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El diario de Sara, por Marina Mateos Martínez
1.º Bachillerato
Para poder entender bien por qué cuento esto con escalofríos por mi cuerpo, debemos remontarnos a agosto de 1997 en el sanatorio mental situado a las afueras de la ciudad de Murcia, en el cual trabajo como enfermera. Mi nombre es Alejandra y hoy, a día 31 de octubre de 1998, voy a morir.
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Era una calurosa madrugada para todos los pacientes que habitaban en el sanatorio. Esa noche me tocaba el turno nocturno, que se basaba en vigilar los pasillos; pasaban las horas, dieron la una de la madrugada, las dos, las tres, y así hasta las ocho, hora en la que mi turno terminaba, pero sucedió algo que hizo que tuviera que quedarme durante el resto del día, y es que Sara, una de nuestras pacientes más peligrosas debido a sus grandes rasgos de esquizofrenia y psicopatía, no se encontraba en su habitación, ni en ninguna de las instalaciones del lugar. Había salido del recinto y estaba desaparecida.
Pasaron días y días en los que el funcionamiento habitual del centro se vio interrumpido por la búsqueda de Sara, que acabó expandiéndose a las profundidades de la ciudad, aunque fuera algo ilógico que una joven con enfermedades mentales hubiera recorrido tantos kilómetros sola. Sin embargo, no había descanso para nosotros, el personal sanitario del centro. Pasaron dos meses y no había ni rastro de ella, por lo que ya decidimos rendirnos y desistir de la búsqueda, hasta que una mañana que trascurría con total normalidad alguien conocido cruzó la verja y llamó repetidas veces al timbre. Cuando abrimos la puerta, nuestra sorpresa fue de lo más grande: era ella, era Sara.
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Dos meses después aún vestía con el pijama blanco, que por razones obvias tenía rasguños y manchas de barro, aunque ella no presentara ningún rasgo de deshidratación o falta de alimento o sueño, por lo que asumimos que algún vecino de la zona había tenido la hospitalidad de acogerla allí durante todo este tiempo, aunque no sabíamos el motivo de por qué nadie nos había avisado a nosotros o a las autoridades, ya que la muchacha salió en todos los noticieros y periódicos repetidas veces durante un largo periodo de tiempo. Después de un reconocimiento médico que, en efecto, nos demostró que la joven estaba en un buen estado físico, decidimos preguntarle cómo había conseguido salir de las instalaciones, el motivo de su huida y,por supuesto, donde estuvo todo este tiempo.
Sara se había limitado a responder únicamente con cinco palabras que nos crearon más dudas de las que ya teníamos, sus palabras eran: “No salí de la casa”.
Para ella y muchos otros pacientes aquel lugar era su casa, ya que muchos no tenían a donde ir.
Teníamos pensado dejar pasar este incidente y seguir con normalidad hasta que una noche en el comedor, a la hora de la cena, Sara comenzó a gritarles a sus compañeros uno por uno números que en ese momento parecían aleatorios: 0170101999, 050101997, fueron algunas de las combinaciones numéricas que enunciaba. Cuando el ambiente en el comedor se relajó, trasladamos a Sara a su habitación, esta vez era una de máxima seguridad para evitar que se repitieron los sucesos anteriores. Mi turno había terminado, me fui a casa y descansé de estos días tan movidos.
A la mañana siguiente una compañera me contó que vieron cómo Sara se repetía a sí misma otra extraña combinación mientras miraba su reflejo en un espejo de aluminio que estaba hecho para evitar accidentes indeseados. Los números que repetía una
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y otra vez eran 090101997. Seguimos sin darle demasiada importancia, lo asociamos a sus enfermedades, incluso creíamos que podía ser algún trauma causado en el tiempo que había estado desaparecida. Pero comenzamos a asustarnos cuando uno de nuestros pacientes falleció sin ningún motivo previo el día 5 de octubre de 1997, nuestro miedo aumentó cuando descubrimos que los números que Sara le había gritado en aquella cena coincidían con el día de su fallecimiento. Con el paso del tiempo fallecieron cuatro pacientes más, en las correspondientes fechas que la joven había mencionado esa noche. Recordamos el suceso que mi compañera había presenciado en la habitación de la muchacha, por lo que decidimos vigilar a Sara durante el día 9 de octubre, ya que esa era la fecha que ella había predicho para su ida, pero nuestros esfuerzos fueron en vano ya que en el momento en el que Sara cerró sus ojos para ir a dormir, nunca más los volvió a abrir, dejándonos a todos con una incertidumbre y miles de preguntas que ahora ya nunca tendrían una respuesta.
Mientras recogíamos todas las cosas que habían pertenecido a la chica, encontramos debajo de la cama una especie de diario acompañado de un pequeño lápiz de carbón, objetos los cuales no sabíamos cómo habían podido llegar allí. Aunque pasaron múltiples ideas por nuestras cabezas sobre qué podía contener ese diario, no esperábamos que al abrirlo estarían todas las páginas llenas, de principio a fin, de nombres y más combinaciones numéricas, ya sabíamos lo que eso significaba, pero jamás creí encontrar mi nombre entre aquella lista de nombres que desconocía.
Mi nombre era el último, yo cerraba aquella lista, aunque desconocía si ese era el único ejemplar que fue escrito por Sara. Hoy ya ha llegado mi día, es 31 de octubre de 1998 y no importa de qué manera intente evitar este tipo de maldición que Sara arras-
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tró hasta mi lugar de trabajo, solo sé que este diario es la constatación, la prueba que demuestra que no voy a fallecer por causas naturales o por cualquier otro motivo médico razonable que quieran darle a esto. Por último, me refiero a ti, seas quien seas: puede que esté equivocada, pero si algo me ha enseñado esto es que lo irreal es mucho más real de lo que creemos, si no me crees, mira atentamente, porque ahí abajo está escrito tu nombre, y por lo tanto también lo está tu respectiva fecha, te deseo buena suerte, pero no tienes escapatoria.
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