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El monasterio abandonado, por Alberto Pastor Sánchez

3.º ESO

Julio era un adolescente de apenas doce años, el cual no se interesaba por los estudios y siempre que podía se saltaba las clases del instituto con su amigo César, que tampoco tenía interés por los estudios.

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Un día Julio y César se saltaron las clases y fueron a un monasterio abandonado, llamado “La orden de Montefrío” que había en el pueblo de al lado. Ellos anteriormente ya habían visitado aquel monasterio. Entraron como entraban habitualmente, subieron a la parte de arriba y abrieron un armario que nunca habían abierto, pero al abrirlo se dieron cuenta de que por la parte de detrás del armario había un hueco por el que se podía ver otra habitación. Julio y César apartaron el armario para ver qué había en aquella habitación tapada por el armario. Nada más quitarlo vieron que había cinco jaulas de 1,50 metros de alto. En aquellas jaulas fueron maltratadas cinco personas condenadas por los monjes, entre ellas un niño de apenas cuatro años que había sido condenado injustamente. Aquellas personas no recibían ni comida ni bebida por parte de los monjes, estuvieron encerradas hasta el día de su muerte. Ellos, aterrorizados, salieron corriendo de aquel monasterio, no le dieron más vueltas al tema y actuaban como si no hubiese pasado nada, era un secreto para ellos.

Al cabo de los meses, Julio se lo contó a su amigo Cristian, él no se lo creyó e insistió para que Julio lo llevase a aquel monasterio abandonado. Al día siguiente Julio y Cristian se dirigieron al convento y, una vez allí, Julio entró primero y después su

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amigo. Cristian se puso a andar por aquel sitio como si fuera su casa, como si hubiese estado allí toda su vida. Julio, asustado, insistía en ir rápido a ver las jaulas para irse, ya que le producía respeto e inquietud. Cristian se puso a observar las camas de los monjes, sus armarios, sus altares, pero al final llegó al lugar donde se situaban aquellas cinco jaulas. Una vez que vieron aquellas espeluznantes jaulas decidieron irse, pero justo cuando Julio ya había salido, lo llamó su amigo Cristian y dijo que se fuera Julio, que él mientras se quedaba un rato visitando aquel monasterio abandonado. Julio se aterrorizó y negó la palabra de Cristian. Pasados cinco minutos fue cuando Julio consiguió, a la fuerza, sacar a Cristian del monasterio.

Nada más que Cristian salió de aquel monasterio, cayó desmayado al suelo. Julio se asustó muchísimo, cargó a su amigo en la espalda y se alejó del monasterio. Una vez alejados, Julio empezó a pegarle para que se despertara, a gritarle, a llamarlo y pasados varios minutos despertó. Julio no paraba de preguntarle y al final Cristian le dijo a su amigo que desde que entró a aquel monasterio había tenido la sensación de estar acompañado y que escuchaba una voz que le decía que si se quedaba allí todo iba a estar bien, que iba a estar a gusto y que no le pasaría nada. Julio se aterrorizó y cuando vio que Cristian se recuperó del todo pusieron rumbo a su pueblo.

Pasadas unas semanas, Cristian se fue con su madre a dar un paseo y pasaron al lado del cementerio y Cristian le dijo a su madre: “Mamá, ¿por qué ese hombre está llorando?”, la madre miró y no vio nada. “¿Por qué está viniendo? ¿Quiere hablar con nosotros?”. La madre, aterrorizada, cogió a Cristian de la mano y se fue rápido, asustada, junto a su hijo a casa. Ambos cenaron y se fueron a dormir y ahí fue cuando Cristian dijo: “Lucía no para de asustarme”. La única Lucía que conocían su madre y él

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era su vecina, la cual había fallecido tres semanas antes. La madre estaba ya muy asustada, pero lo dejó pasar porque pensaba que eran cosas de niños. En los siguientes tres días, Cristian actuó normal, pero la noche del tercer día después de esos acontecimientos le dijo a su madre: “Mamá, ¿puedo decirte un secreto?”. La madre aceptó y ahí fue cuando Cristian cogió a su madre de la mano y la llevó a su habitación. A su madre esto le pareció raro, ya que solo estaban ellos dos en casa. Cuando llegaron a la habitación, Cristian miró hacia una esquina y negó con la cabeza, como si estuviera hablando con alguien. Acto seguido le dijo a su madre: “En realidad no hay ningún secreto. Él me dijo que te tenía que traer aquí”. A la madre de Cristian se le heló la sangre y rápidamente cogió a su hijo, cerró con un portazo la puerta de la casa y se fue a pasar las siguientes noches a casa de su madre. Cuando llegaron, Cristian se fue a la habitación de su tío cuando era pequeño, todavía tenía peluches y juguetes, también estaba el espejo donde se echaba fotos en su adolescencia.

Aquella noche, en casa de la abuela de Cristian, ocurrieron hechos raros. A mitad de la noche, un jarrón del comedor se cayó al suelo, acto seguido se rompió un cuadro del difunto abuelo de Cristian, el cual había fallecido tres años atrás. Esa noche no ocurrió nada raro, pero a la mañana siguiente, cuando se despertó, Cristian vio reflejado en el espejo de la habitación una imagen del monasterio “La orden de Montefrío”. Cristian quedó aterrorizado, pero se asustó más cuando vio a su abuelo sentado en el sofá del salón viendo la televisión. Cristian llamó a su madre, para ver si ella también podía observarlo, pero no, la madre no podía observarlo. La madre de Cristian pensó que todavía estaba dormido y que confundió a su abuelo con su abuela, que también estaba sentada en el sofá. Cristian se puso a desayunar tranquilamente cuando, a mitad, gritó: “¡Mamá, alguien quiere

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matar a la abuela! ¡Hay un hombre armado junto a ella! ¡La va a matar!”. La madre estaba ordenando la habitación de Cristian y cuando llegó al salón, efectivamente, la abuela de Cristian había muerto. La madre asustada empezó a sospechar que Cristian podía ver fantasmas y para afirmarlo decidió llevarlo al cementerio y una vez allí le dijo: “Mamá, ¿por qué nos están rodeando unas personas, con cuernos y hoces?”. Su madre llena de miedo salió corriendo de allí.

Cuando llegaron a casa, la madre de Cristian llamó al párroco del pueblo, Don Juan, y le dijo que fuera rápidamente a su casa, que su hijo podía ver fantasmas y entonces el párroco fue a su casa y allí fue cuando el niño dijo: “Don Juan, tienes un demonio detrás, dice que te quiere matar”. El cura no se lo creyó y pidió a la madre de Cristian que se saliera de la sala, y se salió. A los cinco minutos, Cristian salió porque necesitaba ir al aseo y cuando llegó a la sala donde estaba Don Juan se lo encontró apuñalado y muerto. Fue corriendo a donde estaba la madre para ver si había sido ella, pero no la encontraba, se puso a gritar su nombre y tampoco contestaba, y salió al patio a ver si estaba allí y, efectivamente, estaba allí, pero también apuñalada y, en ese momento, Cristian lo que pensó era que había un asesino por la casa.

De repente oyó una voz tras él, se giró y vio un fantasma que le dijo: “Los he matado yo, no te iban a hacer el bien”. Cristian le preguntó por qué y el fantasma le dijo: “Es que los fantasmas que ves no queremos que dejes de vernos”. Cristian corrió y se encerró en el aseo y llamó a su amigo Julio, le contó lo que estaba pasando y ahí fue cuando le dijo Julio: “¿Te acuerdas de aquella voz que escuchaste en el Monasterio de Montefrío? Pues esa voz es la causante de que te haya pasado todo eso”. Cristian le dijo que deberían ir otra vez al monasterio para hablar con

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aquella voz para decirle que por qué le hacía eso y quedaron al día siguiente en la puerta del instituto.

Hasta ese momento Cristian no era consciente de que tenía un problema mayor: su abuela y su madre estaban muertas y no tenía con quién quedarse. Cuando Cristian se dio cuenta de aquel problema, decidió llamar a sus tíos y cuando llamó no sabían quién era. Después de un tiempo hablando ya lo reconocieron, Cristian les explicó el problema y obviamente sus tíos aceptaron que se fuese a vivir con ellos. Cristian se tuvo que ir del pueblo del donde estaba viviendo al pueblo donde se situaba el monasterio. Esto a Cristian le vino muy bien porque lo tenía solo a cinco calles. Una vez en la casa de sus tíos llamó a Julio para decirle que fuese él solo hacia el monasterio, ya que él se tuvo que mudar. Al día siguiente, Julio y Cristian se encontraron en la puerta del monasterio y otra vez, cuando entró, Cristian tuvo aquella sensación de estar acompañado y volvió a escuchar aquella voz, que le dijo: “¿Otra vez aquí?”, a lo que Cristian respondió: “Sí, pero esta vez he venido a preguntarte quién eres”, a lo que la voz contestó: “¿Tú te acuerdas de cuando te metiste a una jaula? Pues en esa jaula morí yo cuando tenía cuatro años condenado injustamente por los monjes y mi alma estaba dentro de aquella jaula y cuando tú entraste, mi alma entró dentro de ti”, a lo que Cristian respondió “¿Y qué puedo hacer para que salga tu alma de mi cuerpo?”, y aquel niño contestó: “Debes jurarme que nunca más volverás a entrar a este monasterio y mucho menos a una jaula”, y Cristian se lo juró. Desde aquel momento, Cristian vivió el resto de su vida con sus tíos y nunca más volvió a ver fantasmas…

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