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La mano que nos extiende el mundo
El éxito que está cosechando la pitahaya ecuatoriana en el mercado chino debería llenar al país de optimismo. La llegada al mercado del gigante asiático es un capítulo más en la exitosa historia de este producto, cuyas exportaciones sumaron el año pasado alrededor de 100 millones de dólares y en 2023 serán, según todos los pronósticos, considerablemente mayores.
Esta es una tierra afortunada.
A lo largo de nuestra historia económica hemos cosechado inmensos éxitos con productos ajenos a nuestro entorno—el banano, el camarón, la floricultura— y siempre que se produjo la crisis catastrófica de algún producto –como pasó con la cascarilla, la escoba de bruja, la mancha blanca o la pudrición del cogollo, en diferentes épocas— surgió otro para tomar la posta.
El mundo nos está extendiendo una mano para prosperar. Otras regiones crecen a un ritmo muchísimo mayor al de América Latina y surge una nueva clase media — cientos de millones de nuevos consumidores — hambrientos, literalmente, de nuestros productos agrícolas. Los cambios tecnológicos en el mundo generan desde ya una demanda inmensa de los minerales de nuestro subsuelo, como el cobre —que probablemente desplazará al petróleo en importancia para nuestra economía—, y de fibras que crecen en nuestros bosques; los cambios geopolíticos y financieros, a su vez, constituyen una oportunidad para nuestros metales preciosos.
Todo esto, pese a que nuestro Estado, tradicionalmente, ha trabajado poco en ello. Imaginemos cuánto más se podría lograr si —con reformas comerciales, educativas y laborales, y con inversión en infraestructura— pusiéramos de parte como país.
La violencia no solo está en las calles o en las penitenciarías. Existen otras formas de violencia que soporta el común de la gente que ha perdido su capacidad de reacción, o se ha acostumbrado a ellas. La desatención del Estado en aspectos básicos como salud, educación, trabajo y seguridad, es otra forma de violencia.
En la práctica arcaica, la venganza es considerada como una de las formas de lograr terror o miedo. Así mientras exista más violencia, se consigue más poder y en la venganza o la agresión psíquica y psicológica se vive una lucha por conseguir un poder intrínseco que cada persona aspira. Cuando la violencia está en el interior de la sociedad, es la consecuencia de agresiones que vienen de afuera. Siendo tan aleatorios los remedios, el acierto recae idealmente en la prevención.
Lo que hemos vivido y estamos viviendo los últimos tiempos es una violencia sin precedentes , donde se han perdido todas las formas y el respeto a la vida, ya no se trata solo de a quién se mata, lo que se trata es de matar en un medio donde cada muerte supone un aumento de poder. Este tipo de violencia no los hace más poderosos, los hace más culpables.
¿Qué hay detrás de todo esto ...? Desaf ortunadamente son las mafias que han contaminado parte de la política, de las fuerzas del orden y de varios estamentos encargados de impartir justicia. El “plata o plomo” ha degenerado las mentes de funcionarios que ven en el enriquecimiento rápido la solución a sus problemas, así escudan la miseria de sus almas en un ambiente donde sangre y dinero fluyen a borbotones.
Hay cosas difíciles de erradicar, una de ellas es la violencia. Si a esto se añade una sociedad gobernada por la histeria de la supervivencia política, los habitantes pueden volverse zombies incapaces de vivir o de morir, inmersos en un ambiente donde jamás la vida ha sido tan efímera como ahora.
El reclamado liderazgo
Esfácil formular diagnósticos, como difícil proporcionar soluciones posibles a los gobernantes. La mayor parte queda en consejos. De no acertar en las soluciones, tal vez por incapacidad, surge en los detentadores del poder el engaño, la propaganda emocional y a veces la mentira de mala fe. Hoy en el Ecuador frente a la crisis de inseguridad, crimen organizado, embates de la naturaleza, todos reclaman liderazgo al presidente Lasso. Otros, los más radicales, creen que el liderazgo podría estar en otros políticos, inexistentes o poco probados al momento. Tal vez se juega a una lotería constitucional o dictatorial.
Hay que admitir que el liderazgo no es ciencia sino arte, desde en la política hasta en los deportes. Flaubert afirma:
“El arte es, de todas las mentiras, la que engaña menos”. Hay rápidos cambios en la actualidad que para gobernar es imprescindible que junto a la sabiduría tenga vivencia el liderazgo. Analistas y politólogos sostienen que en el liderazgo hay cosas en común en los personajes que han llegado al éxito. Sirven también a los que quieren mejorar su liderazgo y a los que están intentando convertirse en líderes.
Los líderes coinciden en que el primer elemento de un auténtico liderazgo es la capacidad y luego que puedan influir positivamente en la gente. Los mejores líderes son aquellos que están a la altura las circunstancias: Lincoln en la Guerra de la Secesión; Franklin D. Roosevelt en la Segunda Guerra Mundial. Clinton tuvo que afrontar una Cámara de Representantes de mayoría republicana ante una posible destitución. Bush ejercía la presidencia de los Estados Unidos durante los ataques del 11 de Septiembre, las guerras de Afganistán e Irán y una recesión económica. Allí apren- dieron —dicen los analistas— sobre el liderazgo.
A Kennedy le preguntaron si recomendaría el trabajo de presidente, y él contestó: “Ahora mismo creo que no. Esperen a que termine mi mandato”. Bush a la pregunta de qué se necesita para ser presidente, respondió: “Humildad. Es muy importante saber que hay cosas que no sabes y escuchar a la gente que sabe lo que tú no sabes”. Y completa: “Tener en la mente, pensando: ‘Sí, voy a ganar las elecciones. Pero, ¿por qué quiero ser presidente?’”.