Revista La Guardarraya Febrero 2018

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La Guardarraya

LUIS ENRIQUE MEJÍA GODOY Somoto (Madriz), Nicaragua, 1945. Es uno de los más destacados cantautores de Nicaragua. Ha producido más de 20 discos. Ha musicalizado poemas de escritores nicaragüenses y latinoamericanos. Ha puesto música a documentales de cine y TV. En 1989, figuró como actor en la película del director chileno Miguel Littín: Sandino. Orden Cultural Rubén Darío. Doctor Honoris Causa Universidad Nacional de Nicaragua y de la Universidad Central de Nicaragua. Campeón de Salud OPS. Ha publicado dos libros, uno autobiográfico, Relincho en la sangre y otro de narrativa titulado, Cuentos y relatos breves. Su poesía, relatos y cuentos, han sido publicados en los suplementos de La Prensa Literaria y Nuevo amanecer Cultural.

LAS MARÍAS

L

a cantina está alegre. No si para qué... más sin embargo, en estos tiempos, ni se sabe...”, dijo la Leoncia secándose las manos en el delantal blanco con vuelos y adornos de bordes de trencilla azul, metiendo la mano en la bolsa repleta de dinero. Desenredó tres billetes de a peso y le dio el vuelto a Jerónimo por el trago doble que le había servido. Luego sacó dos cervezas de la hielera, les escurrió el agua helada con la mano, las abrió en el clavo que tenía en la esquina del mostrador, y las puso en la mesa de latón en donde Eberto Pinell y el Renco Guillén tenían acumuladas cuatro tandas de las cervezas bebidas en media hora. Juancito Urrutia tocaba la mandolina como nadie. No había pieza que le pusiera bozal ni espuela. Lo mismo interpretaba una mazurca silvestre levanta polvo que un complicado vals del maestro Mena, o simplemente inventaba en cuestión de segundos una melodía que aunque nadie la hubiera oído nunca, provocaba dulces mareos en las muchachas y era capaz de hacer llorar como un niño hasta al más hombre. La Leoncia le pidió que tocara “Las Marías” No se hizo rogar y arrancó con la antigua melodía que había aprendido de niño, de los rústicos dedos de Leandro Torres el Capataz de la finca de Los Gutiérrez, en los descansos, a la hora del almuerzo, en las temporadas de los cortes de café en la montaña. Juancito andaba ya jineteando el segundo estribillo, jamaqueando la mazurca, con la oreja pegadita al diapasón, la mano izquierda jugueteando cerca del borde adornado con incrustaciones de concha nácar en la boca de la mandolina, y la mano derecha pulsando las cuerdas de metal marca “La Jarochita”, traídas de contrabando desde México por Don Arturo Rosa Garmendia . Con la uñeta verde hecha de una jabonera de plástico, le sacaba colochos de música al pequeño instrumento de cuerpo ovalado que él mismo había hecho a mano en el taller de carpintería de Don Casimiro Ponce donde hacía rumbos como asistente, copiado a puro ojo, del dibujo de la Chalupa. En eso entró a la cantina Cresencio Cuevas y se sintió inmediatamente un ambiente tenso entre los clientes de la cantina humilde, instalada casi en el guindo, a la orilla del río. Una casita hecha de ripios de madera, adobe y tejas, con cuatro mesas de latón y diez silletas plegadizas en un espacio no mayor de seis metros cuadrados con un piso de tierra bien apelmazado recién barrido y pringado con agua y aserrín. La Leoncia achicó los ojos como tratando de urgar el 27


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