La Jornada Semanal

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Steinberg

■ Suplemento Cultural de La Jornada ■ Domingo 8 de junio de 2014 ■ Núm. 1005 ■ Directora General: Carmen Lira Saade ■ Director Fundador: Carlos Payán Velver

Saul

Inconformidad y escritura (El cuarteto de Lima) Luis Rafael Sánchez El último hombre, de Mary Shelley Textos sobre Gerardo Deniz y Eraclio Zepeda

exilio desde la Novena Avenida Leandro Arellano


8 de junio de 2014 • Número 1005 • Jornada Semanal

bazar de asombros Memoria de Al Mutanabbi (i de ii) Quien haya visto algún ejemplar de la época dorada de la célebre revista The New Yorker, con seguridad conoce algo de su arte plástico, pero difícilmente lo asociará con el nombre de su autor: Saul Steinberg, ilustrador o, como él mismo prefería definir, “un escritor que dibuja”, rumano de nacimiento, cuya vida pareciera sacada de una novela de aventuras, y que entre sus amigos contaba nada menos que a

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n estos días se está celebrando en varias uni­ versidades de los países árabes una serie de colo­ quios, conferencias y lecturas de quien debe considerarse el poeta nacional de la lengua árabe, Al Mutanabbi. Hace muchos años estudié su obra en Lon­ dres y escribí un homenaje que reúne el pensamiento filosófico con la luminosidad lírica. Según afirma Fitz­ gerald, su Diván (así se le llama a la obra poética reuni­ da), presenta dificultades derivadas de los arcaísmos que utiliza y de las palabras nuevas que inventa, cuan­ do el tesoro tradicional de la lengua no le entrega lo que necesita. Clásico e innovador, ha sido converti­ do en un maestro de vida y algunos fragmentos de sus obras han pasado al terreno de la pedagogía y al mundo de las reflexiones sobre la vida humana. En su homenaje publico estos dos poemas: Poema para el Diván de Al Mutanabbi

Roland Barthes, Henri CartierBresson, Vladimir Nabokov y Saul Bellow, entre muchos otros. Doctor honoris causa por el Real Colegio de las Artes londinense, hoy su obra recorre itinerarios por todo el mundo y, sin embargo, es poco lo que el público sabe de su increíble vida. En el artículo que ofrecemos a nuestros lectores, Leandro Arellano aporta

para Carlos Monsiváis

Acusado de profeta a pesar de que siempre dijiste que sólo podías cantar lo presente. Recibiste los dones de Hamdanind Sayf al-Daula y más tarde recorriste a pie y con los ojos cubiertos de arena el camino de Egipto. Fueron pequeños los grandes deseos en la época de tu grandeza y grandes los deseos pequeños en el último tramo de tu desolación. Quedó enterrado tu corazón joven en el camino de Shiraz. Para encomiar tus cantos aúlla en la noche el chacal de los deseos pequeños. Sumergido tu corazón joven en el río de las sombras.

Hugo Gutiérrez Vega comer dátiles y echar los huesecillos en la tumba del emperador que va a vivir siempre. Las tumbas no están frías. En una de ellas cabe la cópula de un joven y una mujer madura –pelo blanco y grupa de galera fenicia–. Fuera del palacio los uzbekos venden semillas de girasol, panalitos, higos. Desde aquí se levantan el grito de los buitres del profeta y la torre de Bujara. Igual que en México, en China y el Perú, aquí las voces humanas son huecas como los caracoles donde el mar se finge mar en las playas de Cozumel. 2 Uluj-Beg para ver las estrellas abrió un profundo camino al centro de la tierra. 3 El muecín me dijo en su cansancio: escribirá un poema sobre nuestra ciudad; dirá que nos conoce al darse cuenta de que nunca estuvo entre nosotros. Como respuesta abrí la boca y devoré un racimo de uvas amarillas. En la noche soñé que ni el muecín ni yo podíamos inventar plegarias nuevas. 4

datos básicos para la semblanza de Steinberg. Publicamos además un ensayo del puertorriqueño Luis Rafael Sánchez sobre la inconformidad y la escritura, así como un artículo sobre El último hombre, de Mary Shelley, y un poema de Ricardo Yáñez. Comentarios y opiniones: jsemanal@jornada.com.mx

Samarcanda 1 La ciudad azul y blanca bajo la luna de los mongoles. Aquí no se mira la luna. El palacio del emperador inmortal aparece en la claridad de la tarde.

A las cinco de la mañana caminé por el corredor del templo Scha-sinda. La luna estaba en Dushambé. Soñé bajo un pedazo de cielo abierto. La estrella bajó la vista. Me recorrió el calosfrío claro. 5

Estamos parados cerca de las tumbas; comemos higos con una especie de ansiedad. Samarcanda tiene un jardín por inventar. –Ginsberg vio un jardín semejante entre las piedras negras de México–. Se puede inventar un poema del tamaño del jardín,

Hablar de la ciudad-camino. ¿Quién me dice que estuve?

jornadasem@jornada.com.mx

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Portada: El hombre del cartel Collage de Marga Peña Foto: Saul por E. Hofer

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Zepeda

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La tetralogía de Eraclio Marco Antonio Campos

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n diciembre de 2013 el fce publicó Viento del siglo, la última novela de la tetralogía de Eraclio Zepeda, la cual es a la vez la saga familiar y una saga his­t órica chiapaneca, y por extensión, hemos dicho antes, una parte no contada de la historia nacional. Las anteriores novelas de la saga son Las grandes lluvias (2006), Tocar el fuego (2007) y Sobre esta tierra (2012). Desde cuando Zepeda fungía en París como embajador de México en la unesco , en 2000, tuve en las manos el manuscrito de la primera versión de Las grandes llu­ vias. Zepeda ya tenía pensados hasta los títulos y sabía que la tetralogía abarcaría un siglo. Lo más natural sería que en Chiapas las cuatro novelas fueran libros de texto en preparatoria y en la carrera de letras en la universidad. Los jóvenes y adolescentes, desde la mirada de un siglo –de la década de los treinta del siglo xix a la década de los treinta del siglo xx –, podrían aprender de su estado: geografía, trazos de recuperaciones urbanas, la compleja naturaleza, costumbres de épocas, las fiestas populares, los bailes de sociedad, la vida de las familias bien, la situación de los indígenas, y claro, ante todo, los hechos políticos, que ahora ya, mucho tiempo después, se han vuelto historia. Más allá de que los liberales tuvieran en algunos períodos el poder, se percibe que la aislada Chiapas era una provincia conservadora, y en algunos aspectos ultraconservadora. Cuando leemos las novelas, sin hacerlo explícito, Zepeda nos obliga a preguntarnos cómo Chiapas, en su aislamiento, al menos hasta el fin de la Revolución ar­ mada, no se convirtió en república independiente. Por ejemplo, Zepeda nos recuerda aquí algo que nos causa estupor: hasta Álvaro Obregón ningún candidato presidencial hizo campaña en Chiapas y Lázaro Cárdenas fue el primer presidente que visitó lugares del estado donde políticos nacionales nunca pisaron o no los habían visto ni en fotografía. Sin duda, los pasajes que leemos con más interés en Viento del siglo son aquellos de momentos relevantes en los cuales se relacionan de manera directa o indirecta la política nacional con la política chiapaneca: la Revo­ lución, donde encontramos al ejército carrancista luchando contra el ejército “mapache”, es decir, el ejército encabezado ante todo por los terratenientes chiapanecos, quienes con sus peonadas defendían sus fincas con valentía y correcta ignorancia militar; la rebelión delahuertista en 1923 (que pasó casi de noche por el estado); los iniciales intentos de organización obrera y de la lucha abierta de mujeres por sus derechos; las vejaciones

y atrocidades de los ricos, principalmente sancristo­ balenses, contra los indígenas; la campaña de Francisco Serrano contra la reelección de Álvaro Obregón, que provoca la matanza de Huitzilac el 3 de octubre de 1927, ordenada por Calles y Obregón, donde son asesinados catorce hombres, serranistas y no, entre ellos Carlos Vidal, gobernador de Chiapas, con sus funestas consecuencias en el estado; el asesinato de Obregón a manos de José León Toral, el 17 de julio de 1928; las costosas e inútiles persecuciones contra la iglesia en Tabasco y Chiapas, que tienen un momento negativamente clave con la quema de iconos y objetos católicos en el cerro de El Divisadero; el relampagueante paso por la Presidencia de la República de Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, y los primeros años como mandatario de Lázaro Cárdenas, nuestro gran presidente del siglo xx . En las páginas de la novela hallamos cosas de todos los días en el México de entonces, las cuales en gran medida perviven ahora: el abuso del poder y las vendettas de los políticos, las crueles desigualdades sociales y el gravísimo problema de la tierra, el hambre secular de campesinos e indígenas y la voraz corrupción

Foto: Marco Antonio Cruz/ La Jornada

de los poderosos que se apropian a través de artimañas legales de lo que no les pertenece, y los bienes y el dinero los heredan sus familias por generaciones… Como se dijo mucho en la mitad del siglo pasado, la novela es un cajón donde puede caber de todo; Zepeda lo hizo en su tetralogía. En esta última, Viento del siglo, Zepeda no olvida asimismo sus oficios de gran cuentista y de gran cuentero, y crea, además de la historia personal del personaje principal (Ezequiel Urbina), múltiples personajes y múltiples historias pequeñas, que aparecen breve y fugazmente. Creo que sobran en la novela, no sólo por extensos, sino por no venir al caso, las reproducciones de una letrilla satírica del viejo coronel Urbina y un relato antiguo del joven capitán Urbina. Entre los pasajes que se leen con más interés está aquel que narra cuando, sentenciado a muerte por ser fiel al serranista gobernador Carlos Vidal, Ezequiel Urbina debe escapar con un amigo, Augusto Rébora, primero a Ocosingo y luego a la selva, donde se refugia en una finca de un antagonista político pero hombre leal, donde se entera de la matanza de diputados locales vida­ listas-serranistas, es decir, de no huir, el propio Urbina habría sido fusilado. Emprende luego la fuga hacia Guatemala, llega a la frontera (Nentón), donde logra inmediato asilo por orden presidencial, pasa por Zacaleu, donde organiza mínimamente el caótico y primitivo cuerpo policíaco, y llega al fin a la ciudad de Guatemala, donde viven una hermana (Luchi) y su esposo (Carlos Rabasa). Pasajes deleitosos son también, cuando en esa ciudad –páginas dignas de la picaresca latinoamericana– Urbina actúa de mudo por semanas con una familia bien, y otra vez, cuando con un primo, autobautizándose como El Matador Azteca, estafa en El Salvador a los pobladores por torear sin tomar –nunca tomó– muleta, capote, banderillas y espada. Podrían añadirse quizás unos párrafos de índole tristemente dramática por la intolerancia política que no cabe hacia ninguna religión: cuando el capitán Urbina asiste como autoridad a la quema de iconos y objetos católicos en el cerro El Divisadero, y no puede o no quiere hacer nada, volviéndose cómplice. Al terminar Viento del siglo, como en las anteriores novelas de la saga, sentimos, gracias a Eraclio Zepeda, que sabemos un trozo más de la historia del pueblo chiapaneco, una historia de la que por lo general se sabe muy poco fuera del propio estado, una historia que Zepeda ha sentido siempre entrañablemente suya y la vuelve, al novelarla, entrañablemente nuestra


ENSAYO

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Luis Chumacero

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a inglesa Mary Wollstonecraft nació en 1797, estuvo casada con Percy Bysshe Shelley y debe su fama a la publicación de Frankenstein en 1817. La creación de un ser vivo a partir de restos de cadáveres humanos, la investi­ gación sobre la piedra filosofal y sobre la energía que desencadena el inicio de la vida, llevan al doctor Frankenstein a descubrir todo lo que se refiere a las leyes que rigen la electricidad, y a desentrañar la naturaleza de nuestras almas, lo que demuestra hasta dónde estamos atados a la prosperidad o a la ruina por lazos apenas imperceptibles. En 1819, siete años antes de publicar El úl­ timo hombre, Mary Shelley había concluido Mathilda, novela que no se publicará sino hasta después de su muerte. El tema es el amor incestuoso del padre hacia su hija Mathilda y la huida de éste en busca de la soledad y de la muerte. Mathilda, recluida, consciente de que ya el destino está a punto de terminar con ella, se confiesa atrapada en un estado de irritación y además inepta para la vida. La muerte se acerca a Mathilda , llegará en cualquier momento, y se convierte en una desgracia que hiere pero no purifica el corazón; es un dolor que endurece aún más y debilita todo sentimiento. El último hombre, traducida por Gerardo Piña y publicada por la Universidad Autónoma Metropolitana en tres volúmenes, salió de la imprenta en 1826, recibió elogios en su momento de h.p. Lovecraft, y su acción se inicia después de la segunda mitad del siglo xxi . Es una novela romántica que narra el fin de la monarquía en Inglaterra, las tensiones acumuladas durante mucho tiempo entre Grecia y Turquía que desencadenarán una guerra y los estragos de la peste en el mundo que dejarán un sobreviviente. Como bien señala Jaime Augusto Shelley en el prólogo, en El último hombre hay por lo menos tres novelas. La vida de las dos parejas de hermanos, el rechazo de la suegra al narrador al no aceptarlo como yerno, los viajes a caballo, como novela de aventuras, las batallas navales, el heroísmo. La parte a la que hace referencia Jaime Augusto Shelley acerca de la propagación de la peste puede compararse a las políticas neoliberales, a los chantajes de las empresas trasnacionales, a la pérdida de soberanía, de lo cual sólo un grupo será el sobreviviente. La novela es la historia de un huérfano y de su hermana. Él confiesa hallarse degradado de su verdadero lugar en la sociedad porque no respeta ninguna ley y su única virtud es nunca darse por vencido. En 2073, luego de recibir muchas presiones, abdica el último rey de Inglaterra y nace la República. Al exmonarca se le conceden el título de conde de Windsor y un castillo. En el viaje que más adelante emprenderá el heredero, segundo conde de Windsor, para conocer su propiedad, conocerá también a la pareja de hermanos y así la novela se convierte en un relato sobre la amistad y el efecto que causa en el narrador el descubrimiento de la poesía, de sus creaciones, de su lenguaje, de ese despertar en otra parte, en otro país al convencerse de que después de la lectura hay otro significado en lo que percibe la mirada. En la novela no desaparecen los enfrentamientos ni las intrigas políticas en la República inglesa. Los candidatos

El último hombre, de

Mary Shelley

a protector luchan por alcanzar el poder a fin de que haya igualdad en la población y se erradique la pobreza . Así, El último hombre parecerá una obra cercana a la Utopía, de Tomás Moro, a La ciudad del sol, de Campanella, aun cuando muchas páginas nos recuerden las tragedias, las tris­ tezas, la impotencia y la resignación de quienes vivían en Londres en El año de la peste, de Defoe. La diferencia entre esta novela de Mary Shelley y las utopías mencionadas es que la humanidad no ha terminado con las guerras ni con el odio que nace entre las diferentes nacionalidades y las religiones, en este caso entre la cristiana y la musulmana. La lucha política en Inglaterra está encaminada a que sea un lugar en que abunde la fertilidad en el campo, termine el hambre, haya salarios justos y, además, que el avance de la ciencia permita que los hombres viajen a otros sitios con la misma facilidad que los príncipes Houssain, Alí y Ahmed en Las mil y una noches. A esto habría que añadir que el aspecto físico de los hombres sería muy similar al

de los ángeles. Ya no habría enfermedades y estaría prohibido que los obreros realizaran trabajos pesados. En esta sociedad, las artes de la vida y el progreso de la ciencia harían que la comida brotara espontáneamente y las máquinas estarían diseñadas para satisfacer las necesidades de la población. Aun así, persistía una inclinación hacia el mal debido a envidias y celos, y el nuevo protector tendría la misión de acercarlos al bien. Raymond, el protector, se casa con Perdita, la hermana del narrador, y tiene una aventura con una dibujante que le había enviado un diseño para construir un museo de arte. La esposa será presa de una enorme tristeza al enterarse y Raymond se hundirá en el remordimiento. Las decepciones amorosas tienen también su lugar en la narración. Al mismo tiempo, en esa vida en el futuro, la Mary Shelley no se planteó el progreso en los campos de la comunicación –continúan el correo y los barcos para enviar la correspondencia–, el transporte –carretas y caballos– y las armas, son las mismas del siglo xix . La novela es también una trama de pasión, de perdón, de heroísmo, de abandono, de impotencia ante la naturaleza, ante Dios. El destino, lo decretado por el Juez Supremo, “ante quien no vale apelación alguna” y a cuyos designos uno debe someterse, puede hacer que se pierda todo: la vida, el amor y también la gloria. Es preferible una muerte que quede registrada en la Historia para siempre y no vivir la vejez como un desconocido sin honores. Ya en Frankenstein, Mary Shelley había afirmado que “los hombres somos seres incompletos. Vivimos tan sólo a medias si alguien más sabio, mejor que nosotros mismos –lo que debe ser un verdadero amigo– no está a nuestro lado para ayudarnos, para mejorar nuestra débil e imperfecta naturaleza”. Así, para alcanzar la gloria, el poder, el éxito militar, realizar un viaje en que abundan los peligros, se hace necesario contar con un amigo que esté dispuesto a correr los mismos riesgos . Después de la guerra entre Grecia y Turquía el mundo se encuentra amenazado. La peste se cierne sobre Europa. Un terremoto ha destruido Quito, Ciudad de México ha sucumbido a causa de las tormentas, la peste y la hambruna. La población europea y la estadunidense emigran a Inglaterra, que se colapsa ante la cantidad de refugiados. Aparece la peste y se inicia un éxodo hacia Francia. La peste va segando a todos, está siempre presente, como una máscara de la muerte que luego será roja. Nadie escapará, salvo quien se ha comprometido a dejar para la posteridad su relato como el último hombre, el que reflexiona si podrá resignarse a quedarse solo, sin amor, sin comprensión, en cómo recibir la luz y el calor del sol cada mañana, a pensar en el suicidio, a asumirse siervo de Dios y creer que su obediencia era el resultado de un razonamiento. El último reducto será el océano, el consuelo de navegar para no encontrarse con la peste, rescatar en algunos puertos libros de las bibliotecas que no hayan desaparecido, via­jar con Homero, con Shakespeare, pensar que en otro lugar habrá aún más anaqueles llenos de literatura. El mundo, lo que quede del mundo, será menos triste, menos ingrato en donde haya una biblioteca a la que ingrese este náufrago del mundo


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Lo bien hecho... Ricardo Yáñez A Francisco Álvarez Quiñones, en su homenaje

Lo bien hecho está bien hecho y por más que le hagan mal no sufre golpe mortal la estrella que arde en su pecho, y aun golpeado es de provecho para quien su luz respira. Lo bien hecho a la mentira manda nomás a volar, lo bien hecho hace cantar a quien lo escucha o lo mira.

Un cielo que no merezco frescamente ha amanecido sobre el espinoso nido en que aterido obedezco su voluntad, que agradezco, y así comienzo a cantar lo que la palabra amar en el decir oro labra, ya es suceso, no palabra, este sosiego sin par.

Quien oye o ve lo que está de veras bien hecho sabe que cosa no hay que lo trabe si a cantar se suelta y ya. Sola la vida se da aureolada en resplandores y lo que fueran errores a ser pasan el acierto de resucitar lo muerto y hacer del desierto flores.

Sosiego sin parejura y sorprendente quietud que no exige exactitud y sí precisión segura. Dando va con la figura en que retorna lo eterno, retoño de verde tierno luce el leño que abatido se repite nada pido aparte de tal gobierno.

Florece el desierto, nace en su centro un manantial, la anteayer traidora sal hoy dulzor de cada frase es y el nudo el desenlace halla no antes ni después sino a tiempo, justo juez sonríe de lo mal vivido por quien el tiempo ha perdido para ganarlo otra vez.

Todo por él quede bien, me digo, o siquiera quede de modo que no se enrede mi cantar y que los cien del aire pájaros en el que sostengo en la mano, grave pálpito, cercano, se concentren. Vino y pan trinos los que aquí se dan den bienvenida al hermano.

Recobrado, el tiempo fluye desde la fuente primera y el viento alza su bandera que todo reconstituye, un gorrioncillo rebulle en el corazón y al vuelo se lanza. Cuál desconsuelo, qué dolor o cuál congoja. Y al darle vuelta a la hoja parece aparece el cielo.

Hermano, de mí se aleja la voz, que es flor y quebranto, calla el son en que decanto según mi seso la queja. Casi descansar me deja su cuchillito de palo –dorado también regalo a la vez. Cumplió su parte. Beneficiosa reparte su adiós a todo lo malo.


Luis Rafael Sánchez

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Inconformidad y escritura (El cuarteto de Lima) ii

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a raza del escritor atormentado tiene en Franz Kafka un espécimen magnífico. La presencia continua en su obra de episodios que suceden al margen de la lógica sana, episodios de una tejedura rayana en el absurdo, inspiran la creación del adjetivo kafkiano. Bautizamos kafkiano cuanto se manifiesta incohe­ rente y desafía la razón. Y cuanto ocurre en la bruma sofocante de la cotidianidad apesadillada, como ocurren las tramas de El castillo, El proceso, La condena. Sobre todo de La metamorfosis, en cuyo repertorio de aciertos predomina la naturalidad con que se relata la deshumanización del protagonista, Gregorio Samsa. Desde luego, una naturalidad calculada en tanto que artística. Sin embargo, zafándose del sambenito de pesimista y lúgubre, de buenas a primeras Franz Kafka incurre en el desliz optimista y afirma: “Nos echaron del paraíso, pero el paraíso no fue destruido.” Por motivo de la escritura del muy breve Cuarteto de Lima, que leería en ocasión de la primera Bienal de No­ vela Mario Vargas Llosa, retorné al paraíso original. Un ejemplar de la Sagrada Biblia, en versión de las lenguas originales hecha por Eloíno Nácar Fuster y Alberto Co­ lunga, facilitó el retorno, necesario para confirmarme la impresión de que allá reinó la voz soliloquial. Mas, ¿por qué no iba a reinar una voz única donde todo era obe­ decer? En el movimiento segundo de este Cuarteto de Lima re-escribo la impresión.

Adán y Eva vivían desnudos. Ni las zambullidas en las corrientes aguas, puras, cristalinas, ni el dormir abrazados, los sacaban de onda. ¿Por qué? Porque los aprisionaba la inocencia. Una prisión que cumplían en el oriente del paraíso original o jardín de las delicias. Todo paraíso engendra su serpiente. Un mediodía descendió en el paraíso original el afamado travesti Luci Fer. Descendió travestido de glorioso pájaro de fuego. Una vez en el suelo, el glorioso pájaro de fuego se travistió en serpiente. Una serpiente dispuesta a poner fin a la inocencia perniciosa que minaba a Adán y Eva, según refunfuñaba para consumo de su ejército de diablejos subalternos. Luego de subir al cucurucho del árbol intocable y hurtar la manzana proscrita, luego de frotar la manzana contra su pellejo y extraerle fulgores, la serpiente en que se travistió el glorioso pájaro de fuego en que se travistió Luci Fer, se allegó a donde siestaban los adolecentes castos. Siseó y siseó y siseó hasta que despertó a Eva. Falsa y chacharona, le dijo: “Tu humilde servidora te obsequia un humilde aperitivo. Cómelo sin reticencias, tiene pocas calorías y ningún endulzante artificial.” Flaca a pesar de golosa, una flaca a quien nadie le disputaría el hoy codiciado título Miss Espina de Bacalao, Eva mordió el humilde aperitivo, lo consideró super y despertó a Adán para que le metiera el diente, asimismo. Quien nadie le disputaría el hoy codiciado título Mister Vellos le metió diente, muelas y colmillos al aperitivo super. Cumplida tan maligna faena la victoriosa tentatriz huyó del paraíso original e ingresó a la región menos transparente del aire. Ingresó como musaraña en la cual se equivocaban la ciencia y la ficción. Es decir, ingresó travestida de pajarraco que carcajeaba, así como carcajea la villana de la telenovela Avenida Brasil. No bien la manzana se escurrió por el ducto intestinal Eva reparó en lo que reparó. Y fue en ser la propietaria de dos blancas colinas que remataban en pezones y de una enigmática cicatriz, de trazo leve, al sur del cuerpo. La madre de todos nosotros aprendió que estaba desnuda y se sintió culpable. De ahí que, con la velocidad del rayo, se vistiera las blancas colinas y la cicatriz de trazo leve con rosas deliciosas del jardín. No bien terminaba de escarbarse las muelas a la búsqueda de manzana remanente Adán reparó en lo que reparó. Y fue en que era el propietario de un carnaval de vellos negros y de un enigma colgante. Reparó, además, en que el enigma se inquietaba si miraba las blancas co­

linas de Eva. A continuación cayó en la culpa de estar desnudo. Sin pensarlo dos veces el padre de todos nosotros se improvisó un bóxer con hojarasca, raíces y bejucos. iii Cuando el Creador realizaba los culivicentes que le oxigenaban el sistema sanguíneo, desinflamaban las coyunturas y espantaban el colesterol malo, reparó en lo que reparó. Y fue en que Adán y Eva llevaban cubiertos los enseres de pecar. Carcomido por la sospecha se disparó hacia donde se alzaba el árbol intocable. Faltaba lo sabido. La ira santa lo poseyó: “Non fuyades, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.” Sabiéndose juzgadas de antemano, las cobardes y viles criaturas no se fugaron, sí se prosternaron a escuchar el veredicto. Mortificado hasta el cabo el Creador los interrogó por qué no se apiparon de frutas más raras, más exóticas. Guanábana puertorriqueña. Níspero dominicano. Ma­ rañón cubano. Segundamente, con los aires de un doctor en saborología y letras, el Creador se atuvo al prejuicio: Total, tan desabrida que es la manzana. Terceramente, el Creador oprimió el control que abría los portones del paraíso y abrió todo el pecho pa echar este grito: “¡Fuera, escoria mortal, fuera!” Reducido a zigzag Adán balbuceó las palabras que Franz Kafka tomaría prestadas milenios después: “¡Nos echaron del paraíso!” Insumisa, mas sin exagerar la nota, Eva balbuceó las palabras que haría suyas el más atormentado escritor del siglo xx : “¡Pero el paraíso no fue destruido!” Frente a lo perdido lo hallado. Tras media noche de ronda por el valle de lágrimas la escoria mortal procuró descansar. Procurar descansar sin investigar los enigmas respectivos fue imposible. De ahí que, a la luz de la luna y las estrellas, Adán y Eva realizaran la première del beso y el abrazo. Luego, practicando el método del así sí, así no, así sí, investigaron los enigmas respectivos. Desobedientes, rebeldes, inconformes, fabricaron el paraíso nuevo en los límites de su carne fresca.


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Posteriormente, los antojos de Eva de guanábana puertorriqueña, níspero dominicano y marañón cubano auguraron la fiabilidad del método así sí, así no, así sí. Ratificó la fiabilidad el arribo de una cigüeña enorme que trajo colgando de su resistente pico al rollizo Caín y al debilucho Abel. Por cierto, los anales del crimen registran a Caín como el primer asesino: todo paraíso engendra su serpiente. iv Si del futuro de la literatura debo hablar en la Universidad Peruana Cayetano Heredia, en ocasión de la primera Bienal de Novela Mario Vargas Llosa, ¿por qué hablo del paraíso original, del travesti Luci Fer, de la escoria mortal y otras referencias novelísticas contemporáneas de Matusalén? Hablo del pasado por una razón amarga: im­ puntual como el Señor Godot, el futuro nunca llega. O, cuando llega, llega travestido de presente. Aparte de que Adán y Eva, personajes importantes de la novela de creación colectiva más fascinante jamás publicada, habitan la eternidad literaria junto a Edipo, Antígona y Fedra, junto a Don Quijote de la Mancha, Hamlet y Segismundo, junto a Madame Bovary, Joseph k y la tribu Buendía. Sin embargo, responsable para con mis anfitriones peruanos, esbozo un par de ideas acerca del utópico futuro de la literatura. Mejor dicho, de la inevitable conciencia crítica que reclamará su hechura, tal como la reclamó en el pasado y la reclama en el presente. Escrita sobre papiro o papel rayado, escrita con pluma de avestruz, lápiz o bolígrafo, escrita en taquigrafía o a maquinilla Remington, escrita en computadora de memoria infinita, la literatura no tendrá más salida que reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad. El tema, el asunto, el desmantelamiento de la realidad o la institución de la fantasía, los tics que solventan los estilos nuevos, la armazón verbal donde nada sale sobrando, vienen por añadidura. Reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad, sí. Pero, sin excusar la verdad monda y lironda de que el cuento no es el cuento, el cuento es quien lo cuenta. Reivindicar la desobediencia, la rebeldía, la inconformidad, sí. Pero, sin empujarlas hacia el callejón sin salida del oportunismo, de la receta, de las novedades natimuertas: todo paraíso engendra su serpiente, incluso los tristemente frágiles paraísos letrados

El eructo de los ruiseñores

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Mario Roberto Morales

n uno de sus más tiernos aforismos, dice Cioran: “Si alguna vez has estado triste sin motivo, es que lo has estado toda tu vida sin saberlo.” Esto, claro, no debe ser causa de desasosiego, ya que no estamos obligados a vivir la vida como si fuéramos presentadores de televisión, es decir, fingiendo un entusiasmo que –en el clímax de su angustioso empeño por parecer dichoso– se congela en la triste mueca del sufrido farsante compelido a simular felicidad. ¿Con base en qué suponen los frenéticos animadores de la tele y sus crédulos receptores pasivos que puede haber felicidad en el atragantamiento consumista? A pesar de que en su fondo humano (que lo tienen) no lo creen, el socialmente aceptado acto –tan viejo como la humanidad– de mentirse a uno mismo se impone, afirmándose como más fuerte que cualquier atisbo de valiente aceptación de la realidad tal cual es. Esta temerosa vocación por la mentira explica además el escándalo de la existencia de las religiones. No mentirse a uno mismo requiere sustraer del mundo la propia conciencia, lo cual exige soledad, reflexión y melancolía. Eso que los alegres exégetas de la inmediatez y la novedad llaman pereza y que algunos psicólogos despistados perciben como depresión, sin darse cuenta de que ésta paraliza mientras que la melancolía impele a la creatividad. Por eso, en otro de sus aforismos, Cioran afirma: “Gracias a la melancolía –ese alpinismo de los perezosos– escalamos desde nuestro lecho todas las cumbres y soñamos en lo alto de todos los precipicios.” La melancolía es el estado de ánimo de los filósofos y los artistas. No tanto de quienes se proclaman como tales, sino de los que –sin saber que lo son– reflexionan sobre el sentido de la vida y de su particular existencia, llegando a conclusiones que a menudo no comparten con el prójimo porque sus certezas se tornan intransmisibles de tan abarcadoras, y –con suerte– sólo pueden ser expresadas en toda su plenitud mediante versos, melodías o pinturas. Tiene mucha razón Cioran cuando afirma que la tristeza es “un apetito que ninguna desgracia satisface”, porque el triste no está angustiado, no es presa de la desesperación. La tristeza se goza. La angustia se padece. El triste crea. El angustiado chilla. La tristeza es el efecto del distanciamiento del mundo que se hace imprescindible para pensar en él sin mentirse a uno mismo. Es el precio a pagar por no vivir la vida como un merolico; como un acongojado farsante obligado a fingir dicha y arrebato ante un cosmético, una oferta telefónica o una marca de salchichas, ya se trate de quien consume estos objetos o de quien los anuncia, como ocurre con esas pobres criaturas (Dios mío, cómo me duelen), las presentadoras de televisión. Huir de la tristeza equivale a evadir la luz de la conciencia que no se miente a sí misma. Y es en esta huida en la que invertimos la mayor parte de nuestra existencia y de nuestra fuerza espiritual. Para eso vamos a emborracharnos a las iglesias. Y a las cantinas. Sin percatarnos de que abrazar la melancolía resultante de aceptar las cosas como son nos hace más felices que empecinarnos en que éstas sean como quisiéramos que fueran. Vivir como proponen los animadores de televisión requiere además renunciar a la dimensión poética de la especie. Ya lo advertía Cioran al afirmar: “En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar.”


Saul

Steinberg Foto tomada de: eye-likey.blogspot

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Para Hugo Gutiérrez Vega, en sus ochenta años

ay publicaciones cuya existencia es inseparable de algún personaje, grupo, moda, época o ciudad. The New Yorker (El neoyorkino) bien puede representar un ejemplo vasto en ese sentido. Si la tecnología digital no lo inhuma, la década próxima cumplirá un siglo de vida impresa. Desde su fundación ha representado no sólo una faceta del Nueva York abierto y generoso, razonable, atento a la vida, sino también un espacio de crítica a la inercia y el status quo, una ventana a otras perspectivas y visiones. La revista ha sido un bastión de artistas y escritores de todas partes. Uno de ellos –cuyo primer centenario se celebra en junio venidero– se convirtió en sinónimo de la revista en la década de los sesenta. Saul Steinberg nació en 1914 en Ramnicu Sarat, en el sudeste rumano, a un par de horas de manejo de Bucarest, una ciudad con poco más de 42 mil habitantes conforme al censo de 1912. Aunque nació un 15 de junio, Steinberg celebraba su cumpleaños el 16, el Bloomsday, dada su afición a Joyce y la incertidumbre que le despertaban los calendarios juliano y gregoriano. Se mudó a Bucarest la familia cuando Saul contaba cinco años. Su padre, Moritz Steinberg, era impresor y empastador de libros, y Rosa Jacobsen, su madre, una mujer imponente y autoritaria. Saul mantuvo durante toda su vida un cariño devoto por su única hermana, Raquel, un año mayor que él, quien le correspondía del mismo modo. La familia era judía de origen ruso por ambos costados y la lengua familiar el yidish. Al comenzar la escuela en la niñez, Saul padeció los primeros acosos antisemitas. En Rumanía estudió filosofía un año y viajó luego a Milán a estudiar arquitectura en el Politécnico de aquella ciudad. Milán ya era entonces una ciudad moderna y cosmopolita, un laboratorio de la modernidad, en la que florecían el arte y la literatura, y el Politécnico era una escuela de gran reputación.

Saul nunca más volvió a vivir en Rumanía, a donde sólo regresó unas pocas veces de vacaciones. En Milán descubrió las que habrían de ser sus pasiones: el dibujo, las mujeres, viajar y ganar amigos, entre los cuales contó más adelante a Henri Cartier-Bresson, Vladimir Navokob, Saul Bellow y muchas otras celebridades. Pero recién instalado en Milán se lamentaba de falta de dinero, hasta que un amigo le aconsejó vender sus dibujos. Así fue como en 1936 debutó en el periódico satírico Bertoldo, para el que creó más de doscientas caricaturas y de allí pasó a Settebello, hasta que fue decretada la prohibición de trabajo a los judíos, impuesta por un Mussolini envalentonado por la invasión a Etiopía. César y Víctor Civita, judeo-italianos amigos de Steinberg, partieron a eu en 1939, y ahí César comenzó a colocar caricaturas de Saul en revistas famosas como Life y Town and Country. Cuando se graduó en arquitectura –en 1940– sus dibujos y caricaturas aparecían ya con regularidad en esas y otras revistas, como Harper’s. Tíos por parte de su abuelo que habían emigrado a Estados Unidos a fines del siglo xix huyendo de la persecución antisemita, primero, y luego unos hermanos de su padre también emigrados, buscaron patrocinar el ingreso de Steinberg a aquel país. Mientras tanto, al amparo y protección de varias amistades, por quienes mantuvo gratitud toda la vida y a las que permaneció siempre fiel, vivió oculto de las autoridades fascistas. Ante el acoso antisemita del régimen, Steinberg abandonó Italia en 1941, dirigiéndose a Portugal, mas ese país le negó el ingreso –bien que fuese sólo de tránsito– y lo devolvió a Italia, en donde halló que Rumanía también le rehusaba renovar su pasaporte. Acabó Steinberg refugiándose por breve tiempo en un campamento de apátridas y meses después, con la ayuda de amigos y familiares, viajó a la República Dominicana, donde hubo de permanecer un año en espera de la visa de ingreso a eu, visto que la cuota de ese año para nacionales rumanos estaba cubierta. Allí convivió con otros refugiados rumanos, pescó malaria y comenzó a colaborar con The New Yorker. El 28 de junio de 1942 viajó a Miami y al día siguiente se trasladó en autobús a Nueva York, ciudad que sería su hogar el resto de su vida, y los Greyhound se convirtieron en un medio favorito de transporte. El 19 de febrero de 1943 fue un día convulso en su vida, pues de un tiro obtuvo la ciudadanía estadunidense, fue comisionado a la Reserva Naval del ejército de ese país, asignado al ramo de propaganda de la Oficina de Asuntos Estratégicos –los servicios de inteligencia–, de donde fue enviado de inmediato a China. Más adelante continuó ese trabajo en India, el norte de África –Argelia– e Italia. Al volver de la guerra se avino con facilidad al Nueva York de la época. En 1945 fue incluido en una exposición colectiva en el Museo de Arte Moderno: Fourteen Ameri­ cans. All in line fue su primer libro, al que siguieron muchos otros de dibujos e ilustraciones. Creció su fama con rapi-

dez y se convirtió en un fenómeno comercial. Con sus ingresos sostenía –lo hizo siempre– a su familia inmediata y extendida, a las mujeres que amaba y a amigos que lo necesitaran, igual que apoyaba causas que lo conmovían. Hedda Sterne, una pintora reconocida por propio derecho, de origen judeo-rumano como él, se convirtió en su esposa y lo fue toda la vida. La conoció cuando ella, asentada en Nueva York unos años antes que Steinberg, lo invitó a almorzar y permaneció allí seis semanas. Fue ella quien lo introdujo a la sociedad neoyorkina, al tiempo que “le recriminaba su fatalismo judío y su superstición rumana”. Un judío centroeuropeo en el exilio, Steinberg pensó que Mickey Mouse era producto de los prejuicios de Walt Dis-

Dibujos tomados de: hoodedutilitarian.com

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Leandro Arellano

xilio desde la Novena Avenida

ney, y al momento advirtió las duras condiciones de los negros en Estados Unidos. Pero igual, pronto descubrió que era imposible entender a eu sin conocer a cabalidad el beisbol. “Ya puedo morir feliz, ya vi los dos océanos”, dijo la primera vez que viajó a California y contempló el Pacífico, y en abril de 1947 viajó a México para visitar a Hedda, quien estudiaba y trabajaba con Miguel Covarrubias. Dibujar para Steinberg era la forma de manifestar su visión de la vida. “Soy un escritor que dibuja”, dijo alguna vez. Editó libros con su obra y pintó murales en varias ciudades, igual que sus dibujos y caricaturas, aparecieron en las revistas Life, Flair, Fortune, Harper´s Bazar, Town and Country y otras más, pero fue sobre todo el caricaturista e ilustrador en The New Yorker por antonomasia. En sus largos años como colaborador creó noventa portadas para esa revista y más de mil 200 dibujos. En 1968 fue electo miembro de la American Academy of Arts and Letters. Luego recibió un doctorado honoris causa del Royal College of Arts de Londres en 1988 y la Universidad de Yale también lo distinguió con un doctorado honorario en 1989, junto con Isaiah Berlin, Stephen Hawking y el arzobispo de Canterbury. Calvo, flaco y miope, fue siempre esmerado en el vestir. Había nacido en la clase media trabajadora, pero su talento y su éxito (su dinero) lo elevaron a la alta burguesía. Ajeno a las prácticas del judaísmo, siempre ayunó en Yom Kippur sin embargo. Su antagonismo con la guerra de Vietnam fue abierto, en tanto que aportó dinero a los opositores a las dictaduras chilena y argentina. Y una visita a Rusia de cinco semanas la caracterizó con un olor curioso: el del miedo. Le había recordado la atmósfera de Rumanía. Sus dibujos e ilustraciones todavía se siguen reproduciendo aquí y allá. Una de las más famosas, acaso la más popular de las portadas que creó, fue Vista del mundo desde la Novena Avenida, en 1976. Dicha portada se tornó más adelante en un cartel y otros pro-

“Soy un escritor que dibuja”

Masques de Saul Steinberg, foto de Inge Morath

ductos. Stienberg llegó a ser conocido como “El hombre del cartel” y las interpretaciones sobre ese dibujo son variadas. Caricaturista e ilustrador con fuerte influencia cubista, además de las publicaciones en las que contribuía, expuso su obra en galerías y museos, y publicó en vida siete libros con sus dibujos y caricaturas. Su amigo Roland Barthes escribió una brillante introducción a su libro All Except You. Supo exprimir provecho a su arte haciendo mucho ad­ vertising. Vendía bien su obra comercial y vendía –hoy que se debate la cuestión en foros internacionales– no los derechos de propiedad de su obra sino sólo los derechos para hacer uso de ella. De cualquier modo –para que no se desanimen los jóvenes–, ya famoso, rico y con una cauda de amistades tan distinguida, muchos de sus trabajos eran rechazados...

Su obra se exhibe hoy en medio centenar de ciudades como Búfalo, Baltimore, Chicago, Basilea, Nueva York, Cleveland, Dallas, Delaware, Detroit, París, Hamburgo, Valencia, Jerusalén, Krems, San Antonio, Houston, Estocolmo, Bruselas, Washington, Nuremberg, Hanover, San Francisco, Santa Bárbara, Estrasburgo... Deirdre Bair –autora estadunidense que ha escrito también biografías de Samuel Beckett, Anais Nin y Simone de Beauvoir– escribió una voluminosa biografía (Saul Steinberg. A Biography, Doubleday, eu , 2012, de donde se ha extraído la mayor información de la presente nota), sobre este caricaturista e ilustrador judío-rumano-estadunidense, cuya carrera exitosa y enorme sentido del humor no impidieron que lo envolviera una inmensa nostalgia por su patria, que lo agobió toda su vida. Melancolía, depresión o nostalgia, lo que fuese, lo cierto es que lo abrumaba la ordinaria superstición fatalista rumana. f . m . Cioran le dijo alguna vez que todos sus temores, penas y miserias provenían de ser rumano. En su vejez tuvo cercanía con Norman Manea, a quien en sus primeros encuentros sociales provocaba con preguntas como: ¿hay tal cosa como una literatura rumana? Manea mantiene que la obsesión de Steinberg era “en realidad nostalgia de su familia y de su lengua”. Manea, él mismo otro judío-rumano exiliado en Nueva York, en un ensayito espléndido y emotivo, titulado “Hecho en Rumania” (en el libro The Fifth Imppossibility, Yale University Press) dice que, al envejecer, Steinberg se iba quedando solo, pues sus contemporáneos y amistades eran cada vez menos. Los dos exiliados se hicieron amigos –sobre todo– a partir de una mañana cuando Saul llamó por teléfono a Manea y éste respondió convencionalmente al saludo y la pregunta de aquél. Entonces Steinberg le replicó: “No, no puedes estar bien, sé que no puedes. Cargamos una maldición. El lugar del que provenimos lo llevamos dentro. No se alivia con facilidad. Acaso nunca.” De su arte, Manea dijo: Saul es un prestidigitador de la realidad que, por medio del arte, hace al público consciente de las cosas ordinarias. Más recientemente, el crítico Charles Simic escribió que no obstante su fama y prestigio, el sitio de Steinberg en la historia del arte sigue irresuelto. Murió de cáncer el 12 de mayo de 1999 en Nueva York. Antes de morir, dejó establecidos los términos de la Fundación Saul Steinberg, cuya labor es “facilitar el estudio y aprecio de la contribución de Staul Steinberg al arte del siglo xx ”. Lo cierto es que Steinberg es heredero de una vasta y magnífica cultura plástica, como pueden ser las formas escultóricas de Brancusi y los colores y líneas de Corneliu Baba –su contemporáneo–, entre otros. De manera central, es legatario también del arte secular de los iconos rumanos, esa mezcla de fe religiosa y talento artístico que desarrolló la Iglesia ortodoxa de su país. Charles Simic señala que el arte de Steinberg pertenece a la escuela de Rabelais, Cervantes, Gogol y Mark Twain. Como esos escritores, para quienes el humor era inseparable de su visión del mundo, Steinberg se sobrepuso o soportó el exilio poblando los espacios con sus grafías decisivas y punzantes

Foto: Evelyn Hofer, 1970


LEER Conferencia sobre la lluvia, Juan Villoro, Almadía, México, 2013.

HÚMEDAS PALABRAS ENRIQUE HÉCTOR GONZÁLEZ

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bras mayores y menores, las llamamos, y así dividimos los libros serios e inapelables de un autor de los divertimentos y meros ejercicios “para soltar la pluma” en que se entretiene mien‑ tras el texto que le consume mayor energía respi‑ ra y espera sus mejores horas. ¿Pero qué pasa cuando el libro que le sirve de solaz se convierte, pese a su limitado alcance, en un texto de gran intensi‑ dad? ¿Qué ocurre cuando el juego que empezó siendo una travesura trivial cala en una escala donde ya es difícil asumir que se trata sólo de una cana al aire, sino que adquiere todos los visos y divisas de un amor que se demora? Conferencia sobre la lluvia es un libro híbrido donde uno de los menos confundibles entre los narradores mexica‑ nos de hoy asume la voz de un bibliotecario que confiesa sus más íntimas manías bajo la aparien‑ cia de perpetrar una digresiva charla sobre el fenómeno meteorológico. Obligado a improvisar, pues ha perdido el escrito que había preparado, el hombre desabotona su impudicia frente a un auditorio que sólo al final cobra realidad y que parece abandonarse al placer morboso de ver cómo el hombre bebe agua y habla de sí mismo y enca‑ ja alguna cita libresca y se interrumpe para diri‑ girse a veces a un interlocutor preciso que, como en “Luvina”, el relato de Rulfo, nunca aparece. El libro no necesita de la concentración anecdó‑ tica de los cuentos y las crónicas y los amenos ensayos que han hecho del estilo de Villoro una impronta. Tampoco requiere hablar del tráfico de órganos o de otros atareados avatares de la sociedad actual. Con el impulso de quien cuenta sus aversiones al jabón residual del baño diario o al uso de huaraches cuando se llevan calcetines, el conferencista hilvana sus recuerdos de dos muje‑ res mientras deambula, asimismo, entre referen‑ cias librescas que van de la lluvia de Pessoa a la de Vallejo. No parece llevar un orden, si bien a veces su discurso se vuelve torrencial y otras una fina llovizna matutina. Nos deja frente a sí mismo, lo que equivale a decir que nos somete al íntimo interrogatorio de nuestros propios exabruptos y desavenencias. Como en el Diario de un loco gogo‑ liano, nos abruma con sus ademanes y demás motivos emotivos; como en El último tango en París, de Bertolucci, nos cuenta de una relación de pareja que sólo sobrevive mientras cada uno renuncia a saber más del ser amado, a conocer la lluvia del otro lado de la ventana; como en casi todos los textos de Villoro, en fin, asistimos con amable sonrisa a la sinrazón de lo que oscuramen‑ te somos.

8 de junio de 2014 • Número 1005 • Jornada Semanal

Stellovsky, el editor de Dostoievsky, le exigió en 1866 el cumplimiento del contrato en que se compro‑ metía a entregarle, antes de la finalización de ese año, una novela sobre la que ya le había adelantado alguna suma. El novelista ruso interrumpió entonces la escritura del proyecto que lo atareaba, a la sazón nada menos que Crimen y castigo, para endilgarle una novela improvisada en tres semanas y media que le dictó casi a botepronto a la que sería, un año después, su segunda esposa. No hay por qué decir que El jugador, historia más breve que la protagoni‑ zada por Raskólnikov, es una obra menor pues, en intensidad dramática (como que traduce la ansiedad del autor respecto de dos de sus más espesas pasio‑ nes: la ruleta y Apollinaria Súslova), comparece sin complejos ante cualquier tribunal literario. Ignoro si Juan Villoro esté escribiendo ahora mismo alguna obra monumental, pero este libro, con tener la apariencia de un sencillo monólogo que no lleva‑ ría a la quiebra a ningún empresario que quisiera verlo llover en escena, es una lección eficaz de cómo la solidez de una historia poco tiene que ver con su planeación o sus dimensiones • Nostalgias de un fumador y otros relatos, Rafael Antúnez, ivec , México, 2013.

UN LIBRO PÓSTUMO DE BORGES HONORIO ROBLEDO

Los vasos comunicantes que, milagrosamente, conec‑ tan las dársenas de Buenos Aires con el ruidoso male‑ cón de Veracruz nos trajeron un inesperado desen‑ lace: un libro póstumo de Borges salido del magín de Rafael Antúnez, quien contempla el Golfo desde su bastión de Xalapa. ¿Cómo se generan estas coincidencias y qué surada proclive permite esos alardes? Debe ser otra de las jugarretas del mágico Atlánti‑ co, que igual procura el Triángulo Misterioso que los cachondos vaivenes de la salsa, ya promulgada a nivel galáctico. Conocí a este Antúnez a lo largo de un café. Su comentario, el más extenso en esa reunión, fue sobre la mantequilla de las galletas de Xico, que a la sazón paladeábamos. Pocas cosas en él delatan a un escritor, pero el brillar de su mirada viva y el sesgo mañoso de sus ojos (que de algu‑ na manera me recordaron al “bien‑ amado ajolote de Cortázar”), me dejaron sentir que estaba siendo analizado y diseccionado desde el tuétano, con esa mirada quirúrgi‑ ca que reacomoda la esencia de las personas, de las acciones y de las cosas. El resultado de esa acuciosa inspección quedó plasmado a lo largo de estas Nostalgias de un Fumador. Afirmaba nuestro maestro Tomás Mojarro: “Uno debe contemplar siempre, con soterrado recelo, las publicaciones de la provincia, sobre todo las que provienen de canales oficiales; siempre hay una “ahijada” que promete o un subsubsecretario con aspiraciones literarias que aprovecha los presu‑

puestos culturales para editar una triste y gris cade‑ na de intrascendencias.” Por ello, cuando este libro cayó en mis manos, lo aventé en mi maleta de viajes con el ánimo de adorme‑ cerme en el camión (y olvidarlo ahí, para tortura de otro pasajero). Pero al segundo relato quedé imanta‑ do: ¡Coño: este libro fue escrito por Borges! A la manera de Borges, Antúnez nos encamina, con seguridad de ciego, por unos laberintos que desem‑ bocan, brillantemente, en abismos de neblina; sus personajes y sus situaciones nos abren una inespera‑ da puerta en la calle Belgrano, o en la Zamora, para soltarnos en esas ciudades que se encuentran en las geografías del Aleph, muy al sur. Hilvanado por las reflexiones, casi anodinas, de un exfumador (despreciable raza que jamás logrará superar el vicio de “endulzar el aire”), este libro nos conduce por una colección de aparentes ensayos. Digo aparentes porque, en realidad, es una suma de presentimientos; la cartografía minuciosa de un mundo fantástico, aunque algunos de los personajes descritos hayan existido o, lo que es mejor, deambulen todavía en ese crisol de irrealidades. Finalmente, el libro me convenció, lo leí de un jalón y torné a leerlo en el regreso del DeEfe a Xala‑ pa. Y aquí lo tengo, lleno de notas, en tres copias, como ocurre con los Libros de Respeto: baño, buró y estudio. Se ha convertido, muy a mi pesar, en esos libros que son reto y laberinto, de los cuales no tenemos esca‑ patoria y que nos convierten, a nuestro pesar, en esos henchidos y fantasmales personajes de Borges • Zetas. La franquicia criminal, Ricardo Ravelo, Ediciones b, México, 2013.

LA ORGANIZACIÓN DEL CRIMEN FABRIZIO LORUSSO En el sexenio de Felipe Calderón se consolidaron dos organizaciones del narcotráfico en México: el Cártel de Sinaloa y los Zetas, que han propagado geográficamente sus operaciones a más de cincuen‑ ta y de treinta naciones, respectivamente. A esta expansión territorial sin preceden‑ tes ha correspondido una gradual diversifi‑ cación de las actividades delictivas que, en el caso de los Zetas, incluyen ya unas veinti‑ cuatro tipologías de crímenes. El tráfico de estupefacientes ya no es el negocio principal, pues de Guatemala a Veracruz, de la fronte‑ ra chica a Yucatán, este grupo se dedica al secuestro, al cobro del derecho de piso, al robo de gasolina, al tráfico de armas y personas, al contrabando, a la piratería y a la trata. El periodista Ricardo Ravelo nos lleva a las entrañas del universo Zeta, una “fran‑ quicia criminal” que ha replicado su modelo delincuencial y de business capilarmente, propi‑ ciando la reproducción de células criminales que ostentan su propia “marca Z” y difunden el terror, sellado con la última letra del alfabeto. En sus oríge‑ nes, los Zetas fueron efectivos de élite del Ejército Mexicano que, en los años noventa, desertaron y formaron el brazo armado del cártel del Golfo, lide‑ rado por Osiel Cárdenas. Después de la extradición del capo a Estados Unidos, en 2007, empezaron a

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LEER

Jornada Semanal • Número 1005 • 8 de junio de 2014

independizarse. El autor nos relata hechos, tramas y motivos de esta fase y de la sucesiva guerra que protagonizaron estos grupos, antes aliados, sobre todo en Tamaulipas, Nuevo León y Veracruz. Ravelo, quien actualmente dirige la revista Variopinto, fue reportero para Proceso durante doce años y es autor de siete libros sobre el crimen organizado, el narcotráfico y la (in)seguridad en Méxi‑ co, entre los cuales destacan NarcoMex. Historia e historia de una guerra (Vinta‑ ge Books, 2011), Los narcoabogados (Grijal‑ bo, 2006) y Osiel. Vida y tragedia de un capo (Grijalbo, 2008). En el prólogo, el experto de narcotráfi‑ co y seguridad Edgardo Buscaglia cita los puntos de fuerza de los cárteles mexica‑ nos: sus estructuras organizacionales y dimensiones, sus brazos armados y sus franquicias económicas criminales. Esto les da ventajas “competitivas” frente al Estado y a la economía legal, y les permi‑ te llenar todos los vacíos de poder, prefi‑ gurando así los rasgos de un Estado falli‑ do que va convirtiéndose en Estado mafioso, al estilo de Rusia. Ravelo aterriza estos conceptos en la realidad coti‑ diana. En este libro de periodismo narrativo hay reportajes que pintan cuadros vívidos e impactantes de la historia del grupo delictivo más sanguinario del país y de sus recientes hazañas criminales. Al mismo tiempo se indican connivencias y responsabilidades políticas a todos los niveles, de modo que la crítica a las complicidades u omisiones de la autoridad pasa por los escándalos de los narcogobernadores, así como por la renuencia del Estado a combatir el músculo financiero de los cárteles. Frente a este pano‑ rama, descrito con una narración que cautiva, el autor trata de desentrañar los misterios sobre la muerte de Heriberto Lazcano el Lazca, cuyo cadáver fue “más rápido que la policía” y desapareció, y las dudas sobre la captura “tersa”, quizás pactada, de Miguel Ángel Treviño Morales, el Z-40. Lo cierto es que, como queda claro tras la lectura de este libro, cada cabeza cortada vuelve a brotar, y los Zetas y sus fran‑ quicias siguen allí • Ciberbullying, acoso cibernético y delitos invisibles. Experiencias psicopedagógicas, Tania Morales Reynoso, Martha Carolina Serrano Barquín, David Aarón Miranda García y Aristeo Santos López, Universidad Autónoma del Estado de México, México, 2014.

EDUCACIÓN Y ACOSO CIBERNÉTICO GERMÁN IVÁN MARTÍNEZ Los adelantos tecnológicos nos invitan a reflexio‑ nar sobre el uso y abuso informáticos; desde luego, también sobre los costos sociales que trae consigo el hecho de volver público lo que en otro tiempo fue privado. El mundo ciber ha modificado nuestra

conducta exigiéndonos nuevos comportamientos,co‑ nocimientos, habilidades y destrezas; asimismo ha diversificado e intensificado la violencia. La intimi‑ dación, el maltrato, las agresiones y extorsiones, el acoso escolar o bullying se valen ahora de la tecnolo‑ gía para provocar daño intencionalmente. Como afir‑ man Tania Morales, Carolina Serrano, David Aarón García y Aristeo Santos, autores del libro Ciberbullying, acoso cibernético y delitos invisibles, “Internet presenta una dicotomía interesante pues, por un lado, posee amplias posibilidades para la comunicación, el acceso a la información y aporta elementos t e c n o l ó g i c o s i n t e re s a n t e s c o m o componentes del desarrollo social y cultural, pero, por otro, da las pautas para el desarrollo de conductas nega‑ tivas, como es el caso de la violencia virtual y el acoso cibernético.” Desde su perspectiva, el problema no está en la Red sino en la falta de formación para un adecuado uso de ésta. Así, si en otro tiempo se habló de desinformación hoy podemos afirmar que el desafío se halla en un exceso de la misma. La sobreinformación exige a los nativos digi‑ tales (y aún a los inmigrantes) una capacidad de selección, ordena‑ miento, clasificación y categoriza‑ ción indispensable. Son la ciber‑ cultura y la cibersocialización la que nos llevan a pensar en la ciber‑ convivencia y la ciberética; no sólo para hacer uso adecuado de los recursos dispuestos en la súper carretera de la información sino para inhibir e incluso desalentar los comporta‑ mientos violentos que tienen a la tecnología como mediadora. El ciberbullying es un nuevo fenómeno y una forma reciente de violencia derivada del acoso esco‑ lar tradicional. Como “forma específica de violencia” se vale de diversos recursos: insultos electrónicos, provocación, agresión, hostigamiento, denigración, exclusión, manipulación… Los acosadores virtuales inician discusiones en el chat o los muros de las redes sociales, eligen a una persona como blanco y la ator‑ mentan con mensajes ofensivos. Pero también pue‑ den distribuir información falsa de sus víctimas, suplantar su identidad, violar su intimidad o hacer que éstas revelen datos comprometedores sobre sí mismas. Por ello los autores de este libro sostienen que “las formas de acoso que se suscitan mediante un medio tecnológico son múltiples”. Dos de ellas, la ciberpersecución y el ostracismo, dañan física, psicológica y emocionalmente a las personas que las sufren. El ciberbullying plantea nuevos problemas frente al acoso tradicional: la tecnología, como medio impersonal, dificulta identificar al agresor; el anoni‑ mato obstaculiza la denuncia y le permite al acosa‑ dor actuar desde cualquier espacio (ya no sólo la escuela) y hacerlo, además, de forma atemporal y de maneras más diversas y sofisticadas.

El reto no sólo está en entender este fenómeno sino en atender las causas y los efectos que provoca. Por ello, frente a la permisibilidad de la violencia, la indiferencia ante ella y el descompromiso social, se requiere la participación de psicólo‑ gos, educadores, padres de familia, orientadores y autoridades educativas y civiles para proponer mecanismos legales que sancionen no sólo el robo de datos sino también violencia virtual y el así llamado terrorismo on-line. Es cierto, la Red es un medio masivo de información y comunica‑ ción pero, sin control, tiene una peligrosidad alta si no se usa con sensatez y responsabilidad. Ciberbullying, acoso cibernético y delitos invisibles es un libro que invita a reflexionar sobre una cues‑ tión esencial: la brecha digital no está sólo en la disponibilidad y el acceso (o no) a la tecnología, tiene que ver también con la capacidad de hacer uso de ella inteligentemente. En este texto, el lector encontrará las generalidades del cibera‑ coso, los resultados de una investigación realiza‑ da con jóvenes universitarios del Estado de Méxi‑ co y la percepción que tienen éstos del ciberbullying. Hallará asimismo las consi‑ deraciones que hacen los autores sobre un fenómeno que sólo ahora está siendo estudiado más profundamente y que, además, exige ser abordado desde una perspectiva multidisciplinaria •

La Jornada Semanal

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PROCESOS ELECTORALES: la reducción de la democracia Clemente Valdés S.

próximo número

Burocracia mata ciencia


ARTE Y PENSAMIENTO ........

Francisco Torres Córdova

Ricardo Venegas

Un sueño Muchas noches me asomo y te veo en primera fila. Me gustaría que estuvieras nada más tú. Que no hubiera nadie más. Que me vieras suspendida en los trapecios, así como estoy, desnuda, sólo con resplandores. Para esto me he preparado: para actuar sólo para ti. Para que tú me desprendas los velos y me muerdas. No quiero que nadie más me vea. Quiero que me mires sólo a mí. Unos payasos que van adelante hacen que te me pierdas. De pronto no sé dónde estás. Luego te veo, enfrente, al lado de la pista. Tengo miedo de que no te fijes en mí. Pero levantas la cabeza y tu mirada me sigue. Entonces, con pasos largos voy trazando una figura para que ya no puedas quitar de mí los ojos; para que quieras conocer mi carne que tu mirada pone toda trémula. Dejo caer el manto, alargo un brazo al trapecio y me elevo. Tus ojos me siguen. Yo quisiera, cuando termine, caer en tus brazos y que me apretaras y que ya nunca me soltaras y que yo no volviera a despertar •

Febronio Zatarain DE PASO La Cuaresma Mi madre era una gran narradora. Mi hermana Chayo y yo éramos su público cautivo. Una vez nos contó que cuando recién había cumplido los ocho años y cursaba el segundo grado, estaba lavando los calzoncillos de sus hermanos, y mientras los restregaba en el lavadero tarareaba las tablas de multiplicar: dos por una dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis... Su madre estaba a un lado de la hornilla zambullendo en una olla de agua hirviente una gallina acabada de matar para desplumarla. El canturreo de mi madre transportó a mi abuela a su infancia, y se acordó de su hermano Modesto y de su hermano Cruz quienes, a pesar de llevarse tres años, habían empezado al mismo tiempo la escuela. A mi abuela nunca la mandaron, pero se había aprendido algunas de las tablas solamente de escucharlas de sus hermanos. Y mientras su hija Chilo recitaba la tabla del tres, ella la secundó: ...tres por siete veintiuno, tres por ocho veinticuatro, tres por nueve veintisiete... y se quedó un ratito en este último verso, porque de todos los que conocía ése era el más bonito; se le figuraba una mujer de pelo largo, con unos pies curiosos de tres dedos, con su cintura angosta y su torso plano y ondulado como los arenales del río... Cuando regresó a las plumas de la gallina, su hija Chilo terminaba la tabla del cinco y comenzaba la tabla del seis. Ésta ella nunca se la aprendió porque a Cruz, al único de sus hermanos que logró terminar el cuarto grado, le había costado mucho trabajo aprenderla. El siete por cuatro que venía del lavadero le hizo recordar que fue precisamente esa tabla la culpable de que Cruz repitiera año. Algo de m u y h o n d o l e d i j o q u e l a e s c u e l a e n vez de construirle un futuro a su hija, la podía llenar de miseria y soledad. Sabrá Dios cuántas tablas más irá a aprender, y de seguro esas tablas asustarán a los hombres. Al siguiente día mi madre avivó el fuego de la hornilla con las hojas de su cuaderno y le ayudó a mi abuela a preparar los chiles rellenos, la capirotada y las torrejas, pues era Miércoles de Ceniza e iniciaba la Cuaresma •

Entre el desierto y el oasis de la California

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ace algunas semanas se presentó en Mexicali el volumen Con-versatorias, entrevistas a poetas de los 50 en las instalaciones del Museo de la Universidad Autónoma de Baja California, recinto que alberga la impresionante crónica del origen de la vida, de los primeros asentamientos humanos y de la evolución de la cultura en esas tierras. Los comentarios de José Manuel Di Bella y Aglae Margalli fueron más que acertados. Di Bella es uno de los cuentistas más reconocidos de esas latitudes, además de ser promotor cultural y tallerista. Más que una visita, fue el reconocimiento de una geografía que alberga a escritores de primera categoría. Al leer los poemas de Margalli, se advierte el proceso por el que su escritura ha cruzado. Aglae nació en Villahermosa, Tabasco, y actualmente reside en Mexicali, Baja California. Entre otros libros de poesía, es autora de Las lumbrerías de la California (1998), Poemas desde el claustro (1995), que obtuvo el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa y Selvarena (1995). Su obra ha sido publicada en diversas antologías como Literatura de las fronteras (1988) coedición icbc -San Diego State University, Fronteras de la sal (2000), editada por la uabc . Mujeres poetas en el país de las nubes (1997), Pícaras, místicas y rebeldes, antología de poesía hispanoamericana (2004). También es conductora y coguionista del programa de televisión De letra en letra. Es presidenta del Seminario de Cultura Mexicana, corresponsalía Mexicali, desde 2002 a la fecha, y coordinadora del área de comunicación del Centro de Estudios Culturales de la uabc. En Las lumbrerías de la California, Aglae Margalli realiza una crónica de la historia de aquella California que se queda en el viajero, la huella en el rostro y en la respiración: “El aire huele a clavo/ y a pimienta molida/ tan prieta y tan profunda/ como la cincelada/ que bordea/ los litorales/ desde la Baja/ hasta la Alta California/ Filón de tierra/ que rasga/ el paisaje/ con el colmillo/ que se ensambla/ en la mandíbula/ del nuevo continente.” Aglae sabe, como Pellicer, que el meridiano de la poesía pasa por la experiencia, de ahí su caminar por el desierto, la travesía del buscador:“La California/ lengua de fuego/ que lame la epidermis/ a bocanadas de aliento/ calcinante/ Bajo su nombre/ el sol se incendia/ en la pira salvaje/de arenas en desorden/y sobrevive/ una estación del universo.” Como lo ha planteado José Manuel Di Bella en torno a la generación de los poetas mexicanos de los ‘50: “¿Cómo y dónde ejercer en esos paralelos tan determinantes y deterministas el sospechoso oficio de poeta tratando de encontrar un camino propio?” Aglae Margalli ha contestado la pregunta: “En el péndulo de hamaca/ me ovillo cada noche/ doblada en mi epidermis/ soy otra vez origen/ minúscula fracción del universo/ Aletargada/ inerme/ suspendida por la mano del silencio/ acaricio los linderos de la muerte/ para resucitar cada mañana/ convertida en mariposa.” •

ftorrescordova@gmail.com

MONÓLOGOS COMPARTIDOS

MENTIRAS TRANSPARENTES

BITÁCORA BIFRONTE

ricardovenegas_2000@yahoo.com

Felipe Garrido

8 de junio de 2014 • Número 1005 • Jornada Semanal

Así la vida

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n día cualquiera, en su sólida apariencia sin relieves, apenas señalado por un nombre en la semana

y aturdido en sus rutinas de trabajo y esperanza cuando alcanza; un día que quizás se alargue un poco en la mañana y otro poco en un crepúsculo olvidado, pero nada más ni nada menos, atado al flujo impensado de las horas, tramado con las fuerzas que levantan y extienden la ciudad sobre el lomo del planeta. Un día que fácilmente se extravía en las edades, simple y resignado al curso de una y tantas otras vidas talladas en la piedra porosa de la muerte, que sólo sacia la sed y el hambre todavía y traza minucioso en el rostro sus señales –sin duda la mueca íntima del llanto, los dientes rotos de la rabia contenida, a veces las arrugas del amor cumplido o de la risa franca y llena, o el viejo dolor de una rodilla al dar un paso, ir, venir, o bajar o levantar y sostener la música del cuerpo en la inocencia del espacio. Y sin embargo, también y acaso siempre un día que se abre en las orillas y revela sus costuras delicadas con el tiempo quebradizo de los huesos. Por debajo de sus bordes más quietos y seguros, imbricado en las luces regulares de lo útil e inmediato que lo impulsan y someten, algo asoma y convoca al tacto del viento en el oído, al calor que en las manos prospera una caricia, al sosiego que augura en el alma una mirada de consuelo, de presencia y compañía en la clara soledad del mundo. Algo suyo se rezaga en la garganta con el paso del aliento y deja un sabor que alerta otra conciencia en el dorso de la lengua, una promesa que ahí mismo se empeña y se realiza, o un aroma inesperado que entorna los ojos y altera las distancias en la mente para entonces ya segura de que todo está a su alcance o en esa plena lejanía que desata caminos y nostalgias. Ahí, en ese mínimo reflejo de las cosas, en la sombra tibia que destellan, cada día de su vida el poeta detiene la mirada y a esa boca acerca su palabra, su temblor y sus certezas vulnerables, lo poco que pide en la ruidosa ficción de la abundancia, lo mucho que intuye y atesora de lo poco verdadero que encandila su silencio. El día se sale entonces del orden que lo ciñe, de la precisa confusión de las tareas que atosigan y embotan sus sentidos y lo arrumban en un tiempo sin memoria.Ya no tiene prisa el dolor y nos concentra, tampoco la alegría que así nos multiplica, y el placer humilde no termina sus rigores y su gracia. Las cosas ignoradas por inercia y las rotas y romas por el uso y el abuso de pronto vuelven nuevas a sí mismas y nos piensan, vuelven a ser la prueba llana y poderosa de la vida como es en realidad y continúa:“No hay nada alrededor,/ nada es distinguible bajo el techo de sombra que nos acerca.// Las piedras no son piedras,/ no es un árbol el árbol, no está el camino entre las dunas.// Sólo la noche inmensa./ Adelanto mi mano:/ tu rostro me dice que la piedra es una piedra,// un árbol es el árbol,/ que el camino lleva a otro camino/ y que estamos solos/ en el súbito corazón de la mañana” (Rahil del camino de Nedj, fragmento 3, Hugo Gutiérrez Vega.) •

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Jornada Semanal • Número 1005 • 8 de junio de 2014

........ ARTE Y PENSAMIENTO Miguel Ángel Quemain

Conferencia sobre la lluvia, merodeo de la palabra

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ONFERENCIA SOBRE LA LLUVIA, de Juan Villoro, dirigido por Sandra Félix, con la actuación de Diego Jáuregui, es una indagación sobre las capacidades de asociación de un escritor que acepta la oferta creadora y aparentemente caótica de un monólogo sin un destinatario aparente o bajo el cómodo silencio de un interlocutor que sólo podrá articular un aplauso una vez concluidos los ochenta minutos de la representación o un retirarse felino, silencioso, con la palabra iluminadora de este soliloquio. Lejano del monologuismo de la novela identificado con el fluir de la conciencia, Conferencia sobre la lluvia también está lejana de ese monólogo artificioso y anticuado que obliga al actor a impostar una serie de discursos que difícilmente podrían decirse en voz alta y a solas.

La experiencia literaria de Villoro le permite colocar lo filosófico (en aforismos impecables), lo poético (verdaderos hallazgos de síntesis, comparativos, cargados de analogías) y lo prosaico (el equívoco, la autocorrección, la divagación) en tránsitos que por un momento podemos identificar con lo narrativo al modo de exploraciones tan paradigmáticas como Las cinco horas con Mario, de Miguel Delibes, que es una de las tentaciones exploratorias permanentes en el teatro español por su capacidad de contar una historia y expresar un paisaje emocional, como sucede también en esa carta extraordinaria de Yourcenar, Alexis o el tratado del inútil combate. Villoro explora el soliloquio de un modo contemporáneo, no el hamletiano que delibera francamente colocado en el corazón mismo de la filosofía y el psiquismo, sino ese otro que es flujo de conciencia, tan teatral y posible como un asomarse indiscreto a una ventana vecina o colocar la oreja intrusa sobre la pared y escuchar la soledad ruidosa del otro (los ancianos que le hablan a su mascota), acompañada de la palabra y la emoción, y que cuenta con un interlocutor que también puede estar inanimado. Sandra Félix enfrenta todo esto con creatividad e inteligencia, apoyada en un actor con un amplio registro, con un dominio del gesto, del cuerpo, y de gran empatía con el texto. En la presentación misma Villoro acota que “no es fácil encontrar a un actor que haya pasado su vida entre libros. El excepcional Diego Jáuregui fue bibliotecario y entiende las obras impresas como personajes (…) Un bibliotecario entra a escena. Ha ordenado libros y los libros han desordenado su vida. ¿Hasta dónde depende de sí mismo y hasta dónde de lo que ha leído?” El trabajo de conjunto le da a la obra una solvencia estructural, donde la iluminación ofrece temperaturas emocionales y la atmósfera marca el transcurso del tiempo, ese

LA OTRA ESCENA quemainmx@gmail.com

afuera que es un mundo real que carece de costuras: nadie toca a la puerta, nadie llama por teléfono para hacer una encuesta o simplemente para saludar. Se ha optado por un registro casi realista con la sobriedad del atuendo estilo Condesa-Coyoacán, signado por la pana, el cachemir y los zapatos de gamuza para caracterizar/estereotipar un personaje intelectual que haga creíble un texto nada convencional sobre un tema que se desliza como agua entre los dedos: la lluvia. Villoro no propone un vestuario para el personaje pero sí lo describe “enjuto” (¿como todos los escritores que dan conferencias?), aunque contamos con escritores atléticos y karatekas como Leonardo Dajandra. Es un aspecto complejo, porque parece que gran parte de nuestra comunicación se organiza a partir de supuestos básicos. Conferencia sobre la lluvia se estrenó y tiene su origen en la Biblioteca de México. Ahí Sandra Félix ha acercado el teatro a los lectores. Tal vez la propuesta de dirigir la volvió prudente y no quiso alterar una obra cuya redondez impone, por su fuerza poética y un transcurrir acumulativo que permite encontrarse permanentemente con elementos textuales que se desarrollan a lo largo del texto. Sin embargo, creo que hacen falta pausas, irrupciones, tareas escénicas que permitan hacer sentir esta bella pieza como parte del organismo que la enuncia. Ese es el poder y el impacto del soliloquio. La distancia entre el actor y el texto no existe. El texto mismo es la acción y el cuerpo se convierte en un cuerpo textual. Un bordado fino que con todo y su teatralidad es también una pieza de gran altura poética, comprometida con un lenguaje de gran impacto y belleza que, en el teatro, impide regresar la página. Una obra también para leerse en una tarde de lluvia •

BEMOL SOSTENIDO Alonso Arreola

Tributo a Paco de Lucía, mostro de Algeciras

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STAMOS DESPIDIÉNDONOS EN LA entrada de un gran hotel en el que, claro, salvo el azul del mar, nada es lo que parece. Ha terminado el Festival Oasis Jazz u Latin Fusion de Cancún dedicado a Paco de Lucía. Tras el intercambio de abrazos, vamos cargando instrumentos y arrastrando maletas cuando sentimos un suave jalón en la camisa. Al girar encontramos la mirada de dos niños. Él tiene siete años. Su hermana, catorce. No es la primera vez que coincidimos. Sonríen en silencio, dulcemente. Parece que han desviado el camino hacia la alberca. Nos conmueve su estar en otro tiempo y espacio. De pronto y sin más, nos dicen adiós. Recobramos la compostura. Son los hijos de Paco de Lucía. Para ellos y su madre hemos venido a tocar. Ha comenzado la inevitable etapa de los tributos y homenajes (se vienen otros en España) y, con ella, la de la turbulencia sentimental. Hablamos de ese momento raro en que el famoso deja de pertenecer a sus más cercanos familiares para ser disputado por colegas, amigos, políticos y demás personas –otros “familiares”– que, en buena lid o por conveniencia, reclaman tiempo con el muerto, con su nombre y apellido. Porque se sabe: tras su fallecimiento nada impide que la biografía del artista se modifique en beneficio de quien la usa. Nada es más fácil que abusar de los ausentes. Caso contrario, felizmente, fue el de este tributo ocurrido cerca de la playa donde vivía y donde murió Paco de Lucía. Varias cosas nos dieron gusto al recibir la invitación. La primera fue que la mexicana Gabriela Carrasco, su viuda, estaría presente con sus hijos. La segunda, que la periodista, escritora y promotora Lydia Cacho era parte del

comité del festival organizador, lo que inyectó un espíritu límpido al encuentro. La tercera, que muchos de los más cercanos y relevantes colegas del genio de Algeciras estarían tocando también. Y no pudo ser mejor. Fundado en los años noventa, el Oasis Jazz u Festival ha presentado a grandes compositores e intérpretes (Chick Corea, Diane Reeves, Maceo Parker) y, aunque recientemente se vio debilitado en el ojo público, este 2014 cobró nuevos bríos decidido a mantenerse con un largo aliento. Su plan fue que los amigos de Paco de Lucía se presentaran con distintas formaciones. Así, lo mismo sonaron los conjuntos de sus familiares y colegas José María Bandera y Antonio Sánchez, que el trío de Carles Benavent, que las orquestas de Paquito D’Rivera y Óscar de León, que el combo del flautista Jorge Pardo (algunos con magníficos cantaores y bailaores). Y funcionó. La Arena Oasis lució pletórica ambos días. Nosotros destacamos los oficios de Sánchez y Bandera en las guitarras, así como los de Benavent (bajo) y Pardo (flauta), todos miembros del grupo de Paco de Lucía en distintas etapas. Nos referimos a la crema y nata del que en algún momento se conoció como “nuevo flamenco” y que, como le pasara a la obra de Piazzola en el tango (bien lo recordaba Paquito D’Rivera), tras sufrir críticas de los puristas, hoy es una escuela definitoria para el género. En todos ellos, claro está, dé por sentado el virtuosismo técnico, estimada lectora, lector dominical. Y sepa que en el flamenco esto sí importa, y mucho, contrario a lo que varios “críticos” piensan por ignorancia o por la anquilosada disputa –en realidad inexistente– entre la destreza y el feeling. Digamos que estos artistas tocan para sus colegas y se preocupan por la velocidad y pulcritud, lo que sumado a la creatividad de falsetas e improvisaciones ocasio-

@LabAlonso

na una evolución constante en su discurso y, por consecuencia, en el aplauso mundial. Es decir que éste, como todo arte mayor, sigue siendo egoísta en su semilla. Aprécielo en los discos de Paco de Lucía, por favor. Deje que su piel cambie de tensión y se ponga rabiosa.

A toro pasado, finalmente, pensamos en lo difícil que resulta presentarse en contextos así. Está la audiencia que se nutre con melómanos más o menos dedicados. Están quienes aman las relaciones públicas. Están los periodistas, de entre los que apenas un puño entiende la sustancia escénica. Están los amigos del desaparecido, su mujer, cuya sabia lucidez sale poco a poco de la desolación, sus hijos, esos dos pequeños orgullosos en quienes se justifica lo que ha sucedido y que, como en otro tiempo los Chiquitos de Algeciras (Paco junto a su hermano Pepe), parecen sentir la música desde la prístina pureza de los sentidos. Los abrazamos desde aquí por el legado de su mostro portentoso, el hijo de Lucía. Buen domingo. Buena semana. Buena bulería •


ARTE Y PENSAMIENTO ........

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Jorge Moch

Verónica Murguía

Para Augusto Isla

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UNCA HE SIDO NACIONALISTA. Ni de niña creí en el mito de la patria, la santidad de la bandera o el himno. Pocas cosas me dan más pena ajena que el espectáculo de los inexplicable y orgullosamente mexicanos. De los que van con la banderita en el tablero del coche; de los que se desgañitan el 16 de septiembre. Nunca he dicho “nuestro querido México”. No sé por qué tanta gente insiste en manifestar su amor de forma tan melosa a un país, que si fuera un señor, sería un tipo temible: injusto, violento, manirroto.

Tampoco he gritado ¡mé-xi-co, mé xi-co! Detesto los desfiles, las banderas gigantes y la propaganda del gobierno. También abomino los anuncios de tequila, porque muchos afirman que los mexicanos somos más alegres, más simpáticos, más amigueros.Y lo que somos, si nos atenemos a las noticias y las estadísticas, es más corruptos, más ignorantes y más crueles. México es percibido en 2014 según datos de la ocde, como el país más corrupto de América Latina. Eso ya lo sabíamos. Lo que quizás ignorábamos y se añade a la lista de vergüenzas que cargamos, es que también ocupa el primer lugar en bullying, ese término que se usa ahora para nombrar la pinchurrienta y montonera actividad que en mi niñez se conocía como “agarrar de puerquito”. Quizás montonera sea aquí la palabra clave. En el momento en el que el líder decide agarrar de puerquito al niño de junto, cuenta con un grupo que lo apoya. De niños que le temen o admiran su crueldad. Puede que de chicos no tuviéramos una capacidad empática muy desarrollada, pero lo que ya entendíamos era quién no se tocaba el corazón para golpear a otro. Unos nos apartábamos. Otros más se unieron a quien maltrataba. Alguno, el mejor, se opuso. Esa oposición solía suscitar respeto, aunque a veces no sirvió de nada y el puerquito solitario se convirtió en el puerquito acompañado. Pero algo es algo y recuerdo a los solidarios aunque he olvida‑ do el rostro de los abusivos. En mayo, mes en el que Héctor Alejandro Méndez de doce años murió a causa de los golpes que le propinaron cuatro compañeros, también, cómo no, hubo linchamientos, dos activistas muertos, asesinatos y secuestros. La razón por la que agrupo todos estos hechos en una sola oración es porque creo que devienen de las mismas fuentes: la naturaleza violenta del ser humano por un lado, y por otro, la cobardía de una sociedad que se considera vejada, que se siente impotente y que pone la fuerza bruta en un pedestal. La nuestra.

Si colocamos las dos estadísticas una junto a la otra, quizás podamos comprender algo más de los problemas que aquejan a este país: si las personas comunes y corrientes vemos, todos los días, el espectáculo de una clase política todopoderosa, deshonesta, millonaria e hipócrita, no es de extrañar que nos enojemos. Que el lema del día sea: “Sálvese quien pueda.” Que, rabiosos al ver que nuestro trabajo apenas da mientras que otros que nada hacen o sólo hacen mal se enriquecen, pensemos en desquitarnos. Pero es en el desquite en el que todo se arruina. Nos convertimos en ellos, en la turba. Según Platón, Sócrates se preguntaba si un hombre que poseyera cincuenta esclavos tendría la misma autoridad en Atenas que en el desierto. Se lo preguntaba porque el derecho sobre sus sirvientes lo otorgaba la polis, la sociedad ateniense. Un esclavo que levantara la mano al amo sería maniatado por los vecinos, castigado por las autoridades, denunciado por los otros esclavos. Pero, se preguntaba Sócrates, si el amo estuviera solito en el desierto con sus esclavos ¿le obedecerían? Yo digo que no. Supongo que reto de esta sociedad es, al menos, reprobar la violencia. No admirarla, ni considerarla un fenómeno inevitable. Aquí no sabemos honrar la memoria, ni de las víctimas, ni de quienes se han opuesto a la muerte. Yo no sé, por ejemplo, por qué la aldf se negó a poner a uno de los vagones de la línea 12 del Metro el nombre de Esteban Cervantes, el humilde soldador que, desarmado, se opuso al asesino de la estación Balderas en 2009. El señor Cervantes trató de desarmar al asesino cuando ya éste había matado a un policía. Su nombre en un vagón y una placa serían lo más digno y noble en la problemática línea 12. ¿Qué no ven los legisladores? El impulso altruista del señor Cervantes vale más como ejemplo que todas las campañas hipócritas y mal concebidas que la Asamblea propone. De veras, qué falta de memoria •

La venda de los ojos

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SABEL (EL NOMBRE ES ficticio) se casó con un hombre algo mayor. Él era español y se enamoró de ella y de su tierra bravía y exótica. Tuvieron un hijo. Ambos tenían dinero ahorrado, no mucho, pero suficiente para echar a andar todavía un proyecto de vida. Tomaron un mapa de México y escogieron el sureño estado de Veracruz y la que entonces era todavía una ciudad tranquila, Xalapa, con ese algo de pueblo grandote con su centro intrincado y rincones bucólicos, buen clima y precios razonables en el costo de la vida. Compraron una casa y pusieron un pequeño negocio de café y helados en el primer centro comercial que se edificó en la ciudad. La vida fue buena, sin excesos de riqueza pero sin altibajos que cortaran la respiración. Él fue coleccionando achaques y la pequeña familia tuvo que hacer ajustes en las rutinas. El hijo no era particularmente brillante pero era buen muchacho. Ayu-

daba a sus padres, sobre todo cuando el cáncer llegó a complicar las cosas. Luego algo se torció. El muchacho, ya de veintitantos, empezó a frecuentar a un par de tipos torvos. Una madre siempre sabe cuando las cosas no van bien, e Isabel supo. Su marido murió, y en esa coyuntura su mundo se vino abajo. Un día un hombre se presentó en la cafetería y sin preámbulos, con algo parecido a fría cortesía en alguien acostumbrado a cuadricular vidas ajenas, explicó que había que pagar una cuota por el hecho simple de tener un negocio propio. Una cuota “a la compañía”, eufemismo ridículo para decir extorsión. Isabel, aterrada pero sin perder la compostura, pagó. Siguió pagando. Su hijo salía cada vez más con gente que ella miraba, ahora más que nunca, con desconfianza. Y un día no volvió a casa. Ni una nota, ni una llamada telefónica. La simple, silenciosa, transparente nada. Su departamento, al que fue a buscarle después de una semana de llamar infructuosamente por teléfono, estaba aparentemente intacto. Buscó a los amigos. Supo que aquellos dos de los que ella desconfiaba lo habían invitado a “recoger un encargo” y nadie los había vuelto a ver. Isabel sabía que su hijo no podría estar involucrado en algo ilegal pero lucrativo porque seguía trabajando con ella en el negocio familiar. No tenía lujos, no derrochaba dinero, no tenía camioneta nueva, ni viajaba, ni consumía más que un ocasional cigarro de marihuana que nunca fue algo que ocultara a su madre. Era un muchacho que trabajaba, iba y venía a casa. Hasta ese día en que no volvió más. Hace dos años. Como miles de madres en México, Isabel incorporó las oficinas de la policía a sus diarios periplos, el incordio de los funcionarios, su malicia evidente en la sorna con que respondían, cuando se dignaban a hacerlo, a sus preguntas cargadas de angustia. Un día alguien le llamó por teléfono, un hombre, que dijo que “ya no lo buscara”. Que dejara el asunto en paz. Que su hijo no iba a aparecer. Que a lo mejor le pasaba algo a ella. Luego tres tipos la asaltaron cuando llegaba a su casa. La mantuvieron cautiva en su propio baño, la golpearon, le robaron todo, hasta su camioneta. La dejaron amarrada y amordazada por horas. No la violaron quizá por su edad. O quizá lo hicieron y ella lo ha ocultado,

sepultándolo muy al fondo de su miedo y su rencor. Todo ello sigue impune. Isabel se niega a aceptar que su hijo esté muerto, pero se ha resignado a no volverlo a ver. Es ahora una mujer profundamente triste. No sonríe. Toda su vida ha sido aficionada al futbol. El marido era hincha del Atlético de Madrid. Ella le iba al Barcelona y a las Chivas. En su negocio siempre se puede ver futbol. En los mundiales siempre había tertulia. Ahora habrá algunos clientes entusiastas. Ella se sentará a ratos, pero sospecho que mirará a otro lado. En silencio maldice todo lo que la rodea, todo lo que le recuerda el idílico presente que se le fue arrebatado, la soledad y el miedo, el maldito miedo con el que tuvo que aprender a sobrevivir en calles que aparentan inocencia y esconden el acecho de bestias crueles, de sicópatas que disimulan en la multitud o en uniforme. Y a ella, que tanto los disfrutaba, que aventuraba resultados y quinielas, que vitoreaba pases, goles y gambetas, sólo le quedarán los alaridos de los comentaristas y el ruido blanco de la multitud en los estadios como estática, un como zumbido de cigarras que ha dejado de escuchar mientras imagina, eternamente distraída, al marido muerto y al hijo desvanecido, no hace mucho sentados allí, junto a ella, viendo un partido de la selección nacional •

CABEZALCUBO

Recuerdo de Esteban Cervantes

LAS RAYAS DE LA CEBRA

tumbaburros@yahoo.com Twitter: @JorgeMoch


Jornada Semanal • Número 1005 • 8 de junio de 2014

........ ARTE Y PENSAMIENTO

Rodolfo MaríaAlonso Bravo

Luis Tovar

Bailar: la revelación exacta

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OMO VIVES BAILAS”, DECÍA Isadora Duncan, y sostenía que “con un simple movimiento de cabeza, hecho con pasión, se puede provocar un estremecimiento de éxtasis”. Jean-Georges Noverre, teórico de la danza, coreógrafo y bailarín, exigía a los ballets que “aprendieran a hablar ‘el lenguaje de las pasiones’, porque un ballet debe ser dramáticamente coherente; los pasos deben ser consecuencia de los sentimientos [...] y un ballet bien compuesto debe ser expresivo en todos sus detalles y hablar al alma”. Es como si la persona que baila expulsara energías que nos bañan y contagian el deseo de búsqueda de uno mismo. Doris Humphrey, bailarina estadunidense, decía que “nada revela con más claridad la intimidad del ser humano que el movimiento y el gesto. Es posible, si uno se lo propone, esconderse o disimular a través de la palabra,

la pintura, la escultura y otras formas de expresión, pero en el momento de movernos, para bien o para mal, se da la revelación exacta de lo que somos”. ¿Todos podemos menearnos al compás de la música o de nuestro propio ritmo? Hay quien responde que sí a esta pregunta –aunque algunos afirmen que tienen dos pies izquierdos y haya quienes lleguen a la exageración de evitar la relación sexual si el sujeto en cuestión no sabe bailar. Ese flujo es diverso, único, y en ocasiones habla de alegría, paz o, por el contrario, de demonios. La marroquí Fátima Mernissi comparte en Sueños en el umbral. Memorias de una niña del harén, que hay danzas donde las mujeres bailan con los ojos cerrados “agitando sus largos cabellos de un lado a otro, como si hubieran abandonado por completo la modestia y las represiones físicas”. Si la peor de las prisiones es la que uno mismo se crea, el baile puede ser la expresión de lo que sentimos. Si estamos enojados con nuestras vidas, la danza lo manifiesta y, por lo tanto, es agitada, iracunda o triste o, en el peor de los casos, nos lleva al aquietamiento, es decir, ya no bailamos, lo que podría verse como una situación anormal, una especie de discapacidad para comunicarse, porque la danza y el habla constituyen actividades básicas del ser humano, aparecen unidas a las personas desde la Antigüedad. La danza en la historia ha servido para expresar necesidades vitales de alimento, caza, recolección, siembra, cosecha. Se creaban "coreografías" para adorar al sol, a la luna, al trueno, al amor, a la guerra, a la muerte, a la divinidad, a la fertilidad. Se rendía culto al miedo, a la obscuridad, al sexo, al erotismo, a la muerte y a la cotidianidad. Se hacían rituales fúnebres y para pedir lluvia. El antropólogo inglés John Blacking realizó un estudio sobre el poder de la música en el ser humano. Convivió con la tribu africana venda y dedujo que sus bailes tribales eran una forma de supervivencia del grupo. A través de diferentes danzas encontraban pareja, resolvían conflictos o hacían rituales de iniciación, Rumba, litografía de Miguel Covarrubias

de hermanamiento o de unión gregaria para ir a cazar o a una guerra. Esa corriente de energía y calor generada por el desplazamiento es asimismo un anhelo de bienestar, de acceder a la prosperidad en todos los sentidos, o significaba la aspiración a la redención y la purificación, como sucedía con los negros esclavizados, quienes utilizaban su cuerpo como auténtico medio de expresión y, aun con grilletes en manos y pies, se movían, creando así la danza de la libertad. De esa forma mantenían vivo su espíritu y sus deseos de continuar en el mundo. Probablemente por esa misma razón la bailarina Mary Wigman, durante los bombardeos a Leipzig, ciudad alemana donde vivía durante el régimen nazi, confesó: “Me da vergüenza admitirlo, pero ante este espectáculo aterrador me siento impulsada a la creación.” Bailar nos salva de la catástrofe de nosotros mismos y también de la generada por los demás, no es sólo un entretenimiento. Cada quien puede encontrar una razón para hacerlo. José Limón, bailarín, maestro de danza y coreógrafo mexicano, aseguraba que bailar daba “una visión de poder inefable. Un hombre puede, con dignidad y torrencial majestuosidad, bailar. Bailar con las visiones de Miguel Ángel y como se baila la música de Bach”. Cuando el cuerpo se mueve toda la experiencia humana está en juego. Algunos conservamos esa vieja práctica de ir a bailar. Con la pareja intercambiamos historias cada vez que nos tocamos y juntamos las auras y la piel. Nos decimos: “esta soy y estos son mis ancestros, de aquí vengo”. Quizá nos haría bien reeducarnos, traer a la modernidad ese acto primitivo grupal con el que recordamos el intenso y placentero sentimiento de pertenencia a un conjunto, actitud primigenia que nos otorga plenitud. Ir a los sitios abiertos a danzar de dolor, soltar la tristeza y el duelo por el deceso de un ser querido; o bien de gozo por la vida, de amor, erotismo; pedir que llueva en estas épocas de calentamiento global, e incluso bailar de indignación porque nuestras decisiones políticas no son respetadas •

El personaje y la persona

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ASCINANTE COMO POCAS, LA vida y obra de Melchor Ocampo había sido soslayada por el cine. Iba a escribirse aquí “inexplicablemente soslayada” pero, pensándolo bien, el ostracismo es explicable –que no justificable– precisamente por la riqueza inmensa del personaje cuya memoria ha quedado reducida, en términos populares, a la redacción de una tristemente célebre “epístola” que, hasta hace no mucho tiempo, los jueces del Registro Civil leían a las parejas que iban a desposarse. En ámbitos algo más enterados de la historia mexicana, tampoco numerosos ni demasiado acuciosos, equívocamente se ha querido confinar la imagen de Ocampo a una especie de vendepatrias que, en 1859, en calidad de ministro de Relaciones Exteriores en el gobierno de Juárez, firmó un tratado mediante el cual se autorizaba a Estados Unidos el paso franco por el Istmo de Tehuantepec y la posterior construcción de un canal interoceánico. Pero Melchor Ocampo fue muchísimo más que eso. A pura vuelapluma anótese lo siguiente: a los diecinueve años ya se había graduado como abogado en la entonces Universidad de México; a los veintiséis viajó durante un par de años por Europa, de lo cual dejó un delicioso testimonio escrito; a los veintiocho representó al estado de Michoacán, en calidad de diputado, en el Congreso Constituyente de 1842; botánico de formación autodidacta, publicó varios trabajos sobre la materia; a los treinta y dos años fue nombrado gobernador interino de Michoacán, y poco más adelante fue elegido para seguir en el cargo, al que renunció en protesta por la entreguista firma de los Tratados de Guadalupe Hidalgo; antes, siendo gobernador, reabrió el Colegio de San Nicolás, antecedente de la actual Universidad Michoacana; a los treinta y cinco años fue senador de la República; al año siguiente, 1850, fue ministro de Hacienda por primera vez, en el gabinete de José Joaquín de Herrera; ese mismo año contendió y perdió buscando ser presidente; a sus treinta y siete volvió a la gubernatura michoacana, hasta que lo derrocó una asonada conservadora auspiciada por Antonio López de Santa Anna, quien lo desterró del país; en ese mismo 1853 coincidió con Benito Juárez, a la sazón igualmente exiliado, en Nueva Orleáns; cuando triunfó la Revolución de Ayutla, fue brevísimo ministro de Relaciones Exteriores en la presidencia de Juan Álvarez y, premonitoriamente, se malquistó con Ignacio Comonfort –de lo que dejó un estupendo texto titulado “Mis quince días de ministro”–; a los cuarenta y cuatro de edad presidió el Congreso Constituyente de 1856; con Juárez fue, sucesivamente, ministro de Relaciones Exteriores, encargado de despacho, secretario de Gobernación, de Fomento, de Guerra y Marina y de Hacienda; a su

pluma se debe mucho de lo que puede leerse en la fundamental Ley de Desamortización de Bienes Eclesiásticos; a los cuarenta y cinco años cayó de la gracia del entonces todopoderoso Miguel Lerdo de Tejada y, quizá cansado de tanto luchar por un liberalismo que siempre tenía todo en contra, a principios de 1861 renunció al gabinete y se retiró a una hacienda que tenía en Pateo, Michoacán –donde, por cierto, algunos historiadores afirman que nació, aunque otros los contradicen y sostienen que es originario de Ciudad de México–, donde a finales de ese mismo año fue apresado por una guerrilla conservadora y fusilado, cuando contaba con escasos cuarenta y siete años de edad.

La carne y el hueso Apretadísima biografía, la suprascrita, que Guita Schyfter y sus coguionistas estudiaron a fondo y supieron trasladar al filme histórico Huérfanos (2014). En el ámbito, aún escasamente poblado, de cintas que se hagan eco de la historia de México pero sin convertir a ésta en mero telón de fondo para narrar amoríos más o menos ir/reales, o bien para inventarse personajes totalmente ficticios a los que se les hace coexistir junto a los verdaderos, el sexto largometraje de Schyfter es uno de los más meritorios. Impecable en rubros como diseño de producción, vestuario, escenografía y demás exigencias insoslayables en par‑ ticular para este subgénero fílmico, su principal valor radica en haber logrado eso que toda cinta histórica busca y pocas consiguen: humanizar a sus personajes, vale decir, reintegrarlos al imaginario como personas, quitándoles esa aura inanimada de estampas de papelería. Protagonizado, increíblemente bien, por Rafael Sánchez Navarro, y por Dolores Heredia –estupenda para no variar–, acompañados por un reparto más que solvente, Huérfanos llena lo que era un hueco más bien ominoso en nuestra cinematografía •

CINEXCUSAS

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ensayo Mil olvidos y dos recuerdos me bastan para armarla g.d.

F

ui reacio al uso de los diccionarios en mi adolescencia y primeros años de juventud. No los consultaba por una razón que de tan obvia me parecía sufi‑ ciente: para qué hacerlo si yo entendía la palabra y la frase (así la entendiera mal, pues en ese momento entender no llevaba calificati‑ vo alguno). Incluso después llegué a argumentar que el entendimiento de su uso, fuera oral o escri‑ to, perdía capacidad expresiva al contaminarse de definiciones. Me parecía que el lenguaje, en especial su léxico, había que reinventarlo a cada momento. Tardé unos años en darme cuenta de que esa era la fuente de mucha verborrea y que los lexicones ofrecían un tesoro de lectura. Eso no quiere decir que me aficionara a consultar diccionarios. Lo hago poco y casi siempre para consultar dudas ortográficas, no tanto para precisar significados. Que las palabras cifran una historia de sí mismas es algo evidente, lo es menos que esa condi‑ ción de cifra se vuelva algo fascinan‑ temente literario. Así que me aficioné a leer diccio‑ narios, no a consultarlos. Es decir, a leerlos como se lee una novela. Y para eso fue muy importante la lectura de la poesía de Gerardo Deniz. No porque al leerla se requiera informa‑ ción sobre las palabras que usa –yo al menos recomiendo no hacerlo, pues se tendría que estar interrum‑ piendo la lectura una y otra vez, y su condición de cifra no es la del diccionario sin la del que ha vivido con y para las palabras. Los textos de este autor son, si se los mira bien, poesía cotidiana, de la existencia. Lo que es bastante raro es esa existen‑ cia, la de un autor anómalo, mejor dicho: la de una persona, que no busca las generalizaciones. Ponga‑ mos un ejemplo alevoso, los Poemas de la oficina, de Mario Benedetti. Ya sabemos que esos poemas que bus‑ can ser de todos terminan por ser lite‑ ralmente de nadie, son como la esta‑ dística, puras abstracciones. Mien‑ tras que las abstracciones de Deniz suelen ser muy concretas. Recuerdo, por ejemplo, cuando evocaba el poeta las varias veces que fue al cine a ver Fantasía, de Walt Disney para escuchar la música de Stravinsky. El acto físico de ver un filme no coincidía con el hecho sensorial de oír la música. Hay que recordar, además, que Disney se tomó todas las libertades que quiso con la música del compositor ruso. Y ésta sobrevivió, o sobrevivía el oído de Deniz. No creo que necesite explicar que ese desfase es justamente lo que llamamos condición sentimental de la vida. Así, si el diccionario es un género literario, entonces hay también subgéneros y estilos. Estarán de acuerdo en que no es lo mismo leer el María Moli‑

8 de junio de 2014 • Número 1005 • Jornada Semanal

ner que el Larousse, ni un diccionario de mexica‑ nismos que un diccionario de la lengua ozeta. Aunque, hay que decirlo, hay lectores para todo. Por ejemplo, en una época en que mi mujer manejaba una librería le llevaron un dicciona‑ rio árabe-español y se lo presentaron como un esfuerzo filológico muy grande de un aficionado al idioma de Alá, cuya edición el propio autor había financiado. Muchos diccionarios, le dije yo, son fruto de un trabajo desinteresado y leja‑ no de la academia, pensando en lo hecho por María Moliner, pero –agregué– lo que veo como gran problema es que no tenga la parte de espa‑ ñol-árabe. Y dictaminé contundente: No se va vender ni uno. Como a ella el asunto le cayó en gracia, tomó algunos ejemplares a consignación y ante mi sorpresa, si no resultó un bestseller, los veinte ejemplares que recibió se vendieron en un par de meses. Y yo compré uno que veía una y otra vez como un libro de imágenes, pues mi conocimiento sobre la escritura arábiga es menos que nulo.

La vida de Gerardo Deniz José María Espinasa

Tal vez exagero si digo que a la poesía de Deniz la leo como a ese diccionario árabe-espa‑ ñol, pero la exageración indica una manera de leerla distinta, no por lo que dice o deja de decir, sino por la forma en que lo dice. Y esa manera de leer es la más emotiva y sentimental posible, no es para nada formalista. Aquí podría abrirse una larga descripción de mi lectura de Adrede, el primer libro de Deniz, que me llegué a saber de memoria antes de que pudiera decir que lo enten‑ día, por una razón típicamente freudiana: me lo había regalado mi padre cuando, a los catorce o quince años, le dije que quería ser poeta, tal vez con la idea de curarme de tal intención. En una cultura como la mexicana, marcada a fuego blanco por la ausencia de padre, lo que esa ausen‑ cia dice es para el huérfano ley divina. Y si eso era la poesía yo escribiría así. Pronto descubrí que era más fácil hacer sonetos a lo divino perfecta‑ mente rimados. Pero no me iré por los vericuetos biográficos,y vuelvo a los diccionarios. Gracias a Deniz empecé a leer diccionarios, si no con sumo provecho si con enor‑ me pasión, similar a la que me había poseído con las novelas policíacas. Y las conversaciones con amigos eran de la misma índole. “¿Ya leís‑ te el diccionario de Seco? “Sí, es una mierda. En cambio acabo de terminar uno de términos de ingeniería naval que es una maravilla.” Pensarán que me fui quedando sin amigos. Pues no, la tertulia se hizo más nutrida y las discusiones empecinadas. Un día que le di a leer a un asiduo comensal un ensayo sobre la idea del tiempo en Joyce y en el diccionario de autorida‑ des mi amigo me dejó de hablar varios meses, pero no dejó de asistir a las reuniones en una cantina del Centro. Ahora, recientemente, llega a mis manos un ejemplar, el número 156, de la revista Crítica, de la Universidad Autónoma de Puebla, una de las mejo‑ res revistas literarias de México. Y allí un garbanzo de a libra de Gerardo Deniz, “Patria”, poema extraordina‑ rio, más extraordinario aún cuando, a la tremenda intransigencia del poeta contra cualquier regusto a cursilería poética, suma una transparencia abso‑ luta. Están todos los rasgos de su esti‑ lo: juegos de palabras e ironía, refe‑ rencias personales y paródicas de sí m i s m o y, d e s d e l u e g o , d e o t ro s . E p i s o d i o s biográficos vistos con increíble crueldad pero sin perder ternura. Y, además, transparente, comprensible como una rima becqueriana. Pero no sería suficiente para traerlo a colaboración en estas líneas si no fuera porque además es un poema no sólo alegre sino feliz. Los versos finales dicen. “Escribí por ahí que mi infancia no fue feliz, pero sí interesan‑ te./ Ahora entiendo que así fue toda mi vida.” Y sin embargo, qué mayor felicidad que el interés cuando nada tiene que ver con Milton Friedman •

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