El loco de ayer y hoy

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El loco de ayer y hoy: ¿Por qué curarlo?

Juan José Ricárdez López

Oaxaca de Juárez, Oax. Septiembre 13, 2014.

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“Regálame un poquito, un poquito de locura; que me ando fijando mucho en la marca de tu pantalón.” Ricardo Arjona. Canción Loco.

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Resumen Todo texto que pretenda exponer un esbozo histórico de algún tema, tendrá que tener presente que de poco servirá su lectura si ésta no colabora con la comprensión del presente. La locura a través del tiempo (1973) no es un texto académico, sino literario (o por lo menos eso opina quien ahora escribe), por lo cual no tiene pretensiones pedagógicas innecesarias, y más bien expone de una manera sencilla y completa, la manera en que el hombre ha entendido eso que aún hoy se llama Locura, y los empeños que ha desarrollado para hacerle frente a lo largo de la historia. El presente trabajo parte de la revisión de dicho texto; específicamente en lo concerniente a dos aristas: 1) La imposibilidad definitiva de erradicar la Locura del universo psíquico humano, y 2) la semejanza simbólica de algunos métodos terapéuticos empleados en el pasado y en el presente para el tratamiento de la Locura. Las conjeturas aquí expuestas no pretenden ser piezas definitivas en la comprensión de la Locura; sino un aporte al debate de ideas que, finalmente, siempre enriquece a la investigación psicológica.

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Diagnósticos de ayer y hoy Para definir a la Locura habrá que tomar en cuenta distintos factores. Primero, habrá de reconocerse que es una pretensión destinada al fracaso la de homogenizar a la Locura a través de diagnósticos universalmente aceptados. Desde épocas antiguas ha habido teóricos que ofrecen una nomenclatura que permite clasificar al Loco a partir de su sintomatología. Ya en la Antigüedad podía considerársele al Loco “profeta inspirado de los dioses o portadores de todos los crímenes de su tribu” (Ristich, 1973, p. 9); y en el siglo XVIII podían encontrarse diagnósticos específicos como “alienados, insensatos, débiles o débiles de espíritu; trastornados, alucinados, violentos, furiosos, sufriendo una enfermedad compuesta de furor” (Ristich, 1973, p. 107) y demás. Actualmente no sucede diferente. En términos de salud mental, las dos figuras con mayor jerarquía son, la Organización Mundial de la Salud, y la American Psychiatric Association. Cada una ha desarrollado un manual que define a todos los cuadros psicopatológicos: Cie y Dsm, respectivamente. No obstante, porque no puede ser de otro modo en las cuestiones referentes al estudio del alma, el acuerdo entre ambas propuestas es impensable; incluso, con la versión más reciente del Dsm (Dsm-5), ha quedado manifiesta una postura suspicaz generalizada basada tanto en los perjuicios clínicos para los pacientes, como en los beneficios económicos para los creadores. No es éste un tema que podamos abordar en este pequeño trabajo, pero sí podemos partir de él para plantear un problema científico en el ejercicio diagnóstico de la Locura: el diagnóstico se establece, en mayor medida, no por la sintomatología del sufriente; sino por la cosmogonía del que escucha su sufrimiento.

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Siendo que el escucha es quien determina el nombre del tipo de sufrimiento que se le relata, no es descabellado suponer que una nomenclatura universal en términos de diagnósticos psicopatológicos resulta impensable. Diferentes tipos de escucha podrán definir, con un lenguaje particular, fenómenos bastante parecidos (cuando no idénticos). El médico Colombier (citado en Ristich, 1973), encargado de un proyecto de reforma hospitalaria a finales del siglo XVIII, nos explica que “la locura que proviene de la soberbia, del fanatismo, es poco curable… La del amor, la de la fortuna es más curable” (p. 100). Para quienes gustamos del psicoanálisis, podemos notar que lo dicho por el doctor Colombier resulta bastante parecido a lo que Freud plantea en su primera teoría de los instintos. En 1915, Freud propone que los instintos son de dos tipos: unos libidinales o sexuales y otros denominados instintos del yo. Del conflicto entre instintos libidinales y la represión, surgirían las denominadas psiconeurosis y neurosis actuales(1). De la dinámica derivada de los instintos del yo, surgirían las neurosis narcisistas y las psicosis. En este mismo texto, Freud explica que el psicoanálisis sólo puede ocuparse de los conflictos neuróticos de tipo libidinal; y no tiene efectividad con las neurosis narcisistas (con su ligazón psicótica de tipo paranoide) ni con las psicosis, entre otras cosas, porque estos pacientes no generan transferencia (Freud, 1997). Habría coincidencia, entonces, en que las afecciones referentes a la “soberbia” (Colombier) o al “narcisismo patológico” (Freud) son incurables( 2); y que los padecimientos de orden amoroso (Colombier) o sexual (Freud) son tratables. 1 Éstos conceptos son ejemplo de la nomenclatura psicopatológica particular que Freud fue estableciendo durante el desarrollo de su obra. 2 Por lo menos por el método que cada uno propone.

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En un orden distinto de ideas, encontramos el auge actual de las neurociencias; novedosa propuesta en la que, también, pueden notarse vestigios arcaicos en la concepción de la Locura. Hipócrates pensaba que “era en el cerebro en donde se localizaban el origen del pensamiento y de la inteligencia” (Ristich, 1973, p. 28). En este contexto, y tomándonos una licencia especulativa, podría pensarse que los cuatro humores, las atribuciones de cada uno, y la interacción entre ellos para determinar un tipo específico de personalidad, son un antecedente del estudio de la interacción entre las sustancias neuroquímicas generadas en el sistema nervioso central. Los neurotransmisores tienen, según los estudios de las neurociencias, implicaciones específicas en la personalidad y emocionalidad del ser humano. Hipócrates planteaba, por ejemplo, que “el humor atribalario en exceso engendraba la melancolía” (Ristich, 1973, p. 28); de modo similar, hablando de la depresión, por poner un ejemplo, podemos saber de los suicidios atribuidos a este padecimiento que Estudios realizados post-mortem mostraron la hipoactividad serotoninérgica en estos pacientes y siendo que la serotonina es el neurotransmisor responsable de inhibir la impulsividad y es moduladora de varios procesos de la conducta y de la relación con otras personas, es lógico que se presente cierta influencia sobre el comportamiento suicida. (Cruz, 2012, p. 1321)

El equilibrio o desequilibrio de ciertos componentes (humores en Hipócrates y neurotransmisores en las neurociencias) explican los padecimientos mentales. Si hay diagnóstico hay cura. El diagnóstico es el punto de partida para el

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establecimiento del tratamiento. La Locura, entendida como el malestar emocional de repercusiones conductuales que impide la integración de un sujeto a su contexto y a la vez la armonía consigo mismo, ha sido entendido como una excepción; es decir, como un estado que no es propio de la mayoría. De ahí que el hombre se haya planteado la necesidad de implementar tratamientos para regresar al sufriente, en la medida de lo posible, a lo típicamente esperado. Pasemos pues al tratamiento; a la cura de la Locura. La cura de la Locura: Semejanza simbólica de los tratamientos de ayer y hoy ¿Por qué curar? En muchas de las prácticas cotidianas es común observar una tendencia, en ocasiones voluntaria y en otras no tanto, al retorno a fórmulas que mostraron ciertos éxitos en el pasado. Un ejemplo de retorno voluntario es la moda. En ocasiones, vestimenta, peinados o lenguaje de décadas anteriores retoman su vigencia en el presente: el joven, intencionalmente, se hace “retro”, puesto que eso le garantizará la adaptación. En el campo de la salud mental, sobre todo en lo clínico, no parece ocurrir diferente; no obstante, la única pero importante diferencia, parecemos encontrarla en la falta de intención de este modo de operar: los clínicos actuales emplean recursos novedosos para cumplir objetivos añejos. “Los cráneos trepanados nos demuestran que los hombres creían combatir el desvío protohistórico dejando escapar a los malos espíritus por las cisuras practicadas en el cráneo mediante el sílex o el bronce” (Ristich, 1973, 1973, p. 7). Partiendo del supuesto de que el mal psíquico era producido por una atrofia orgánica (material), la trepanación encuentra su reflejo moderno en la conocida lobotomía desarrollada de 7


distintos modos. A finales del siglo XIX se retoma la idea de la Antigüedad (con argumentos distintos) de que la alteración terapéutica de la cabeza (entendida en la Antigüedad como cráneo(3) y recientemente como cerebro) podría curar al sufriente; y el método de intervención se va depurando desde el retorno a la trepanación en 1895 , hasta el empleo de la psico-cirugía en los últimos tiempos (Asenjo, Horvitz, Vergara, y Contreras, 2011). Es conocido que los lóbulos frontales están asociados a la impulsividad, e incluso suele relacionárseles con trastornos del desarrollo como el Tdah con impulsividad. Los psicofármacos serían, entonces, un sustituto más noble (en apariencia) para el control de los impulsos de quien lo requiera. Es éste un punto de polémica actual (pero no nuevo) en temas de tratamientos para la enfermedad mental. Quien ha estado en alguna institución de internamiento psiquiátrico, ha podido dar cuenta de la docilidad de los internos después de la toma de medicamentos(4). Son estos dos elementos (la anulación del sujeto y el internamiento en instituciones) los que motivaron el surgimiento del movimiento denominado Antipsiquiatría: La Antipsiquiatría objeta la obligación de la atención médica y sostiene que la norma de adaptación que pesa actualmente sobre los enfermos mentales introduce en realidad el riesgo de encerrarlos en otra forma de sistema represivo, quizás más arbitrario todavía que una decisión de la justicia, a la que siempre es posible apelar. (Mannoni, 1985, p. 157)

3 Idea que podría fundamentar también el surgimiento de la frenología. 4 O de su crisis de abstinencia cuando éste no le es brindado.

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Es aquí cuando puede dimensionarse de mejor manera el peso que tiene, para el diagnóstico y tratamiento de la Locura, lo que de ella dice el que escucha; siendo que lo más importante tendría que ser, sin duda, lo que el sufriente tiene que decir sobre su sufrimiento. La tendencia actual es homogenizar al ser humano. En psicología, particularmente en la propuesta de tratamiento de las terapias cognitivos-conductuales, es común encontrar protocolos de intervención para tratar pacientes. Se establece, aún antes de conocer al paciente, lo que se hará con él en cada sesión de un programa de intervención de diez o doce encuentros. Más allá de la (innegable) practicidad de este modelo de trabajo, lo que está en el centro de debate es el fundamento ético: ¿no se despersonaliza al paciente tratándolo como un diagnóstico y no como un sujeto individual e irrepetible?; para no soslayar la cuestión, marcaremos nuestra postura respondiendo que definitivamente sí(5). Con la anulación de la individualidad (que no individualismo) y la bandera del cooperativismo, se pierde, en opinión de quien escribe, la única virtud genuina común a todo ser humano: la diferencia. En un trabajo llamado El mito de la enfermedad mental (1985), Thomas Szasz hace referencia a la ausencia ética de la intervención psiquiátrica, mencionando, entre otros puntos, que la garantía básica del denominado “enfermo mental” se viola al no ser éste, en la mayoría de los casos, un paciente voluntario; y no es un paciente voluntario porque, según su propio dicho, es sano. Estos pacientes “son diagnosticados y tratados 5 No es éste el espacio para ahondar en esta cuestión, pero sin duda es un tema que no puede dejarse pasar de largo sin manifestar una postura al respecto.

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como si estuvieran enfermos, sus diagnósticos y tratamientos ocultan que, de hecho, están médicamente sanos” (Szasz, 1985, p. 93). El alguien más quien le da nombre a eso que le sucede, y es alguien más quien decide lo que es mejor para él. ¿Por qué curar?, y para empezar podríamos preguntarnos ¿curar de qué? No pueden encontrarse respuestas que no impliquen pragmatismo. Haciendo a un lado los eufemismos, podemos decir que se busca curar porque lo diferente intriga y asusta, y siempre es más complicado de sobrellevar. ¿Existe la Locura?, sin duda existe, y existirá siempre porque siempre habrá quien llame al otro, cuando no lo entiende, “Loco”; pero entregarse a una postura discriminatoria frente al Loco, pensando que su actuar es incorrecto sólo porque escapa a nuestra comprensión, resulta suficiente evidencia de nuestros temores y nuestra concepción dogmática e infantil de la vida psíquica, de la mente(6). Preguntémonos nuevamente: ¿por qué curar?, y respondamos con culpa: porque es más fácil que comprender. Conclusiones En el presente trabajo se ha intentado plasmar la perspectiva del autor, en temas de salud mental, surgidos por la revisión del texto de Ristich La locura a través de los siglos (1973). Escribimos con mayúscula Locura y Loco porque dichos términos evocan una peculiaridad que escapa a la comprensión general. La Locura está más allá de la moral (aunque con ella haya intentado curársele en varios momentos de la historia); el Loco no está equivocado porque no existen verdades absolutas en el campo de la psicología y de la salud mental. Al Loco, su Locura lo-cura del pragmatismo ruin de las sociedades de consumo que ponderan lo urgente frente a lo importante, y de las 6 Nótese la propia ansiedad de quien ahora escribe al ponerse, automáticamente, del lado de la no-Locura.

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tendencia homogenizadora que de los sistemas autoritarios de desprende; el Loco renuncia al sacrificio de su individualidad en pos de una adaptación( 7) estéril. “El hecho de que el decir verdadero en nuestra sociedad sólo puede expresarse en la delincuencia o en la locura, pone en evidencia lo que funciona mal en nuestro sistema” (Mannoni, 1985, p. 218). “La dulzura y la persuasión parecen que en algunos casos obtienen resultados” (Ristich, 1973, p. 98); dulzura en la escucha y persuasión en el cuidado de las necesidades genuinas del otro, del otro que es diferente, del otro Loco. ¿Pero quién quiere escuchar a un Loco cuando puede simplemente curársele?, seguramente nadie, tendríamos que estar Locos para hacerlo.

7 Esta operación sólo es posible, en opinión personal, en planos no conscientes.

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Referencias Asenjo, Horvitz, Vergara, y Contreras (2011) Lobotomía frontal como tratamiento de algunas psicosis. Revista chilena de neuropsiquiatría 49(3), 225-240. Recuperado de http://www.redalyc.org/pdf/3315/331527726002.pdf Cruz, G. (2012) De la tristeza a la depresión. Revista electrónica de Psicología Iztacala 15(4), 1310-1325. Recuperado de http://www.medigraphic.com/pdfs/epsicologia/epi-2012/epi124h.pdf Freud, S. (1997) Introducción al narcisismo y otros ensayos. Madrid: Alianza. Mannoni, M. (1985) El psiquiatra, su loco y el psicoanálisis. D. F.: Siglo veintiuno. Ristich, M. (1973) La locura a través de los siglos. Barcelona: Bruguera Szasz, I. (1985) El mito de la enfermedad mental. Razón, locura y sociedad. (pp. 85102). D. F.: Siglo veintiuno.

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