Reflexiones sobre la incorporación del sector privado agroindustrial en el combate al hambre en América Latina Jose Luis Vivero1 Aunque pudiera parecer contradictorio, el sector agroalimentario debería tener un enorme interés en los millones de personas pobres y hambrientas que habitan en su país o región. Sólo en América Latina y el Caribe hay más de 200 millones de personas pobres y 53 millones de hambrientos, y todos juntos poseen una impresionante capacidad de compra tanto de productos alimenticios como de otra índole. Venderle alimentos a esas familias puede abrir un campo muy poco explorado a las empresas que decidan apostar por ello; y a los consumidores pobres les ofrece la posibilidad de acceder a bienes de consumo (alimentos, medicinas, higiene, vestidos) a los que de otra forma no tendrían acceso. En la mayoría de los casos, las familias vulnerables que sufren de inseguridad alimentaria son también consumidores en mayor o menor medida. Para alcanzar este sector, la industria agroalimentaria tendría que realizar algunas modificaciones en sus estrategias de venta, tales como cambiar los tamaños y formatos (para hacerlos más pequeños y más asequibles), la estrategia de venta (anuncios, imagen), la posibilidad de comprara a crédito, o la elaboración de alimentos de fácil cocción y que necesiten poca energía o poco agua (Hammond & Parlad, 2004). Por ejemplo, en Brasil, el pollo se vende en muchos supermercados en trozos pequeños y el champú para el cabello en unidades menores y más baratas que las tradicionales. En la última década, la cuota de mercado de productos agrícolas que ha sido ocupada por las cadenas de supermercados se ha cuadriplicado en América Latina, desplazando a las pequeñas tiendas y a gran cantidad de vendedores callejeros y mercados de abastos. Esta cuota de mercado tiene serias implicaciones para los pequeños productores y comerciantes y les plantea un gran desafío para el futuro: o se adaptan a los requisitos de calidad y cantidad de estas grandes cadenas, o corren el riesgo de verse apartados del mercado (Reardon et al., 2002). La comercialización de productos agrícolas a través de supermercados tiene algunas especificidades con respecto a la comercialización tradicional en pequeñas tiendas y mercados, entre las que podemos mencionar las siguientes: pueden comprar y vender grandes cantidades, demandan un suministro constante y de calidad de productos perecederos, retrasan los pagos un mes o dos, rechazan mucho producto y establecen controles de calidad en prácticas de manejo, empacado y conservación muy estrictos. Aunque estas prácticas puedan parecer excesivamente exigentes para los pequeños productores (que forman la mayoría de las familias rurales y pobres del país), son las normas de calidad que impone el mercado y los productores han de aprovechar esta oportunidad de conseguir una cuota de mercado para poder vender grandes cantidades a estas grandes superficies. Por otro lado, y he aquí el importante papel que pueden jugar los supermercados en la lucha contra el hambre en América Latina, las grandes superficies pueden orientar sus compras de materias primas hacia zonas productoras donde haya alta concentración de familias pobres, adaptando su cadena de compras y transporte a la realidad de estos productores, llevando a cabo programas de capacitación en Buenas Prácticas Agrícolas (para bajar los residuos de 1
Extracto de un artículo aparecido en la Revista Industria y Alimentos (2004): Vivero, J.L. y E. Morrás. Temas emergentes en la Lucha contra el Hambre en Centroamérica. Guatemala.