La luna y la polola

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La Luna y la Polola Por Jorge Sagastume

Encallada al poniente sobre algunos escombros de nubes, como un sigiloso y huraño nicho de luz, la luna no aspiraba a sorprender a nadie, no arderá de nostalgia. La noche es un obsoleto conjuro de sombras que devora las cosas. Yo sigo sentado en la misma banca del Paseo Ahumada y no puedo dejar de pensar en ella. La última vez la vi temblorosa de ideas. Caí una tarde sólida del mes de julio, el sol era un accidente de luz que se agotaba en la última vertebra del horizonte. Yo la seguía esperando como había sido convenido. El reloj con sus aspas exageraba con el tiempo. La gente sigue pasando con la misma prisa que lleva el viento en dirección a la Estación Mapocho. Busco en mis bolsillos algún vestigio de cigarro pero yo no fumo. Estoy nervioso o por lo menos algo me indica que lo estoy. Ya esta tarde. La luna sigue encallada en el mismo lugar, al menos eso creo como si el tiempo también se haya encallado en mi memoria. No es agradable esperar a nadie, mucho menos a una persona que toda su vida ha sido dubitativa, de carácter poco afable y simple frente a las cosas bellas. Un día le pregunté “de donde viene eso que no te gusta el arte, o la buena música”. Es extraña, no toma vino, no come mariscos, tampoco baila. Bueno si es que a una persona por eso se le puede llamar extraña. Pero de que puede hablar una persona que no le gusta el arte, ni la música, el baile, el vino y un buen plato de mariscos. Para una persona así la tierra es redonda. Sin embargo, algo tenía en su interior para que hiciera que ésta relación se prolongara por dos años. Las últimas vetas del viento se escapan por las formas arquitectónicas de los edificios, se van como si fuera un final anunciado. Cuando a su lado estoy o cuando estamos juntos, la noto permisible a mí mirada y yo me siento como protegido por lo que me dice, siempre hay algo en sus palabras que me dan seguridad y siempre me reitera que no me preocupe, que nunca me va a exigir algo que yo no pueda darle. Yo sigo sentado en la banca escuchando el tica tac del reloj que marca las 8:30 de la noche. A veces el tiempo, como en este caso, se parece a la eternidad: es incómodo y desesperante, toda espera así es. De pronto, entre un grupo de personas la veo caminando hacia mí, algo extraño me dice que me dará una notica, que será?, por eso se habrá tardado tanto en llegar. Caminando firme y decidida en línea recta por fin llega, apenas me saluda, no se sienta, solo me observa detenidamente. En sus ojos no hay luz, solo ideas o algo de furia. “Sabes Ruperto, me dice, es mejor que no

cuentes conmigo, ve al lado de tu esposa, dile que la amas y sean felices”.

Lastarria, Santiago, 29.06.14


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