al frente de batalla. En la ciudad occidental de Leópolis, cerca del cruce principal por el cual los ucranios tratan de huir a Polonia, Sergei hace redes de camuflaje y administra las donaciones de sangre para los soldados en un centro comunitario convertido en fábrica militar. El desarrollador de software de 31 años aguantó un angustioso viaje de dos días para escapar de los bombardeos en Kiev antes de llegar a la frontera con Polonia, donde dejó a su esposa y a su hijo a salvo. Naciones Unidas afirma que al menos un millón de personas se han visto obligadas a huir de Ucrania, y que se espera que al menos 5 millones se conviertan en refugiados si los combates continúan. Sin embargo, a Sergei se le impidió cruzar la frontera con su familia, pues el presidente ucranio, Volodymir Zelens-

El origen histórico de la rusofobia HÉCTOR ALEJANDRO QUINTANAR *

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l miedo a Rusia, o mejor dicho, el miedo a una posible intromisión de una Rusia expansionista y belicista, fue un elemento protagónico en la historia del siglo XX y, de hecho, como plantean Ralph Miliband y Marcel Liebman, ha fungido como un elemento central en el sentido común occidental (o sea, Estados Unidos y algunas potencias europeas). La idea de que existe una Rusia agresiva, expansionista e imperialista que iría coleccionando para sí país por país del orbe, tiene un origen histórico que no empezó en la guerra fría en 1947. Ahí esa idea se elevó a su máxima expresión, pero su inicio va más atrás y debutó como actor geopolítico en el periodo entreguerras posterior a la Revolución Rusa de 1917. Y es que durante el siglo XIX la etiqueta original contra una potencia despótica, totalitaria y expansiva no recaía en Rusia, sino en Prusia. A ojos europeos, el imperio prusiano causó diversos enfrentamientos y ello influyó para que ante el estallamiento de un conflicto sin precedente, la Primera Guerra Mundial en 1914, Alemania fuera una especie de “enemigo público”. Inicialmente, en ese conflicto la Rusia aún zarista se sumó a los aliados, encabezados por Francia e Inglaterra, y su costo de sangre fue alto. Ya se gestaba el ascenso de la revolución rusa, en la que los bolcheviques se hicieron del poder en octubre de 1917. La agenda bolchevique tenía dos prioridades expuestas por Lenin desde 1915: profundizar el socialismo… y sacar a Rusia de la “gran guerra”. Ante ello, Alemania vio con buenos ojos la caída del zar. No por afinidad ideológica con los comunistas, sino por considerar que

pactar con ellos le daría respiro en la recta final de la guerra, donde Estados Unidos recién se había sumado a los aliados. Así, Alemania hizo esfuerzos logísticos en favor de Lenin, y al poco tiempo de consumado el ascenso bolchevique, signó con ellos el tratado de paz en Brest-Litovsk. Esto fue interpretado por las potencias aliadas como la fachada de una “perversa” unión de facto entre el imperialismo prusiano y bolcheviques; acusaron a Lenin y Trotsky de no ser socialistas genuinos, sino “agentes alemanes” infiltrados en Rusia y supusieron que la naciente nación soviética sería plataforma al servicio del expansionismo alemán. El coctel era tremendo: el problema no era sólo la revolución rusa en sí misma, sino que triunfara en medio de una conflagración mundial. Si el enemigo imperialista en el siglo XIX fue Prusia en Europa, Rusia tendría que serlo en el siglo XX en el mundo. Con un agravante: la naciente potencia no sólo sería expansionista, sino comunista, no tendría saciedad y fomentaría revoluciones rojas en todo el globo. Los hechos desmentirían esta idea. Si bien Rusia sí extendió su territorio, lo hizo hacia el este y recuperando territorios europeos que había cedido en el tratado de Brest o mitigando alzamientos anticomunistas apoyados por Occidente. Para 1918 Alemania –supuesto titiritero de los bolcheviques– perdió la guerra. Asimismo, la Unión Soviética, consolidada en 1922, no tuvo demasiado interés en “exportar la revolución”. La idea sobredimensionada de que la URSS era una entidad ciegamente expansiva, empero, sobrevivió, y fue el gran rasgo de la guerra fría. Fuera del bloque del este (donde la Unión Soviética sí fue injerencista), y más allá del autoritarismo interno de la URSS, el tercer mundo fue escenario donde ese

miedo rusófobo contra una amenaza injerencista de la Unión Soviética fue pábulo para elevar la temperatura de la guerra fría, pues fue la coartada del imperialismo real de Estados Unidos en el mundo periférico; fue pábulo del crecimiento del hostigamiento paranoico para deslegitimar adversarios en el mundo político, intelectual y artístico (como hizo el macartismo); o fue matriz ideológica –entre otras– para la movilización motu proprio de élites conservadoras, como los militares golpistas en América Latina. La guerra fría y sus estragos tuvieron muchos responsables. Pero la URSS fue sólo uno de ellos. Una lección que debió dejar ese proceso es que reducir todo –y justificar todo– mediante una consigna maniquea es dañino. Pero pareciera que la inercia maniquea –más religiosa que política– y la búsqueda del “todo o nada” hacen difícil que hoy, en pleno siglo XXI y ante la invasión rusa a Ucrania, se pueda tener una postura en la que se condene a Putin sin que eso signifique ser incondicional a las cuestionables alianzas de Zelensky o sin extender la condena a personas poco responsables de la afrenta a Kiev, como deportistas o ciudadanos rusos. El anticomunismo rusófobo y la alerta contra la “amenaza soviética” fue rasgo central del siglo XX y mantiene trazas en el siglo XXI. Hoy le debemos solidaridad a los civiles ucranios, víctimas centrales de este golpe de Putin. Pero también hay que ser escépticos de las voces de Occidente que aprovechan el momento para revivir oxidadas taras rusófobas y exigen atizar el conflicto. *Académico de la Universidad de Hradec Králové, República Checa. Autor del libro Las raíces del Movimiento Regeneración Nacional

ky, ordenó que todos los hombres en edad de combatir permanecieran en el país. Mejor que “pudrirse sentado en un búnker”, esperando que la guerra termine alejado de su familia, porque no tiene entrenamiento militar, Sergei encontró otra forma de mostrar su determinación de contribuir al esfuerzo bélico. “Todos estamos atados a esta pesadilla. Nunca creí que hubiera este nivel de solidaridad entre el pueblo ucranio, pensé que estábamos fracturados”, expresó. “Pero este enorme problema nos ha unido”. A su alrededor hay un enjambre de actividad. Cientos de personas: desde abuelas de Leópolis hasta familias que huyeron de feroces bombardeos en el este, se han juntado para hacer redes para camuflar tanques, e incluso cavar trincheras. Sacos llenos de retazos de tela caqui, sudaderas negras y café, camisas de vestir, playeras imitación camuflaje donadas por la comunidad se amontonaban en el suelo. Los carpinteros locales hicieron marcos de madera para colgar de ellos las redes de pescar que han sido donadas y a las que voluntarios como Sergei e Irina, pegan los retazos. “El primer día sólo vi las noticias en mi teléfono y tuve pánico de lo que ocurría en todas partes”, indicó Irina, de 25 años, quien coordina el esfuerzo comunitario y cuya familia está atrapada en Kiev. “Aquí estamos todos, hasta las madres y las abuelas ayudan”, agregó. En otra parte de Leópolis, jóvenes locales se han organizado con las cervecerías y fábricas de bebidas alcohólicas y se dedican a hacer cocteles molotov con botellas de vino y cerveza. Heletron, quien quiso ser identificado sólo con su nombre de diyéi, ahora conduce por toda la ciudad a bordo de su auto destartalado, y reparte aluminio en polvo, petróleo y aguardiente blanco, los ingredientes para las bombas incendiarias. “Desde el segundo en que estalló la guerra, sentí la necesidad de encontrar algo qué hacer. Tengo un auto y necesitamos insumos. Al tercer día, comencé a hacer molotovs”, dijo el joven de 27 años, quien usa el pasamontañas tradicional llamado baclava. También hay voluntarios ocupados a 200 kilómetros al este de Khmelnytskyi, una localidad central de mucha importancia, pues está en el cruce de caminos entre Kiev, la ciudad costera de Odesa, y ciudades occidentales como Leópolis. A lo largo de la barda junto al río de la ciudad, los civiles han llenado de grafiti los anuncios espectaculares con leyendas como “Rusos, aquí no hay vodka. Váyanse” y “Gloria a Ucrania. Gloria a los héroes”. En puestos de control fuertemente custodiados, se han colocado imágenes del presidente ruso, Vladimir /P4


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