
2 minute read
Doce Escalones Joaquín E. López Pérez
Doce Escalones
«Doce escalones sencillos, Doce escalones sublimes, Doce escalones mágicos. Son nuestros doce escalones que a la mayoría nos cambiaron la vida. Súbelos despacio, súbelos con calma, súbelos pensando que cuando llegues arriba serás otra persona.»
Advertisement
Haz tañer la campanita que pende en su cima y desde ese momento serás otro, vivirás tu fe en el regocijo, vivirás tu fe en la alegría, vivirás tu fe desde la historia de las cuatro paredes que se abren ante . En este mes, en el que dedicamos un momento a recordar a las personas que sicamente ya no están con nosotros, en este cenáculo permanece más que nunca viva la llama de los hermanos que nos dejaron, los que no conocí y sobre todo los que conocí.
Así, aún siento la elegante diplomacia del chiquito Rivas; la sobria equidad de Joaquín Navarro; la sonrisa traviesa de mi padrino Francisco Merino; la exquisita cultura culinaria, así como su poesía repleta de amor de Paco Carmona, “El lindo”; las batallitas de galán de comedia de Alfonso Estrada; la rotundidad sermoneadora de Enrique Aguilar; las aventuras trasnochadoras de Manolo García; la piragua infi nita de Manolo Aguilar “el baños”; la charlatanería jocosa de Manolo Reina “el bellotero”; las portentosas magdalenas de Pepe Luna; las charlas con sabor a mar de Ceferino Berral; el ¡ay mi niña! De Antonio Gómez “el Candelorio”; el cante, el saber estar y la bondad de Rafalón; y por supuesto, la seriedad, la sobriedad y el porte que dan los años de nuestro añorado Pepe Gómez.
Todavía más, se hacen presentes los que me anteceden y aún disfrutamos de ellos, así entre esas cuatro paredes resuena el ¡Joaquiiiin! de Miguelón; y también el de Jesús Chacón este sin ton ni son; los espárragos mananteros de Antonio Díaz, los sonetos de Rafael García, la sá ra per naz de Pedro Rivas; el mucho amor heredado de Antonio Cejudo; la morita de Antoñin; la rotundidad pirenaica de Rafael Moyano; la parca inacabada de Manolo Cejudo; el ma z oriental y diver do de Luis Fernando Berral; la hones dad, el amor enfermizo a la corporación de mi Adán perpetuo, de Juan Miguel Granados; por úl mo la sobriedad parlante y ma zadora que le va dando la experiencia de Pepe Muñoz.


El resto, los demás, aunque formamos todos un uno, contribuimos en escala uniforme a perpetuar este universo afec vo, en lo religioso y en lo terrenal, en lo humano y en lo divino, en los momentos buenos y en los menos buenos, amparados y protegidos por el amor inmenso que nos demostraron nuestro Terrible y su Santa Madre, en los que confi amos plenamente.
Doce escalones, ¿cuantas veces los habré subido, bajado y vuelto a subir? Mi principal anhelo es que, llegado el día en que los baje por úl ma vez, mi vivencia, mi recuerdo y mi esperanza permanezcan arriba junto a todos vosotros, mientras persista la memoria y el cenáculo perdure en el transcurrir de los empos-