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“EL PUERTO PERMANECE SILENCIOSO” El puerto permanece silencioso, como un suspiro triste ante las luces que muestran las estrellas solitarias que brillan, temblorosas, en la noche. Y, al tiempo que los viejos marineros descienden las pendientes, sin apuro, el faro alumbra el mar y su belleza, bañada por el beso de la luna. Las aguas se adormecen y bostezan en ese lecho suave, pues las olas a duras penas llegan con la furia que suelen cuando el mar está bravío. Son horas de paciencia en ese llano inmenso, inabarcable y majestuoso que va de un horizonte a otro horizonte, tejiendo el infinito entre sus manos. Y duermen las gaviotas, pues esperan el alba que se tiende milagrosa, mostrando los caminos de su vuelo a zonas apartadas que se pierden. Se siente en el ambiente ese salitre que hiere, que se eleva y que deleita el gusto del que busca, en cada ruta, llenar su red con todos los cardúmenes. El pueblo va quedando tras la popa, y el agua va agitándose en la boca del puerto que contempla tanta calma y ve partir al mar a los pesqueros. Mas hay noches de furia y de tormentas, de azotes repentinos de las olas que arrancan, caprichosas, cuando quieren, un grito que se vuelve todo espuma. Y es grito tenebroso, es grito lleno de rabia, de dolor y de coraje, un grito que se pierde en lo lejano, hiriente con los pobres pescadores. Las últimas semanas de septiembre los mares se violentan, se violentan las aguas, las espumas y los vientos que agitan esas olas hacia tierra. La arena de las playas ve otras veces los ocles esparcidos por doquiera, después de las tormentas que el otoño decide, si es que viene el tiempo malo. Las redes, el sedal, el aparejo valdrán de nuevo a viejos marineros que luchan con el viento y su chillido, volviendo al mar en sus embarcaciones. 2014 © José Ramón Muñiz Álvarez
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