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La habitación, por Irene Povedano Sarabia

1.º Bachillerato

¿Cuánto tiempo había pasado? Ya se había hecho esa pregunta varias veces, pero ni una sola vez había sido capaz de responderla: horas, días o semanas quizá, no lo sabía, lo único que Álvaro sabía es que estaba cansado, llevaba bastante tiempo cansado para decir la verdad. Estas últimas semanas de universidad le habían estado matando por culpa de los exámenes, por eso se había dormido en el bus que cogía siempre para llegar a su piso, acompañado por el relajante sonido de la lluvia. Él no había tenido la culpa, de verdad, la única culpable era la lluvia, la causante de que se durmiera y una vez despertara, alejado de su piso y cualquier rastro de civilización, se viera obligado a buscar refugio en el lugar más cercano, una vieja mansión a unos treinta metros de la parada de autobús.

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Quizás sí tuvo él la culpa, quizás si se hubiera quedado en la parada esperando a que parara la lluvia o llegara otro bus no estaría en esta situación, pero el cansancio y la incapacidad de comunicarse por la falta de cobertura nublaron su juicio.

La mansión fácilmente tenía unos cien años de antigüedad, el polvo lo cubría todo a la vista y los cuadros colgados en las paredes ya no eran distinguibles por esta razón, debería haber prestado más atención. Sorprendentemente, no había habitaciones en la planta baja, tan solo un comedor donde había una gran mesa que todavía estaba puesta, cinco platos, cada uno con tres cubiertos y una copa. Al lado del comedor se situaba la cocina, en ese momento no se fijó en que la vajilla no estaba polvorienta como el resto de la casa, y tal vez si lo hubiera hecho, habría

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huido antes y, sin saberlo, hubiera escapado del destino que le esperaba. Después de observar el comedor regresó a la entrada, donde observó que solo unas escaleras que llevaban a una planta superior le esperaban, suponiendo que las habitaciones seguramente estaban allí decidió subirlas, ese fue su segundo mayor error, siendo el primero haber entrado en la mansión.

Llegando a la planta de arriba divisó tres puertas pegadas, detrás de él un vació dejado por todos los escalones que había recorrido. Debería haber entrado a la primera o a la tercera, tal vez así pudiera haber regresado a su casa, pero la segunda puerta, había algo en ella, algo más fuerte que él que lo atrajo hasta ella, se acercó, poco a poco giró la manilla y… nunca debió abrir esa condenada puerta.

Lo que había detrás ni siquiera era capaz de comprenderlo. Cinco personas desnudas se arrodillaban en círculo, desnudas y con sangre manchándoles el cuerpo, ante un símbolo que no reconocía; en el centro, un altar hecho de huesos, madera y dios sabe qué más. Pero eso no fue lo peor, lo peor fue la criatura que se alzó de repente frente al altar, si tuviera que describirla no podría, cada vez que intentaba recordarlo su mente le fallaba y se sentía un pasó más cerca de la locura, era un ser más allá de la lógica y de la existencia humana. Nadie en esa sala reconoció su presencia, pero sus pasos hacia atrás ya habían comenzado, y entonces cayó.

Y nunca paró de caer, todavía sigue haciéndolo, quizás fue su castigo por interrumpir la ceremonia, nunca lo sabría. Ahora solo pensaba en qué lo mataría antes, si el cansancio o la locura, lo que antes ocurriera, y cuando pasara estaría agradecido.

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