La vida suele estar en cada parte

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__________________R R__________________ “LA NOCHE ES EL MOMENTO DEL RAPOSO” O “TAMBIÉN LA BRISA BAÑA CON SU BESO” El canto de la noche silenciosa que esconde mucha vida en sus rumores. Por José Ramón Muñiz Álvarez Un texto dedicado a Jimena Muñiz Fernández y Mael Muñiz Vega La noche fue cayendo lentamente: la brisa, desatándose las manos, con gestos invisibles y prudentes, rozaba la hojarasca, y, agitándola, vagaba peregrina en el hayedo. El último jilguero de la tarde miró, desde las ramas, el crepúsculo, queriendo despedir, en su derrota, la llama de un sol débil que moría. Y hablaron, temblorosas, las estrellas, amigas de la noche, si la noche nos viene despejada y si las nubes no cubren, con su manto, el firmamento. La luna se asomó a sus ventanales: las sombras dominaron cada parte del bosque silencioso, y, lentamente, dejaron su guarida las criaturas en reinos de lechuzas y mochuelos. Y el zorro corrió todos los caminos, dejando atrás la vieja madriguera que pudo guarecerlo con el día, momento en que no quiere que lo observen. Su instinto es temeroso, si ve al hombre por esos robledales donde vive, siguiendo, persiguiendo, con paciencia las raras alimañas de este mundo. Y vio la noche entonces los tritones: cruzaban los caminos, avanzando sin gran apuro, yendo lentamente por zonas de maleza a fuentes claras, si buscan por instinto el amorío. También hacen así las salamandras, que buscan los lugares pantanosos, las fuentes y hasta el viejo abrevadero que tienen los pastores en la cuesta. Y, cómo no, los sapos y las ranas se ofrecen como presa a los autillos que observan las extrañas migraciones que ven su avance a charcas escondidas. La vida suele estar en cada parte: pequeños ratoncillos que caminan, que corren que olisquean cada cosa que encuentran a su paso, mientras siguen buscando la comida que precisan; las ranas y los sapos, los tritones, las viejas salamandras, las luciérnagas que inundan con su luz esas parcelas que ven su brillo mágico en la noche; los grillos, al llegar la primavera y acaso la cigarra, que se esconde detrás de cada hierba, en el verano, pasado junio, presto ya el otoño. Las gentes, en su lecho, no lo ignoran: son muchos los sonidos bullangueros que llegan de lo lejos, en la noche, cruzando el aire mismo, los espacios que traen rumores raros y remotos (quizás el canto alegre del autillo, las voces agoreras de los búhos, quién sabe si el ladrido de algún perro que llama con tristeza a la alborada). La noche está poblada por la vida, las voces del ocaso son extrañas, si quieren ser metáforas de muerte, pues esa muerte es solo otro principio.


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