Cleto i y ii parte

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Cleto

que no se quiere desprender de las cosas herrumbradas. La combinación entre el olor a muerte y tener un dolor de huesos no parece nada agradable. Se podría confundir como dos polos opuestos, pero en el fondo ambos se pertenecen, siempre van juntos, por eso no me gusta visitar los hospitales para no darle gusto que se encuentren, juntos pueden hacer mucho daño.

Desde hace tres horas estoy sentado aquí. Es un barranco de piedras arenosas, no hay sombra y ya siento las gotas de sol que invaden mi cuerpo y se transforman en sudor. Enfrente de mí está el hospital y la morgue, es la misma cosa, solo minutos de tristeza separa un edificio del otro. Espero mi turno desde la cinco de la mañana y no fue sino, hasta la diez de la misma mañana que una voz blanca, de una enfermera vestida de blanco ha pronunciado mi nombre y el eco de mi nombre herido de dolor se fue restregando por el largo pasillo hasta estrellarse con la pared vieja, solitaria y amarilla de la morgue. El doctor, de aspecto joven, de leve cicatriz en la oreja, mirada intuitiva me dijo: “no es lo mejor, pero las aspirinas tomadas a diario ayudarán a sobrellevar el dolor. Tómese 4 al día”. Eso fue todo lo que me dijo. Yo le oculté que diariamente me tomaba 9 aspirinas que nadie me ha recetado, tampoco le dije que fueron deseos de mi madre que visitara el hospital. ¿Para qué decirle esas cosas, qué importancia tiene? Yo nunca voy al médico, peor a un hospital donde siempre se siente el olor húmedo y podrido de la muerte, es un olor ácido y escandaloso que se encuentra regado en todas las paredes y en las camillas es donde más se impregna ese olor. Ese olor arrogante de la muerte nunca se extingue y permanece penetrado en todo lo que huele a hospital; es como el oxido

Tener dolor de huesos es parecido a sentir el colmillo de 100 pinzas de acero en todo el cuerpo haciendo una presión en cada vertebra. Es un dolor indescifrable, que te produce una rabia inaudita hasta la saciedad y no ves por donde se pueda ir mitigando el dolor. Y lo que es peor: impacta en tu estado psicológico, destroza tu estado anímico, pues la gente te ve caminar como un pato desafornado, cuando no, como un pingüino con hemorroides. Que vida tan cruel, que dolor mas desgraciado. Y cuando llega la noche, el dolor tritura las hojas del sueño y las inofensivas virutas de tu espíritu se contaminan de tanto dolor. No hay paz en tu cuerpo, ni en tu organismo. Te levantas cada día sintiendo que una máquina de muchas toneladas ha pasado por tu cuerpo; y el alma sale huyendo y a solas te deja peleando con ese costal de huesos podridos de dolor. ¿Para qué quieres un cuerpo así? Tiene algún sentido la existencia así? La gente sigue pasando por esta calle polvorienta, cada cuerpo es una historia y en cada historia podría haber una historia

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de dolor, parecida a la mía. Pero la gente sigue caminando, aguantando el sol del medio día que se ha convertido en una brasa insoportable de caliente que ya la siento arder en mis espaldas. Tal vez así la rabia del dolor se me quita. Hoy es martes o es jueves? Con este dolor se olvida la noción del tiempo. Pero qué importa que día pueda ser? Si con solo saber el dolor se quitara valdría la pena estar pendiente del calendario o del almanaque Bristol que lo he visto muchas veces dando tumbos en cualquier parte de mi casa. Pero parece que fuera martes, por aburridos, largos y monótonos que son. Yo no creo que haya personas que un martes se hayan enamorado, o mujeres que quieran dar a luz un martes. Tampoco conozco gente que se haya casado un martes. Probablemente nadie quisiera hacer el amor los martes a menos que fuera una emergencia. Pero el sexo no puede ser una emergencia, hace tiempo dejo de serlo desde que nos íbamos río arriba hasta la posa de David, a lo mejor existan casos excepcionales. Son tan malos los martes que alguna gente prefiere no abrir sus negocios. Y hasta en el cine de Miguelito Hasbun pone la función a mitad de precio, yo siempre me acercaba para ver si su mujer me dejaba entrar pero nunca se le ablando el corazón a esta triste mujer. Nunca había presenciado un martes tan lánguido y aburrido como este, bueno, digo, en el caso que hoy fuera martes. No sé de donde me viene pero estoy seguro que odio los martes, tanto el día como en la noche; es posible que un poco prejuiciado esté. Quizás por

el dolor que tengo calculo que sea martes. A todo esto mi madre ya habrá salido de trabajar y seguro que ya le preguntó a mi abuela por mí. Ya escucho su voz asustada y más asustada porque es la una y media y aún no he llegado. Mi madre me protege bastante, pero hay veces que se olvida de mí, no es un olvido recurrente, pero a veces así lo siento; como si anduviera en otro mundo. Es raro verla así. Mi madre me ha visto caminar y sabe que estoy muy enfermo pero no sabe cuánto dolor siento, si hubiera sabido me hubiera acompañado, yo necesitaba un apoyo para llegar a este hospital. En la madrugada, antes de venirme al hospital, me tomé 3 aspirinas en ayunas, sentí como un hilo amargo y almidonado bajaba por mi garganta y se alojaba en las paredes de mi estómago acompañando al vacío. Sentí como los jugos gástricos en segundos devoraron esas píldoras como de almidón. No es fácil tomarse 3 aspirinas a las 4:30 de la madrugada. Pero yo me las tomo porque no me queda de otra, es la única forma de pelearme con el dolor y ganarle la batalla por algunos instantes. Un día sentí tanta picazón en mi espalda y cuando me quite la camisa tenía una erupción de ampollas, eran pequeñas espinillas de aspecto nada agradable largas y puntiagudas, más parecía mi espalda un raspador de queso. Sinceramente, después de tres meses de tomarlas de forma ininterrumpida, empiezan a hacer estragos en el organismo y, a veces, también pueden dañarte la mente.

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Las mechas alambrosas y vaporosas del sol se vuelven insoportables y veo que la gente camina más rápido como para no sentir esas punzadas que laceran la piel. Veo el letargo de algunos vehículos queriendo subir la empinada cuesta que va hacia ese barrio antañón que se llama El Llano del Conejo. Tengo catorce años cumplidos y después de los doce mi vida ha sido muy independiente; tengo mi propio criterio sobre algunas cosas o sobre ciertos acontecimientos de la vida; mucho lo he aprendido con mis amigos y en esas grandes tertulias que se arman todas las noches en el kiosco del parque central. Pero hay algo que siempre ha incomodado mi sueño y es que, a mi edad, no conocer a mi padre me sigue machucando en alguna parte del alma, del espíritu, del cuerpo o de la mente. En realidad, ya no se en que parte del cuerpo me duele o más falta me hace. Con esto que uno visita la iglesia, a través de la biblia te inculcan ciertas ideas o conceptos que pienso que muchas veces no son congruentes con la realidad. La biblia es un excelente libro que da consejos muy útiles, pero nunca dice como llegar a ellos. Cuando yo estaba en el quinto año de la escuela, me bajaron unos deseos de ser sacerdote y ya casi me miraba dando misa en los pueblos; celebrando el vía cruces y la eucaristía en semana santa, pero un primo que vino de la gran ciudad cuando se dio cuenta de mis ideas me dijo “y vos en que putas estas pensando” Bueno, prefiero no acordarme más de ese episodio, lo cierto es que nunca más volví a pensar en esa posibilidad de ser sacerdote.

Viendo las cosas con calma, puedo decir que mi padre es como el dolor de huesos que tengo, pues me duele en cada vertebra no tenerlo y no es un dolor físico que uno pueda soportar, es un dolor espiritual, un dolor que permuta en las vértebras del tiempo, hasta que ya no se puede más con el. En medio de la rabia del dolor, he pensado muchas veces en mi padre; quizás por la posibilidad que si él estuviera yo podría recibir un poco más de apoyo. Yo sé que mi mamá hace un esfuerzo importante dentro de sus posibilidades y limitaciones, pero a veces siento que ese esfuerzo no es suficiente, conociendo lo insoportable de mi dolor. Mi madre es una mujer muy sufrida, más sufrida que mis propios huesos, por eso yo la comprendo, ella me ha contado parte de su vida y yo he visto como sus ojos cristalinos, tan claros como un día de otoño, han cambiado a unos ojos turbios, llenos de ese color a chocolate que tiene los ríos en invierno. Pobre mi madre ha sufrido bastante, hay mucho dolor en su alma, cuando habla de su vida y de los meses que yo anduve chapaleando en el líquido amniótico, la veo traspasar las barreras del tiempo con una nostalgia infinita y siempre termina llorando. Pero, volviendo al tema, no conozco a mi padre, tampoco me imagino como es, como habla y como camina. Donde estará en estos momentos que tengo tanto dolor en mis huesos. Mi madre siempre me ha hablado de mi padre, pero nunca me ha dicho como es, tampoco yo se lo preguntado. Un día me contó que trabajaba como taxista, a partir de esa confesión me le

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quedo viendo fijo a los taxis cuando voy con mi abuela a la gran ciudad, pero como no lo conozco de nada me sirve que a los taxis me les quede viendo fijo.

posible. Me quedé pensando por mucho tiempo en esa frase. Ahora que la pienso que probablemente pueda estar viendo la luna desde otro regazo masculino, pienso en la consistencia de esa frase, en su estado anímico cuando me la dijo.

El dolor ha amainado un poco, aunque no siento mis piernas después de tres horas de estar sentado en esta piedra arenosa, pensando en no sé qué cosas. Este dolor a uno lo vuelve medio bruto, pero así es la vida de cruel e injusta.

Como no andaba ni cinco centavos partidos por la mitad para irme en el bus urbano; no me quedó de otra que ver a través de la retina el blanco cascaron lleno de humo cuando pasó frente a mí y a paso de tortuga fue subiendo la tímida pendiente hasta que se extravió en la pupila de mis ojos. Por la posición del sol deduzco que casi son las 2 de la tarde. Me doy cuenta que no he almorzado, ando con las mismas tres pastillas que me tomé en la madrugada. Este dolor me ha mantenido muy ocupado. Cuando comienzo a caminar, siento que los huesos me traquean y me causa risa porque me imagino al cadejo ese animal del que muchos hablan pero casi nadie lo ha visto. Mi abuela me decía que hay cadejo blanco y cadejo negro y que el cadejo banco es el bueno pero el negro no. Que del negro hay que cuidarse eso decía mi abuela. Nunca supe si lo decía en tono discriminativo. Por andar lavando de noche te puede salir el cadejo negro. Un día a mi tía Maruca le salió, ella me contó que estaba lavando ropa de su marido y que el cadejo por un pasillo oscuro apareció y pasó de detrás de ella, los huesos le iban sonando todos al mismo tiempo hasta que desapareció en la oscuridad. A ella no se le olvida que el cadejo iba vomitando una luz roja por sus ojos. A partir de esa aparición del cadejo,

Allá viene el bus urbano que anda “Palmiche” ojalá me pueda levantar rápido para irme con él, pero no recuerdo si mi madre me dio los veinte centavos para pagar el bus y ya no aguanto este dolor en mis huesos. II PARTE Un día escribí que los recuerdos son los como los trenes, van y vienen y nadie los detiene. Fue en un tiempo que sentía más melancolía que amor por aquella muchacha que aun le sigo abriendo las puertas en mis sueños recurrentes. Fue una relación corta e intensa, pero estrepitosa a medida que fuimos alimentando nuestra relación bajo el vapor silencioso y amarillo de la luna. Ahora que la he dejado de ver, pienso en la geografía inconfundible de su rostro y en esos pasadizos secretos que fueron sus besos. Ahora con este dolor que tengo no sé adónde pueda estar, que estará haciendo y con quién podría estar? Pero qué importa con quien pueda estar, al final es su vida y ella sabrá que está haciendo con su vida. Un día me dijo que me iba a querer toda la vida; a mi corta edad no sé si ésta afirmación pueda ser

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mi tía no volvió a lavar ropa de noche, ni la del marido ni la de nadie más.

A este paso en unos 10 minutos estaré llegando al parque central. Podría decir que el parque es la extensión física de mi barrio. Aquí he estado rodeado de vida / barrio encantado / de calles metafísicas y luna dialéctica / río de aguas mágicas por donde retoña y se afirma el amor / rastrojo de ternura / oasis afrodisiaco y cómplice / bancas pueblerinas y sensuales / olas imantadas de sol / labios que deliran / ojos que bostezan / exquisitos cuerpos provincianos primitivos de deseo / zafiro de sueños y esperanzas / voces que viajan con las epístolas del viento / encuentros y desencuentros / rostros y rastros / amantes y amantes / besos que dislocan la quijada de cada amanecer.

He comenzado a caminar, siento la lentitud de mis piernas que están engarrotadas y en mi espalda el dolor me arde en cada una de las vertebras, desde la cervical hasta la lumbar. Todo mi cuerpo está rígido, como entablillado, muy duro como un palo de guayabo. La gente pasa a mi lado y pasa muy rápido o por lo menos eso creo considerando mis pasos en camaralenta que ya se enfrentan a la pequeña pendiente. Cuando pienso en lo que me pasa siento que me enfermo más. Increíblemente en todos estos meses de tanto dolor no he perdido ningún día en mi centro de estudios; pero me he tenido que distanciar de los deportes, de las caminatas y de todo aquello que sean actividades físicas divertidas. Pero el dolor no ha podido quitarme la alegría, tampoco de dejar de ver a mi novia; ella, tan saludable que es, siempre me saluda diciendo ¿y cómo estás? y lo hace con tanta dulzura que no creo que tales palabras salgan de su boca, más bien vienen del fondo de su corazón y yo siempre le digo que cada día estoy bien, que el tratamiento me está llegando. No sabe que por dentro yo siento que mis huesos cada día se desintegran más y, lo que es peor, mi mente también se desintegra pues casi no logro dormir con tanto dolor y ha golpes me paso peleando con un ensimismado y terco insomnio que como un negro y testarudo alacrán se mete en mi cama.

Cuando pienso en el parque, es como cabalgar por las amplias planicies de un cuento de ciencia ficción, por su magia y encanto permanente; claro está que el parque sin mis amigos y mis amigas que cantan en el coro de la iglesia deja de ser emblemático y pierde todo ese hechizo y ese arraigo que noche tras noche le profesamos. Rosita se llamaba mi primer amor de ojos. Rosita como mi hermana que para ese entonces era una bebé del cual yo cuidada y sacaba a pasear a todas partes. Pues bien, la Rosita de mis ojos llegaba todos los días al coro de la iglesia: era sensual como una flor / alegre y divertida como la primavera / huraña como la luna / voz de pájaro / ojos llenos de vida / y en sus manos apachaba la ternura. Se vestía de mucho color como la primavera. Solo llegamos a rozarnos con nuestros ojos, solo eso fue por mucho tiempo. Cuando

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la pubertad nos empezó a traicionar y el círculo de amigos se fue extendiendo, fui olvidando a mi querida y encantadora Rosita, creo que fue por los días que me encontré con unos ojos tan amorosos y dulces de un color negro de uva muy intenso y una voz que hechizaba hasta el mismo viento. Ese fue mi punto de inflexión entre el amor platónico y el amor carnal.

nacieron pelones sus hijos don Julio? Y don Julio contestaba con un poco de petulancia y cierta dosis de picardía: “porque la metí pelada hijueputa”. Una vez lo asaltaron y alguien por una ventana le dijo: ¿Por qué corre don Julio? Y Don Julio jadeando de la carrera que llevaba porque atrás lo venía persiguiendo el ladrón, si mediar palabra le respondió: “Porque no puedo volar hijueputa”. Fumó puro durante algún tiempo pero las aguas del río se interpusieron entre él y el vicio. Un día se fue de pesca y cuando estaba listo para tirar la dinamita al río, tiro el puro y se quedó con la dinamita en la mano. La mano y los dedos le quedaron como una macolla de hilachas que colgaban del antebrazo, pero los médicos gracias a sus esfuerzos y a un trabajo de muchas horas lograron juntar todos los hijos desparramados de la mano y ese milagro médico valió para salvarle la mano y dos dedos. La mano le quedo igualita como cuando uno hace el gesto a un amigo que le llame por teléfono. Siempre usaba los dos dedos de cada extremo de su mano para peinarse la única mecha de cabello que le había quedado.

Casi no me di cuenta pero ya estoy bajando la calle por donde vive el Profesor Carlos Rivera, recién jubilado después de muchos años de ser el director de ese colegio antañón y famoso que se llama “La Independencia”. De Don Carlos se cuenta tantas historias quizás por el hecho que vestía muy formal pero era muy folclórico a la hora de hablar. De por vida usó pantalones plisados que se sostenía con tirantes de colores parecidos a los que usan los payados; y unos vetustos pero bien cuidados zapatos florsheim, más brillantes que el sol, le acompañan todos los días a su trabajo. Don Carlos hacia una gran dupla con su gran amigo y, al mismo tiempo, subdirector del colegio Don Julio Subilón, ambos habían cruzado la línea de los sesenta años de edad. Frente a los estudiantes siempre se mostraron joviales, llenos de energía y con un caudal de conocimientos; su formalidad y sus dotes de intelectos contrastaba con sus recurrentes historias y chistes de jóvenes que nunca faltan en sus visitas matutinas a las aulas de clases. A raíz de la calvicie prematura de Don Julio, la gente le preguntaba: ¿Por qué le

Por la pequeña media luna que tiene ésta calle por donde voy bajando, se pueden ver las dos escuelas históricas y gemelas donde muchos de nosotros estudiamos los primeros años de nuestra vida. Escuelas antañonas y de mucho prestigio donde siempre hubo una profunda preocupación por la producción del conocimiento. Entre ambas escuelas se dio una competencia sana de mostrar y

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hacer lo mejor. Una es de varones y la otra de niñas. A una cuadra arriba vivo yo y ahí está mi barrio que por las noches se vuelve una partitura de alegría. Es envolvente por todos lados. Mi barrio es la extensión de mi casa, no existe nada en el mundo que yo pueda cambiarlo. Adiós le digo a Don Domingo Mena que está parado en la puerta de su casa. Al levantar la vista hacia el frente y a media cuadra de distancia se acerca un pichinguito de ternura, con su rostro inconfundible y preocupado; es mi abuela que ha venido a encontrarme.

Mexicanos, marzo 2, 2014.

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