La balada del penal de Reading (primera parte)

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OSCAR WILDE

BALADA DEL PENAL DE READING (I)

Traducción: José Alfonso Pérez Martínez


Este poema fue escrito por el insigne poeta Oscar Wilde en 1897, mientras cumplía condena en el penal de Reading, por la intolerancia de sus coetáneos. Traduzco su primera parte, en endecasílabos y heptasílabos, cuando 2012 muere y empieza 2013. Sean benevolentes con mis esfuerzos.


En memoria de CHARLES T. WOOLDRIDGE, antiguo soldado de la Guardia Real de CaballerĂ­a, ejecutado en la CĂĄrcel de Reading, en Berkshire, el 7 de julio de 1896.

I

Del color de una chaqueta escarlata Son el vino y la sangre. Del color de una chaqueta escarlata Eran sus manos cuando le encontraron, Pegado a la muerta que fue su amada,


La pobre muerta que murió en su cama.

Caminó entre los jueces Con un traje de color gris raído, La gorra en la cabeza, Y el paso alegre y leve; Pero nunca vi a nadie que mirara Con semejante tristeza en los ojos.

Nunca mirar vi a nadie Con ojos tan ansiosos Desde la celda el nimio lienzo azul Que es para un preso el cielo, Y cada nube fugitiva que huía Igual a un barco con velas de plata.

Caminé, con otras almas en pena,


Dentro del macabro anillo de celdas, Y no sabía si el hombre había hecho Algo grande o pequeño, Cuando una voz me susurró al oído: "A ese tipo pronto lo colgarán."

¡Por Cristo! los muros de la prisión De pronto parecían derrumbarse, Y el cielo sobre mi cabeza ardía Igual que un casco de acero candente; Y, aunque un alma en pena yo también era, Mi propio dolor sentir no podía.

Supe entonces qué congoja secreta Aceleró sus pasos, y por qué Miró el día brillante Con ojos tan ansiosos;


El hombre que ha matado lo que amaba Sin duda alguna tiene que morir.

Y aun así, cada hombre mata lo que ama, Sépanlo bien, y entiendan: Algunos con una mirada amarga, Otros con halagadoras palabras, ¡El que es cobarde con un beso mata, Y el hombre valiente con una espada!

Unos matan su amor cuando son jóvenes, Y algunos cuando son viejos lo matan; Unos matan con manos de lujuria, Otros con manos de oro: El más amable un cuchillo prefiere, Porque su frío pronto pasa al cuerpo.


Algunos aman demasiado poco, Otros, en cambio, demasiado tiempo. Algunos matan su amor entre lágrimas, Y otros sin un suspiro: Así muchos hombres matan lo que aman, Aunque no todos por hacerlo pagan.

No mueren de vergonzosa manera En un día de negra desventura, Ni tienen una soga en torno al cuello, Ni sus cabezas capuchas ocultan, Ni tampoco sus pies a colgar llegan Bajo sus suspendidos cuerpos muertos.

No se sientan con hombres silenciosos Que les vigilan de noche y de día; Que les vigilan cuando brotan lágrimas,


Y cuando rezos oran; Que al preso vigilan por no perder Su valiosa presa: su propia vida.

No despiertan al alba para ver Temibles rostros en torno a su cuarto: El viejo capellรกn, en lino blanco, El alguacil tan funesto y tan serio, Y el director, todo en negro brillante, Con el rostro blanquecino del Juicio.

No son levantados con gran premura, Para vestir ropa de presidiario Y que un gordo doctor sus bocas hurgue, Anotando cada gesto nervioso, Manejando un reloj cuyos segundos Son como horribles golpes de martillo.


No saben de la sed que desespera Antes que el verdugo, mano enguantada, Rostro embozado e intención siniestra, Traspase la puerta almohadillada Y anude con correas la garganta, Para que nunca más la sed te tenga.

No inclinan la cabeza para oír La triste oración fúnebre, Tampoco sienten el terror de su alma Cuando piensa que aún vive, Y sale del cuerpo, mientras lo guardan En su ataúd horrible.

No miran por última vez el cielo A través de pequeñas claraboyas,


Ni elevan rezos con labios de barro Para que pronto acabe su pena honda, Ni rozan sus mejillas agitadas Los labios de aquel llamado Caifรกs.

JAPM, 31 de diciembre de 2012


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