Circo C - Rosa Ureña

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Génesis Una vez fue el principio y después todo quiso ordenarse, los cielos fueron cielos, la tierra se hizo tierra, y el agua se hizo limpia y transparente como el agua. La noche se tornó oscura y guardó silencio, y el día se quedó con las cigüeñas y la hora del té.

Entonces, los caminos decidieron marcharse y atravesaron tundras, desiertos y arboledas. Así es como llegó el circo y comenzó la función.

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Amanece circo Con la primera luz se cuela el circo en las rendijas, entra en el cuarto, se sienta a la mesa, y ya en los labios se nombra y se hace ganas. Con la primera luz, las sombras hoy no se despiertan ni gira el mundo, la vida hoy se regala y la ciudad entera se hace circo.

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El mástil En la niebla temprana aún siente su corteza, sus ramas y sus piñas de abeto rojo. Se despereza el mástil, las maderas le crujen y se enraíza con sus anclas a tierra. En su cuerda más alta le ha brotado un trapecio que huele a bosque.

Extiende bien la red, tensa el cordaje, no sea que madure antes de tiempo.

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La carpa presumida En su silla sentada se imagina el leve murmurar del tafetán, sombrerito con pluma de faisán y un lazo de elegante seda china.

Su silueta se ve tras la cortina mientras ajusta al talle su cancán, ramillete de rosas de azafrán, y en sus pies delicadas bailarinas.

Para la falda un rojo terciopelo y al vuelo de su enagua la blancura. Guantes de piel, bordado su pañuelo.

El mástil ya sujeta su cintura y aspira su perfume tras el velo. ¡Qué bien luce la carpa su figura!

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