Título: Operación Sabueso Colección: Las aventuras de Txano y Óscar © Texto: Julio Santos García, 2017 © Ilustraciones: Patricia Pérez Redondo, 2017 Obra registrada en SafeCreative www.txanoyoscar.com julioypatri@txanoyoscar.com 1ª edición septiembre 2017
La obra «Las aventuras de Txano y Óscar - Operación Sabueso» ha sido creada por Patricia Pérez y Julio Santos y está sujeta a una licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional. Puede consultar los términos de la licencia en la siguiente URL: https://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/4.0/deed.es_ES
Operación Sabueso Ilustraciones Texto Patricia Pérez Julio Santos
Óscar Txano ¡Hola! Mi nombre es Txano y el de aquí al lado es mi hermano Óscar. Somos mellizos y en nuestra primera aventura un extraño meteorito verde nos convirtió en telépatas.
Sonia Raúl Ellos son Raúl y Sonia, nuestros superamigos. Con ellos vivimos casi todas nuestras aventuras. ¡Los cuatro juntos podemos con todo!
La más pequeña de la familia es nuestra hermana Sara-Li. Ella encontró a Maxi en una caja de cartón en la calle y convenció a mamá para traerla a casa. Nuestra pequeña amiga se llama Flash y es una ardilla muy especial.
Sara-Li
Flash
Maxi El del pelo rojo y la barbita rara es nuestro padre. Se llama Alejandro, pero todos le llaman Álex. Tiene una tienda de antigüedades en la ciudad.
Bárbara
Álex
Nuestra madre se llama Bárbara y es traductora. Cuando está enfadada, su nombre se queda corto.
En un parque de Twin City, una figura oscura aguardaba escondida tras unos matorrales. A pocos metros, un grupo de niĂąas jugaban alegres, mientras el perro que estaba con ellas correteaba por los alrededores. De pronto, una apetitosa galleta con forma de hueso aterrizĂł en el suelo frente al animal y empezĂł a moverse hacia los arbustos. El perro corriĂł tras ella, pero cuando estaba a punto de alcanzarla, unas fuertes manos lo apresaron.
Cuando las niñas se dieron cuenta, el perro ya estaba muy lejos de allí y durante los siguientes días, muchas otras mascotas correrían la misma suerte. En todas estas desapariciones estaba la clave para construir el cuartel general de la pandilla de Txano y Óscar, aunque ellos todavía no lo sabían.
Entrenando
Después de pasar un par de semanas locas tras encontrar el meteorito, incluyendo una mañana entera quitando plantas de la habitación de Sara-Li, los últimos días nos habían permitido recuperar la normalidad. Si puede llamarse normalidad a dedicarnos a jugar con nuestra telepatía la mayor parte del tiempo… ¿Te imaginas que, de repente, un día pudieras hablar con tu hermano y con tus mascotas usando solo la mente? Alucinante, ¿no? Pues en esa situación estábamos nosotros. Esa mañana llevábamos un rato practicando y era el turno de Óscar, que se concentró para enviarme su pensamiento. Enseguida una imagen fue apareciendo en mi cabeza. —¿Eh? ¿Una chica que baila sobre la hierba a la orilla de un lago con pajaritos y musiquita? —dije yo
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mirando a mi hermano extrañado—. ¿No te habrán abducido? ¡Extraterrestre, sal del cuerpo de Óscar! —Espera, espera… que todavía no he terminado. De repente, la musiquita cambió y del agua surgió un monstruo como el del lago Ness que se acercó a la orilla y estiró su largo cuello para zamparse a la chica de un bocado. Y todo, rematado con un sonoro eructo en versión dinosaurio con gases.
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—¡Vale! Monstruo come chica y eructa. Eso ya me cuadra más con tu cerebro desquiciado —dije mientras Óscar se reía de su escenificación. —Reconoce que me ha quedado guay —dijo poniendo cara de interesante. —Bueno, no ha estado mal —reconocí—. Pero ahora me toca a mí. ¡Atento, que va! Me concentré y empecé a proyectar mi idea. Me había gustado la escena de Óscar, pero quería preparar otra versión. La imagen apacible de la hierba y el lago seguían ahí, pero a Nessie ya no se le veía tan temible y parecía que tenía problemas. De pronto, se elevó varios metros sobre el agua y empezó a girar sobre sí mismo sin control. Después de una buena ración de giros, fue parando poco a poco con la expresión desencajada y la lengua fuera. Pero no habían acabado ahí los tormentos del pobre monstruo. Entonces, empezó a hincharse como si algo lo inflara desde dentro y los ojos casi se le salieron de las órbitas. Cuando ya era una enorme bola de la que solo sobresalían patas y cuello, reventó en mil pedazos desintegrándose en forma de confeti que cayó a cámara lenta sobre el agua.
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Y en el centro de la explosión, libre de nuevo, la chica de antes flotaba satisfecha, mientras brillaba como si dentro del cuerpo tuviera una linterna. —¡Toma! ¡Te has superado! Chica luminosa desintegra monstruo desde dentro y lo convierte en confeti. ¡Me gusta! —dijo Óscar. ¡Ya ves a qué nos dedicábamos! Después de varios días de práctica, podíamos proyectar casi cualquier cosa en la mente del otro. Lo más complicado era que teníamos que hacerlo a escondidas porque no queríamos que nuestros padres se enterasen. Al principio solo eran palabras o números, luego conseguimos enviar imágenes, y ahora ya podíamos enviarlo todo junto. Incluso habíamos probado a trasmitir sonidos tarareando mentalmente las músicas de las películas que nos gustaban y también funcionaba. Pero conseguir lo mismo con Maxi y Flash no fue tan sencillo. Si usábamos ordenes simples, como «ven» o «siéntate», funcionaba bien. Pero cuando intentábamos trasmitirles algo más complicado, la mayoría de las veces nos miraban sin comprender. Sin embargo, pronto nos dimos cuenta de que si les trasmitíamos las palabras junto con una imagen
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que las describiera, enseguida se quedaban con la idea y empezaban a usarla. Con este truco nos pudimos entender con ellos sin problemas, y según avanzaban los días, la comunicación era más fácil. Pero tantos días seguidos de juego tranquilo en nuestra habitación no eran normales y nuestra madre, que a veces parecía que podía leer el pensamiento sin meteorito ni nada, estaba un poco extrañada.
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Ya sabes..., a las madres no les puedes ocultar nada por mucho tiempo y notaba en su mirada que sospechaba algo. Hasta entonces mi hermano y yo habíamos estado de acuerdo en mantenerlo en secreto, pero ahora que nuestra nueva facultad estaba controlada, empezamos a preguntarnos cuándo sería el momento adecuado para contárselo a nuestros padres. Óscar opinaba que era un poco pronto, aunque yo no lo tenía tan claro. Conociendo los «poderes» de nuestra madre, no iba a tardar demasiado en averiguarlo y siempre sería mejor si se lo decíamos nosotros, antes de que lo descubriera por su cuenta. Pero a los que nos moríamos por contárselo de verdad eran a Raúl y a Sonia. Ellos eran nuestros mejores amigos y en verano solíamos pasar un montón de tiempo juntos, aunque esta vez había dado la casualidad de que nada más acabar las clases, Sonia se fue a pasar un par de semanas a casa de sus abuelos y Raúl se marchó de vacaciones con su familia. Los cuatro íbamos al mismo colegio y nos conocíamos desde que éramos muy pequeños. Habíamos compartido un montón de años de juegos. Éramos muy diferentes, pero igual por eso nos llevábamos tan bien.
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Sonia era hija única. Sus padres estaban separados y ella vivía con su madre. Era muy inteligente y tenía una memoria prodigiosa. Y eso, sin necesidad de ninguna piedra verde. Podías preguntarle cualquier cosa que hubiera oído antes y era raro que no la recordara. Cuando jugábamos a adivinar películas escuchando solo una frase, ella ganaba casi siempre. A Sonia los ordenadores se le daban fenomenal. Bueno, en general la tecnología se le daba fenomenal. Seguramente le venía de familia, porque su madre trabajaba con nuestra tía Laura en una empresa de desarrollo de videojuegos y era muy buena. Óscar y ella tenían una relación de amor-odio muy especial. Andaban siempre a la greña por cualquier cosa, pero cuando se ponían a trabajar juntos en algo, el resultado era casi siempre increíble. Yo creo que a mi hermano le gustaba un poco, aunque si se lo preguntabas, ponía cara de póker y cambiaba de tema a la velocidad de la luz. Raúl no tenía la memoria de Sonia y tampoco era un friki de la tecnología como Óscar, pero nos sacaba una cabeza de altura a los tres. Y lo mejor era que, a pesar de ser superalto y superfuerte para su edad, nunca le había visto abusar de nadie. Le encantaban los trucos de magia y era un gran mago aficionado.
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Raúl también era muy bueno en todos los deportes y en el colegio siempre le querían elegir para los equipos que se formaban. ¡Qué ganas de estar con ellos! ¡Teníamos tantas cosas que contarles que no íbamos a saber ni por dónde empezar!
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Otra vez juntos
En cuanto Sonia y Raúl volvieron de sus vacaciones, les llamamos y quedamos con ellos para ir al parque. Vivían a unas pocas manzanas de distancia y como nuestra casa les quedaba de paso, solíamos esperarles jugando hasta que venían a buscarnos y así hacíamos el resto del camino juntos. Pero ese no era un día normal y media hora antes de que llegaran ya estábamos esperando sentados en las escaleras del porche, y bastante nerviosos, por cierto. Maxi se había quedado con nuestra hermana, pero Flash, nuestra ardilla, venía con nosotros. La pobre estaba achuchada en el bolsillo de la sudadera que Óscar se había puesto para la ocasión. Le habíamos pedido que esperara allí escondida hasta que la presentáramos.
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Queríamos ir por partes y presentar a Flash iba a ser lo primero. Después ya buscaríamos la forma de contar lo de la telepatía.
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Aparte del profesor Antonov y de Sara-Li, Sonia y Raúl iban a ser los primeros en saberlo, y aunque eran nuestros amigos de toda la vida, nos daba un poco de miedo su reacción. —¿Cómo se lo podríamos contar? —pregunté, recostado en los escalones. —A ver qué te parece esto: ¡Hola…! Un meteorito verde y explosivo nos ha vuelto telépatas —dijo Óscar confirmando mis sospechas de que no iba a ayudarme mucho. —¡No seas animal! —bufé—. No podemos decírselo así. —Pues ya me dirás tú cómo —protestó—. ¿Se lo decimos cantando un rap? —Se burló mientras gesticulaba con las manos como un rapero. —No lo sé todavía, pero, sobre todo, nada de contarlo cuando lleguen aquí, porque seguro que se ponen a gritar, y si a mamá le da por asomarse, se puede enterar. —¡Vale, vale! Te lo dejo a ti. Pero ya puedes ir pensando algo, que por ahí vienen —dijo Óscar a la vez que se levantaba para coger la bicicleta y les saludaba con la mano. Yo también me levanté de un salto y le seguí nervioso, aunque después de un choque de puños y un par de comentarios sobre la bici nueva de Sonia, los
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nervios desaparecieron y nos fuimos al parque como si lleváramos juntos todo el verano. Llegamos a nuestro banco habitual junto al skatepark y, todavía sentado en el sillín, miré a mi alrededor. Pensaba que allí estábamos nosotros, nuestros amigos, nuestro parque y nuestro banco y que, si no fuera por el pequeño detalle de que nos había explotado en las narices un meteorito verde, todo seguiría igual que siempre. —¡Aaah! —dijo Raúl estirándose—. Me encanta que mis padres se cojan las vacaciones nada más terminar el colegio porque ahora tenemos todo el verano por delante para estar juntos —añadió mientras se sentaba encima del respaldo del banco. —¿Qué tal vuestras vacaciones? —pregunté mientras me sentaba al lado de Raúl. —El camping donde hemos estado era superchulo —respondió él—. Tenía una cacho piscina con dos toboganes enormes y una islita en el centro. —¡Jo! Me encantan las piscinas con isla —dijo Óscar—. Pero solo si es una isla a la que se pueda subir. —Pues a esta se podía subir y hasta tenía una palmera y todo —respondió Raúl—. Yo me pasaba el día allí jugando con mis primos. Lo único malo fue que la segunda semana vino a la parcela de al lado
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una familia con un niño pequeño que se empeñaba en estar conmigo a todas horas. Al principio era gracioso, pero después se empezó a poner petardo —continuó Raúl poniendo cara de fastidio—. Al final, tuve que inventarme que estaba en tratamiento de una enfermedad muy contagiosa y se fue todo asustado a contárselo a sus padres. Menos mal que ya no le dejaron acercarse más… ¡Qué pesado! —¡Pues yo tenía unas ganas de volver…! —dijo Sonia todavía sentada en la bici frente a nosotros—. Me estaba muriendo de aburrimiento en casa de mis abuelos. Creo que, en ese pueblo, cuando llega el verano, todos los niños de mi edad se van y solo quedan los que son muy pequeños o muy mayores —se quejó—. Y como no me dejaban ir con los mayores, me hinché a hacer rompecabezas de 40 piezas con los niños de la casa de al lado. ¡Un peñazo! Óscar dejó la bici apoyada y se sentó a mi lado. —Por lo menos, mi abuela me ha enseñado a jugar a las cartas —continuó Sonia sin mucho entusiasmo—. Por las tardes solían venir sus amigas a echar una partida y cuando alguna no podía venir, me dejaban jugar a mí. Al principio, me parecían tiernas abuelitas, pero si las vierais jugando… ¡Bufff! No había manera de ganarlas. ¡Casi parecía que tuvieran telepatía!
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«¡Vaya, hombre…! Parece que la dichosa palabrita nos persigue», pensé yo. —¡Bueno! ¿Y vosotros qué tal? Que todavía no habéis dicho nada —dijo Raúl interrumpiendo mis pensamientos—. ¿Cuáles son todas esas cosas que nos teníais que contar…? Miré a Óscar buscando ayuda, pero se encogió de hombros y con una sonrisilla en la cara me hizo un gesto invitándome a empezar cuando quisiera. Respiré hondo e inclinándome hacia ellos, empecé: —Pues, lo primero es…, es… —dije titubeante—, presentaros a un nuevo miembro de la pandilla. —Y señalé hacia Óscar esperando que Flash hiciera su aparición. Pero Flash no apareció, y en su lugar, la sudadera de mi hermano empezó a moverse como si tuviera vida propia. Sonia y Raúl se echaron hacia atrás sorprendidos, y Óscar aprovechó para echarle mucho teatro al asunto, haciéndose el asustado. —¡Socorro! ¡Auxilio! ¡Tengo un alien dentro! —gritaba mientras su bolsillo no paraba de moverse—. ¡Socorrooo! Flash estaba bordando su papel antes de salir. Seguro que se había puesto de acuerdo con Óscar. Estos dos eran tal para cual.
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Nuestros amigos, que ya lo conocían, se fueron acercando con cuidado hasta que mi hermano pensó que ya estaban suficientemente cerca. En ese momento, pegó un grito y se dejó caer en el banco, moviéndose como si le estuvieran espachurrando las tripas. Puso las manos alrededor del bolsillo y mientras daba otro par de alaridos, apareció Flash entre ellas de un salto.
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Sonia y Raúl pegaron tal bote que poco les faltó para caerse de culo. —¿Pero tú estás tonto o qué? —gritó Sonia mientras recobraba la respiración—. ¡Casi me matas del susto! Mi hermano se incorporó en el banco, muerto de la risa. ¡Vaya numerito que habían montado entre los dos y sin decirme nada! Esto de la telepatía en manos de Óscar tenía mucho peligro… Raúl se recuperó también y los dos se acercaron a nuestra ardilla con curiosidad. Óscar la sostenía en su mano orgulloso y la acercó para que la vieran. —¡Os presento a Flash! —dijo—. Una nueva amiga.
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