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Solo en mi cuartel
En el silencio de la noche cuando la soledad se hace amiga reposo en este salón y descanso, œpor qué no? con los pies sobre una silla.
Entretengo mi cansada vista en los cuadros de fotos colgados, en los carteles de los años pasados, y el Señor de la Humildad que con sus ojos entornados muestra toda su Divina Caridad.
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Veo mi vieja querida con sus ojos llenos de vida y su gordita y rechoncha nariz. fijo mi vista en el fondo absorto en los bellos tonos del Nazareno con su brillante barniz.
Veo a solas el gran salón y oigo aún firmes los ecos de las voces y los rezos que se oyeron hace tiempo en nuestra Corporación.
œSerán las paredes que guardan sus ecos entre la blanca pintura?
œO nuestras voces que aguantan sin dispersarse con premura, en el viento y en el tiempo, señal de nuestra preciosa locura?
No sé, no alcanzo a comprender por qué mi alma se engrandece, por qué mi mente se enternece, y mi corazón palpita de fe.
Cuando una lágrima resbala por mi sonrosada mejilla, o cuando una palabra hermana se clava en mi pecho cual afilada banderilla, haciendo saltar en mis adentros apagados sentimientos de mi amor hacia esta Villa.
Apago las luces quedando solo en penumbra, y una farola que alumbra hace tan solo una sombra que mis ojos si vislumbran.
Una fila de sillas vacías ordenadas y dispuestas para ser pronto ocupadas junto a una mesa repleta. Se llenaran de calor humano sus asientos rojos, se llenaran de cálidas lágrimas sus abiertos ojos, cuando compartan su alma junto al amor que derrama el hermano que con arrojo, diga unas bellas palabras o cante saetas de enojo al ver que a Jesús lo matan y vierten su sangre a manojos.
La oscura noche entumece con su frío mi cansado cuerpo, me levanto y al momento digo que volveré, seguro que vuelvo, a estar a solas contigo, Cuartel, y desempolvar los recuerdos de aquellos instantes sublimes que tus paredes comprimen en los rincones perdidos del tiempo.
Juan Fernando García Arroyo